EL RINCÓN DE LA POESÍA

La lucha de Concha Espina por un lugar en la literatura: Entre el reconocimiento y la ceguera

Concha Espina (Foto: Gregorio Prieto. Retrato de Concha Espina (1950)).

Nuestro poema de cada día

Fernando Carratalá | Lunes 13 de octubre de 2025
Concha Espina (María de la Concepción Rodríguez-Espina y García-Tagle) nació en la localidad cántabra de Mazcuerras (1869) y no es exagerado afirmar que es una de las mentes más preclaras de la literatura española del primer tercio del siglo XX.


Amor que en lo infinito se asegura
y en la callada eternidad se enciende,
es una noble llama, que trasciende
más allá de la triste sepultura.

Brilla serena en la tiniebla oscura,
en la lumbre inmortal su lumbre prende;
ni el sol la apaga ni su luz la ofende,
ni de los hombres ni los siglos cura.

Se apagará de nuestra vida el rastro
y nuestras lenguas tornaránse hielo,
y nuestra carne rígido alabastro,

mas, la llama de amor de nuestro anhelo,
brillará con más fuerza, como un astro
en la tranquila inmensidad del cielo.

Concha Espina: Poesía reunida.
Madrid, Editorial Torremozas, 2019.

Declamación del poema. Voz de Juan Carlos Ibraín.

Imágenes de Marcuerras (Cantabria).

[En Mazcuerras Concha Espina pasó parte de su vida].

Concha Espina fue fundamentalmente una novelista, con obras de tanto éxito como La niña de Luzmela (publicada en 1909 por la editorial Madrid-Librería Fernando Fe; y llevada al cine en 1949 por Ricardo Gsscón); La esfinge maragata (Madrid, editorial Renacimiento, 1914; obra con la que obtuvo el Premio Fastenrath de la RAE, y que también cuenta con versión cinematográfica, dirigida por Antonio Obregón en 1950); El jayón (Madrid, editorial La novela corta, 1917; Premio Espinosa y Cortina de la RAE; en 1918 se estrena en Madrid la versión teatral de la obra); El metal de los muertos (Madrid, editorial Gil-Blas, 1920; considerada la primera novela social española; una durísima narración sobre lo que venía sucediendo en la cuenca minera onubense); Altar Mayor (Madrid, editorial Renacimiento, 1926; Premio Nacional de Literatura, de 1927; y con versión cinematográfica dirigida por Gonzalo Delgrás y estrenada, en 1944). En 1938 empezó a perder la vista, y aunque fue operada en 1940, quedó totalmente ciega, si bien continuó escribiendo -y publicando- hasta el final de sus días (falleció en Madrid, en 1955). Y no es anecdótico recordar que Concha Espina fue propuesta para el Premio Nobel de Literatura en tres ocasiones: en 1926, 1927 y 1928 (en la primera, lo perdió por solo un voto, y recayó en la italiana Grazia Deledda). Concha Espina también fue colaboradora de diversos periódicos (El Correo Español de Buenos Aires; y, en España, La Libertad, La Nación -ambos ya desaparecidos-, El Diario Montañés de Cantabria, La Vanguardia, ABC.. Este es el enlace al artículo póstumo titulado “Palabras” y publicado en ABC:

https://www.abc.es/cultura/libros/abci-palabras-articulo-postumo-concha-espina-abc-201904140102_noticia.html

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El metal de los muertos.

Concha Espina habla sobre su novela.

https://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000181082

Edición original de la obra en formato PDF:

https://archive.org/details/elmetaldelosmuer00espi/page/n7/mode/2up

El jayón (Programa Los libros de TVE, 20-06-1976):

La UNED en TVE-2. Serie Mujeres y literatura (15-12-2017). Programa dedicado a Concha Espina.

Película Altar mayor.

