CARTELERA

"Small Things Like These": Solidaridad y conciencia de clase

Small things like these
Francisco Nieto | Jueves 18 de septiembre de 2025

La primera impresión que uno tiene cuando comienza el visionado de "Small Things Like These" es que sus imágenes transmiten sobre todo una cosa: pues que todo es demasiado lúgubre y deprimente. Porque, ante todo, la película, que por cierto fue la encargada de inaugurar la Berlinale del año pasado, es una película que se nutre de su atmósfera: muy tranquila, prolija y, sobre todo, melancólica. Su desarrollo posterior parece muy contemplativo, sin pensar realmente en nada de forma productiva. Es más como mirar al vacío y preguntarse por qué la vida según la norma —trabajadora, virtuosa, reservada— es tan insatisfactoria. En definitiva, es un tratado sobre el agotamiento y la depresión en una época en la que no se hablaba de estas cosas, en la que era normal trabajar hasta morir y guardarse las insatisfacciones para uno mismo.



Navidad de 1985 en un pequeño pueblo irlandés. Bill Furlong (magnífico y magnético Cillian Murphy) es un comerciante de carbón que trabaja de la mañana a la noche para mantenerse a sí mismo, a su esposa y a sus hijas. Un día, descubre algo en el monasterio local que lo transporta a su infancia y lo lleva a cuestionar su vida, la comunidad del pueblo y el recinto católico que la controla.

Y la película logra transmitir esto con brillantez, mostrando cómo se siente ese silencio. Esto se debe en gran parte al maestro de las expresiones faciales, Cillian Murphy, quien una vez más ofrece una interpretación que algunos podrían considerar demasiado minimalista, pero que, al observarla con más atención, muestra con fantásticos matices cómo su personaje lucha consigo mismo y los límites a los que llega. Todo esto se ve, por supuesto, respaldado por la producción, que se caracteriza principalmente por imágenes increíblemente frías, incómodas y solitarias, pero que sabe contrastar con gran habilidad los momentos aislados.

El enfoque general en la imaginería, el lenguaje corporal y las expresiones faciales de los personajes funciona bastante bien y encaja de forma natural con el tema de guardar silencio sobre los problemas. Los pocos diálogos que existen podrían ser aún más memorables y, lamentablemente, no logran destacar como momentos destacados, como los pocos momentos felices. Pero lo que el diálogo no consigue, quizás precisamente por eso, lo consigue aún más el diseño de sonido. La respiración ruidosa, el golpe sordo de los sacos de carbón al caer al suelo o los gemidos al cargarlos rompen regularmente el silencio de la película, aportando una crudeza que nos saca repetidamente de la melancolía e introduce así otro aspecto importante de la película: ¿quién puede permitirse el lujo de estar triste y afligido?

Un motivo central del estado emocional del protagonista, Bill, es probablemente cierta imperfección moral. La sensación de tener que ayudar a otras personas menos afortunadas para dar sentido a su propia vida. El deseo de solidaridad y la aleccionadora constatación de que su existencia, aunque difícil, sigue siendo una de las mejores. Esto contrasta con la pregunta de si uno puede permitirse cargar con los problemas de los demás. La película encuentra una respuesta clara a esta pregunta: la solidaridad con los demás es lo que también mejora mi vida. El aspecto de la conciencia de clase es interesante; es decir, ¿a qué clase social siento que pertenezco y qué consecuencias tiene este mismo sentimiento de pertenencia?

El grueso de las situaciones planteadas en el film se desarrolla principalmente entre Bill, el protagonista, y su esposa Eileen. Ella argumenta que es mejor centrarse en la propia familia e ignorar a los demás. No se considera parte de la clase baja y cree que ayudarlos obstaculizaría sus intereses como parte de la clase media. Lo interesante es que la propia Eileen parece provenir de orígenes humildes y, evidentemente, nunca ha recibido ayuda. No cree en la solidaridad ni en la valentía cívica, y no quiere saber nada más de su pasado en el proletariado. Bill, en cambio, también proviene de orígenes humildes, pero recibió ayuda cívica de niño. Se considera parte del proletariado, aunque, como autónomo con varios empleados, no lo es realmente a pesar de su arduo trabajo. A través de estos dos personajes, podemos ver muy claramente cómo surge la conciencia de clase y el efecto que la solidaridad y la valentía cívica tienen en ella.

En el debe de la función apuntar que recurre con demasiada frecuencia a flashbacks bastante aburridos que apenas tienen conexión con la trama principal, lo que hace que la película sufra alguna que otra irregularidad. Dichos saltos temporales y el enfoque limitado en el personaje principal limitan un tanto el conjunto, aunque no pase de ser “pecata minuta” para una película bastante recomendable.

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