EL RINCÓN DE LA POESÍA

Dámaso Alonso: Un maestro en la interpretación de los Clásicos Hispanos

Dámaso Alonso

Nuestro poema de cada día

Fernando Carratalá | Domingo 12 de octubre de 2025
Dámaso Alonso nos enseñó a interpretar no sólo a Góngora, sino a otros muchos de nuestros grandes clásicos, abriendo además el camino para su abordaje estilístico.


Una voz de España

Desde el caos inicial una mañana

desperté. Los colores rebullían.

Mis tiernos monstruos ruidos me decían:

“mamá”, “tata”, guauguau”, “Carlitos”, “Ana”.

Todo -“vivir”, “amar”- frente a mí gana,

como un orden que vínculos prendían.

Y hombre fui. ¿Dios? Las cosas me servían:

yo hice el mundo en mi lengua castellana.

Crear, hablar, pensar, todo es un mismo

mundo anhelado, en el que, una a una,

fluctúan las palabras como olas.

Cae la tarde, y vislumbro ya el abismo.

Adiós, mundo, palabras de mi cuna:

adiós, mis dulces voces españolas.

Nuestra heredad

Juan de la Cruz prurito de Dios siente,

furia estética a Góngora agiganta,

Lope chorrea vida y vida canta:

tres frenesís de nuestra sangre ardiente.

Quevedo prensa pensamiento hirviente;

Calderón en sistema lo atiranta:

León, herido, al cielo se levanta;

Juan Ruiz, ¡qué cráter de hombredad bullente!

Teresa es pueblo, y habla como un oro;

Garcilaso, un fluir, melancolía;

Cervantes, toda la Naturaleza.

Hermanos en mi lengua, qué tesoro

nuestra heredad -oh amor, oh poesía-,

esta lengua que hablamos -oh belleza-.

Hermanos

Hermanos, los que estáis en la lejanía

tras las aguas inmensas, los cercanos

de mi España natal, todos hermanos

porque habláis esta lengua que es la mía.

Yo digo “amor”, yo digo “madre mía”,

y atravesando mares, sierras, llanos

-oh gozo- con sonidos castellanos,

os llega un dulce efluvio de poesía.

Yo exclamo “amigo”, y en el Nuevo Mundo,

“amigo” dice el eco, desde donde

cruza todo el Pacífico, y aún suena.

Yo digo “Dios”, y hay un clamor profundo;

y “Dios”, en español, todo responde,

y “Dios”, sólo “Dios”, “Dios”, el mundo llena.

Dámaso Alonso: Tres sonetos sobre la lengua castellana con tres comentarios.
Madrid, editorial Gredos, 1958.

Quienes nos hemos dedicado al mundo de la docencia y de la literatura hemos aprendido y disfrutado leyendo libros de Dámaso Alonso, el que fue discípulo de Ramón Menéndez Pidal, a quien sucedió en la Cátedra de Filología Románica de la Universidad de Madrid, tras su jubilación. Y si Menéndez Pidal fue director de la RAE durante 32 años (desde 1947 hasta su fallecimiento en 1968), Alonso también lo fue (desde 1968 hasta 1982), y su actividad estuvo encaminada a propiciar encuentros con las academias hispanoamericanas para mejorar el uso de nuestra lengua común (la ASALE se creó en 1951, y hoy reúne a las 23 Academias de la Lengua Española).

En el siguiente enlace hay una muestra de su ingente producción de crítica literaria:

https://www.cervantes.es/bibliotecas_documentacion_espanol/biografias/dublin_damaso_alonso_1.htm

Y Dámaso Alonso fue también un notable poeta; “a rachas”, según sus propias palabras; pero tan fundamental en la historia de nuestra poesía como para haber encabezado la “poesía desarraigada” con Hijos de la ira (1944). Y si hoy, 12 de octubre, lo traemos a estas páginas, es porque en 1958 publicó un folleto (llamémosle así, porque solo tiene 14 páginas) en el que figuran Tres sonetos sobre la lengua castellana; unos sonetos que hoy pueden leer y disfrutar más de 600 millones de personas (que es número de hispanohablantes que, según el Instituto Cervantes, hay distribuidos por todo el mundo (entre nativos, con competencia limitada y estudiantes). De hecho, este es el mapa actual de los países de habla hispana:

