Mutaciones del mito, en consonancia con los valores dominantes en cada tiempo y en cada sociedad. Eso que tanto le interesaba a Roger Caillois. Hablaba de la ambigüedad de lo sacro -a la vez que impone la norma instiga su transgresión-. La fiesta y la guerra. Ambas orgiásticas e incontrolables. Potencias atávicas que devienen fuerzas históricas, fuera o dentro de cada uno de nosotros, también en Navidad.
Hoy, a través de otro binomio mítico: el vértigo de lo irracional, el azar, como anverso del destino. O lo que viene a ser lo mismo en la nueva religión consumista: comenzando por la lotería nacional, y todo lo que aparejan las orgiásticas celebraciones navideñas. Ese concierto o desconcierto de rituales paganos que, en su aparente desmesura, restablece el orden secreto del mundo, allá donde se produce su quiebra.
También con su sanción, adaptada a los tiempos modernos a través de un personaje legendario. ¿Se acuerdan del Calvo de la Lotería? Fue el icono de la Navidad desde 1998 a 2005. No volvimos a saber de él hasta hace un par de meses, cuando trascendió la noticia de que ese actor británico, Clive Arrindell, había fallecido en 2024. Solo, enfermo, arruinado, víctima de una larga depresión. El hombre que soplaba polvo de estrellas desde la palma de su mano al compás de una música celestial, no tuvo ningún número ganador, ni un ápice de magia navideña en su final.
Una dramática manera de recordarnos la cruda esencia teatral de estas fiestas, perfectamente comparable al Show de Truman, esa película cuyo protagonista vive en la estricta telerrealidad. Él sin saberlo. Nosotros encantados de zambullirnos en este escaparate de ilusionismo donde todo es simulacro, orientado al consumo puro y duro, pautado por la obligación de regalar. Simulacro en el empalagoso ternurismo ambiente, en el alumbrado de opereta, en las esquizofrénicas cenas familiares, en el sueño húmedo de tantos y tantas: antes de los sacramentos prescriptivos, la comunión con champán y doce santas uvas como obleas, ser al fin felices si comienzas las fiestas con un décimo premiado. O, del Gordo al Niño, si las acabas con otro, aunque sea de consolación.
El mito también guarda su lección en esto. La diosa Fortuna es caprichosa: no suele complacer a sus devotos. Más bien se complace en castigarlos. Es lo que tiene degradar la alegría sobrenatural en un jolgorio material. Comer hasta reventar. Jugar a ser los Reyes Magos sin magia, solo con dinero.
Soy rico, cada vez tengo menos cosas, dijo el sabio. Feliz 2026.