Torerillo en Triana
Torerillo en Triana,
frente a Sevilla.
Cántale a la sultana
tu seguidilla.
Sultana de mis penas 5
y mi esperanza.
Plaza de las Arenas
de la Maestranza.
Arenas amarillas,
palcos de oro. 10
Quién viera a las mulillas
llevarme el toro.
Relumbrar de faroles
por mí encendidos.
Y un estallido de oles 15
en los tendidos.
Arenal de Sevilla,
Torre del Oro.
Azulejo a la orilla
del río moro. 20
Azulejo bermejo,
sol de la tarde.
No mientas, azulejo,
que soy cobarde.
Guadalquivir tan verde 25
de aceite antiguo.
Si el barquero me pierde
yo me santiguo.
La puente no la paso,
no la atravieso. 30
Envuelto en oro y raso
no se hace eso.
Ay, río de Triana,
muerto entre luces.
No embarca la chalana 35
los andaluces.
Ay, río de Sevilla,
quién te cruzase
sin que mi zapatilla
se me mojase. 40
Zapatilla escotada
para el estribo.
Media rosa estirada
y alamar vivo.
Tabaco y oro. Faja 45
salmón. Montera.
Tirilla verde baja
por la chorrera.
Capote de paseo.
Seda amarilla. 50
Prieta para el torero
la taleguilla.
La verónica cruje.
Suenan caireles.
Que nadie la dibuje. 55
Fuera pinceles.
Banderillas al quiebro.
Cose el miura
el arco que le enhebro
con la cintura. 60
Torneados en rueda,
tres naturales.
Y una hélice de seda
con arrabales.
Me perfilo. La espada. 65
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.
En hombros por tu orilla.
Torre del Oro. 70
En tu azulejo brilla
sangre de toro.
Adiós, torero nuevo,
Triana y Sevilla,
que a Sanlúcar me llevo 75
tu seguidilla.
Habida cuenta de que gran parte del léxico empleado por Diego en este poema está directamente relacionado con la Tauromaquia, ofrecemos, para un mejor conocimiento del significado de los vocablos, el Diccionario taurino, publicado en la web del Centro Etnográfico y Bibliográfico Virtual del Toro de Lidia, dependiente del Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León (ITACyL).
http://www.cetnotorolidia.es/opencms_wf/opencms/diccionario_taurino/index.html
Los toros se convirtieron en una de las grandes aficiones de Gerardo Diego, que queda reflejada en libros de “poesía taurina”: La suerte o la muerte. Poema del toreo -donde reúne composiciones escritas entre 1926 y 1963)-, y la colección de estampas taurinas El Cordobés dilucidado (1964-1965).
En el año del centenario del nacimiento del poeta cántabro, Pre-Textos ofreció en el libro Poesía y prosas taurinas un buena muestra de su faceta taurófila. Rogelio Reyes Cano publica una recensión de esta obra en la Revista de Estudios Taurinos, núm. 6, Sevilla, 1997, págs. 219-226, con acertados juicios críticos.
http://institucional.us.es/revistas/taurinos/6/recension_1.pdf
En la La suerte o la muerte. Poema del toreo -toda una tauromaquia completa-, Gerardo Diego recrea a las grandes figuras del toreo (José Gómez Ortega -Joselito el Gallo-, Juan Belmonte, Domingo Ortega, Manuel Moreno Jiménez -“Chicuelo”-, Manuel Laureano Rodríguez Sánchez -“Manolete”-, Pepe Luis Vázquez, Luis Miguel Dominguín...), ya sea para elogiar su dimensión artística, ya sea para glosar su muerte -“Elegía a Joselito”, “Adiós a Manolete”...); y también recrea otros aspectos básicos de la fiesta (la variedad de lances, las diferentes suertes de la lidia, los espacios taurinos, el dramatismo de las cogidas, el papel de las cuadrillas...). “Gerardo Diego parece acercarse al fenómeno [taurino] -escribe Reyes Cano (op. cit., pág. 222)- desde la posición de aficionado cabal, de degustador espontáneo de la corrida, y no solo desde el prisma puramente cultural y estético desde el que se acercaron otros escritores de la época. [...] Y todo ello, además, con cierta competencia técnica de aficionado -sigue insistiendo Reyes Cano (op. cit., páginas. 222-223)-, propia de quien está familiarizado con ese mundo y sabe ver y analizar con rigor lo que tiene ante sus ojos. Este es, en mi opinión, otro de los rasgos diferenciadores de su literatura taurina, en contraste con la de otros poetas de su generación, atraídos por la emoción estética de la corrida pero ayunos de la información conceptual imprescindible para la cabal comprensión técnica de la misma”.
