EL RINCÓN DE LA POESÍA

Carlos Murciano: Un poeta de profunda reflexión y versificación clásica

Carlos Murciano

Nuestro poema de cada día

Fernando Carratalá | Martes 14 de octubre de 2025

Carlos Murciano (Arcos de la Frontera, 1931) ha desempeñado una intensa labor creativa como ensayista (crítico de arte y literario), novelista, musicólogo y, especialmente, poeta. Su producción literaria, que sobrepasa los ochenta títulos, va dirigida no solo a adultos, sino también a lectores infantiles y juveniles. Como ensayista, destacan al menos dos obras: Las sombras en la poesía de Pedro Salinas (Santander, La isla de los ratones, 1962) y Hacia una revisión de Campoamor (Madrid, Punta Europa, 1967). Y si del novelista hablamos, hemos de citar obras como Las manos en el agua (Barcelona, editorial Noguer, 1980) y El mar sigue esperando (Barcelona, editorial Noguer, 1982; Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, 1982).



El reloj

Esto de no ser más que tiempo espanta.
La solución bajo el costado izquierdo:
un fiel reloj al que jamás me acuerdo
de darle cuerda y, sin embargo, canta.

Canta con un martillo en la garganta,
mas sé que estoy perdido si lo pierdo.
A martillazos vive su recuerdo.
Sin embargo, ni atrasa ni adelanta.

A veces se le olvida hacer ruido.
A veces hace por salir del nido
y si no lo consigue, humano, llora.

A veces suena a Dios. De todos modos
es un reloj y un día, como todos,
se quedará parado en cualquier hora.

Recitación del poema por el propio Carlos Murciano (en Palabra virtual):

https://www.palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz1.php&wid=2166&t=El+reloj&p=Carlos+Murciano&o=Carlos+Murciano

Carlos Murciano es, fundamentalmente, poeta. Entre sus obras líricas destacan las siguientes: Viento en la carne (Madrid, Rialp, 1955; Accésit del Premio de Poesía Adonáis, 1954), Un día más o menos (Barcelona, ediciones Punta Europa, 1962; Premio Ciudad de Barcelona, 1963), Los años y las sombras (Diputación Provincial de Valencia-Ayuntamiento de Gandía, 1966; Premio Ausias March, 1966), Libro de epitafios (Barcelona, Instituto de Estudios Hispánicos, 1967; Premio Juan Boscán, 1966), Este claro silencio (Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1971; Premio Nacional de Literatura, 1970), Del tiempo y soledad (Ayuntamiento de Madrid, 1978)... Murciano ha continuado publicando versos de gran inspiración y belleza: Quizá mis lentos ojos (Madrid, Instituto Hispano Árabe de Cultura, 1986), Como si nada (Sevilla, Fundación Cajasol; Premio Searus de Poesía, 1988), Sonetos de la otra casa (Madrid, ediciones Endymion, 1996; Premio de Poesía Feria de Madrid-Jardines del Buen Retiro, 1996), Algo tiembla (Distrito Sur del Ayuntamiento de Sevilla, 2010; Premio de Poesía Ángaro, 2010), Sonetos para ella (Oviedo, editorial Ars poética, 2018; escritos entre 1958 y 2018)… Y si tuviéramos que definir en dos palabras las constantes de su poesía, estas serían “hondura de pensamiento” y “versificación clásica”.

En el siguiente enlace se detallan todos los premios recibidos por Carlos Murciano en los distintos géneros literarios que ha cultivado:

https://www.cultura.gob.es/premiado/mostrarDetalleAction.do?