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Concha Espina también compuso poesía: Mis flores (1904), Entre la noche y el mar (1933) y La segunda mies (1943). Además de estos tres libros, aparecieron poemas suyos en prensa e incluso en algunas de sus novelas. Por ejemplo, en La esfinge maragata encontramos el poema titulado “Yo soy una mujer: nací poeta”, que concluye con estos significativos versos: “Yo necesito un mundo que no existe, / el mundo que yo sueño, / donde la voz de mis canciones halle / espacios y silencios; / un mundo que me asile y que me escuche; / ¡lo busco, y no lo encuentro!…; y también el poema titulado “¡Todo está dicho ya! ¡Qué tarde llego!…, que también tiene un final algo lúgubre: “¡En este mundo lleno de canciones / ya no cabe la mía! / Loca y muda la llevo entre los labios/ sin poder balbucirla…”

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El tema del amor como un sentimiento trascendente cuenta con una larga tradición literaria. Y quizá tenga en Francisco de Quevedo su máximo exponente, es especial gracias al soneto que lleva por título “Amor constante más allá de la muerte”, y en cuyos tercetos deja clara la idea de que el alma volverá a reunirse con el cuerpo que tanto ha amado, aunque este sea ya solo polvo.

Soneto de Quevedo:

https://www.poesi.as/fq48078.htm

Ahora es Concha Espina la que recrea el tema, utilizando también como forma métrica el soneto: el amor no está sujeto a coordenadas espacio-temporales, sino que se caracteriza por su perdurabilidad, trascendiendo los límites terrenales de la vida para adquirir, así, en ese estado de plenitud, una cierta inmortalidad. Y la poetisa lo expresa con toda claridad en el segundo terceto, en el que se alcanza el clímax poético: la existencia física ha concluido… “mas, la llama de amor de nuestro anhelo, / brillará con más fuerza, como un astro / en la tranquila inmensidad del cielo” (versos 12-14).

Atendamos primeramente a la forma métrica del poema: un soneto en versos endecasílabos, todos con pausas versal, realzada por diferentes signos de puntuación que diferencian su mayor o menor amplitud. Los cuartetos se ajustan al modelo clásico, con rimas consonantes ABBA / ABBA:

A: /-úra/ (“asegura/sepultura/oscura/cura”).

B: /-énde/ (“enciende/trasciende/prende/ofende”; cuatro verbos de la segunda conjugación en presente de indicativo, lo que facilita la consonancia).

El ritmo sáfico (acentuación en cuarta y octava sílaba, además de en décima) queda muy marcado en los versos 2 (“callada eternidad”), 5 (“serena en la tiniebla”), 7 (“la apaga ni su luz”) y 8 (“hombres ni los siglos”). En cualquier caso, los cuartetos tienen una rotunda sonoridad, desmesurada en algún caso (por ejemplo, en el verso 6: “en la lumbre inmortal su lumbre pende”, con la resonancia que imprime de la aliteración de nasales, así como la reiteración del fonema vocálico /u/ en la palabra “lumbre”).

Los tercetos solo presentan dos rimas consonantes:

C: /-ástro/ (“rastro/alabastro/astro”; versos 9, 11 y 13).

D: /-élo/ (“hielo/anhelo/cielo”; versos 10, 12 y 14).

Y de nuevo el rítmo sáfico está presente en los versos 9 (“apagará de nuestra vida”), 10 (“lenguas tornaránse”, con esa posición enclítica del pronombre átono, exigida precisamente por el ritmo del endecasílabo) y 14 (“tranquila inmensidad”). Y otra vez la sonoridad, en especial en el primer terceto, con dos palabras agudas (las formas verbales “se apagará” y tornaránse) y un adjetivo esdrújulo (“rígido”).

Toda la estructura sintáctica del primer cuarteto descansa en la oración “Amor es una doble llama”. Y esa “doble llama” -que es la clásica metáfora para designar la pasión amorosa, siempre vinculada al ardor del fuego- “se asegura en lo infinito” y “se enciende en la callada eternidad”. Infinitud (“lo infinito”) y “eternidad”: es la concepción del amor como una fuerza de dimensión universal que no tiene ni puede tener fin ni término y además es inmortal; y de ahí que trascienda “la triste sepultura”, símbolo de lo finito y, por tanto, perecedero; porque el amor va “más allá”. Y, en este sentido, es muy elocuente la oposición -y contraste semántico- entre “callada eternidad” y “triste sepultura”, esta última trascendida por la “noble llama” que el amor verdadero amor comporta. Adviértase que los tres adjetivos van antepuestos a sus respectivos nombres y desarrollan insospechadas connotaciones.