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Apoyo léxico y referencias culturales. Triana. Barrio de la ciudad de Sevilla, ubicado en la orilla este del río Guadalquivir, y unido a la ciudad por tres puentes: el de Triana, el de san Telmo, y el Cristo de la expiración. [La vía histórica de acceso a Triana, desde Sevilla, es precisamente el puente de Triana -puente de hierro que sustituyó al primitivo puente de Barcas: tablones de madera sobre trece barcas abandonadas-, construido entre 1845 y 1852 por los ingenieros Gustavo Steinacher y Ferdinand Bennetot. Fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1976]. Plaza de la Maestranza. Plaza de toros de Sevilla, una de las más bellas muestras de arquitectura taurina en el mundo, con características estructurales únicas (la forma elíptica e irregular de su ruedo, en contraste con la forma circular acostumbrada; su peculiar estilo arquitectónico, entre el tardo-barroco y el clasicismo...). Torre del Oro. Está situada en la margen izquierda del río Guadalquivir, muy cerca de la Plaza de toros de la Maestranza. [Tiene 36 metros de altura y está formada por tres cuerpos: el primero y el segundo, dodecagonales, construidos, respectivamente, entre 1220 y 1221 (por orden del gobernador almohade de Sevilla, Abù l-Ulà), y en el siglo XIV (por mandato de Pedro I el cruel); y el tercero, cilíndrico, y rematado en cúpula dorada, fue construido en 1760 (por el ingeniero militar Sebastián Van der Borcht)]. Tendido. En las plazas de toros, gradería descubierta y próxima a la barrera (espacio o callejón comprendido entre la valla que cerca el ruedo y las gradas destinadas al público.). La puente. La palabra se emplea, mayoritariamente, en masculino -y así la recoge el DRAE-, y su uso en femenino reviste un carácter arcaizante. Chalana. Para acceder al barrio de Triana había que cruzar el Guadalquivir y, si no se hacía por el puente de Triana, sino por el río, se empleaba una embarcación menor, de fondo plano, proa aguda y popa cuadrada, apropiada para transportes en aguas de poco fondo, llamada chalana. Zapatilla escotada. Calzado con abertura amplia [escotadura], de suela delgada y única, muy ligero, de color negro, con lazo en seda como adorno. Indumentaria utilizada por el diestro y la cuadrilla en la lidia. (El nombre se utiliza en plural: “zapatillas”). Estribo. Especie de escalón, situado en la barrera, por la parte del ruedo, para facilitar el salto de los toreros. Media rosa. Las medias que cubren las piernas del torero son siempre de color rosa. Alamar/cairel. Adorno típico de los “trajes de luces” que queda colgando a sus extremos, a modo de fleco. (Ambos nombres se usan en plural). Faja salmón. Cinta de seda -de color rojizo o rosado- que se coloca a la altura de la cintura, proporcionando una sensación de mayor esbeltez. Montera. Atavío para la cabeza usado por los diestros de a pie en armonía con el “traje de luces”. Por los laterales está rematada por borlas o machos. Tirilla. Tira de lienzo que se pone por cuello en las camisas para fijar en ella el cuello postizo. Chorrera. Adorno de encaje que se coloca en la abertura de la camisola por la parte del pecho. Capote de paseo. Capa corta de seda con esclavina, bordada en oro o plata, con lentejuelas, que los toreros utilizan durante el desfile de cuadrillas y al entrar y salir de la plaza. (La capa de tela de color vivo que usan los toreros durante la lidia se llama “capote de brega”). Taleguilla. Pantalón corto que pertenece al “traje de luces”, confeccionada en seda y adornada con bordados. Se ciñe a las piernas del torero hasta debajo de las rodillas donde está rematada por unos cordones que terminan en los machos, para ajustarla y apretarla. Verónica. Pase con el que el torero esperara la embestida del toro. Se ejecuta con la capa extendida, sujetada por las dos manos y, por lo