FIRMA INVITADA

El porqué del boom de LA NOVELA HISTÓRICA

Jesús Maeso de la Torre (Foto: Javier Oliaga).

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Jesús Maeso de la Torre | Viernes 13 de enero de 2017

La novela histórica seduce, conquista y cautiva a muchos lectores porque les complace filtrarse a hurtadillas en la vida secreta y en la privanza de las grandes figuras de la historia, y en ese viaje retrospectivo deslizarse en las alcobas de los palacios, en las ágoras de las vetustas plazas de Atenas, Roma, Aviñón, Tebas, Londres, París, Toledo o Cartago, o en los yermos páramos donde se dirimieron batallas que cambiaron el curso de la Historia.



Como género literario no es sino una forma más de creación basada en la reinvención de una realidad pasada.

A diferencia del relato, llamémosle convencional, el hilván de sus tramas se recompone de fragmentos de un tiempo ya acaecido, donde el autor decide detenerse como mera excusa para crear un universo de ficciones con imágenes del ayer. EL novelista histórico se convierte entonces en un profeta que mira al pasado y recurre a una misteriosa intuición que seduce al lector, pues lo prende en una tela de araña invisible que posee su propia realidad, leyes y tiempo.

¿Por qué en las mesas y anaqueles de las librerías descubrimos tal profusión de novelas históricas?

Quizá se deba a que el novelista histórico cuenta las vidas, no cómo fueron, sino como pudieron ser, abriendo al lector las indescifrables leyes de la imaginación y los sentimientos de personajes de la historia que siempre admiramos. A partir de hechos míticos el fabulador fabrica metáforas y alegorías, e inventa personajes seductores totalmente nuevos. Y todo esto atrae al lector de forma indefectible.

Resulta evidente que este género goza en la actualidad de excelente salud, y que el auge obedece a la aparición en este país de valiosos creadores y a que el ciudadano de la sociedad actual, ávida y racionalista, le urge alimentarse del glamur de un pasado idílico. Los tiempos en los que le ha tocado vivir están carentes de sensaciones sugestivas y estéticas que se han ido sustituyendo por la frialdad de lenguaje depauperado de los medios de comunicación y por los conceptos simplificados de la expresión cotidiana.

El hombre de hoy precisa de sensaciones de evocación y de ilusión, y también de desenterrar edenes perdidos donde reencontrarse así mismo. Borges sentía fascinación por el pasado y definía la novela histórica como un mundo mágico donde hallar un motivo para recrearlo literariamente. Prouts y Juan Goytisolo sostenían que el pasado era el origen de su mundo narrativo.

Como en toda creación literaria, la labor del narrador de novela histórica ha de convertirse en una terapia de supervivencia entre dos universos: el de la imaginación y el del mero trabajo de investigador. Los intérpretes de la narración han de escapar del mero estereotipo complaciente y han de detentar sus propios rasgos, sus esperanzas, ambiciones, odios, temores y afectos, y el autor ha de dotarlos de una fuerte conexión interpersonal, además de colocarlos en situaciones admirables y únicas.

Esa es otra de sus cualidades que tanto atrae al lector.

La historia nos habla de hechos, pero sólo la novela histórica nos habla de las aflicciones, tristezas y alegrías de sus personajes. De ahí su enorme poder de atracción entre los leyentes. El narrador acometerá la ardua labor de que se delineen con precisión sus pasiones y se describan escenas donde los signos del espíritu de unos y otros adquieren una importancia excepcional para el lector.

La novela histórica no es sólo un producto literario, sino una lección apasionada de la historia, una bella labor para emocionar, conmover y entretener al lector. De ahí su aceptación generalizada.

La novela histórica posee además la ventaja de servir de reflexión para el lector. Y es en esta cuestión donde esta literatura se acerca más a la novela contemporánea, pues aunque sus acciones estén ubicadas en un universo retrospectivo, reflejan conductas del presente y nos ayudan a comprender a nuestros semejantes, a profundizar en el camino adelantado por la humanidad y en el progreso o estancamiento de nuestra civilización.

Al leer una novela histórica es penetrar en otra dimensión, en el túnel del tiempo, o en un mundo paralelo, y al concluir su lectura, retornamos al presente donde nuestra mente admite, o no, como reconocibles, los hechos pasados.

Cuando Longo de Lesbos, Petronio, Tucídides Chateaubriand, Walter Scott, Tolstoy, Flauvert, Lampedusa, Victor Hugo, Dumas, Eco, Graves, o M. Yourcenar recrearon sus obras fundamentándose en hechos del pasado, estaban describiendo las mismas pasiones, las mismas miserias, los mismos hechos y las mismas controvertidas virtudes de los hombres del siglo XX ó XXI.

Por eso, cuando los autores actuales de novela histórica de este país- y los hay excelentes-, nos recrean historias del pasado, no nos hablan sino de la aventura colectiva de la humanidad, de los pretextos eternos del género humano, de la venganza, del amor redentor de los enamorados, del ansia de poder, de la sublimación del dolor o del ansia de conocimiento del alma humana.

Otra de las grandes bondades de la novela histórica es que puede convertirse en un fabuloso mundo de informaciones que nos abra la puerta del conocimiento, en una excusa para la meditación que además entretenga y conmueva, y en un poderoso herramental para ayudar a la actividad docente. Dámaso Alonso, reflexionando sobre la espectacular ascensión de este género literario en el gusto de los lectores, manifestó que la novela histórica en España había propiciado un renacimiento literario de sobresalientes dimensiones.

En suma, el relato histórico sumerge a sus miles de lectores en el gratificante ejercicio de volver al jardín de los orígenes de su pasado, muchas veces desconocido por ellos. Ese es el auténtico valor de la novela histórica, y la causa de su atractivo.


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