El segundo cuarteto comienza con la forma verbal “brilla”, seguida de un adjetivo con valor predicativo (“serena”), pues el sujeto figura en el cuarteto anterior: “Una noble llama brilla serena [serenamente, con serenidad] en la tiniebla oscura” (verso 5). El verso 6 está montado sobre un hipérbaton, originado por exigencias de la rima: “su lumbre [la de la noble llama] prende en la lumbre inmortal”; y, de esta forma, existe una conexión con lo divino, en una especie de éxtasis místico que ahonda en la espiritualidad del amor. Los nombres vuelven a estar acompañados por un adjetivo pospuesto, que ayuda a establecer la contraposición entre “tiniebla oscura”, lo que no deja de ser una redundancia (verso 5) y “lumbre inmortal” (verso 6), en alusión al concepto de eternidad; una lumbre que la fuerza lumínica del sol ni apaga (por su intenso brillo), ni ofende (porque no rivaliza con ella) (verso 7); y que resiste el paso del tiempo indemne (verso 8, en el que el verbo “curar” adquiere un significado negativo al ir precedido de la conjunción “ni”; es decir, que la “noble llama” es incurable y el paso de los siglos no le hacen mella.

El primer terceto implica un cambio de tiempo verbal: se pasa del presente de los cuartetos al futuro; y además, se emplea el determinante posesivo de primera persona, en cada uno de los versos, con valor definido: “nuestra vida” (verso 9), “nuestras lenguas” (verso 10, en el que parece haber una referencia al lector, implicándolo en el poema), “nuestra carne” (verso 11). El verso 9 contiene un fuerte hipérbaton: “El rastro de nuestra vida se apagará”; hipérbaton que viene forzado tanto por el cómputo silábico como por la rima. Y es especialmente expresiva para indicar el deterioro que el paso del tiempo visibiliza en las personas la comparación implícita de la frialdad del hielo con la lengua que ya ha perdido la temperatura corporal del ser vivo; y, asimismo de la dureza del alabastro con la rigidez de la carne. Y, de hecho, este primer terceto cargado de negatividad, en el que sobrevuela la muerte física, “prepara” el clímax poético que se alcanza en el segundo, introducido por la conjunción adversativa “mas”, empleada para establecer una contraposición entre los contenidos de ambos tercetos; porque “la llama de amor de nuestro anhelo, /
brillará con más fuerza
” (versos 12 y 13), donde la palabra “anhelo” expresa el vehemente deseo amoroso, que es además compartido: “nuestro anhelo”; y si brilla entonces “con más fuerza” es porque se han trascendido las fronteras humanas. Y para lograr una mayor intensidad, la poetisa establece un símil que arranca en el verso 13 y culmina en el 14: “como un astro [brillará] / en la tranquila inmensidad del cielo”. Y así, el sentimiento amoroso adquiere unas connotaciones de carácter divino, libre de ataduras terrenales. En el soneto de Quevedoal que aludíamos, el alma enamorada volvía al mundo de los vivos en busca del cuerpo que la albergó; y en Concha Espina, el proceso es el inverso: “la noble llama” seguirá, cada vez más refulgente en el “más allá”, desafiando así la mortalidad, a la que trasciende.

[CONCHA ESPINA (Santander, 1869-Madrid, 1955) es una de las autoras más representativas de la Edad de Plata, tanto por su lucha personal para liberarse de algunos de los preceptos sociales que todavía continuaban imponiéndose a las mujeres, como por su perseverancia y dedicación hasta lograr que su voz literaria alcanzase un lugar privilegiado. Esta edición reúne por primera vez la obra poética de Concha Espina. Incluye, además, dos poemas inéditos que Concha Espina dedicó a sus nietas. El libro cuenta con una introducción de Fran Garcerá y un anexo fotográfico con interesante material inédito].

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