general, con el torero de de costado o perfil para alargar la embestida de aquel. Banderilla. Palo delgado de 70 a 80 cm de largo, armado de una lengüeta de hierro en uno de sus extremos, y que, revestido de papel rizado y otros adornos, usan los toreros para clavarlo en el cerviguillo del toro durante el segundo tercio de la lidia (tercio de banderillas). Miura. Toro de la ganadería de Miura, famosa por la bravura de sus reses. (Precisamente un toro de esta ganadería -llamado Islero-, lidiado el 28 de agosto de 1947 en la localidad jienense de Linares, hirió gravemente a “Manolete”, que murió en la madrugada del día siguiente). Torneados en rueda. En círculos suaves y bien configurados. Hélice con arrabales. Metafóricamente, giros hacia afuera. Sanlúcar (de Barrameda). Localidad gaditana asentada en la margen izquierda del estuario del río Guadalquivir, frente al Parque Natural de Doñana.
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Diego ha demostrado a lo largo de su obra que es un verdadero maestro de la versificación, sea cual fuere el tipo de verso empleado o la estrofa elegida. Los poemas de La suerte o la muerte. Poema del toreo son una demostración de cómo se pueden adecuar los ritmos de los versos al lance, a la suerte o a la situación que quiere describir, logrando así establecer una singular analogía entre el arte literario y el arte taurino. El poema “Torerillo de Triana” cumple a la perfección esta premisa, ya que Diego ha empleado para su construcción formal la garbosa seguidilla de inspiración popular (19 en total), formada por cuatro versos de siete y de cinco sílabas combinados alternativamente y rimados entre sí en consonante (76 versos en total): “Triana/sultana”, “Sevilla/seguidilla” (-ána/-ílla); “penas/arenas”, “esperanza/Maestranza” (-énas/-ánza); etc.
Y no es casual que la palabra Sevilla se repita hasta en cuatro veces a lo largo del poema, y a final de palabra, para originar rimas consonantes, ya sea en versos heptasílabos (seguidilla 5: “Sevilla/orilla”; seguidilla 10: Sevilla/zapatilla”), ya sea en versos pentasílabos (seguidillas 1 y 19: “Sevilla/seguidilla”, inicial y final de un poema “redondo”); por otra parte, la rima /-ílla/ es la más frecuente en el poema: “amarillas/mulillas” (versos heptasílabos de la seguidilla 3), “amarilla/taleguilla” (versos pentasílabos de la seguidilla 13), “orilla/brilla” (versos heptasílabos de la seguidilla 18). Y hay, además, otras dos curiosidades que afectan a la rima: en el verso 15 (seguidilla 4: “Y un estallido de oles”; la interjección olé -usada para animar o aplaudir, que es la forma preferida por la RAE, aun cuando también “autoriza” la variante ole- ha sufrido un proceso de sustantivación, pasando a ser nombre, y de ahí que admita plural y que su empleo como palabra llana le permita al poeta hacer rimar en consonante los versos 13 y 15 (“faroles/oles”). Por otra parte, al ser la rima un recurso métrico de carácter fonético y no ortográfico, pueden perfectamente rimar en consonante las palabras “estribo/vivo” de la seguidilla 11.
Y aun cuando los encabalgamientos son escasos -dado el ritmo entrecortado de la sintaxis, con pausas versales muy marcadas- los encontramos en los versos 19-20 (seguidilla 5: “Azulejo a la orilla / del río moro”), 25-26 (seguidilla 7: “Guadalquivir tan verde / de aceite antiguo.”); y, sobre todo, en parte de los versos en los que se describe la vestimenta del torero y algunos momentos de su faena, logrando así el poeta una extraordinaria “movilidad” que acelera el ritmo poético y lo acomoda al conceptual: versos 41-42 (seguidilla 11: “Zapatilla escotada / para el estribo”), versos 45-46 (seguidilla 12: “Tabaco y oro. Faja / salmón. Montera.”), versos 47-48 (seguidilla 12: “Tirilla verde baja / por la chorrera.”), versos 63-64 (seguidilla 16: “Y una hélice de seda / con arrabales.”).
