Perdámonos más allá, más allá todavía,
en las lomas de las piedras de bronce,
en las montañas negras de septiembre
en cuyas hondonadas
pronto alzarán los chopos sus hogueras.
O deja que me pierda
en ti, o acaso tras las tapias,
también de bronce,
de ese mínimo huerto.
Detrás veo un nogal. A su sombra hallaríamos
tu paz y la mía.
Llévame, o tráeme, o piérdeme
por esta amarga y dulce tierra nuestra,
pero este anochecer del verano moribundo
no me saques del laberinto sin salida
de tus ojos.
Antonio Colinas: Libro de la mansedumbre.
Barcelona, Tusquets, 1997. Colección
Marginales, núm. 2.
Así, estos versos, que parten de una recreación del lenguaje y los símbolos místicos, nos hablan de la serenidad como experiencia interior todavía posible en un mundo convulso, al mismo tiempo que propone la palabra poética como afirmación de ese reino ansiado y olvidado a la vez. El libro está concebido en forma de tríptico: dos grupos de poemas que se complementan entre sí -«Aunque es de noche» y «Manantial de luz»- y un largo poema de reflexión histórica y moral, «La tumba negra», que les sirve de oportuno contrapunto. En la llama que arde y guarece del frío de la noche, en la luz que repara de los oscuros abismos, en el muro blanco ante la casa, en el valle, el mar, los pinares y los manantiales, los santuarios y las viejas calles, el sujeto poético se extasía y halla tregua, a veces en luminosa comunión con la naturaleza, otras, a despecho de los más zafios obstáculos que opone la realidad inmediata).
[Poema de estructura circular, en la que el primer versículo y los dos finales soportan la carga temática: “Perdámonos más allá, más allá todavía, […] / no me saques del laberinto sin salida / de tus ojos”. El paso de los años afecta tanto al “yo poético” como a ese “tú” objeto del deseo, algo que refleja a la perfección el entorno natural, proyección del propio estado anímico: son “las lomas de piedras de bronce”, “las montañas negras de septiembre”, “el anochecer del verano moribundo”…; y frente a ello, la simbólicas protección el nogal donde “el yo y el tú” encuentran recíprocamente la paz del saberse juntos. La progresión semántica ascensional del versículo “Llévame, o tráeme, o piérdeme”, lograda a base de un intenso dinamismo verbal, así como la expresividad sinestésica del versículo siguiente (“por esta amarga y dulce tierra nuestra”) son suficientes para crear el clímax emocional necesario para envolver ese deseo de unión inquebrantable en un hálito cercano al misticismo; y así lo subrayan los dos versículos finales que encierran una aparente paradoja: “no me saques del laberinto sin salida / de tus ojos”]. [Fernando Carratalá].
Antonio Colinas. Página oficial.