CARTELERA

Francisco Umbral, "Anatomía de un dandy": el hombre, el escritor, el personaje

Anatomía de un dandy
Ángel Silvelo Gabriel | Miércoles 10 de febrero de 2021
No hay nada más duro que dejar fija la mirada sobre los ojos del niño perdido y admitir que esa fue tu vida. ¿Y el resto? El resto fue caos y dolor. El hombre que fue Francisco Umbral se detiene en ese instante en el que mucho tiempo después supo disfrutar de la niñez que él nunca tuvo. Una niñez de pasillo vacíos y de la que ahora disfrutaba a través de otro: su hijo.


De ese lirismo perturbador y mortuorio nació Mortal y rosa, una de sus mejores obras. Y la imagen de un hombre desconocido para la gran mayoría, pues esa mayoría, se perdió en el arquetipo de personaje chulesco y faltón que concibió y fomentó a conciencia con la idea —a buen seguro— de resguardar lo que en verdad importa: su intimidad. El retrato que el documental, Anatomía de un dandy, dirigido por Charlie Arnaiz y Alberto Ortega, realiza sobre este período de su vida es un devenir de ecos perdidos y habitaciones vacías en las que Umbral naufraga con una voz lejana y oscura como lo hacen los juguetes que aparecen abandonados en ellas. Un Francisco Umbral, hombre, que ya venía curtido de mortajas y olvidos. Primero el del padre, que nunca le reconoció. Un abogado de Valladolid para el que su madre trabajaba como secretaria y a la que dejó embarazada. Luego el de la madre, que falleció cuando él tenía veintidós años y, que de alguna forma, le liberó para hacer lo que de verdad quería: escribir. El hijo de Greta Garbo, la novela con la que rindió un sentido homenaje a su madre, fue el resultado de esa atroz ausencia.

Ya libre, voló hasta Madrid, donde forjó su carrera literaria y su leyenda de quinqui de la noche. El escritor que fue Francisco Umbral deambuló primero por el Café Gijón, para con el paso de los años y de las pensiones, tomar Madrid, su movida, a sus duquesas y actrices, y llegar hasta La Dacha, el chalet de Majadahonda donde se refugió del ruido del mundo y, en el que entre whisky y whisky, escribió más de cien libros y 135.000 artículos de prensa. Umbral fue un escritor mimado por el sistema que ganó todos los premios importantes, pero también fue el personaje que quiso dejar huella de su impronta irascible mientras él, el hombre, seguía escondido tras su sombra. Así, asistimos entre perplejos y sobrecogidos a las declaraciones sobre los aspectos más íntimos y desconocidos de su vida —el documental se centra más en su vida que en su obra—; una vida despojada de lo superfluo y de la que a medida que pasan los minutos vamos conociendo mejor, sobre todo, al hombre. Y, también, expectantes y entregados ante los múltiples guiños que el autor hace sobre la esencia de lo que él entendía como literatura. Y, cómo no, sonrientes y relajados ante la magnitud del personaje que el propio escritor vallisoletano quiso dejar de sí mismo de puertas afuera de su intimidad. Atribulado en ese barco de múltiples viajes y zozobras, el documental, Anatomía de un dandy, que trece años después de su muerte vuelve a poner a la figura de Umbral —un tanto olvidada— en la primera página de la actualidad, nos lleva a visitar esos espacios desconocidos y esos otros más manoseados que, quizá, al final, le proporcionaron más daño que beneficio, pues fuera de sus seguidores y lectores, esa es la imagen con la que se quedó el gran público de un espíritu libre y atormentado, un ser tímido y gamberro, y un narrador consciente del poder de su escritura que sin embargo se convertía en Narciso delante de un espejo al mejor estilo de un Oscar Wilde español. De esos reflejos, el escritor muestra su maestría como articulista; un campo donde ha dejado la esencia de un saber hacer como pocos han logrado alcanzar. Su estilo único, y del que han bebido tantos después, es el del reporteo callejero, el del observador universal y múltiple de una realidad propia que él buscó en las fiestas y discotecas, pero también en los barrios deprimidos y en los burdeles. Umbral es un escritor sin medida. Un dandy de Corteinglés, blazer cruzada y bufanda al cuello. Un arquetipo de escritor que ya no existe, pues su mundo también dejó de hacerlo. Un mundo de tertulias, cafés, whiskies y noches sin medida. Un escritor de universos abiertos que, sin embargo, se cierran sobre sí mismo y deambulan entre las sombras que persiguió desde su infancia. Infancia de postguerra. Juventud de pensiones baratas. Vida adulta de reconocimientos y luchas de vodevil y facturas que pagar, lo que le hizo marchar pegado al dinero y al brillo que éste desprende. Y una vejez de artículos dictados, silencios contenidos, y amigos a los que dejar impregnados el aroma de un pasado único y bien disfrutado. En ese último guiño que le lanzó a la vida, él de nuevo se cobijó en sí mismo, En esa sombra que siempre le acompañó, y en ese amor nacido de la ternura y la sencillez hacia un hijo con el que ya descansa baja un sencillo: «Con amor».

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