FIRMA INVITADA

El Aforismo o la formulación de la duda

Aforismo de Pessoa
Ricardo Martínez-Conde | Lunes 05 de septiembre de 2016

De Lichtenberg, ese gran aforista (¿o habría que decir, quizás, moralista?; ¿tal vez esteta, un esteta vital? ¿No podrían ser éstos algunos de los alegatos adjetivados que se podrían esgrimir en favor del aforista, del solitario aforista?), se ha dicho muchas veces que, de hecho, carece de una obra literaria propia. He aquí, sin embargo, que, teniendo como único bagaje literario sus cuadernos de aforismos, puede decirse que ha aportado al mundo de la creación mayor peso especifico y mayor influencia en sus contemporáneos como ningún otro había conseguido.



Es de advertir que no es, el aforismo, sensu stricto, una obra literaria que se preste al juicio crítico al uso; sin embargo, en su brevedad, cada aforismo contiene sustancia para alimentar toda una obra literaria, todo un pensamiento metódico. Tal como nos ha querido recordar Sanchez Pascual, el aforismo no es sino una forma filosófica cuya rotundidad y autonomía son el resultado del trabajo del pensamiento; por tal, no solo representa un ejercicio de concentración, sino que va más allá en cuanto que en él están implícitos -y esta es una apreciación muy a tener en cuenta- "lo que se dice y lo que no se dice". Y es que el aforismo es rigurosa y delicada artesanía del pensar...

Cuenta Rafael Cansinos Assens en sus Memorias(1) que, en ocasiones, interpelaban a un bohemio mugriento apellidado Cubero del siguiente modo:

-Pero tú ¿qué piensas? Para eso eres filósofo...

-A lo que el interpelado respondía, con gravedad

-¡Yo!... Yo matizo.

Y he aquí -tal vez como no podía ser menos, tratándose de un bohemio de formación humanista, solitario y romántico, cual era el caso-, que la respuesta estaba llena de enjundia.

No piensa, sino matiza, lo que equivale a decir que lo que él oferta es una respuesta ilustrada. Pero además, el exponerlo en contenido filosófico, pues a él le interpelan como tal, es como añadir un punto de valor a la respuesta.

Pues bien, tal anécdota no es en vano que pudiera servirnos para abordar una reflexión a propósito del aforismo, por cuanto en la 'naturaleza' de este, en su valoración más aquilatada, han de tenerse en cuenta necesariamente estos dos rasgos señalados: un valor de matización, de sugerencia aclaradora en la expresión, y un contenido filosófico en lo expuesto. Ello unido a lo que, como estructura formal, suele ser un rasgo común aceptado genéricamente para el aforismo: la brevedad.

"En los orígenes -escribe Ruffinalto-, con la palabra aforismo (o bien aphorismo) se aludía a una breve sentencia apta para resumir ingeniosamente un saber cientifico, sobre todo médico o jurídico"(2) Y recuerda, al respecto, la consabida obra de Hipócrates, "Aforismos".

Comenta, además, cómo, en efecto, desde la segunda mitad del siglo XVI aproximadamente (sobre todo por lo que concierne a España) el abanico semántico del término se hizo más amplio hasta abarcar otros ámbitos además de los mencionados, relacionándose en adelante "de modo genérico con la sabiduría humana en sus facetas didascálicas, doctrinales y morales, o sea que tomó sobre sí el significado de pensamiento, reflexión, generalmente breve y de carácter doctrinal"(3).

A ello aún añade el Diccionario Histórico de la Lengua Española (DHLE) otros significados afines tales como los de "Principio, regla personal de conducta"; "Máxima o sentencia moral", carácter éste que habría de tener una gran relevancia, sobre todo, en la acuñada tradición aforística francesa; "Lección moral, consejo"; "Explicación, razón". Definiciones extraídas todas ellas de varios autores de los siglos XVII a XX.

Al respecto es curioso comprobar cómo Cervantes resolvió para sí tal definición cuando, en su última novela (Los trabajos de Persiles y Segismunda) alude sencillamente a esas "sentencias sacadas de la misma verdad" sin apelar a más ornamentos descriptivos. Lo que no es poco decir. "No puede haber gracia donde no hay discreción", escribió, como ejemplo de tal aseveración; y también, a modo de advertencia: "Las necedades del rico por sentencias pasan en el mundo"(4).

