Ramón Valle Peña (Ramón María del Valle-Inclán) nació en Villanueva de Arosa (Pontevedra), en 1886; y murió en Santiago de Compostela, en 1936. Novelista, poeta y escritor dramático. A la etapa modernista pertenecen las cuatro Sonatas -Sonata de Otoño, Sonata de Invierno, Sonata de Primavera y Sonata de Estío-, así como las Comedias Bárbaras y el libro de poemas Aromas de leyenda. Progresivamente, Valle-Inclán se aparta del estilo modernista y crea una prosa enormemente expresiva con la que deforma y degrada la realidad con terrible ironía y mordacidad. A este etapa corresponde Tirano Banderas (1926), y otros esperpentos como El Ruedo Ibérico, tres novelas que son una sártira caricaturesca de la realidad nacional en los tiempos de Isabel II, hecha desde la vertiente de un corrosivo humor.
NO DIGAS DE DOLOR
HAY una casa hidalga
A un lado del camino,
Y en el balcón de piedra
Que decora la hiedra,
Ladra un perro cansino.
¡Ladra a la caravana
Que va por el camino!
Duerme la casa hidalga
De un jardín en la sombra.
En aquel jardín viejo
El silencio es consejo,
Y la voz nada nombra.
¡El misterio vigila,
Sepultado en la sombra!
En el fondo de mirtos
Del jardín señorial,
Glosa oculta una fuente
El enigma riente
De su alma de cristal.
¡La fuente arrulla el sueño
Del jardín señorial!
Y en el balcón de piedra
Una niña sonríe
Detrás de los cristales,
Entre los matinales
Oros, que el sol deslíe.
¡Detrás de la vidriera,
La niña se sonríe!…
Los desvalidos hacen
Un alto en la mañana.
El dolor pordiosero
Gime desde el sendero
La triste caravana,
¡El dolor de nacer
Y el de vivir mañana!
¡El dolor de la vida,
Que es temor y dolor!…
¡Hermano peregrino
Que vas por mi camino,
A los labios en flor
Detrás de unos cristales,
No digas de dolor!
FUXE MEU MENIÑO
QUE VOU A CHORAR.
SÉNTATE N’A PORTA,
A VER CHOVISCAR.
Por su asombroso dominio de la lengua, Valle-Inclán está hoy considerado como uno de los más originales y notables escritores españoles del siglo XX. En La lámpara maravillosa (1916) escribe el propio autor: “Ambicioné que mi verbo fuese como un claro cristal, misterio, luz y fortaleza”. “Son las palabras espejos mágicos donde se evocan todas las imágenes del mundo”.
En el estilo de Valle-Inclán se funden diversas modalidades lingüísticas: americanismos, galleguismos, jerga urbana de Madrid, afectación de las clases pudientes de la alta sociedad, gitanismos y jerga de los bajos fondos, originales neologismos...; y todo ello con una extraordinaria naturalidad, que conforma una manera de escribir única y excepcional.
Portal Cátedra Valle-Inclán, creado en virtud de un Convenio de colaboración entre la Universidad de Santiago de Compostela y la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
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Con el título Aromas de leyenda, versos en loor de un santo ermitaño, Valle-Inclán publicó, en 1907, el primer libro de su trilogía Claves líricas. Los otros dos son El pasajero (1920) y La pipa de Kif (1919), obra esta última que ya preludia algunos rasgos del inmediato esperpento (Luces de bohemia se publica en precisamente en 1920, aunque la edición definitiva, aumentada y revisada, haya de esperar hasta 1924).
Edición de las tres obras por la editorial Rivadeneira (Madrid, 1930).
https://www.cjpb.org.uy/wp-content/uploads/repositorio/serviciosAlAfiliado/librosDigitales/Del-Valle-Inclan-Claves-Liricas.pdf
Aromas de leyenda es un compendio de 14 poemas, con variedad de formas métricas, 11 de los cuales terminan con una estrofa en gallego (no así los titulados “Ave”, “Prosas de dos ermitaños” y Estela de prodigio, que llevan los números 1, 7 y 9, respectivamente). Y en estos poemas aparece claramente reflejada la estática modernista (la que vamos a ver en la prosa de las cuatro Sonatas, con el Marqués de Bradomín como protagonista. De hecho, el libro va precedido de un soneto de Rubén Darío (que en 1888 había publicado en Nicaragua su obra Azul…, inicio de una auténtica renovación estética de la literatura en prosa y en verso); un soneto que incluirá en su obra El canto errante (1907), y cuyo primer verso ya es claramente identificativo del personaje: “Este gran don Ramón, de las barbas de chivo”.