Desde el punto de vista elocutivo, Diego -que contempla la majestuosidad de La Maestranza desde el otro lado del río Guadalquivir, desde el barrio de Triana, que tantas figuras ilustres ha aportado al mundo del toreo-, cede su voz poética al “torerillo de Triana” -salvo en la estrofa inicial, en la que le invita a tomar el protagonismo (“cántale a la sultana / tu seguidilla”) para que exprese sus ansias de triunfo, envueltas en temores, en la Plaza de La Maestranza de Sevilla. Y Diego se vale de este este asunto para reparar en la singularidad de una plaza de toros única en el mundo -La Maestranza-; en la Torre del Oro, uno de los monumentos almohades más representativos de Sevilla; en el propio río Guadalquivir de esencias moras -que une Triana con Sevilla a través del puente de hierro- y en su significación histórica. Pero, sobre todo, para efectuar una detallada y sorprendente descripción de la indumentaria del torero, contemplada de abajo a arriba -y sin olvidar los adornos-, así como de los diferentes lances y distintas suertes de una corrida de toros -verónicas, banderillas, naturales, estocada, salida a hombros de la plaza...-. Y todo ello efectuado con un léxico colorista y una sintaxis suelta y fluida que otorga al poema un ritmo vertiginoso y una grata musicalidad.
La “Plaza de las Arenas / de la Maestranza” se convierte para el “torerillo de Triana” en la “sultana de mis penas / y mi esperanza” -es decir, en el lugar de su temor ante el fracaso, pero también de su esperanza en el éxito (seguidilla 2). Diego la llama “Plaza de las Arenas / de la Maestranza” con toda propiedad, ya que está situada en el barrio del Arenal, y construida en el monte del Baratillo, allanado para su edificación por la Real Maestanza de Caballería de Sevilla. Y en el verso 17 (seguidilla 5) insiste en la referencia al barrio en que está ubicada la plaza: “Arenal de Sevilla”. Previamente, la plaza es vista (en la seguidilla 3) como “arenas amarillas” (verso 9; lo que supone una sinécdoque de la materia -la arena- por la obra -el suelo del ruedo-), con sus “palcos de oro” (verso 10, en el que los palcos quedan ennoblecidos al compararlos metafóricamente con el oro, a causa del color con que están pintados).
Y junto a la Plaza de toros de la Real Maestranza, la impresionante Torre del Oro; una torre que protegía la ciudad de las invasiones por el Guadalquivir, y cuyo nombre tiene su origen en el brillo dorado que se reflejaba sobre el río, y que se atribuía a un inexistente revestimiento de azulejos, cuando en realidad ese brillo se debe a una mezcla de mortero de cal y paja prensada (tal y como quedó demostrado en la restauración efectuada en el año 2005). Diego recoge la leyenda del revestimiento de los azulejos y, por ello, en los versos 19-20 (seguidilla 5) escribe: “Azulejo a la orilla / del río moro.”. Y en los versos 21-22 (seguidilla 6), amplia esta idea, solo que ahora es el sol de la tarde, reflejado en ella, el que saca de la torre albarrana un color rojizo: “Azulejo bermejo / sol de la tarde.” [Leyendo estos versos, nos viene a la memoria el segundo cuarteto del soneto “Giralda”, incluido en Alondra de verdad, y escrito en Gijón, en 1926, tras una visita a Sevilla en 1925: “Si su espejo la brisa enfrente brilla, / no te contemples ay, Narcisa, en ella, / que no se mude esa tu piel doncella, / toda naranja al sol que se te humilla”].