* * *

El aforismo ha gozado, y goza todavía, de gran predicamento a lo largo de la historia de la literatura, y resulta instructivo comprobar hasta qué punto, en el fondo, ha mantenido a expensas del transcurso del tiempo no solo su valor de enjundiosa veracidad (¿tal vez, en algunos casos, únicamente insinuada?) sino, tal como viene marcado por el valor de su naturaleza de pensamiento, otorgándole un principio de transmisividad que lo hace apropiado y válido en todo tiempo. "Los pensamientos ajenos -escribe Guido Ceronetti en sus 'Pensamiento del té'- se vuelven míos con gran facilidad; los míos, cualquiera que así lo desee, puede hacerlos suyos, no importa cuál sea el estimulante, no necesita nombres; el pensamiento no dice ni tuyo ni mío"(5).

Probablemente aquí resida la permanencia del aforismo: en su inmutabilidad como pensamiento; en su transmisividad como valor. De ahí su fundamentación cultural, que le ha permitido pervivir.

En tal sentido es oportuno señalar cómo ha sido Francia un país especialmente dotado para el cultivo de esta manifestación literaria, si bien no podemos ignorar -acaso porque no podría ser de otra manera, considerando el caracter sentensioso de nuestro pueblo- a España, y, desde luego, a cuanto la cultura germana ha ofrendado a este género; cada uno aportando, eso sí, matices propios que le distinguen y definen. Ello sin ignorar, como es obvio, otras tradiciones culturales que, en menor medida, cuentan también con una literatura aforística importante, cual es el caso de Inglaterra (he ahí el ínclito Wilde) o Italia, donde se continúa la tradición brillantemente con el citado Ceronetti o Citati.

Consideremos, no obstante, que, a sabiendas de que nos enfrentamos al estudio de un género (supuesto, aparente) sin reglas, la fundamentación de su 'naturaleza' ha de apreciarse más certeramente tomando ejemplos de autores determinados donde el aforismo es un rasgo distintivo de su obra que no en aspectos de carácter general o nacional. Quiero decir con ello que la enseñanza última nos ha de venir más del análisis de los rasgos afines, de la valoración significativa de su contenido, que no de la posible respuesta a un canon genérico no explicitado aún, no existente. Por eso quizá valga la pena tomar en consideración unos escritores concretos, de los que podremos obtener claridad y beneficio razonado.

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Carlos Pujol expone, por ejemplo, cómo Joubert ha llegado a sustanciar sus aforismos por exclusión espiritual: "de lo restante -dice- incluyéndose a sí mismo, desconfía, porque es incertidumbre, mudanza, errores humanos, equívocos y debilidades. ¿Qué le queda, pues?; lo que no cambia ni puede cambiar, Dios"(6). He aquí que Joubert representaría, entonces, la postura del humilde desengañado de la realidad.

"Nous avons mal philosophé" escribió en 1799, y este 'hemos filosofado mal' contiene "toda la pesadumbre, el desengaño y la amargura de fin de siglo"(7). Él fue quien dejó escrito: "Lo bello es la belleza vista solamente con los ojos del alma"(p. 59); y, en otro pasaje: "Dios. Todos los demás seres se distinguen por su sombra, pero El se distingue por su luz"(p. 58). Él fue, también, quien dio ejemplo de la expresión desnuda, escueta: "El genio de la brevedad". Esa es toda la extensión de uno de sus aforismos.

Otro caso bien distinto es el de Oscar Wilde.
"Wilde -escribió Borges- dió a su siglo lo que su siglo pedía, 'comedies larmoyantes' para los más, y arabescos verbales para los menos"(8). Arabescos verbales, eso sí, que no solo sirvieron para poner de manifiesto su penetrante genialidad sino que le han traído hasta hoy como uno de los ejemplos por excelencia del decir agudo y sustancioso: "Los libros que el mundo llama obscenos son libros que enseñan al mundo sus vergüenzas", o aquello de: "Vivimos en una época que lee demasiado para ser sabia, y piensa demasiado para ser hermosa"(9).

Un genio con un cierto regusto trágico, paganizante, quizá porque "veía que los nineties, el más puro fin de siglo, lo volvía todo trágico. Ya no se trataba de idealizar o socializar. El tiempo pasaba y había que atraparlo paganamente, como quería Fausto. Los idealistas morían de delirium tremens y la sociedad burguesa se negaba al gran mensaje terrestre de la paganía"(10).

