Las palabras también pueden matar, asesinar, conspirar en la sombra para obtener el poder, para que nadie esté por encima del rey, y ese rey quiere ser Ricardo III.
Si me refiero a las palabras es porque Shakespeare manejaba el lenguaje de manera magistral, y el solo hecho de ponerlo en boca de sus personajes, los hacía crueles, malvados, asesinos, déspotas.
Así lo entiende bien Nicolás Pérez Costa, y utilizando la voz y las palabras, la percusión sobre bidones de lata, escaleras, telas, en un espacio opresivo, semi oscuro, que denota desolación, distopía quizá, se alza sobre el silencio y va ejecutando a todos aquellos que se interponen en su objetivo de ser rey, el rey Ricardo III.
Con un elenco de diez intérpretes en el que tenemos que destacar, además de a Nicolás Pérez Costa a Ana Belén Beas y Goizalde Núñez, sin desmerecer en absoluto al resto, conforman el centro de una historia truculenta, orquestada bajo el ansia de poder del rey que no tendrá límites para alcanzar su aspiración al trono y cuando se vea acorralado por el conde de Richmon no perderá un ápice de su egocentrismo y altivez gritando la memorable frase shakesperiana de “un caballo, mi reino por un caballo”.
Con producción del Tío Caracoles, en medio de un espacio que carga volumen, espesor, diríamos también masa, el centro del escenario son las tripas de un volcán a punto de entrar en erupción, conseguido con la gran interpretación de Nicolás Pérez Costa, que ya demostró credibilidad dramática probada con Dos tronos, dos reinas y, anteriormente, en Juana La Loca.
De la realidad actual, salvando los asesinatos y muertes provocadas, podemos entresacar que Shakespeare, 400 años antes, ya nos hablaba de corrupción, de luchas intestinas por el poder, de ambición desmedida, de odios, de conspiraciones, de engaños, de mentiras, de políticas donde lo que importa, realmente, es el éxito personal, la adulación de los demás, la codicia sin límites.
Volviendo al montaje que nos ocupa, el ritmo es trepidante, las palabras cobran personalidad por sí mismas, el lenguaje se distorsiona en las actitudes de los personajes.
En función matinal, los sábados y domingos, la hora del vermú, también puede hacerse un hueco la tragedia, el drama bien planteado y mejor resuelto. Al fin y al cabo, es un espejo de nuestra realidad actual, y el teatro también se puede sostener con la negrura de personajes infames, con el vacío de la humanidad de reyes descomunales, aunque estén tísicos y mutilados, deformes o limitados en su aspecto físico. Es el caso de este Ricardo III, que así nos los pinta el autor, feo jorobado, presos de su falta total de empatía, quizá precisamente para suplir esos defectos que los acomplejan pero que tienen que ir disimulando a costa de la violencia y el mal carácter.
La fuerza de este personaje, la fuerza de sus palabras, la fuerza de un mundo distorsionado y convexo, donde es posible cualquier muerte.
La propuesta se completa con La experiencia Shakespeare, una exposición inmersiva previa al espectáculo que invita al público a sumergirse en el universo de la obra antes de que se levante el telón.
RICARDO III
De William Shakespeare
Adaptación y Dirección: Nicolas Pérez Costa
Música: Pablo Flores Torres
Diseño de producción escénica: Ana Belén Beas
Producción: El Tío Caracoles, IFAM
Elenco: Nicolas Pérez Costa, Goizalde Núñez, Ana Belén Beas, Zonia Lostaunau, Patricia Domínguez, Juan Miguel Talaveras, Brian Huallamares, Omar Méndez, Álex Rojo, Hugo Coello
Teatro Infanta Isabel