EL RINCÓN DE LA POESÍA

Miguel Hernández y la fuerza expresiva del sentimiento doloroso de la pasión amorosa

Busto de Miguel Hernández, realizado por Eduardo Carretero (2011) y situado en la calle que lleva el nombre del poeta, en San Sebastián de los Reyes (Madrid)

Nuestro poema de cada día

Fernando Carratalá | Lunes 29 de diciembre de 2025

En 1936 aparece la obra maestra de Miguel Hernández, El rayo que no cesa, conjunto de poemas, en su mayor parte sonetos -un total de 27, de rigurosa factura clásica-, cuyo tema central es la frustración amorosa del poeta. De esta obra presentamos y comentamos el soneto números 6.



Umbrío por la pena, casi bruno,

porque la pena tizna cuando estalla,

donde yo no me hallo no se halla

hombre más apenado que ninguno.

Sobre la pena duermo solo y uno,

pena es mi paz y pena mi batalla,

perro que ni me deja ni se calla,

siempre a su dueño fiel, pero importuno.

Cardos y penas llevo por corona,

cardos y penas siembran sus leopardos

y no me dejan bueno hueso alguno.

No podrá con la pena mi persona

rodeada de penas y de cardos:

¡cuánto penar para morirse uno!

En La obra completa de Miguel Hernández. Madrid,
EDAF (Madrid, 2017). Jesucristo Riquelme, editor literario.

[Los versos 5 tiene y 10 tiene otra lectura en El silbo vulnerado: “Pena con pena y pena desayuno”) y “cardos, penas, me azuzan sus leopardos”, respectivamente].

En este soneto, Miguel Hernández recoge la pena torturadora que sacude lo sacude. Claro ejemplo de lenguaje poético “recurrente”, se pueden descubrir en el poema diferentes repeticiones que afectan a todos los planos lingüísticos, y que pasamos a analizar.

En el plano fonético-fonológico, Hernández utiliza versos endecasílabos, con la siguiente rima consonante:

bruno / estalla / halla / ninguno (ABBA)

uno / batalla / calla / importuno (ABBA)

corona / leopardos / alguno (CDA)

persona / cardos / uno (CDA)

El soneto, perfectamente construido, presenta una curiosa variante respecto del modelo clásico: la rima -uno de los versos con que se cierran las cuatro estrofas, dos cuartetos y dos tercetos. La combinación del fonema vocálico /u/ (localización posterior/abertura mínima) y del fonema vocálico /o/ (localización posterior/abertura media), con el fonema /n/ interpuesto, produce la nasalización de las vocales y un efecto acústico “sombrío”, en consonancia con el contenido poemático. En cuanto al ritmo acentual, todos los endecasílabos se acentúan en sexta sílaba, excepto el último -el de mayor intensidad dramática-, que es de tipo sáfico, y presenta acentos en las sílabas 1.ª, 4.ª. 8.ª y 10.ª: “¡Cuánto penár para morírse úno!”. En este sentido, el ritmo ayuda a distribuir en dos partes el contenido del poema: versos 1-13+verso 14.

Otra peculiaridad rítmica es el predominio de los endecasílabos enfáticos (versos 4, 6, 7, 8, 9, 10 y 12, que llevan acentuada la sílaba inicial). Por otra parte, para poder obtener un endecasílabo melódico, se han suprimido las dos sinalefas del verso 3: “don-de--no-me--llo--se--lla” (adviértase que en el “yo” de la 3.ª sílaba se concentra toda la fuerza expresiva del verso); y en el verso 10 es necesario hacer una sinéresis en la palabra “leopardos” para obtener un endecasílabo enfático con acentos en las sílabas 1.ª, 4.ª, 6.ª y 10.ª: “cárdos y nas siémbran su leopárdos”. Finalmente, y en cuanto al verso 11, tiene acentuadas todas las sílabas pares: “y me jan buéno huéso alno”.

Muy significativas resultan determinadas repeticiones de consonantes, aliteraciones de las que se vale el poeta para sugerir, con machacona insistencia, la pesadumbre que le domina; así:

La reiteración del grupo consonántico “br” en las palabras “umbrío” y “bruno” del verso primero, grupo en cuya vocal carga el acento: “Umbrío por la pena, casi bruno”; y a este sonido se suma la aliteración de otra bilabial (el fonema /p/), de nasales (fonemas /m/ y /n/) y del fonema vocálico /u/; todo lo cual contribuye a conferirle al verso una lúgubre sonoridad muy acorde con su contenido.

La aliteración del fonema palatal /ll/ en los versos 2-3: “porque la pena tizna cuando estalla, / donde yo no me hallo no se halla”.

La aliteración de nasales en el verso 4: “hombre más apenado que ninguno”.

