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Christine de Pizan, epítome personal y literario de feminista medieval

Christine de Pizan

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Pilar Úcar Ventura | Martes 14 de septiembre de 2021

Christine de Pizan fue una defensora de la mujer, destacó por su intelectualidad y su oposición a insignes escritores que se afanaban por denostar a las mujeres en su época. Sus detractores no pudieron acallar la obra de una escritora profesional; en La ciudad de las damas recoge semblanzas de heroínas en la Historia.



Christine de Pizan nació en Venecia en 1364, hija de un alquimista y físico, fue la biógrafa del rey Carlos V: Los hechos y buenas maneras del rey Carlos V, en cuya corte se educó de manera autodidacta, siendo su padre el astrólogo real. Aprendió varios idiomas y desarrolló una intensa labor intelectual con el descubrimiento de los clásicos en una época brillante de humanismo ideológico.

Muy felizmente matrimoniada a los 15 años, quedó viuda 10 años después con tres niños a su cargo a los que sacó adelante ejerciendo como escritora. Destacan sus poemas, canciones y baladas que tuvieron una gran acogida patrocinada por muchos miembros de la nobleza, incluso por el propio rey Carlos VI.

Muy en la línea del momento, escribe el Libro de las tres virtudes dedicado a Margarita de Borgoña: interesante título didáctico y moralizante acerca del comportamiento femenino que corresponde a una hija de reyes.

Su poemario, extenso y personal, refleja sus vivencias en la corte, producto de la observación de sus próximos y de todos cuantos ocupaban las estancias palaciegas.

Se arriesgó a plasmar su propia vida, sin disimulos y sin ánimo de escamotear la realidad, con su propia firma, sin seudónimo ni anonimatos, al gusto de la centuria, y más siendo mujer.

Evitó solapar emociones, y en sus páginas encontramos sentimientos de tristeza y nostalgia por la ausencia del amor de su vida: “Solita estoy y solita quiero estar”.

El mérito de sus versos consiste en trazar una línea narrativa que transita por caminos afectivos con un estilo de importantes efectos expresivos. Gozaron de gran popularidad por la cercanía que destilaban. Consigue identificarse con muchos de sus lectores, reflejados en esas rimas. Posee el acierto de mezclar lo más íntimo con historias de personajes famosos: Libro de la mutación de la fortuna (1403). Maneja con maestría el retoricismo en Las epístolas de Otea a Héctor (1400), un recopilatorio de 90 narraciones en forma de alegoría. Dentro de la línea del didactismo publica El camino del largo estudio.

Muy interesada por las mujeres de su alrededor, organizó un grupo femenino llamado “La Querelle de la Rose” en el que se trataban temas acerca del papel de la mujer en la sociedad como sujetos para acceder al conocimiento. De estas discusiones, se vio involucrada en una controversia literaria francesa, al modo de un manifiesto, muy primitivo del movimiento feminista. Agitadora de pensamientos ostracistas y selectivos, formula de manera contundente su oposición al amor cortés tan en boga: La Epístola al Dios del amor.

Pronto conoció detractores que lejos de arredrarla, la inspiraron en la escritura de su autobiografía en 1405, La visión de Christine.

Le acompañó la polémica y la fama escandalosa: opinaba sobre temas políticos en Epístola a la reina Isabel de 1405, y sobre la justicia militar en el Libro de los hechos de armas y de caballería de 1410.

Ciudadana de su época, no podía sustraerse a la devastación de la Guerra de los 100 años y encontró consuelo a su compungimiento en el silencio conventual.

Escribe Canción en honor de Juana de Arco en 1429, en honor y reconocimiento de todas las mujeres que lucharon y defendieron su sexo (“encogido e fragile” dirá más adelante Melibea).

Y hasta aquí. Punto a su activismo y a su culminación literaria. Murió en 1430.

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