La Torre del Oro reaparece en el verso 70 (seguidilla 18), para reflejar en sus azulejos la sangre del toro que ha lidiado el torerillo de Triana, y que ha matado de una certera estocada (versos 71-72: “En tu azulejo brilla / sangre de toro”). Es decir, que la Torre del Oro “sigue presidiendo” el devenir diario de la ciudad de Sevilla, con su mole sobre el Guadalquivir, al que el poeta se refiere como “río moro” (seguidilla 5, verso 20), con toda razón: el nombre Guadalquivir proviene el árabe Wad al-Kabir, que significa “el río grande”; nombre que ya existía cuando Fernando III el Santo tomó Sevilla, en 1248. Y a esa Torre del Oro confiesa el torerillo sus temores ante la lidia (versos 23-24: “No mientas, azulejo, / que soy cobarde”).
Las imágenes que giran en torno al Guadalquivir se van haciendo cada vez más sugestivas: el río está teñido con el color del aceite de los olivares que hay en sus riberas (seguidilla 7, versos 25-26: “Guadalquivir tan verde / de aceite antiguo"; versos que contienen un doble desplazamiento calificativo: la antigüedad es la del río, y lo que es verde es el color del aceite; un río que parece muerto cuando se pone el sol y ya no lo atraviesan las chalanas que enlazan Triana y Sevilla (seguidilla 9, versos 33-36: “Ay, río de Triana, / muerto entre luces. / No embarca la chalana / los andaluces”); un río que se viste de rojo con la sangre del toro que proclama el triunfo del torero, paseado a hombros por sus orillas (estrofa 18, versos 69-72: “En hombros por tu orilla. / Torre del Oro. / En tu azulejo brilla / sangre de toro”). Por cierto que Diego llama también al Guadalquivir “río de Sevilla” (estrofa 10, verso 37), que es como lo denominaron los poetas Ibn al-Jatib (1313-1374) y también Ibn Abd al-Rabinni.
Los versos 41 a 52 (estrofas 11-13) los dedica Diego a describir la fastuosa vestimenta del torero, una descripción que comienza por los pies: “Zapatilla escotada / para el estribo. / Media rosa estirada / y alamar vivo. // Tabaco y oro. Faja / salmón. Montera. / Tirilla verde baja / por la chorrera. // Capote de paseo. / Seda amarilla. / Prieta para el toreo / la taleguilla”. Aparte de la exactitud de los vocablos empleados para referirse a dicha indumentaria, hay algunos aspectos conceptuales y estilísticos reseñables en estos versos. En primer lugar, el “traje de luces” es de color “tabaco y oro” (verso 45) y, por esta razón, el “Capote de paseo” (verso 49) es de “seda amarilla” (verso 50). Conviene recordar -y Diego repara en ello- que el diestro suele llevar el capote de paseo -confeccionado en raso, tela de seda lustrosa- bordado de la misma forma que el “traje de luces” y, en ocasiones con alguna imagen realzada con hilo de color dorado. (En el verso 31 -estrofa 8- ya se había anticipado, en una eficaz sinécdoque de la parte por el todo, la vestimenta del torero: “Envuelto en oro y raso”). En segundo lugar, y tras el encabalgamiento de los versos 46-47, se produce lo que, en su momento Alarcos Llorach, comentando la poesía de Blas de Otero, denominará “tartamudeo silábico”, producto del ímpetu apasionado y vehemente con que el poeta articula tumultuosamente los mismos sonidos: “Faja / salmón. Montera” (es decir, que una palabra comienza con la misma sílaba con la que termina la inmediatamente anterior). En tercer lugar, en los versos 41 al 52 no hay un solo verbo, lo que es expresión de un estilo nominal con el que el poeta se ha limitado a enumerar las partes más significativas que componen el atavío del torero, sin perder de vista en ningún momento su colorido: “media rosa”; traje de luces “tabaco y oro”; “faja salmón”; capote de paseo de “seda amarilla”. La plasticidad de la descripción es absoluta y posee un ritmo “nervioso” -al que ayudan los encabalgamientos- que le confiere una mayor fuerza expresiva. Y, en cuarto lugar, los dos versos con que termina esta descripción de la indumentaria del torero (51-52) contienen un hipérbaton (“Prieta para el toreo / la taleguilla”) que puede venir pedido tanto por la rima (“paseo/toreo, “amarilla/taleguilla”) como por la necesidad de recalcar el significado del adjetivo “prieta” (muy ajustada o ceñida).