Soneto completo:
https://www.poesi.as/rd11039.htm
Y nada más comenzar Aromas de leyenda, ya se nota el amor de Valle-Inclán a su Galicia natal y su añoranza por ella, reflejada, a lo largo de la obra, en la evocación de sus paisajes, de sus actividades rusticas, de la devoción candorosa e ingenua…; y también en el empleo de la lengua gallega que, a modo de estribillo, cierra la mayoría de estos poemas. El profundo sentido pictórico y, en cierto modo, “primitivista” le lleva a comenzarlos con inicial miniada, propia de libros medievales de contenido religioso; porque un sentido cristiano es común a los poemas y, en particular, a los que acogen tradiciones marianas, apoyadas en viejas cantigas de la Virgen.
Y hemos elegido para su comentario el poema IV, que lleva por título “No digas de dolor”: y, de acuerdo con el original, hemos respetado la mayúscula inicial en cada verso, aunque no corresponda desde una perspectiva puramente ortográfica.
Componen el poema 42 versos heptasílabos repartidos en 6 estrofas de 7 versos, todos en lengua castellana, seguidos de 4 versos en lengua gallega. Las estrofas de siete versos forman una modalidad de séptima de arte menor, en la que la rima ha quedado a gusto del poeta, aunque con la limitación de que no deben rimar en consonante tres versos seguidos. Y este es el esquema seguido por Valle-Inclán (basta con aplicarlo a la primera de las séptimas, porque las cinco restantes lo repiten):
-abba-a (es decir, quedan libres el primero y el sexto, mientras que el segundo rima con el quinto y el séptimo, y el tercero con el cuarto:
2, 5 y 7. /-íno/ (“camino/cansino/camino”).
La estrofa final en lengua gallega se compone de cuatro versos, y forma una copla; con rima aguda consonante en los pares:
/-ár/ (“chorar/choviscar”) y libre en los impares (“meniño/porta”). (No nos parece necesaria la traducción al castellano, porque es fácilmente comprensible y las palabras adquieren diferentes sonoridades en ambas lenguas).
Un ambiente “decadentista” recorre todo el poema. Estrofa primera. El típico balcón gallego de piedra abrazada por la hiedra es la nota exterior que caracteriza a una casa hidalga que se halla situada al borde del camino por el que transita una caravana a la que ladra un perro al pasar. Y tres matizaciones: la “casa hidalga” es aquella en la que habita una persona que por linaje pertenecía al estamento inferior de la nobleza; el empleo del verbo “decorar” (‘adornar un sitio’) aplicado a la hiedra que reviste el balcón de piedra tiene una clara connotación embellecedora; el adjetivo “cansino” define la actitud indolente propio de muchos perros callejeros que deambulan de acá para allá en los pueblos y suelen ladrar al paso de carruajes.
Estrofa segunda. En ella se describe el silencio que envuelve el viejo jardín sombrío de la casa hidalga, que le confiere un aire misterioso. De manera consciente, el autor ha repetido las palabras “jardín” y sombra”: “jardín”, en plan anafórico a principio de versos consecutivos; y ”sombra, al final de verso para facilitar la rima. Especialmente significativa es, por un lado, la forma en que Valle-Inclán expresa la sensación de silencio ambiental: “El silencio es consejo, / Y la voz nada nombra”; y por otro la transición del silencio al misterio que, en una relación de causa-efecto, se apodera del umbrío jardín: “¡El misterio vigila, / Sepultado en la sombra!”.
Estrofa tercera. En la zona de los mirtos (el poeta ha preferido este nombre al de arrayanes) del jardín, calificado de “señorial”, se encuentra una fuente que vierte (metafóricamente “glosa” agua transparente y pura (“su alma de cristal”) Adviértase el “estatismo” del léxico empleado: (“la fuente arrrulla el sueño”); y la tendencia, propia de Valle-Inclán de recurrir al participio de presente inusitado (“riente”). Y de nuevo, la reiteración semántica múltiple (“del jardín señorial”). El ritmo se va ralentizando; los vocablos agudos a final de verso le dan a la estrofa una musicalidad que no llega a ser estridente (“señorial/cristal/señorial”). Y el leve hipérbaton -que deshacemos- viene determinado por exigencias de la consonancia de la rima: “una fuente glosa oculta…”. Hemos pasado del “silencio misterioso” -de la estrofa anterior-, que se ha apoderado del jardín en sombra, al “riente enigma” que suscita el agua de una fuente oculta.
