Mano entregada
Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.
Tu delicada mano silente. A veces cierro
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque
que comprueba su forma, que tienta
su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso
insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca
el amor. Oh carne dulce que sí se empapa del amor hermoso.
Es por la piel secreta, secretamente abierta, invisiblemente entreabierta,
por donde el calor tibio propaga su voz, su afán dulce;
por donde mi voz penetra hasta tus venas tibias,
para rodar por ellas en tu escondida sangre,
como otra sangre que sonara oscura, que dulcemente oscura te besara
por dentro, recorriendo despacio como sonido puro
ese cuerpo que ahora resuena mío, mío poblado de mis voces profundas,
oh resonado cuerpo de mi amor, oh poseído cuerpo, oh cuerpo sólo
/sonido de mi voz poseyéndole.
Por eso, cuando acaricio tu mano sé que sólo el hueso rehúsa
mi amor -el nunca incandescente hueso del hombre-.
Y que una zona triste de tu ser se rehúsa,
mientras tu carne entera llega un instante lúcido
en que total flamea, por virtud de ese leve contacto de tu mano,
de tu porosa mano suavísima que gime,
tu delicada mano silente, por donde entro
despacio, despacísimo, secretamente en tu vida,
hasta tus venas hondas totales donde bogo,
donde te pueblo y canto completo entre tu carne.
El poeta Gerardo Diego nos ofrece una cabal imagen de Vicente Aleixandre en este poema, titulado con su nombre.
Vicente Aleixandre
¿Y el inmenso poeta que es Vicente Aleixandre?
Mas para ser poeta hay que ser bueno
antes, después y mientras. Inmenso y diminuto
es el ser, el viviente, transparentando alma.
Diminuto, zahorí, revelador histólogo
de los tejidos íntimos de la pena fraterna
ascendiendo al oculto manantial de la lágrima.
Laboratorio insigne, celda, jardín abierto
para muchos y pocos
a la sombra de una remota velintonia.
Ojos azules, lentos, leyentes, piadosísimos.
Y a su luz comprensiva
cómo se abría el corazón
del amigo que supo elegirle entre amigos
su confesor secreto, único entre posibles;
la angustia compartida, el consuelo, el abrazo
que fundía en un bloque dos almas penetrables.
¿Diminuto? E inmenso. Ya vertical creciendo
hasta perderse erecto, arbóreo, sumo, empíreo;
la savia siempre fresca para sus miraflores;
o bien sedente ahora -elipse de Academos-
magistrando silencios, anuencias y matices,
glorioso y ya inmortal en su penumbra verde:
los tres son uno solo, amor que no destruye.
¿Y el poeta indecible que es Vicente Aleixandre?
Dos son los temas en los que se asienta la producción poética de Vicente Aleixandre: la Naturaleza y el hombre; y ello ha permitido a los críticos -con José Luis Cano al frente- dividir su obra en dos etapas: la primera comprende desde Ámbito (1928) hasta Nacimiento último (1953). Los protagonistas son el Cosmos, la Creación y la Naturaleza, que -en palabras de José Luis Cano- “se sienten como arrebatados por un fuerte impulso del mundo”. El hombre no pasa de una de las fuerzas que la naturaleza despliega e impulsa en su afán amoroso unificador. La visión que tiene del ser humano es muy pesimista: el hombre es imperfección, dolor, fragilidad y vulnerabilidad. Y de esta etapa pensamos que el libro más representativo es Sombra del paraíso (Madrid, Adán, 1944), un depurado producto estético del surrealismo español. Y de este libro ya nos ocupamos en un artículo publicado en esta misma revista digital el 30 de septiembre de 2025, eligiendo para su comentario el poema que lleva por título “Nacimiento del amor”; comentario al que se tiene acceso en este enlace:
La segunda etapa de su obra se inicia en 1945, año en el que el poeta comienza la composición de Historia del corazón, que verá la luz en 1954 (Madrid, Espasa-Calpe), un libro que supone un cambio significativo en la poesía de Aleixandre, en una línea de profunda humanidad que compartirán otros libros posteriores, abandonando la concepción pesimista que tenía del hombre. En efecto, Aleixandre desnuda ahora su poesía del surrealismo y del barroquismo que este trae consigo, y afronta una profunda renovación temática y estilística, caracterizada por el acercamiento a la difícil realidad humana de cada día, a las preocupaciones del hombre, mirado positivamente -y aquí radica la novedad del libro-. Ahora su poesía está centrada -en palabras de José Luis Cano- en “la consideración del vivir humano, la solidaridad con el esfuerzo y el drama de ese vivir, en su dimensión temporal e histórica”. La Naturaleza “deja de ser protagonista y se retira al fondo de la escena, volviendo a su viejo papel de paisaje, y dejando al hombre que se adelante a un primer plano y ocupe el papel de protagonista, de héroe”.
