FIRMA INVITADA

Castilla en tiempos de Pedro I el Cruel: peste, hambre y guerra

Pedro I el Cruel
Julio Castedo | Jueves 17 de junio de 2021
Sin ánimo de ser determinista, pues es prudente aceptar que los hechos no siempre vienen condicionados por las circunstancias, merece la pena detenerse en el peculiar escenario, casi apocalíptico y preñado de alusiones a la actualidad, en el que se desarrolla mi novela REY DON PEDRO.


La pandemia de Peste Negra entró en los Reinos Hispánicos en la primavera de 1348 procedente de navíos genoveses que la llevaron a Europa Occidental desde la península de Crimea. Entre nuestros territorios, el primero que se vio afectado fue la isla de Mallorca, y ese mismo verano ya constan testimonios escritos de su presencia en Galicia. El agente etiológico, la bacteria Yersinia pestis, cruzó la península en semanas gracias a su eficaz mecanismo de transmisión a los humanos a través de la pulga de la rata. Este germen provoca una enfermedad que en sus formas bubónica, pulmonar o septicémica es potencialmente mortal sin el tratamiento antibiótico adecuado en cuatro a seis días desde la aparición de los síntomas (tos, fiebre alta, inflamación de ganglios linfáticos llamados bubones, hemorragias y gangrenas). En el siglo XIV la ciencia no disponía de armas para defenderse de lo que ellos llamaron “la landre” más allá de establecer cuarentenas a los viajeros y aislar a los enfermos. (¿Nos suena todo esto, ¿verdad?). Es difícil establecer una estadística fiable, pero aquella epidemia terminó con la vida de un 30-60% de la población europea. El propio padre de Pedro I, el rey Alfonso XI, murió de esa enfermedad en el sitio de Gibraltar en marzo de 1350.

Tras la peste vino el hambre. Años de malas cosechas en el contexto de un empeoramiento de las condiciones climatológicas (¿también nos suena?), con sucesivos veranos que los agricultores llamaron “podridos”, porque abundaban en ellos el pedrisco, las inundaciones y las plagas de langostas. Las atroces consecuencias fueron la escasez de alimentos y el incremento de los precios, que llevaron a la hambruna y al empobrecimiento de la población. El propio Pedro I se vio obligado en las Cortes de Valladolid en 1351 a ordenar los precios, los impuestos y los salarios por ley para evitar una inflación desbocada: “Los ciudadanos están muy pobres por los muchos precios que pagaron en nuestros menesteres”.

Cuando la economía empezó a recuperarse, fundamentalmente gracias al progreso de la ganadería lanar trashumante, las manufacturas y el comercio internacional, los españoles de la época decidieron matarse entre ellos (¿otra vez?) en una interminable guerra entre Castilla y Aragón que derivó en una guerra civil castellana entre Pedro I y su hermano bastardo Enrique de Trastámara, un conflicto bélico que fue también un apéndice de la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra, que apoyó a Castilla y al bando de Pedro, y Francia, que hizo lo propio a través de sus Compañías Blancas con Aragón y el bando de Enrique.

¿Pudo un escenario semejante modelar las personalidades de Pedro y Enrique, los protagonistas de esta historia, y hacerlos más duros, solitarios y pasionales? La opinión más extendida en la psiquiatría es que el temperamento de los seres humanos, siendo multifactorial, tiene más de genotipo que de fenotipo, es decir, más de herencia que de una influencia ambiental, pero ante una situación extrema como la que vivieron los personajes de REY DON PEDRO, tal vez no sea descabellado pensar que en ese caso concreto haya podido existir una mayor interacción de lo habitual entre el entorno y la personalidad.

En el caso de Pedro I habría que añadir la circunstancia, nada desdeñable, de que fue un niño que creció aislado, hijo de un padre que lo ignoró y cedió su cariño y su tiempo a su amante y a los diez hijos bastardos que tuvo con ella, pero también de una madre emocionalmente inestable, llena de rencor y despecho, que arrastrada por sentimientos contradictorios acabaría traicionándolo. Pedro no lo tenía fácil para ser un rey modélico, un hombre de humor equilibrado, talante amable y reacciones previsibles… Y tal como he intentado narrar en la novela, no lo fue.

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