A partir del verso 53, y hasta el 66 (estrofas 14-17) asistimos a toda una exhibición del arte del toreo a cargo de torerillo de Triana, desde las verónicas con que recibe al toro (verso 53) hasta la estocada final con que cierra la faena (verso 66): “La verónica cruje. / Suenan caireles. / Que nadie la dibuje. / Fuera pinceles. // Banderillas al quiebro. / Cose el miura / el arco que le enhebro / con la cintura. // Torneados en rueda, / tres naturales. / Y una hélice de seda / con arrabales. // Me perfilo. La espada. / Los dedos mojo” El léxico empleado adquiere ahora resonancias vanguardistas -no olvidemos que si alguien sabe aunar tradición y vanguardia, ese es precisamente Gerardo Diego-. Empieza el torero su faena con una de las suertes fundamentales del Arte del Toreo: la verónica; y de forma bisémica, alude Diego tanto a la capa como a la ejecución con ella de la suerte: “La verónica cruje.” (verso 53; es decir, que la tela de la capa hace ruido al rozar con el cuerpo del toro); y este ruido se contagia al de los adornos -a modo de flecos- del traje de luces (verso. 54: “Suenan caireles”). Y es el propio torero el que, procurando alargar la embestida del toro con sus verónicas, las “pinta” de manera excepcional (versos 55-56: “Que nadie la dibuje. / Fuera pinceles”). A continuación viene el tercio de banderillas, y el torero ejecuta el lance hurtando con rápido movimiento de cintura el embestir del toro (verso 57: “Banderillas al quiebro”). El toro, de la reputada ganadería de Miura, pasa rozando la cintura del torero, que canaliza la embestida de aquel trazando con la mano que dirige la muleta curvas parciales; de esta forma, la “movilidad de la escena” queda reflejada en toda su peligrosa intensidad (58-60: “Cose el mira / el arco que le enhebro / con la cintura”). Por otra parte, hay una clara correspondencia semántica entre los vocablos “cose” y “enhebro”, según que la atención se desplace hacia el toro o hacia el torero; y, además, al ser el “arco” una porción de línea curva, especialmente de una circunferencia, el símil implícito “dibuja” la figura del torero dando muletas en forma semicircular y con la mano que no dirige la muleta apoyada en la cadera. Y ahora es el turno para los naturales -en número de tres-, pases de muleta que se hacen con la mano izquierda y sin el estoque, que se sujeta con la derecha (versos 61-62: “Torneados en rueda / tres naturales”, en los que es evidente la reiteración semántica que implica el empleo del adjetivo verbal “torneados” -que tienen forma redondeada- y “rueda”). Y en los dos versos siguientes (63-64) queda explicitada la forma en que se ejecutan los naturales: el toro se enrosca en el cuerpo del torero, que tiene que arquearse para seguir el semicírculo que le traza con su muleta: “Y una hélice de seda / con arrabales”. (Al haber ligado tres pases naturales seguidos, la serie se culminaría con un pase de pecho: para ejecutarlo, el matador sujeta la muleta con una mano y se coloca de espaldas al toro, el cual tras arrancarse pasa completo bajo el engaño, desde los pitones a los cuartos traseros). Sin duda, la escena descrita por Diego posee una gran belleza plástica, y parte del mérito radica en el léxico que ha elegido para plasmarla. Y dado que los naturales suelen preludiar la muerte del toro, llega el momento de la suerte definitiva, que el poeta describe con una enorme economía de medios lingüísticos (versos 65-66: “Me perfilo. La espada. / Los dedos mojo.”). El verso 65 requiere una explicación, ya que la suerte de “entrar a matar” en la tauromaquia actual -y en la época en la que escribe Diego su poema- se ejecuta en forma de volapié: el torero se coloca delante del toro (“Me perfilo”), y lo cita con la muleta baja -que lleva en la mano izquierda- obligándole a que descienda