Y volvamos a los sonetos de Alonso. Abandonemos por un momento los planos lingüísticos para adentrarnos solo en su hermoso contenido. El primero de la serie lleva por título “Una voz de España”, título que justifica el verso octavo, que es la piedra angular del soneto: “yo hice el mundo en mi lengua castellana”. Y en él nos explica que para “nacer al mundo” es necesario aprehender la realidad por medio de la nominalización; y, en su caso, a través precisamente de la lengua castellana, y con palabras tales como las que recoge en el verso 4 (“mamá”, “tata”, guauguau”, “Carlitos”, “Ana”). Ese proceso de “despertar” desde “el caos” a la vida se manifiesta en el segundo cuarteto: por medio del lenguaje -como medio de interacción social- se aprender a ser persona y uno se va paulatinamente adueñando de cuanto tiene a su alcance en un entorno lingüístico determinado que acaba por incorporar a su propia identidad. Y así lo proclama Alonso en el primer tercero: “Crear, hablar, pensar, todo es un mismo / mundo anhelado, en el que, una a una, / fluctúan las palabras como olas”. Y si el soneto empieza con esa “mañana” en la que el poeta despierta a la vida a través de su comunicación con voces castellanas, se cierra, en el segundo terceto, con su despedida del mundo, cuando “cae la tarde y vislumbro ya el abismo” (verso 12); y para ello evoca esas “dulces voces españolas (verso 14: el poeta emplea el adjetivo “españolas” para universalizar su idioma) que le han acompañado desde la cuna. Es su peculiar “adiós” (que es, además, su forma no solo de despedirse de dichas palabras, sino también de desearles que sigan bajo la protección de Dios: “id con Dios” [mis dulces voces españolas]).

Este soneto nos trae a la mente un texto de Pedro Salinas sobre el mismo tema, en el que expresa magistralmente el papel del lenguaje en la formación de la persona y el poder de la palabra:

El mundo exterior se extiende ante él, todo confuso, como amontonamiento de heterogeneidades, de formas variadas, indistinto, misterioso, indiscernible. Empieza a andar el niño por la vida como andaríamos nosotros por una vasta estancia a oscuras, en la que se guarda una gran copia de objetos, muebles, libros, estatuas. La vista no llega apercibir con exactitud ninguna cosa, yerra sobre el conjunto, desvalida; pero si enfocamos una linternilla eléctrica sobre el montón, de su abigarrada mescolanza saldrá, preciso, exacto, el objeto que el rayo de luz aprehenda en su haz. El niño, cuando dice “flor”, mirando a la rosa o al clavel, emplea la palabra denominadora, como un maravilloso rayo delimitador que capta en el desconcierto del mundo material una forma precisa, una realidad. ¡Gran momento es éste! El momento en que el ser humano empieza a gozar, en perfecta inocencia, de la facultad esencial de la inteligencia: la capacidad de distinguir, de diferenciar unas cosas de otras, de diferenciarse él del mundo. El niño, al nombrar al perro, a la casa, a la flor, convierte lo nebuloso en claro, lo indeciso en concreto. Y el instrumento de esa conversión es el lenguaje. Lo cual significa que el lenguaje es el primero, y yo diría que el último modo que se le da al hombre de tomar posesión de la realidad, de adueñarse del mundo.

Pedro Salinas: Aprecio y defensa del lenguaje.

Editorial de la Universidad de Puerto Rico, San Juan, Puerto Rico, 1944.

