Tras el ‘Nosferatu’ de David Eggers, ahora el ‘Drácula’ de Luc Besson y el ‘Frankenstein’ de Guillermo del Toro. ¿Desde cuándo los monstruos se han vuelto sexys en la pantalla?, cabe preguntarse ante sus tres protagonistas. No en vano, el que da vida al Frankenstein de Del Toro, Jacob Elordi, acaba de ser elegido el actor más atractivo del año según la revista ‘People’. La pregunta lleva a otra. ¿Qué ingrediente oculto duerme en el horror para que venga a resultarnos eróticamente fascinante?
Los monstruos de ficción operan como un reflejo del tiempo en que nacen. El sueño de la razón produce monstruos, vaticinó Goya, aludiendo a aquel Siglo de las Luces que acabó desembocando en el de las tinieblas. Los hijos del Romanticismo ya lo interpretaban de otra manera. Mandan los desafiantes dandis byronianos, cisnes negros alzados en rebeldía contra el naciente cientifismo y su emblema: la electricidad.
El Frankenstein de Mary Shelley supera al fangoso Golem de los cabalistas medievales. Su homúnculo no sólo es de carne mortal, sino de carne muerta animada por una chispa eléctrica. La alta tecnología de su tiempo al servicio de un sueño vigente en el nuestro: jugar a ser dioses.
Del Toro remite el mito a lo esencial de la condición humana. Lo prevalente no es el horror, sino un debate existencial entre la criatura y su creador. Perfectamente homologable al drama latente en la versión original. También Mary Godwin, su nombre de soltera antes de emparejarse con Shelley, fue una hija repudiada, tan merecedora de compasión como el hijo poco o nada natural del doctor Frankenstein.
Dos siglos después, Del Toro recupera esa lectura emocional. Como un contrapunto al horror, la búsqueda de comprensión. También la de una identidad en un ser que no sabe quién es. Sólo que es abominable.
Lo avanza Todorov en ‘Frente al límite’: deshumanizar al criminal, al monstruo, implica una segunda criminalización. La nuestra, desde el momento en que nos negamos a comprender. Del Toro va más lejos: apuesta por el perdón. “Perdona, esa es la verdadera medida de la sabiduría”. Qué bien nos vendría para cerrar tantas heridas en todos los órdenes, no sólo en los paternofiliales.
Pero si lo monstruoso no es tanto la criatura, sino la intención de crearla, queda una última incógnita. ¿Qué clase de monstruos está engendrando el mundo actual, fuera de la pantalla? Me temo que unos cuantos difícilmente encuadrables en el rango de los sex symbols. Y sin embargo humanos, incluso en el abismo.