la cabeza; y, a continuación, corre hacia él clavándole el estoque -con la mano derecha- en la parte alta de la región dorsal, entre los dos brazuelos, lugar conocido como cruz (“La espada”). [Antiguamente, “la suerte de recibir” -hoy en desuso- se ejecutaba así: el torero citaba al toro con los pies juntos, inmóvil, con la espada en una mano y la muleta en la otra y, en esa posición, aguardaba al toro para, en el último momento, esquivar su embestida mediante un quiebro, y colocando la espada de forma tal que era el propio toro el que se la clavaba, merced al impulso de su propia acometida]. Sea como fuere, la estocada del torerillo de Triana es tan certera y adquiere tal profundidad que la sangre del toro llega a mojar los dedos que sujetan la espada (verso 66: “Los dedos mojo”). La estrofa 17 se cierra con dos versos (67 y 68) de idéntica estructura: dos nombres unidos por la conjunción y: “Abanico y / mirada. Clavel y antojo”. El verso 67 contiene otra sinécdoque de la parte por el todo: son los espectadores quienes contemplan asombrados la faena realizada, mientras se protegen del sol y del calor abanicándose. Y en el verso 68 contemplamos a otros espectadores arrojando discrecionalmente claveles al ruedo, al paso del torero, en reconocimiento de su triunfo. Porque se han cumplido los deseos que el torerillo de Triana anticipaba en las estrofas 3 (versos 11-12: “Quién viera a las mulillas / llevarme el toro”) y 4 (versos 15-16: “Y un estallido de oles en los tendidos”). Y ese triunfo es de tal envergadura, que el torerillo sale a hombros por la Puerta de Príncipe, que solo se abre en contadas ocasiones ante un público tan exigente como el de La Maestranza (en el toreo moderno, solo “El Juli” ha lograda traspasar los umbrales de la Puerta del Príncipe seis veces -años 2010, 2011, 2012, 2013, 2018 y 2019, hasta el momento-, superando a figuras tan emblemáticas como Curro Romero y Espartano); y la Torre del Oro es testigo de ese triunfo: sus azulejos reflejan ahora sobre el Guadalquivir la sangre del toro muerto en la arena (estrofa 18, versos 69-72). Y el poema se cierra (estrofa 19, versos 73-76) con la despedida de Sevilla, camino de Sanlúcar, de un torero “renovado” que ha cumplido su sueño de sentar cátedra en La Maestranza; y los versos de una estrofa como la seguidilla y el conocimiento del Arte del Toreo por parte de Gerardo Diego han inmortalizado una tarde de gloria (“Adiós, torero nuevo, / Triana y Sevilla, / que a Sanlúcar me llevo / tu seguidilla”.
Lenguaje poético el empleado en este poema por Diego cargado de sugerencias, y capaz, por sí solo, de emocionar al más exigente de los lectores. Como dice el propio autor -en una de sus múltiples definiciones de la poesía-, “La Poesía hace el relámpago, y el poeta se queda con el trueno atónito, su sonoro poema deslumbrado". Javier Bengoechea, en su libro citado, destaca la capacitación técnica de Diego para “emitir juicios con conocimiento de causa”. Y Reyes Cano termina su recensión del mismo -a la que ya nos hemos referido- con estas palabras que sabrán valorar los aficionados a la Tauromaquia: “[Bengoechea] resalta el respeto [de Gerardo Diego] a las diferentes formas -aun las más heterodoxas– de ejecutar el toreo; su preferencia por el toreo artístico y depurado, sin negar la pertinencia del toreo-lidia; y su defensa de la licitud moral de la fiesta en nombre de la emoción estética y de la catarsis purificadora de la colectividad”. Quizá sean estas las mejores palabras para definir también un libro como La suerte o la muerte.
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José Luis Bernal Salgado: La poesía de Gerardo Diego. Estudio bibliográfico.
Santander, Bedia Artes Gráficas, S. C., 2016,
http://www.fundaciongerardodiego.com/images/La-poesia-de-gerardo-diego.pdf