Estrofa cuarta. Volvemos al balcón de piedra, cuando el sol desparrama sus dorados rayos (es decir, “entre los matinales / oros, que el sol deslíe”); tras los cristales, hay una niña sonriendo. El efecto lumínico del sol ha terminado por convertir esos “cristales” en una “vidriera”. Y, como en la estrofa anterior, el verso 2 y el 6 son idénticos, aunque en este caso hay un cambio de determinante, que tiene su efecto estilístico, porque se pasa de la indeterminación (“verso 2: una niña”) a la concreción (verso 6: “la niña”). Los movimientos siguen siendo tenues, y así lo indica el valor significativo de los verbos: “sonríe/deslíe/sonríe”. Adviértase, además, el paralelismo morfosintáctico y rítmico, junto a la eufonía-, de los versos 3 (“Detrás de los cristales”) y 6 (“Detrás de la vidriera”).
Estrofa quinta. Ahora se matiza más el significado nada metafórico de la palabra “caravana” empleada en la estrofa primera: es un grupo de personas “desvalidas” y “pordioseras” que se desplazan unas tras otra formando fila con el dolor incrustado en el alma, lo que el poeta expresa con dos versos de duro contenido -y además con entonación exclamativa-: “¡El dolor de nacer / y el de vivir mañana!”. Por eso, el adjetivo “pordiosero” se ha desplazado de la persona a la afección que le aqueja (“dolor pordiosero” figura retórica denominada hipálage-); y hasta el paisaje, humanizado, se conmueve gimiendo. El léxico seleccionado envuelve en patetismo la escena descrita: “los desvalidos”, “el dolor pordiosero”, “gime”, “triste”. Este último adjetivo califica como epíteto a “caravana”, subrayando así el dolor que padece una comitiva acompañada por una angustia existencial permanente: la conjunción de tres palabras (“dolor/nacer/vivir” y ese salto del ayer (“nacer”) al mañana sin esperanza (“vivir”) cierra una estrofa envuelta en un clima de insoportable dramatismo; y máxime si se tiene presente que esa “caravana” de “desvalidos” que “hacen / un alto en el camino” la contempla, desde los cristales del balcón de piedra de un casa hidalga, una niña que sonríe..
Sexta estrofa. El poeta toma la palabra para, en un breve apóstrofe lírico, dirigirse al “hermano peregrino”, una vez que ha identificado los conceptos de “dolor” y “temor” aplicados a “la vida”: “¡El dolor de la vida, / Que es temor y dolor!…”. Y se implica directamente al llevar el mismo camino que el peregrino con quien ha entablado, el monodiálogo: “que vas por mi camino”. Y desde luego, y por el contexto de la obra, es un devoto camino de salvación; y de ahí el verso con que se cierra la estrofa: “No digas de dolor”.
El poema concluye con la estrofa en lengua gallega a la que ya hemos aludido, y que aporta ese encanto que esta lengua tiene para evocar emociones íntimas:
“FUXE MEU MENIÑO
QUE VOU A CHORAR.
SÉNTATE N’A PORTA,
A VER CHOVISCAR”.
Para hecernos una idea del carácter modernista de la prosa de Valle-Inclán, y poder comparar los recursos empleados en dicha prosa con los que figuran en Aromas de leyenda, nos basta con transcribir un breve fragmento de la Sonata de Otoño. (1903, la primera de las cuatro en publicarse). Nos situamos en los jardines del palacio de Brandeso. La evocación corre a cargo del El marqués de Bradomín -“el más admirable de los Don Juanes: Feo, católico y sentimental”.
Bajo el cielo límpido, de un azul heráldico, los cipreses venerables parecían tener el ensueño de la vida monástica. La caricia de la luz temblada sobre las flores como un pájaro de oro, y la brisa trazaba en el terciopelo de la yerba, huellas ideales y quiméricas como si danzasen invisibles hadas. […] Los caracoles, inmóviles como viejos paralíticos, tomaban el sol sobre los bancos de piedra: Las flores empezaban a marchitarse en las versallescas canastillas recamadas de mirto y exhalaban ese aroma indeciso que tiene la melancolía de los recuerdos.
El ambiente se ha descrito por medio de una asombrosa conjunción de elementos artísticos -literarios, plásticos, musicales, etc.- que muestran todo el refinamiento de la estética modernista. El esfuerzo con que ha sido trabajada la lengua es considerable, hasta topar con la forma expresiva más adecuada: El léxico refleja el embellecimiento de la realidad; predominan las palabras llenas de colorido y también las palabras de grata musicalidad, especialmente las esdrújulas; abundan los adjetivación, hasta el punto de que apenas hay nombres que no vayan acompañados de un adjetivo; el exquisito lenguaje metafórico encierra imágenes de gran belleza y sutileza…
Nada rompe el hálito de calma y apacible encanto que se desprende de esta prosa, repleta de vocablos cuya significación está cargada de blancura y estatismo, de vocablos que sugieren sosiego, tranquilidad, silencio: movimientos tenues. ruidos apagados…
Texto completo de la Sonata de Otoño:
https://www.larramendi.es/es/consulta/registro.do?id=23340