Aquí Aleixandre retrata al hombre como ser consciente de su temporalidad (de ahí que incluya poemas a la infancia, juventud, madurez y senectud); y todo se subordina al deseo de que la poesía sea, sobre todo, “comunicación”.
Concha Zardoya, a la que debemos un detallado estudio de Historia del corazón ha señalado, entre los rasgos estilísticos más destacados de la obra, los siguientes: la perfecta maestría en el uso del versículo, que lo mismo se alarga hasta sobrepasar las 36, 37 y 38 sílabas, -e incluso llega a las 40-, que se acorta hasta el mínimo: 2, 3, 4 y 5 sílabas; la sencillez del lenguaje poético -en el que escasean imágenes y metáforas y, si aparecen, son fácilmente identificables-, en un deseo de lograr que la poesía sea comunicación, que llegue a todos los hombres y a todas partes; la ordenación continuativa de los poemas, que aunque son independientes entre sí, se condicionan unos a otros y se continúan; y, finalmente, el uso de la yuxtaposición, la ausencia de oraciones subordinadas, el predominio de la frase corta, así como la importancia de la puntuación -en especial el valor del punto, que reemplaza a los nexos-, con todo lo cual se logra un estilo sincopado de gran eficacia expresiva. (Cf. Poesía española del siglo XX. Estudios temáticos y estilísticos. Madrid, editorial Gredos, 1974. 4 tomos. Biblioteca Románica Hispánica. II. Estudios y ensayos, 114; tomo III, págs. 261-314). Y de Historia del corazón hemos seleccionado para su comentario el poema “Mano entregada”, escrito en versículos, claro ejemplo de lo que Carlos Bousoño llama “dinamismo sintáctico expresivo negativo”. Hagamos un inciso para recordar qué entiende Bousoño por “dinamismo sintáctico expresivo”. Escribe Bousoño: “Parece evidente que la acumulación en una frase (o en un periodo) de ciertas partículas comunica velocidad a la expresión; y que la acumulación de otras, al contrario, la retarda. Las primeras poseerán, así, un dinamismo positivo, mientras que las segundas estarán cargadas de dinamismo negativo [...]: aquellas palabras que aportan nociones nuevas al discurso tendrán cargas de dinamismo positivo; las que no hacen esto sino que simplemente reiteran o modifican de un modo u otro nociones anteriores o sirven exclusivamente para ligar entre sí las diversas partes de la oración impregnarán al sintagma que las contenga de dinamismo negativo. Nos importa advertir, concretamente, que dentro de este último grupo habrán de ser incluidos los adjetivos y también las reiteraciones de palabras, puesto que las reiteraciones no introducen ninguna novedad en la frase. Lo propio les sucede a los verbos subordinados. Si yo digo ‘paseo cuando hace sol’, no estoy enunciando dos conceptos bien diferenciados, ‘pasear’ y ‘hacer sol’, sino solamente uno, ‘pasear’, limitado por el otro, ‘hacer sol’. Por consiguiente, la subordinación colorea negativamente el dinamismo de los verbos. [Cf. Teoría de la expresión poética. 2 volúmenes. Madrid, editorial Gredos, 1999, 7.ª edición. Biblioteca Románica Hispánica. II. Estudios y ensayos, 7].
Bousoño distingue, pues, dos tipos de sintaxis: una lenta y morosa -dinamismo sintáctico expresivo negativo; y el poema “Mano entregada” es buen ejemplo-; y otra rápida y ágil -dinamismo sintáctico expresivo positivo-, dependiendo, en cada caso, de las categorías gramaticales y tipos de oraciones empleadas. Por lo tanto, el dinamismo expresivo negativo equivale a lentitud; una lentitud que se obtiene mediante el empleo de signos no autónomos (modificadores), es decir, aquellos que se apoyan siempre sobre uno autónomo -adjetivos y adverbios- y, al ofrecer matices del signo autónomo, no sentimos una rápida progresión, sino un regreso hacia aquello que matizan, esto es, hacia el núcleo sobre el que inciden; mediante la acumulación de oraciones subordinadas y, por tanto, no autónomas; y, asimismo, mediante reiteraciones que originan una sintaxis lenta, detenida y retardataria.