El segundo soneto se titula “Nuestra heredad”. Alonso ha querido emplear el vocablo en desuso “heredad” (que proviene del latín hereditas,-atis), con el mismo significado que “herencia”; sin embargo, este otro vocablo proviene también del latín, pero con diferente etimología: de haerentia, nominativo plural del participio activo de haerēre [estar adherido, influido en su significado por “heredar”]. Y en la quinta acepción encontramos esta definición: “Rasgos o circunstancias de índole cultural, social, económica, que influyen en un momento histórico procedentes de otros momentos anteriores”. Y esta es, precisamente, “nuestra heredad” a los países de habla hispana: una impresionante nómina de escritores cuya obra literaria ha enriquecido el valor estético de nuestra lengua común. Y Alonso evoca los nombres de San Juan de la Cruz, Luis de Góngora, Felix Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Pedro Calderón de la Barca, Fray Luis de León, Juan Ruiz, Santa Teresa de Jesús, Garcilaso de la Vega...¡y cierra la lista con Miguel de Cervantes! Pero lo verdaderamente sorprendente es cómo acierta a incrustar en el riguroso esquema del endecasílabo -que tiene sus peculiaridades rítmicas- aquel rasgo que, a su juicio, puede servir de “tarjeta de presentación” de cada uno de esos escritores, ya sean poetas, narradores, dramaturgos, e incluso egregios representantes de cualquiera de los géneros literarios. De san Juan de la Cruz dice: “prurito de Dios siente”, y si entendemos por “prurito” el ‘deseo persistente y excesivo de hacer algo de la mejor manera posible’, podemos afirmar que ha encontrado el vocablo que, aplicado a su actitud mística, lo define a la perfección: Juan de Yepes persigue la unión del alma con Dios; y baste como ejemplo leer “Noche oscura del alma”, poema en el que se funden la amada (el alma) y el Amado (Dios):

https://ccat.sas.upenn.edu/romance/spanish/219/06oro/sanjuannocheoscura.html

De Luis de Góngora afirma que “[la] furia estética [lo] agigante”; no en vano es el creador de un a lengua expresa para la creación literaria, totalmente alejada de la de la comunicación ordinaria, y en la que la formalización lingüística de los contenidos tiene mayor relevancia que los contenidos mismos, hasta el extremo de haber creado un estilo propio, bautizado con el nombre de culteranismo. La “Fabula de Polifemo y Galatea” es buen ejemplo de ello:

https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/fabula-de-polifemo-y-galatea--0/html/fedcc184-82b1-11df-acc7-002185ce6064_2.html

Y de Lope de Vega destaca que “chorrea vida y vida canta”; porque, en efecto, en Lope de Vega el frenesí vital va unido a su producción literaria, transida de pinceladas autobiográficas (ya sea en el terreno sentimental o religioso); además de ser el creador del teatro nacional. Sus planteamientos dramáticos se encuentran desarrollados en la obra en endecasílabos blancos “Nuevo arte de hacer comedias en este tiempo”:

https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/arte-nuevo-de-hacer-comedias-en-este-tiempo--0/html/ffb1e6c0-82b1-11df-acc7-002185ce6064_4.html

El endecasílabo que cierra el primer cuarteto presenta a Juan de la Cruz, a Góngora y a Lope como “tres frenesís de nuestra sangre ardiente”. Y de nuevo acierta Alonso con el vocablo que elige, al encuadrarlos a los tres bajo la etiqueta de “frenesís”, lo que implica ‘con una violenta exaltación del ánimo”, que los convierte en los mejores representantes de “nuestra sangre ardiente”, es decir, apasionada y fogosa.

Ya en el segundo cuarteto, de Quevedo le interesa a Alonso subrayar que “prensa pensamiento hirviente”; y nada mejor que emplear el verbo “prensar” para sintetizar el ideal conceptista de “tantas palabras cuantas ideas”, en busca de la mayor concisión expresiva posible, para lo que se requiere un desbordado ingenio. (“Prensar” significa, obviamente, ‘apretar para compactar’, que es precisamente el ideal estético de Quevedo, en prosa y en verso). Puede servirnos como ejemplo la prosa que exhibe en su obra “Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños, en todos los oficios, y hilados del mundo”, y de la que Francisco Induraín nos presenta una selección anotada:

https://www.cervantesvirtual.com/obra/los-suenos/

De Calderón de la Barca le interesa a Alonso destacar su faceta filosófico-teológica (“[el pensamiento] en sistema lo atiranta” [‘atirantar’ = fortalecer]; un dramaturgo que fue capaz de plantear en “La vida es sueño” el triunfo del libre albedrío (es decir, la capacidad del ser humano para tomar sus propias decisiones) sobre la predestinación, gracias a la razón, que le lleva a no sucumbir ante la fuerza de un sino predeterminado. Escuchemos los dos monólogos de Segismundo (el primero aparece al principio de la obra; el segundo, al final de la primera jornada):