Luis Antonio de Villena, por su parte, precisa: "A Oscar se le toleró el aforismo y el estilo, se le rieron esas frases agudas que daban, temblando, en el centro de la hipocresía"; claro que, "no era solo frases y retazos de escarlata, encomio de la paradoja, la libertad y el arte óptimo máximo". Era, en esencia, una manifestación inteligente y viva; mostrar el envés de una sociedad adormilada en sus propias ficciones, que él removió en busca de sinceridad (aunque en ello le arrastrase el escándalo), de una ética y una estética por encima de los cánones establecidos, y todo ello en favor del Arte con mayúscula, apoyando su denuncia en la literatura, 'pues él encarnó la literatura'. "Todos estamos en la cuneta -escribió Wilde en 'El abanico de Lady Windermere'- pero algunos miramos las estrellas".

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Es cierto que pudiera pensarse que el aforismo recibe últimamente -sobre todo por parte del lector, ya que no tanto por parte de los autores- una atención de la que hasta ahora no había gozado, pero también es cierto que, si bien escasas, el aforismo siempre tuvo la suerte de encontrar una mano inteligente que sostuviese bien alta su luz en pro de la mejor literatura.

Tal vez se debiese -la atención más bien desvaída que se le prestó en el reciente pasado-, al hecho de que, al no responder a un genero-tipo dentro de los que se vinieron estableciendo como modelos dentro de las manifestaciones literarias, no gozó por ello de la atención que le hiciese relevante, otorgándole con ello la autonomía propia que merece dentro del panorama de las letras.

En tal sentido cabe resaltar lo que, con noble empeño, viene señalando el filosofo y poeta Rafael Argullol cuando sostiene que "contra los comportamientos estancos que recluyen en prisiones cerradas lo lírico o lo narrativo, la literatura pura o la literatura de ideas, hace ya bastantes años me declaré partidario de una 'escritura transversal' que, a modo de travesía, navegara sin prejuicios por el mar de las formas para dejar constancia de los itinerarios artísticos que cada escritor fuera capaz de capturar"(11). Y continúa: "naturalmente, el aforismo es un tipo de expresión que se adecúa a la transversalidad literaria. Es, al mismo tiempo, poesía y pensamiento, narración e idea. Aparentemente hermético y enclaustrado en sí mismo, es, simultáneamente, escritura abierta, de paso, que teje un tejido siempre inacabado. El escritor de aforismos -concluye- va dejando señales en su camino, insinuando el rumbo pero velando la meta. Sus verdades son provisionales porque sabiamente renuncia a apropiarse de la verdad". Una argumentación que, considero, refrenda Eugenio Trías cuando viene a referirse al "A-forismo: pensar, decir y escribir en la paradoja y el misterio del límite de lenguaje y mundo"(12). Bajo tales premisas, en efecto, podríamos encuadrar innumerables ejemplos de la literatura llegada hasta nosotros: desde Nietzche a De la Rochefoucould, desde Lichtenberg a Goethe, de Ciorán a Canetti, de Gracián a Quevedo.

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Al menos en lo que hace a la tradición moderna, es Georg Christoph Lichtenberg quien pasa por ser un verdadero renovador de esta manifestación literaria, quizá por las circunstancias que han contribuido a convertirle en un ejemplo único en la materia por cuanto en tal actividad especulativa se encierra buena parte de su obra.

Muchos otros aforistas de genio entendieron su importancia. "Podemos utilizar los escritos de Lichtenberg -escribió Goethe- como la más maravillosa de las varitas mágicas; donde él hace una broma, hay algún problema oculto". Y Canetti: "Su curiosidad está libre de toda atadura; surge de cualquier parte y se dirige a cualquier parte". Repárese: un mundo literario pleno de sugerencia, de invitación a la reflexión, de juego constructivo donde la naturaleza y el secreto del hombre y su destino centran la materia sobre la que se ironiza, sobre la que se especula.

"Este empirista de formación inglesa -escribe Juan del Solar(13)- pragmático y antimetafísico, se centra, claro está, en el estudio de la naturaleza y del ser humano, en la tarea de explorar 'las caras del alma', que asume a sabiendas de que nada es tan insondable como el sistema de móviles de nuestros actos', y a través de la cual se aproxima hasta los umbrales mismos del inconsciente". Veamos algunos ejemplos de cómo expresa el propio Lichtenberg esos pensamientos capaces de trasladarnos más allá, a un paisaje más rico del que una primera lectura nos había hecho sospechar: "Puede asolearse el día bajo una idea cálida", o bien, "Jamás inteligencia alguna se paralizó con mayor majestuosidad"(14).

No es difícil comprobar cómo, en efecto, una vez percibido el significado de estas escasas palabras, uno puede ir más a lo hondo, hacia un sustancial (e indelimitado) infinito que trasciende el valor de tales pensamientos, de tales sugerencias. Percibiendo, además, hasta qué punto tal contenido supone y exige una forma de vínculo, de aceptación, que nos remite inexcusablemente hacia nosotros mismos.

