FIRMA INVITADA

El síndrome de Estocolmo y las pandemias

Benito Pérez Galdós (Foto: Ramón Casas).
Francisco Vélez Nieto | Martes 02 de febrero de 2021

Ante el panorama que se palpa con la mascarilla, el paisaje de esta España, desde un tiempo a esta parte el denominado Síndrome de Estocolmo, ha venido llenando el espacio en mi toma de conciencia hasta interrogarme

"¡Inteligencia!, dame el nombre exacto de las cosas!"

Juan Ramón Jiménez. Eternidades. (1918)



Ya nos dejó el maldito 2020 con su pandemia bien enraizada, atada y bien atada. Una derecha de cazador cazado, incapaz de tocar el piano de la democracia en vez de las cazuelas del insulto tan innecesarias en los tiempos que corren. De qué les sirve ese sainete vestido de demócrata para ocultar la nostalgia del franquismo. La señora Arrimadas que al paso que lleva terminará por arrimarse a la bullas de la Semana Santa; le recomiendo la de la Macarena. El emérito con los dioses de su casta protegiendo los desaires, las sumas incorrectas y una lista de actualidades nacionales poco envidiables aunque “la justicia es igual para todos”. El color de la sangre de ellos y de nosotros es diferente, que bien lo dicen Agamenón y su porquero.

Para mí fue el año enterrado en la fosa de la historia. Me dió duro y con un palo. Desde el centro de salud a Urgencias del clínico al hospital. Como una pelota de pimpón con todo pagado y el exquisito trato de buenos profesionales de la sanidad pública.

Ante el panorama que se palpa con la mascarilla, el paisaje de esta España, desde un tiempo a esta parte el denominado Síndrome de Estocolmo, ha venido llenando el espacio en mi toma de conciencia hasta interrogarme si es mejor para sobrevivir frente a este inquietante fantasma que vuela sobre nuestras cabezas. Eso sí, decidir y aceptar el Síndrome de Estocolmo sin hipotecar las necesidades y el hábito de pensar.

Porque con toda libertad se puede saludar la mañana eligiendo la lectura de aquellos medios de información que todavía mantienen la ética y la estética profesional. Ambas tan necesarias en democracia. Sin ánimos de insultar, sentarse ante la caja tonta para convertirse en tonto de babero. Mejor puede resulta escuchar La bella Molinera y Viaje de invierno del poeta Wilhem Müller (1794—1827), íntimo amigo de tertulia de Schubert. Quien en una pasión genial las convirtió en lieder tiernos y suaves:Nadie quiere escucharlo, / nadie lo mira, /y los perros gruñen /alrededor del viejo. /Anciano prodigioso, / ¿puedo irme contigo?, / ¿quieres tocar tu organillo / mientras yo canto?”.El poeta vio lograda aquella obsesión que la poesía adquiere vida propia cuando la música ha entrado en ella. Antes de ello es un poema escrito en papel que termina por borrarse con el tiempo.

Distinto pero hermano es tener un libro entre las manos, porque quien lee piensa y es crítico.Luego existe y puede sentirse algo en la sociedad. Separar el trigo de la paja de la palabra escrita. Más necesario e importante que dormitar en un sillón delante de la caja tonta. No es mi intención ser un dictador de modales para mis lectores y lectoras. Diría mejor que está escrito para combatir el aburrimiento en esta clausura laica en la que nos vemos obligados a ir tirando y soportando las cosas de la vida y el querer. Pero igualmente sentirse satisfecho de la orden judicial que expulsa a los falsos propietarios del Pazo de Meirás. Propiedad en su tiempo de la exquisita y liberal escritora Emilia Pardo Bazán, de la que recomiendo Los pazos de Ulloa como retorno a un acontecimiento histórico desposeído de sus mentiras.

Y si hablamos de tan delicada escritora y señora muy liberal, que escribió tiernas cartas de amor para el gozo de la pasión humana. Imposible, pues, olvidar a su íntimo amigo Benito Pérez Galdós, nuestro mejor escritor después de Cervantes. Aunque lo nieguen aquellos que lo consideran aburrido y antiguo. Su inmensa obra y sus criterios como escritor y ciudadano conocedor de España, del que me permito recomendar su obra las Novelas de Torquemada.

Desde mi ventana, en esta prisión entre forzosa y el voluntario Síndrome de Estocolmo, manifiesto mis mejores deseos para quienes leen mis crónicas literarias en un país en el que no todos ven con claridad que las bases para un desarrollo real, sin una sólida cultura resultará imposible. Salud y suerte . Y disculpen las posibles modestias.

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