A Fray Luis de León, que siente gran nostalgia del cielo, lo presenta Alonso “herido”, pero con capacidad para reponerse ante la adversidad. Es el agustino encarcelado por la Inquisición: cinco años de cautiverio por haber vertido al castellano el “Cantar de los Cantares” de Salomón y haber defendido la versión hebrea de la Biblia frente a la latina; y siempre encomendándose a la Virgen para que remediara su situación. En este sentido, la “Oda a Nuestra señora” pasa por ser, en palabras del padre Ángel Custodio Vega (O.S.A.), “la mejor poesía a la Virgen en lengua castellana y tal vez del mundo entero”. Podemos leerla en el siguiente enlace:

https://ciudadseva.com/texto/oda-21-a-nuestra-senora/

Para el Arcipreste de Hita reserva Alonso la exclamación “¡qué cráter de hombredad bullente!” [‘hombredad’ = hombría]. Y no le falta razón, una vez más, a Alonso; en especial si nos fijamos en la descripción que Trotaconventos le hace a la monja Garoza del propio Arcipreste de Hita, cuya amistad pretende, en las coplas 1485 a 1489 del Libro de Buen amor; porque podría tratarse de un retrato autobiográfico, aun cuando tal descripción se ajuste al canon retórico medieval del hombre “doñeador” -galanteador-, tanto en lo referente a su fisonomía como a su temperamento. Sea como fuere, en este enlace figura el aludido retrato:

https://www.poesi.as/ahlba0076.htm

Referencias a Teresa de Jesús, Garcilaso de la Vega y Cervantes conforman el primer tercero. El verso “Teresa es pueblo, y habla como un oro” caracteriza el lenguaje de la santa de Ávila. Porque, en efecto, la prosa de santa Teresa prescinde de artificios literarios, pues no está inspirada por una finalidad estética -y menos aún de carácter intelectual-, sino de orden didáctico, al perseguir “el bien de las almas”; y, por ello, al escribir para gentes sin una especial preparación teológica, recurre a un estilo de gran sencillez y espontaneidad, que refleja el habla coloquial de la Castilla de la segunda mitad del siglo XVI -sin galanuras cortesanas, refinamientos cultos o alardes eruditos-, con abundancia de formas populares, de diminutivos que ayudan a crear un clima de enorme afectividad, de descuidos gramaticales que originan construcciones sintácticas incorrectas...; en definitiva, haciendo gala de una llaneza y naturalidad con la que logra explicar de forma altamente didáctica los más sutiles e intrincados efectos de la unión amorosa del alma con su creador. De hecho, Santa Teresa de Jesús más que escribir, habla por escrito. Leamos, por ejemplo, el episodio de la transverberación:

https://www.caminando-con-jesus.org/TERESA/TERESA-DE-JESUS-TRANSVERBERACION.htm

Para Garcilaso de la Vega reserva Alonso las palabras “un fluir, melancolía”; por un lado, el delicado “fluir” de sus versos exentos de retórica, de suave musicalidad; y, por otro la melancolía que hay en ellos, fruto del amor inconfeso que lleva en su pecho hacia Isabel Freyre, la musa de su poesía. Aunque no sea la mejor de las tres, la Égloga I (Salicio/Galatea, Nemoroso/Elisa; los pastores representan al poeta y las pastoras a su amada) es fruto de una introspección amorosa desconocida en nuestra poesía anterior, con una naturaleza en la que se proyectan los estados anímicos del poeta, y una nueva estrofa -la estancia- manejada con gran maestría técnica. En este enlace puede leerse completa:

https://www.poesi.as/gvegl01.htm

Y para referirse a Cervantes le basta a Alonso con decir “toda la naturaleza”. Porque ya sea como novelista, poeta o dramaturgo, nos encontramos ante el primero de los escritores españoles. Y puesto que en su amplia obra hay mucho para poder elegir, escogemos uno de los entremeses mejor concebidos en su planteamiento y desarrollo: “El retablo de las maravillas”, del que ofrecemos versión escrita y dramatizada:

