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‘La sonrisa del estroncio’, Judith Bosch

La sonrisa del estroncio
Víctor González | Lunes 29 de agosto de 2016

Si hace unas semanas hubiera querido escribir esta reseña habría empezado diciendo: Bukowski sigue vivo gracias a las manos de Judith Bosch. Pero hoy, que hace unos días tropecé con un libro homenaje a John Fante y descubrí que uno de los grandes – vamos a usar jerga actual – influencers del autor norteamericano fue Fante, debo cambiar eso. Aunque soy un fiel defensor de la ausencia de originalidad – en su sentido más puro – en la literatura, de que todo es intertextualidad, lo voy a decir: John Fante sigue vivo gracias a las manos de Judith Bosch.



Se escucha y se lee por ahí que la generación actual nunca llegará al punto de humor negro que consiguieron los autores supervivientes de guerras, de catástrofes; los que transitaron sobre todo el siglo XX en su conjunto. Dicen eso porque solo puede mofarse de algo aquel que ha conocido el polvo, ha sabido salir de él y ha conseguido describirlo desde una perspectiva diferente a la lágrima. Los que dicen eso creen que la guerra ha terminado, y creo también que viven apartados del mundo. La guerra nunca termina - mirémonos por dentro - y todavía menos para mentes hipersensibles de autores que buscan reflejar sus ardores, sus miedos y sus rabias para con el mundo desde la parte cómica, que siempre está aunque pocas veces queramos mirar desde ella. Esto lo pude leer hace unos meses en el compendio de aforismos Nein de Eric Jarosinski y que publicó Anagrama pero también en La sonrisa del estroncio, de Judith Bosch y publicado por ella misma. De eso hablo hoy.

Empezando por una especie de Esopo frustrado del siglo XXI, Bosch nos sumerge en microhistorias de animales que representan las taras de la sociedad y que reflejan aquello que no va bien y que seguimos dejando que funcione. Porque en La sonrisa del estroncio hay golpes para todo y para todos, algo que me ha recordado mucho a lo que escribe Luis Goytisolo o a lo que veía Leopoldo María Panero. Hay que coger este libro cuando uno se cree perfecto, inmejorable, para dejar que te despeine, que seas devuelto al pozo, que sigas mirando hacia una luz que a medida que te acercas más parece de neón.

En La sonrisa del estroncio se juega con todo, pero especialmente con el ser humano y su corrupción – aunque esta palabra ya la tengamos gastada –. Se juega con ello pero también con temas que para muchos son tabú: la muerte, los miedos, el amor, el suicidio. Una de las conclusiones que te dejan estas pequeñas historias, que se van agrandando como nuestros miedos a medida que se pasan las páginas para acabar en dos relatos ya de cierta extensión, es que todo en esta vida es humanizable y, sobre todo, que todo es ironizable. Realismo social, depilación total o tiroteo a bocajarro. Sea lo que sea, para jugar a esto del vivir y no acabar vencido se necesitan ases como este, como La sonrisa del estroncio.

Ah, y un aviso, no te sientas culpable porque se te escape la risa. Cuando lo leas me entenderás.

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