prev_layout=premiadoResultado&layout=premiadoFicha&cache=in

it&language=es&id=172

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El DRAE define el reloj como “instrumento para medir el tiempo; y ofrece la definición de diferentes tipos de relojes -hasta una veintena- (https://dle.rae.es/reloj). Y la onomatopeya “tictac” se usa para imitar el ruido acompasado que produce el escape de un reloj. Sin embargo, los relojes han evolucionado mucho, desde la década de 1970 y principios de la de 1980, que fue cuando se popularizaron los relojes digitales, hasta entrar en el siglo XXI, con la transformación del reloj digital en reloj inteligente. Por ello, para comentar el texto de Carlos Murciano, hay que situarlo en el contexto histórico en que se escribió el poema. Echemos por un momento la vista atrás en el ámbito poético. En el poema “Pozo” -perteneciente al libro de inspiración gongorina Perito en lunas-, por ejemplo, termina la octava que le dedica con estos dos versos: “el reloj, ¿no?, del río, sin acento, / reloj parado, pide cuerda, viento”; es decir, que la comparación del pozo con un reloj no viene solo determinada por la forma redonda de uno y otro, sino también por la circunstancia de que, para que el pozo no se seque, es preciso quitarle agua de vez en cuando, echando un cubo atado a una cuerda; de igual modo que a un reloj, para que no se pare, es necesario también “darle cuerda”. Tomemos otro ejemplo, este de Dámaso Alonso, en concreto de su soneto “Ciencia de amor”, incluido en Oscura noticia. Hablando de la naturaleza de la amada, afirma “De esta delicia, / yo solo sé su cósmica avaricia, / el sideral latir con que te quiero”: la fuerza cósmica de ese “sideral latir” con que metafóricamente presenta el universo entero como un corazón profundamente enamorado alcanza innegable expresividad. Y un tercer ejemplo: el poema de Pedro Salinas “Reloj pintado”, que pertenece a su primera obra, Presagios. El poeta se encuentra pintada una hora: las dos y veinticinco; y aunque no alcanza a comprender el porqué se ha escogido precisamente esa hora, cierra su hermoso poema con estos versos, el último de los cuales le sirve de contestación a su pregunta al respecto: “salvada de entre todas en la esfera / de aquel reló pintado, falso, alegre, / medida de lo eterno".

Este exordio viene a cuento porque el poema de Carlos Murciano tiene como fundamento un símil implícito: el corazón funciona “como un reloj” con respecto a su ritmo, hasta el día en que se para en una hora incierta.

El poema es un soneto, uno de los muchos que escribió Murciano a lo largo de su vida, y que domina con singular maestría; en este caso, 14 versos endecasílabos distribuidos en dos cuartetos con rimas consonantes ABBA / ABBA, y dos tercetos con rimas consonantes CCD / EED; de acuerdo con el siguiente esquema:

A: /-ánta/, versos 1, 4, 5 y 8: “espanta/canta/garganta/adelanta”.

B: /-érdo/, versos 2, 3, 6 y 7: “izquierdo/me acuerdo/pierdo/recuerdo”.

C: /-ído/, versos 9 y 10: “ruido/nido”. [con diéresis en “ruido”]

D: /-óra/, versos 11 y 14: “llora/hora”.

E: /-ódos/, versos 12 y 13: “modos/todos”.

Rítmicamente, los endecasílabos se reparten 54 acentos. El tipo más frecuente es el sáfico (con acentos obligatorios en las sílabas 4.ª y 8.ª): versos 2, 3, 4, 10 y 12. Una antirritmia se produce en las sílabas 5.ª y 6.ª del endecasílabo 1 (“ser más”), así como en las sílabas 9.ª y 10.ª del endecasílabo 14 (“cualquier hora”). Los endecasílabos fluyen con cierta lentitud debido a las pausas internas: los versos 4, 8 12 y 13 tienen una pausa interna, y dos el verso 11. Y se produce un encabalgamiento entre los versos 3 y 14, ya que la pausa versal no puede romper un complemento preposicional regido dependiente de un verbo pronominal (“me acuerdo / de darle”). También contribuye a imponer cierta lentitud la reiteración anafórica de la locución adverbial “a veces (versos 9, 10 y 12), así como de otras palabras: “reloj” (versos 3 y 13), “canta” (versos 4 y 5, que constituyen un caso de anadiplosis), “sin embargo” (versos 4 y 8) y “todos” (verso 12, en la locución adverbial “de todos modos” y 13 (“como todos”, en función de pronombre indefinido).