Texto:

https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-retablo-de-las-maravillas--0/html/ff328a9c-82b1-11df-acc7-002185ce6064_5.html

Representación, a cargo de la Escuela Superior de Arte Dramático de Murcia:

Y antes de pasar al segundo terceto, nos parece oportuno recordar aquí el discurso de ingreso en la RAE de José García Nieto (otro Premio Cervantes: Alonso lo recibió en 1978 y García Nieto en 1996); un discurso escrito en verso, titulado “Nuevo elogio de la lengua Española”. Al final de la primera parte, pasa revista a algunos de nuestros mejores escritores, acompañados de metáforas de un alto sentido esteticista. Nos sirven estos versos:

Por nosotros

habla

el poeta del Mío Cid,

y Nebrija y Cervantes hablan;

con nosotros escribe Teresa,

la mandadora y la bien mandada,

y San Juan de la Cruz, el madrecito,

y Fray Luis de Granada

y Fray Luis de León

y el Marqués de Santillana;

El Arcipreste, "bien mancebo de días"

que hizo "muchas cantigas de danza",

y Don Juan Manuel

y el Canciller Ayala.

A nuestra mano llega Jorge Manrique

—nardos cubriendo una mortaja—;

el autor de La Celestina, sangre

en el cuello de una paloma blanca,

y Garcilaso que hizo más hermosa

y nuestra la "melodía italiana";

Calderón que es una lluvia de oro

heráldica

en una custodia

de plata;

Lope, un relámpago de azahar en la noche,

un pétalo de so en la enramada;

Quevedo, una agonía que se ríe,

una muerte que no vuelve la espalda;

Tirso, las cuatro de la tarde en Toledo

entre almendros y entre cigarras;

Góngora, una panoplia brillante

de "espadas como labios" y labios como espadas…

No le toques ya más que así es la rosa",

así la libertad de la rosa deshojada.,

así los hilos del tejido

que ordena la poderosa trama

de los nombres. […]

Y puesto que a otros escritores dedica García Nieto la parte IV de su discurso, pensamos que es de justicia reproducirlo todo, en edición de la propia RAE:

https://www.rae.es/sites/default/files/Discurso_de_ingreso_Jose_Garcia_Nieto.pdf

Y ahora volvamos al segundo terceto del soneto de Dámaso Alonso. Lo recordamos, para evitar perder el hilo: “Hermanos en mi lengua, qué tesoro / nuestra heredad -oh amor, oh poesía-, / esta lengua que hablamos -oh belleza-”. Alonso, transido de emoción, quiere hacer partícipes a sus “hermanos” (es decir, a todos los unidos voluntariamente por un vínculo de afecto) de lo que se siente al compartir la misma lengua: “nuestra heredad”, convertida en un “tesoro”, y a la que definen tres palabras, precedidas de la interjección “oh” como manifestación de un sentimiento de alegría: “oh amor, oh poesía”, “oh belleza”, un triple caso de lo que en Retórica se llama ecfonesis (exclamación enfática para expresar emociones intensas). Y así, como comunidad supranacional, coincidimos en todo aquello que nuestra lengua común nos ofrece: por de pronto, en una literatura que nos permite el gozo espiritual de la emoción estética, y que Alonso ha condensado en los cuartetos y en el primer terceto.