La aliteración de los fonemas /p/ y /n/ en el versos 6: “pena es mi paz y pena mi batalla”; y en el verso 12: “No podrá con la pena mi persona”. (Adviértase que la acentuación en 10.ª sílaba produce un cierta “quiebra” en la eufonía del verso).

La asonancia interna “bueno/hueso” en el verso 11: “y no me dejan bueno hueso alguno”.

Consideremos ahora el plano morfosintáctico. El poeta está continuamente presente en el soneto, ya sea mediante pronombres personales (verso 3: “yo/me”: verso 11: “me”); o bien mediante determinantes posesivos de primera persona (verso 6: “mi paz/mi batalla”; verso 12: “mi persona”); o bien mediante la primera persona del singular del presente de indicativo (verso 3: “hallo”; verso 5: “duermo”; verso 9: “llevo”). Y en el verso 14, cuando el poeta afirma “¡Tanto penar para morirse uno!”, es obvio que se está refiriendo a sí mismo y no a alguien genérico e indeterminado. Y, por cierto, las restantes formas verbales se encuentras también en presente de indicativo, con sujetos de tercera persona: “tizna” (verso 2), “halla” (verso 3), “es” (verso 6), “deja/calla” (verso 7), “siembran” (verso 10) “dejan” (verso 11); y solo la forma “podrá”, del verso 12, está en futuro: “No podrá con la pena mi persona”.

Por motivos silábicos, rítmicos y tímbricos, en el poema hay diferentes hipérbatos; así:

Versos 3-4: “donde yo no me hallo no se halla / hombre más apenado que ninguno”. [Hombre más apenado que ninguno no se halla donde yo no me hallo]. Es esta una curiosa forma sintáctica de expresar que no hay nadie que se encuentre, en cuento a sentimiento dolorido, en el lugar que ocupa el poeta.

Verso 5: El complemento se ha desplazado a la posición inicial del verso, para recalcar la importancia psicológica que adquiere su contenido, convertido así en “sujeto lógico”, que no gramatical: “Sobre la pena duermo solo y uno”.

Verso 9. Ahora es el complemento directo el que encabeza el verso, por idénticas razones psicológicas que en en caso del verso 9: “Cardos y penas llevo por corona”.

Verso 12: “No podrá con la pena mi persona”. En este caso, el hipérbaton ha desplazado el sujeto al final de la oración: se pone así de manifiesto que, en incluso en un futuro, la pena le será muy difícil de sobrellevar al el poeta, ante la intensidad de la frustración amorosa.

Construcciones paralelísticas se aprecian en los versos 6-7 y 9-10:

pena es mi paz [y] pena [es] mi batalla” (verso 6: nombre+verbo copulativo+determinante posesivo+nombre).

perro que ni me deja, [perro que] ni se calla”, (verso 7: nombre+pronombre relativo+conjunción copulativa de carácter negativo+pronombre personal átono de primera persona en posición proclítica+verbo). En definitiva, la pena que ha quedado elusivamente metaforizada en lecho en el verso 5, plantea sentimientos contradictorios en el poeta (verso 6: “paz/batalla”: lo tranquiliza y a la vez lo agrede); y se convierte en su compañera, tan fiel e inseparable como lo es un perro (versos 7-8).

Cardos y penas llevo por corona, / cardos y penas siembran sus leopardos” (versos 9-10). En este caso el paralelismo no es perfecto, ya que se produce un cambio de sujeto: “[Yo] llevo cardos y penas por corona” (verso 9); “cardos y penas siembran sus leopardos”. Es decir, que la pena pincha al poeta como un cardo (verso 9), y le devora ferozmente como si fuera un leopardo (verso 10). La agresividad del cardo -cuyas espinas producen dolor- y del leopardo -felino carnicero muy feroz- explican metáforas tan audaces y hacen más patético el verso 11: la pena está devorando al poeta hasta el extremo de consumirle los huesos; hasta anular el sentido de la vida (verso 14).

Y por lo que al plano léxico-semántico se refiere, el vocablo pena, que estructura lingüísticamente el poema, está presente en diez de los catorce versos (si contamos, también, sus derivados apenado (verso 4) y penar (verso 14). El poeta insiste una y otra vez en la pena que le aflige, ante un sentimiento amoroso no correspondido -no expresamente mencionado en el poema, y denominador común de casi todos los sonetos de El rayo que no cesa-. La desolación anímica está, además, subrayada por los epítetos umbrío y bruno (verso 1) y por la forma verbal tizna (verso 2); vocablos que simbolizan la negrura de un espíritu devastado por el sufrimiento.

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Poema en la voz y en la música de Joan Manuel Serrat (1972):

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