Analicemos ahora el contenido del poema estrofa por estrofa. Arranca el primer cuarteto con la constatación “espantosa” (espantar= ‘horrorizar’) de que el ser humano es finito y, puesto que el tiempo fluye (“tempus fugit”), la vida tiene fecha de caducidad. El poeta lo expresa con una afortunada imagen: “Esto de no ser más que tiempo espanta”, imagen en las que quizá yace en el subconsciente la oposición “ser/no ser”). ¿Y por qué “La solución [está] bajo el costado izquierdo? (verso 2). Pues porque en ese lugar de la cavidad torácica es donde se aloja el organismo impulsor de la sangre, es decir, el corazón, que funciona como “un fiel reloj” (verso 3; el adjetivo “fiel”, con independencia de su valor connotativo, tiene, además el significado de “que es constante en el cumplimiento de sus obligaciones”, porque mantiene con vida al ser humano). Pero a este reloj no hace falta “darle cuerda” (locución verbal que significa “tener un resorte que permite poner en marcha un mecanismo y hacerlo funcionar”); y, por eso, el poeta, en primera persona, confiesa que no se acuerda de su existencia, pero que “canta” (verso 4), verbo que metafóricamente alude a que “suena reiteradamente”; y de ahí la propiedad con que ha sido empleada la locución adverbial “sin embargo” (sin que sirva de impedimento).

El segundo cuarteto se inicia con el verbo con el que terminó el anterior (verso 5, “canta”); y cuando los latidos del corazón son fuertes -y originan palpitaciones-, pueden sentirse “en la garganta” (y en el cuello y, por tanto, no solo en el pecho). El aumentativo que contiene la expresión “a martillazos” remacha la idea de que el corazón late con fuerza (“vive su recuerdo”) y se hace notar (verso 7); y cuando está sano, “ni atrasa ni adelanta”, que es lo que le puede ocurrir a cualquier reloj mal ajustado (verso 8). De ahí que el poeta, en el verso 6, y en primera persona, afirme “estoy perdido si lo pierdo”, un original juego de palabras basado en el políptoton: el mal funcionamiento de ese “reloj fiel” que es el corazón puede ocasionar daños irreparables. Y el poeta está seguro de ello y lo expresa de manera tajante: “”; forma verbal precedida de la conjunción adversativa “mas”, para contraponer conceptos.

En el primer terceto se exponen con claridad los riesgos de la parada cardíaca; lo cual sucede “a veces” (versos 9-10). Y llegado este caso, el poeta recurre al apóstrofe lírico para dirigirse, en vocativo (“[ser] humano”, sinécdoque de singular por plural) y en presente de imperativo (“llora”) a cuantos pudieran encontrarse en esta situación, pues ya solo les queda el llanto, si no consiguen revertir la crisis (verso (11). Los paralelismos de los versos 9 y 10 ayudan a lograr unas imágenes de gran expresividad: “A veces se le olvida hacer ruido. / A veces hace por salir del nido”. Y el problema aparece cuando “no lo consigue” (verso 11).

El segundo terceto centra la atención en la palabra “Dios”, palabra sobre la que recae el acento (en 6.ª sílaba, el más importante) del endecasílabo 12: “A veces suena a Dios. De todos modos”, porque en sus manos estamos, y es quien decide cuándo se para definitivamente el reloj. No hay que olvidar que Murciano es un poeta de profundas convicciones religiosas, de las que deja sobrados testimonios en sus poemas. En realidad, ya Jorge Manrique había expresado esta idea al final de sus Coplas, en concreto, en los últimos versos de la copla XXXVIII, cuando Don Rodrigo Manrique le responde a la muerte, que viene por él: “que querer hombre vivir / cuando Dios quiere que muera, / es locura”. El reloj que rige la vida humana llegará un día en el que “como todos, / se quedará parado en cualquier hora” (versos 13-14). Y ese día “suena a Dios” (verso 12), y el corazón se para para siempre. La actitud moral de este terceto estriba en acepta la muerte como algo que nos es consustancial, lo cual ya se anuncia en el verso 1: “Esto de no ser más que tiempo espanta”.

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