LOS IMPRESCINDIBLES - Álvaro Bermejo

“LA MEDIDA DE ELCANO”

Nao Victoria de Juan Sebastián Elcano
Álvaro Bermejo | Martes 19 de julio de 2022

Apenas veintiocho metros de eslora, siete de manga, sólo dos de calado. “¡Qué pequeña es!” No escuchas otro comentario entre quienes visitan la réplica de la nao ‘Victoria’ fondeada en el puerto de San Sebastián para rendir honores a la gesta de Elcano.



El mundo cartografiado entonces también era más pequeño. Los mapas de Toscanelli dibujaban un globo terráqueo de radio sensiblemente inferior al real. De ahí la magnitud de su circunnavegación. A bordo de ese exiguo navío navegó sin una sola escala desde Timor al cabo de Buena Esperanza, demostró que la Tierra es redonda, sentó las bases de la primera globalización. Y algo en lo que apenas reparamos: ensanchando el mundo hasta una medida entonces inconcebible descubrió la inmensidad.

En su poema ‘L’Éternité’ Rimbaud la define como ese territorio del alma donde el mar no concede oriente ni esperanza. Traduce la visión del océano vigente en el mundo medieval. Un anillo acuático inconmensurable y terrorífico, pero también un concepto de infinitud semejante al cielo. Hay que imaginar el pasmo de Magallanes al adentrarse en ese océano Pacífico que no se acababa nunca. Más de cien jornadas de navegación desde la Patagonia hasta las Filipinas. Allá estaba Elcano. ¿Pensaba en que algún día podrían regresar?

Una pregunta interesante. Tras la muerte de Magallanes llega a las Molucas como capitán de la ‘Victoria’ y apuesta por lo imposible: completar la redondez de la Tierra. Cruza el Índico, rebasa los Rugientes Cuarenta, doma esa segunda inmensidad.

Colón apela a la Biblia: “Te doy las llaves de la Mar Océana”. Elcano, hombre del Renacimiento, se limita a anotar: “Saliendo por occidente volvimos por oriente”. Ya no es el mar, es la vida.

¿Acaso cada una de las nuestras navega en una nao mayor que la ‘Victoria’? Es decir, ¿somos conscientes de nuestra fragilidad, de nuestra vulnerabilidad, de nuestra inconsistencia? Siglo XXI, nos creemos dioses protegidos por cien armaduras tecnológicas, siempre a salvo. ¿Vivimos o sobrevivimos? Responde Elcano: si hay que morir, muere de tanto vivir. Atrévete. Es así como se pasa de la mera subsistencia al existir.

Tal vez la vida no sea otra cosa que un camino de vuelta a casa, un retorno al origen, a la gran madre de las aguas. Ese mar que fue la tumba de Elcano sería la cuna de su grandeza. La que esplende más en la tormenta que en la calma. De esa manera la inmensidad mide a los hombres. No por la eslora de sus naves, sino por la singularidad de sus singladuras.

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