Cuando Bruno Dumont estrena una nueva película, el público más exigente ya sabe que se va a encontrar una mezcla de humor absurdo y ridículo, aderezada con mucha sátira. Ya sea reuniendo a la aristocracia terrateniente y al pueblo llano en La alta sociedad (2016), deconstruyendo la vida del icono francés en Jeannette: La infancia de Juana de Arco (2017) y Jeanne (2019) de una forma peculiar, o siguiendo a un corresponsal de guerra en la sátira mediática France (2021), sus películas siempre destacan. Y esto se cumple sin duda en El Imperio, con la que el director y guionista regresó a principios de 2024 tras una pausa de varios años, sorprendiendo y dividiendo una vez más al público.
Cuando nace un niño en un pequeño pueblo del norte de Francia, no parece tener nada de especial. Pero el alienígena Belzébuth (Fabrice Luchini) está convencido de que el niño es el Anticristo cósmico y que provocará el apocalipsis. Por ello, envía a sus fuerzas imperiales. Sus demonios ya se han extendido por la Tierra poseyendo cuerpos humanos. De hecho, el pescador Jony (Brandon Vlieghe), padre del niño, también es un demonio. Pero el bando contrario no se queda de brazos cruzados. La reina (Camille Cottin) ha posicionado estratégicamente a sus seguidores, entre ellos Jane (Anamaria Vartolomei), quien se ha unido a la lucha contra las fuerzas del mal…
Una vez más, el director francés nos lleva a una zona rural de su país. El público puede esperar varios momentos de déjà vu. No solo se filmó esta última obra en los mismos lugares que algunas de sus películas anteriores, sino que también vemos el regreso de dos caras conocidas: los policías provinciales Van Der Weyden (Bernard Pruvost) y Carpentier (Philippe Jore), quienes aparecieron previamente en las miniseries de Dumont El pequeño quinquín (2014) y Coincoin y los no humanos (2018). Sin embargo, no se trata de una secuela, por lo que no es necesario tener conocimientos previos. El dúo solo aparece brevemente en El Imperio como dos de los pocos humanos genuinos que quedan en la zona. No siempre está del todo claro quién es realmente humano y quién está poseído por fuerzas cósmicas. Incluso la distinción entre el bien y el mal no es sencilla de discernir.
Por supuesto, Dumont podría haber aprovechado esta oportunidad para profundizar en la naturaleza del bien y del mal. ¿Quién, por ejemplo, determina que algunos seres humanos son héroes y otros villanos? Pero la película no explora este tema en profundidad. El cineasta prefiere divertirse mezclando lo primero que se le ocurre. Lo local y lo cósmico se yuxtaponen. Mientras las vacas pastan tranquilamente, gigantescas naves espaciales viajan por el espacio. La seriedad de la situación se ve socavada repetidamente, sobre todo a través de elementos sexuales. Cuando Belzébuth, por ejemplo, contempla con lascivia una grotesca construcción femenina compuesta únicamente de piernas y nalgas, resulta tan inapropiado como el sexo espontáneo e incómodo entre las personas equivocadas.
Esta comedia de ciencia ficción descaradamente absurda, que tuvo su estreno mundial en la Berlinale, sin duda tiene su encanto, aunque (o quizás precisamente porque) nada encaja. Sin embargo, al igual que otras obras de Dumont, El Imperio se hace tremendamente pesada en algunos tramos, con poca acción en sus aproximadamente ciento diez minutos y algunos chistes que se vuelven demasiado repetitivos. La historia se torna absurdamente ridícula, un batiburrillo de ideas sin ton ni son. Es comprensible que algunas reacciones fueran poco entusiastas, especialmente por parte del público en general, que le ha regalado puntuaciones bastante bajas. Las películas de Dumont suelen ser de nicho y no precisamente comerciales. Pero incluso sabiendo esto, otras obras del director han causado mayor impacto que esta.