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Puede tratarse de un ejercicio de reflexión más o menos vago, pero resulta del todo absorvente, implicador. El lector pasa a ser el protagonista, el que piensa, extendiendo su voluntad -lo que implica la magnificencia de la duda- hacia el pensamiento. Es así que, a través del aforismo, se puede llegar a plantear, de hecho, la comunicación más amplia, al modo de una universalización del contenido filosófico más estricto.

Su valor y su destino es, ha sido siempre, un enriquecimiento del mundo interior a través de la palabra. La comunicación, por ello, adquiere en el aforismo una cota milagrosamente alta de perspectiva, de identificación, de inteligencia.

Y su dificultad está en su exigencia. Nada, en el aforismo, ocurre en vano, nada es baladí en esas pocas palabras elegidas que transmiten más que un significado, su esencia. De ahí que tradicionalmente se le haya vinculado a esos dos tensos extremos de la poesía y la filosofía.

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Siempre, lo que se transmite es el secreto (o los secretos) del hombre, y siempre alcanza cotas de verdadera introspección en aquel que los formula. Es una donación del hombre que está en el origen y en la duda, como acaso no podía ser de otro modo. "Nietzche, buen filólogo -escribe Sanchez Pascual(15)- conoce perfectamente el significado del término aforismo: significa 'llevar algo fuera de su horizonte', o, mejor, henchir de tanto contenido las palabras que algo rebose del horizonte lingüistico y quede fuera de él, pero estando allí como la parte oscura, irónica, paródica. Esa media verdad excedente, que queda fuera, es la sal que impide que la 'verdad' se corrompa".

Ya nos lo había advertido antes, poniendo de manifiesto su opinión al respecto: "los aforismos no son juegos de palabras, sino todo lo contrario, la expresión de una absoluta seriedad que, sin embargo, sonríe". De ahí que "el principal enemigo del género es la pereza mental, la rutina, que convierte en trivialidad lo que presume de ser una frase brillante". Y no tarda en echar mano, como fundamento para tales argumentaciones, del ejemplo escrito derivado de Nietzsche: "Se avergonzó de su santidad y la disfrazó", o bien, "Lo que se hace por amor acontece siempre más allá del bien y del mal"(16).

Este decir trascendente ya quedó expuesto que acude, por lo común, a la brevedad más que a la frase larga y redundante, ello hasta el punto de llegar a conformar un rasgo distintivo de su naturaleza: "Es mi ambición decir en diez frases -escribió el autor de 'Ecce homo'- lo que todos los demás dicen en un libro; lo que todos los demás no dicen en un libro"(17).

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¿Cabría establecer relación entre esta manifiesta voluntad de recoger únicamente lo primigenio, lo esencial, y la que expuso Edmond Jabés cuando dijo: "En mi caso, el aforismo -lo que podríamos llamar la frase desnuda- surge de una necesidad de rodear a las palabras de blanco para permitirles respirar"?(18). A buen seguro que sí, que tal relación resultaría oportuna, y entonces ese blanco no sería sino la parte oculta, la que encierra y otorga la condición de posibilidad y pertinencia al significado aforístico.

Es más, quizás en ese blanco esté una buena parte del secreto. De un modo más argumentado lo expone el profesor Sanchez Pascual: "En un proceso dialectico el aforismo cree y descree a la vez. Se trata, pues, de un pensar que permanece abierto por uno de sus lados, lo cual le permite salvarse del nihilismo (mediante la creencia) y del dogmatismo (mediante la increencia). Por el lado que da a la lógica, el aforismo, apretado contra la pared de las leyes de aquella, permanece cerrado. Por la parte que dá a la vida insondable, permanece abierto. El aforismo contiene una visión verdadera, pero no una certeza conclusa. Es una invitación a la aventura del pensamiento y de la vida. El aforismo es, en suma, un trascender desde dentro del lenguaje, pero permaneciendo en él"(19).

Ello, como pretendidamente querría Jabés, para poder "asistir respetuoso a las leyes eternas que subyacen al mundo fenoménico, donde cada caso particular no es sino la manifestación simbólica de lo universal"(20).

Y todo, en fin, porque "la razón última reside en permanecer fiel a esos 'secretos de los senderos de la vida' que no pueden ni deben revelarse, tal como apunta el maestro de Weimar en la reflexión liminar del Archivo de Macaria: "los secretos de los senderos de la vida no pueden ni deben revelarse; hay piedras de toque con las que debe tropezar todo caminante"(21).