Y llegamos así al último de los tres sonetos, cuyo título, “Hermanos”, adquiere la condición de vocativo: Alonso se dirige, en apostrofe lírico, a cuantos movidos por un sentimiento de fraternidad, “habláis esta lengua que es la mía”; y no solo a los que viven en España (“los cercanos / de mi España natal”, sino también a aquellos de allende de los mares (“los que estáis en la lejanía / tras las aguas inmensas”; es decir, al mundo hispánico). Y así, captada ya la atención general de sus oyentes, elige dos palabras, “amor” y “madre mía” -con el posesivo pospuesto para aumentar la afectividad-, que les traslada “un dulce efluvio de poesía” [‘efluvio’ = emanación o irradiación, en lo inmaterial], porque están expresadas “con sonidos castellanos”; y de nuevo la ecfonesis entre rayas: “¡oh gozo” para manifestar un sentimiento de alegría compartido; una lengua común que atraviesa “mares, sierras, llanos”. Y Alonso ha elegido esas palabras precisamente porque a su significado puramente conceptual añaden matizaciones connotativas de sorprendentes efectos expresivos. Y aún le quedan otras dos palabras por traer a colación, y no palabras cualesquiera, sino “amigo” y “Dios”, que son la base sobre la que pivotan, respectivamente, los dos tercetos. “Amigo”, como expresión de un afecto personal desinteresado, es palabra que, pronunciada en España, viaja hasta el Nuevo Mundo cruzando todo el Pacífico y, desde allí nos es devuelta como si de un eco se tratara, con la misma intensidad significativa: “y aún suena” (primer terceto).

El segundo terceto es la culminación no ya solo de este soneto, sino de los dos anteriores. Porque España no solo llevó al Nuevo Mundo la lengua, sino la religión católica, a la que el poeta alude indirectamente, empleando hasta cinco veces la palabra “Dios”: “Yo digo ‘Dios’, y hay un clamor profundo; / y ‘Dios’, en español, todo responde, / y ‘Dios’, sólo ‘Dios’, ‘Dios’, el mundo llena”. Somos los hablantes hispanos también “hermanos en Dios”. Y llegados a este punto, a Alonso le invade un hondo sentimiento de universalidad.

[Y no nos resignamos a recalcar la rítmica del endecasílabo que cierra el poema, para comprobar la importancia que se le concede a la palabra “Dios”: “ y ‘Dios’, lo ‘Dios’, ‘Dios’, el mundo llena” (acentos en las sílabas 2.ª -rítmico-, 3.ª -antirrítmico-, 5.ª -antirrítmico- 6.ª -rítmico-, 8.ª -rítmico- y 10.ª -estrófico-; un endecasílabo heroico de sorprendente ritmo acentual, puesto al servicio de la grandeza del contenido expresado].

Un apunte final sobre la creciente estimación nacional y universal de que goza la lengua de Castilla en la época de Carlos I. El emperador Carlos, cuando en 1517, ocupa el trono de España, ni siquiera la chapurreaba, pero pronto se convierte en su más fervoroso defensor. En 1536, en Roma, ante el papa Paulo III, su corte y los embajadores extranjeros, pronuncia un discurso en español, en el que acusa a Francisco I de Francia de desleal con la Cristiandad y le reta en duelo. Terminado el discurso, el obispo de Mâcon, embajador de Francia, se quejó de no comprenderlo bien; y el monarca le replicó: “Señor obispo, entiéndame si quiere, y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana”.

[Y ya como simple anécdota, traemos una frase que se le atribuye a Carlos I, si bien dicha atribución es más que dudosa: “Hablo español con Dios, italiano con las mujeres, francés con los hombres y alemán con mi caballo”; una frase -el empleo de una lengua concreta para un fin determinado- que, en todo caso, requiere de una breve explicación: el uso español como lengua de la religión (recordemos que la Inquisición española, desde 1478, pretendió mantener la ortodoxia católica); el uso del italiano como lengua del amor; el uso del francés como lengua de la diplomacia (aunque en aquella época eran pocas las mujeres con responsabilidades diplomáticas); y el uso alemán como lengua del Sacro Imperio Imperio Romano germánico, en el que el caballo simbolizaba la fuerza y la conquista de territorios. Desde luego, la frase es, por lo menos, ingeniosa, sea quien fuere su autor].

[FERNANDO CARRATALÁ]

El 29 de septiembre de 2025 comentamos un poema de Dámaso Alonso en esta misma revista, titulado "Rosalía tiene quince años", perteneciente a Gozos de la vista.

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