ESCENARIOS

Arthur Miller, "El precio", dirigida por Silvia Munt: las crisis económicas como el fracaso de todos

El precio

TEATRO EL PAVÓN KAMIKAZE DE MADRID

Ángel Silvelo Gabriel | Miércoles 31 de octubre de 2018

Explorar en lo más oculto de uno mismo. En esa parte del alma donde se ubica la traición a nuestras ideas. Al suicidio de los sueños en los que creímos una vez. A la luz de una vida que quisimos que fuera diferente y, que sin embargo… Noche oscura de sueños rotos. Vigila de demiurgos que sólo existen en nuestra imaginación. Recuerdos que van y vienen a nuestro antojo, pero que no se detienen ni espían la verdad. La verdad del mundo. La verdad que existe nada más salir a la calle. La verdad de los otros. Porque nuestros sueños no son los de los otros, ni nuestras vidas sus vidas, ni nuestros hijos sus hijos. Renunciar a todo a lo largo del tiempo es la mayor virtud del fracaso y, en el caso de la obra de teatro "El precio" de Arthur Miller, es navegar, una vez más, por las profundas y oscuras aguas de la familia, de sus traiciones, de sus rencores, y de sus fracasos. Fracasos que el paso del tiempo acentúa. Rencores que sólo esperan la oportunidad de salir a la luz. Crisis enquistadas que buscan su propio campo de batalla. En "El precio" es una buhardilla. Un lugar donde los muebles grandes y viejos se amontonan. Donde el polvo y los recuerdos conviven con el odio, las rencillas y el aire viciado de muchos años. En este sentido, la iconografía empleada en el Teatro Kamikaze es tan acertada que su puesta en escena es un elemento más de la obra, por su carácter omnipresente, delatador y narrativo dentro de la tragedia familiar. Todo pende de un hilo, como la magnífica montaña de sillas que parecen que se van a venir abajo de un momento a otro y, cuya provisionalidad, nos habla de ese otro lenguaje de los sentimientos: el del miedo. Sin embargo, los personajes de esta obra, como el mobiliario que tratan de vender o comprar, se muestran reacios a acabar en el fondo del mar como si fueran un pecio. Y luchan. Luchan contra sí mismos. Y contra sus mentiras. Mentiras camufladas en las crisis económicas. Y en la otras. Las propias. Aquellas de las que no se atreven a hablar: de ahí, que las crisis económicas sean el fracaso de todos. De los que se arruinaron, pero también de los que se hicieron ricos, porque si sumamos los beneficios y la pérdidas de unos y otros, el resultado es el vacío.

Al mejor estilo de Broadway, la obra se inicia con música de jazz; una música que vagamente nos recuerda al clarinete de Woody Allen; y con unas imágenes sobreproyectadas que nos hablan de ese otro tiempo del crack del 29. Tan lejano y tan cercano a todos. Versos y rimas de tragedias que no acabamos de digerir y, que como una noria que nunca se para, se repiten una y otra vez, una y otra vez. Aquí, los seres humanos no pasamos de ser esos pequeños ratones que no dejan de empujar las norias de sus vidas. El jazz y el crack del 29 son la excusa y el telón visual, sonoro y antesala de la magnífica escenografía de Enric Planas: por lo sobria, contundente e iconográfica que resulta. Y, porque el menos es más, funciona como la mejor de las maquinarias de relojería. Silvia Munt ya había montado esta obra la temporada pasada en Barcelona y, con gran acierto, decidió dejar el mismo escenario. No ocurre lo mismo con los actores que, de la mano de Tristán Ulloa y Gonzalo de Castro en los papeles de los hermanos que hace treinta años que no se ven, encabezan un reparto equilibrado y contundente, donde la que menos brilla es Elisabet Gelabert. Tanto Ulloa en su papel de hermano pobre policía, como de Castro en el de médico y hombre de éxito, van conduciendo el drama con la fuerza y el empuje que la obra necesita. Eso sí, sin llegar a los puntos álgidos de La muerte de un viajante, pues El precio no los tiene, por eso no podemos hablar de un vacío de interpretación si no de dramaturgia. A los hermanos, esta vez, se les presenta un contrapunto: genial, astuto y cómplice. Un contrapunto interpretado de forma mayúscula por Eduardo Blanco. Perfecto tasador de muebles al que interpreta con la mejor de las virtudes: la de dar vida a un personaje único, y Eduardo Blanco lo hace con generosidad y acierto, complicidad y desparpajo, entrega y realismo.

Dejando a un lado el eterno castigo que suponen para el ser humano y su entorno las crisis económicas, "El precio" es una magnífica oportunidad de reencontrarnos con aquel que fue un gran cirujano de los sentimientos y la naturaleza humana. En "El precio" de Arthur Miller se hallan todos los elementos que le dieron fama y prestigio. Y su labor como dramaturgo, siempre está a gran altura, aunque ésta, no sea su mejor obra. Su habilidad para para plantear, desarrollar y finalizar conflictos, le hacen ser un gran mago de los sueños, a pesar que como en este caso, sean anhelos que retratan el fracaso de todos.

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