* * *

Cabría señalar, no obstante, como remate, esa duda metódica que Michael Ende, escritor que ha cultivado fundamentalmente la fantasía en sus obras de creación literaria, cultivo que no le ha impedido ser, tal como ha quedado puesto de manifiesto(22), un aquilatado pensador en sentido lato; antes al contrario, acaso habría que pensar que tal cultivo haya propiciado en él un mundo especulativo más rico de lo habitual (recuérdese al respecto aquella famosa frase de Alvaro Cunqueiro: "En la fantasía está la auténtica realidad, la más verdadera") Tal es lo que podemos considerar que aportó en alguno de sus aforismos, hasta ahora casi secretos. Por ejemplo, cuando escribe: "¿Qué quiere usted decir cuando afirma que ha 'entendido' una poesía"?, o bien, "Cuando varias personas leen el mismo libro, ¿leen realmente lo mismo"?. Y, aún, aquél pensamiento tan sutil: "¿Es posible, sin espíritu, negar el espíritu?"

A mi entender, Ende hace una aportación muy interesante a la literatura aforística al proceder a introducir en su formulación la interrogación, algo que no es habitual, al menos de un manera explícita. En efecto, cabría plantearse, ¿aún en la rotundidad más propia de alguno de los aforismos de Wilde o Joubert, no subyace, de fondo, la implícita presencia de una búsqueda de respuesta?; ¿no subyace la formulación de la pregunta decisiva en el hombre acerca del por qué, lo que incluiría su por qué ontológico?

Tal vez sería en vano no querer entender la expresión reflexiva del aforismo como una pregunta, como la manifestación de una duda esencial y oculta (aquí estaría incluida esa parte constitutiva de su naturaleza que hemos señalado como "lo que no se dice"). ¿Qué es el pensar sino duda? ¿Qué es, si no duda (y pregunta) el ser hombre?(23)
Hasta nosotros llega, desde la lejanía, la respuesta-sentencia del viejo Goethe: "Pero el poeta señalará el punto preciso".

Así sea.


NOTAS

1.- Rafael Cansinos-Assens: La novela de un literato, 3
Alianza Tres, Madrid, 1995, p. 32
2.- Miguel de Cervantes: Flor de aforismos peregrinos.
ed. de Aldo Ruffinalto.
Edhasa, Barcelona, 1995, p. 9
3.- Ibidem, p. 9
4.- Ibidem, pp 132 y 172
5.- Guido Ceronetti: Los pensamientos del té.
Muchnik, Barcelona, 1994, pp 10-11
6.- Joseph Joubert: Pensamientos.
ed. de Carlos Pujol
Edhasa, Barcelona, 1995, p 17
7.- Ibidem, p 17
8.- Oscar Wilde: paradoja y Genio. Aforismos.
Introd. de Luis Antonio de Villena
Edhasa, Barcelona, 1993, p

9.- Ibidem p 60
10.- Ibidem, p 10
11.- Ricardo Martínez-Conde: Cuentas del tiempo
Introd. de Rafael Argullol
Pre-textos, Valencia, 1994, p 7
12.- Diario El Pais.
Suplemento Babelia (18-VI-1994), p 15
13.- G. C. Lichtenberg: Aforismos.
ed. de Juan del Solar
Edhasa, Barcelona, 1990, p 10
14.- Ibidem, pp 74-75
15.- Friedrich Nietzche: Aforismos.
ed. de Andrés Sanchez Pascual
Edhasa, Barcelona, 1994, p 13
16.- Ibidem, pp 63 y 114
17.- Eugenio Trías recogió una intención similar cuando escribió que "todo verdadero pensamiento es siempre 'aforistico', da igual que necesite para explayarse siete lineas o setecientas páginas". vid. nota 12
18.- Recogido en Paul Auster: El Arte del Hambre.
Edhasa, Barcelona, 1992, p 135
19.- vid. nota 15, p 14
20.- Johann Wolfgang von Goethe: Maximas y reflexiones
ed. de Juan del Solar
Edhasa, Barcelona, 1993, p 9
21.- Ibidem, pp 9 y 153
22.- Michael Ende: Carpeta de apuntes.
Alfaguara, Madrid, 1996, pp 62-63
23.- "Las certezas -ha escrito, no sin cierta ironía, Santiago Sylvester- suenan más verdaderas entre signos de admiración" (Rev. Occidente, nº 186, Nov. 1996, p.148) ¿Tal vez sea ese uno de los disfraces de la duda metódica?

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