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El cuento del viajero

El cuento del viajero
Manuel Lopezneria Fernández | Jueves 25 de abril de 2024

Después de varias órbitas de la madre Gea al dios luminoso, pude ganar la batalla, librarme de ella. No sin ayuda. Bóreas sopló fuerte para que mi barca fuera poco a poco librándose del enredo que producen las grandes serpientes. Su forma de fémina seguía tentando no solo mis mundanas necesidades, sino mis más honestos sentimientos. Para no caer en ello, una venda en mis ojos ayudaron a que mi barca navegara, hasta que llegué a un río calmo, casi puro, cristalino, sin rastro en lo físico de alguna de las cabezas que tanto lidié contra la Hidra. Me percaté que 7 años más viejo mi ser era.



El reflejo de mi rostro en el agua había cambiado. Algo raro sucedía. No quería regresar a ese pantano, pero recordaba como estuve ilusionado de vivir con esa réplica de Calipso, del sabor de su copa y del tacto de su piel con, no mi piel, con mi ser. Subí a la montaña, reflexioné. Decepcionado a veces por dejar pasar años, por caer en un pantano, por creer que una Hidra se iba a convertir no en una anécdota, sino en mi compañera. Meditando ante los carruajes de la diosa del peplo dorado, una y otra vez, descubrí que algunos héroes como Perseo o Teseo no conocieron algo purificador: el perdón. Tenía que perdonar a esta fémina canela por lo que sucedió.

Pocas veces la empatía corre en los aires de este mundo. Seguramente sufría algún designio de algún astral, seguramente buscaba su propia felicidad, seguramente su nivel de consciencia era diferente a los demás que habitábamos en el bosque, y que cada quien es desigual. Seguramente no fue un daño intencional, o si lo fue, también condono la indulgencia. Me perdono a mí mismo, por el desgaste de la inocencia que compartíamos ambos, por el inexorable elemento que corre segundo a segundo, por la falta de valentía de cortar esas cabezas que sobraban de raíz, o a lo mejor, el no hacer algo diferente fue el craso error. Queda agradecer esos momentos que nos hundimos juntos en las pantanosas arenas.

Posiblemente también vivía una gran confusión y por eso la inexactitud de sus palabras con sus actos o la falta de humildad de aceptar cuando en su naturaleza provocaba daño. Posiblemente no sabía controlar como dejarle de crecer tantas cabezas. Las moiras al final son sabias. Tejen cada hilo con mucho cuidado. Habrá quien la libere de su maldición y la deje en su forma original, de mujer, posiblemente, o de serpiente... Mi hilo me deja en este momento en un lugar mejor, con una senda aún no trazada por delante, pero que lleva una guía si miro atrás, esperando no tenga el lúgubre fin de Orfeo en el tártaro, para así, envainar la espada y voltear hacia donde importa, hacia adelante.

El cuento del viajero o de Odiseo.

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