Y ahora vayamos al poema “Mano entregada”, una bellísima intuición poética de la significación y consecuencia de una mano entregada en amor. La sintaxis, en su conjunto, es retardataria, y no hace sino reflejar la morosidad del significado poemático: el gozo de amar y sus límites (oposición simbólica carne/hueso). En efecto: la riqueza de verbos subordinados -las agrupaciones estróficas segunda y tercera solo contienen dos verbos principales, de los que dependen veinte verbos subordinados-; la abundancia de adjetivos -de cuyo poder dilatorio se ha valido poeta-; las reiteraciones; la abundancia de sinónimos; la multiplicidad de complementos o determinantes que añaden pequeños matices secundarios...; todo ello contribuye a conferir a la sintaxis un ritmo lentísimo, acorde con el propio contenido expresado en el poema a través de unos solemnes versículos. (En el libro citado, Bousoño efectúa un detallado análisis de este poema -págs. 238-240-, y llega a la siguiente conclusión: “El poema ‘Mano entregada’ nos produce una impresión de lentitud psíquica, impresión que nos viene proporcionada desde una doble fuente: desde el tema y desde la sintaxis. Ahora bien: ¿por qué el poeta utiliza como tema la lentitud? [...] esa lentitud es puramente simbólica; es la traducción de otra tácita realidad: la melancolía del poeta. ¿Qué es la melancolía sino una cierta inmovilidad del alma, que hasta se traduce en inmovilidad corporal? [...] Pues bien: la poesía, basándose en esta humana reacción, acostumbra, como nuestro cuerpo, a simbolizar la tristeza por medio de la lentitud”.
[Hay otros muchos procedimientos para lograr un ritmo sintáctico lento; entre otros, los siguientes: el empleo de comparaciones; la reiteración de coordinadas copulativas por medio de la conjunción y -ya que el polisíndeton aporta cierta lentitud al ritmo-; la utilización del presente histórico en lugar del pasado puntual; el uso de verbos que indican acción durativa, sea por sus propios valores semánticos, sea por el acompañamiento de matizaciones adverbiales; la presencia de verbos en gerundio; la concurrencia de palabras de la misma familia léxica; etc., etc.].
En el extremo opuesto al poema “Mano entregada” se encuentra otro del mismo libro, titulado “En la plaza”, y cuyas últimas estrofas ejemplifican con toda claridad qué es el dinamismo sintáctico expresivo positivo. Este es el poema:
En la plaza
Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.
Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe,
/con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.
Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate, y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y
/recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con los pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
Poema este de profundo contenido humano: la propia realización personal se halla cuando uno se integra en el grupo de personas cuyos problemas se comparten. Recordemos la definición que Vicente Aleixandre hace de sí mismo como poeta: “una conciencia puesta en pie hasta el fin”. El autor sale de sí mismo, de su mundo personal, para hallarse y reconocerse en los demás. Y ahora nos encontramos con un poema montado sobre un “dinamismo sintáctico expresivo positivo”. Frente al lento discurrir de los versículos del poema “Mano entregada”, se erige la sintaxis vertiginosa de los catorce últimos versículos de este otro poema (los tres últimos del séptimo agrupamiento estrófico, así como del octavo y del noveno completos). Repárese en la rápida sucesión de formas verbales con las que Aleixandre intenta expresar el vivificador sentimiento de encontrarse “entre los demás [...] rumorosamente arrastrado” (versículos 2, 3), de encontrarse “en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido” (versículo 9)].
Texto comentado.
José Luis Campal Fernández: “Un ejemplo de modulación moral en
Aleixandre: En la plaza”. Universidad Concepción, de Chile. Acta Literaria, núm. 28 (2003), págs. 7-18).
https://scielo.conicyt.cl/pdf/actalit/n28/art02.pdf
[El poema de Vicente Aleixandre "En la plaza" representa una de las cumbres de su producción como texto civil, de modulación moral, en el que el autor entiende la vida como esfuerzo y lucha; nos encontramos ante una alegoría atemporal que exalta la vida vivida al máximo, una llamada a la coexistencia pacífica sin diferencias, en la que el poeta defiende que vivir como parte integrada en la sociedad reafirma nuestra identidad individual cuando se llega a formar parte de la comunidad].