LOS IMPRESCINDIBLES - Álvaro Bermejo

“PASAPORTE A CIDONIA” TONY RHAM Y EL BUSCADOR DE HISTORIAS

Tony Rahm
Álvaro Bermejo | Lunes 01 de julio de 2019

Bien pudiera ser éste uno de tantos best-sellers en busca de un editor perspicaz, como los que habitan la Biblioteca de los Libros Rechazados en la novela de David Foekinos. Hoy -signo de los tiempos-, su autor acaba de autopublicárselo en Amazon. Una pequeña joya, maravillosamente ilustrada, que nos adentra en un mundo tan prodigioso como fascinante. El buscador de historias, ¿es un relato para niños… o quizá más para sabios?



Su autor es una paradoja andante. Formado entre algoritmos informáticos, hace ya una década que se gana la vida como profesor de yoga, meditación y pilates. Yo le conozco desde entonces por su nombre real. No le preguntaré por qué ahora firma como Tony Rham. Pero no me cabe duda que ese Rham está más cerca de aquellas psicodélicas Citas con Rama que de cualquier memoria homónima.

Desde nuestro primer encuentro, cuando aún transitaba por la veintena, vi en él un trasunto del protagonista de El buscador de historias. “Mateo tiene la estatura de un niño de diez años, aunque acaba de cumplir los noventa, la edad de un joven en Cidonia”. Bien, salvo la inversión de la estatura –que en Tony deriva hacia lo quijotesco-, en todo lo demás es idéntico. Alma de niño viejo, sonrisa entre inocente y desencantada, cuánta delicadeza en su mirada. La misma que respira este libro de orfebre, prologado por Carmen Amoraga. Su prólogo es una delicia, no menos sabia. Perfectamente a la altura de las dos citas que lo presiden. Muriel Rukeyser: “el universo está hecho de historias, no de átomos”. Y luego un autor anónimo: “”preguntaban los chamanes y sabios si alguien enfermaba: ¿cuándo dejaste de contar historias?”.

Clave de sol, entonces, ésta es la propuesta de Tony: una rebelión contra su pasado como analista de sistemas, incluida la virtualidad del mundo 5G que nos ocupa. Y una reivindicación en fondo y forma de las historias que nos conmueven, de la imaginación creadora, de la palabra escrita –no escribiré analógica… aunque todo él viene bien cuajado de sutilísimas analogías-.

Apenas comienzo a hojearlo, encuentro ecos del Micromegas de Voltaire, una atmósfera mágica, digna de Lewis Carroll, y un sinfín de claves iniciáticas. Porque, en este libro rabiosamente original, fresco, divertido, hasta enternecedor, todo redunda en un claro propósito. Justo aquello que cifran las historias maravillosas de todo tiempo y lugar: la iniciación del lector en las claves esenciales de la vida y sus misterios.

Comienza emplazándolos en el centro mismo de la Tierra, en el epicentro de un país subterráneo llamado Cidonia, cuyos habitantes están perdiendo la capacidad de imaginar. No sería tan grave si no fuera ésta el alimento de su pueblo. Un pueblo que se nutre de historias… desde que sus estómagos pasaron a formar parte de sus cerebros.

Basta este párrafo para detener mi escritura. Ya de entrada, todo está ahí: Verne junto a Platón –el mito de la caverna-. Pero también una alusión directa a esas apasionantes teorías sobre la Tierra Hueca, un clásico del esoterismo tibetano. Los niños que se adentren en este mundo intraterrestre no necesitan saberlo, pero Tony Rham ya ha insertado en su hipocampo una de las claves mayores de su fábula. Pues, ¿qué representa Cidonia en definitiva? Un mundo intraterrestre, sí, pero asimismo un mundo interior. Ánima Mundi, el Corazón del Mundo. Un corazón que está dejando de latir porque su sangre real –los cuentos, las fábulas, las historias-, ya no fluye por sus venas.

La misión de Mateo, por tanto, no será otra que buscar la Gran Brecha que le permitirá salir al exterior, en busca de alimento para su civilización. Un misión desesperada, heroica, argonáutica…, de estricta supervivencia, en la que le acompañará su buen amigo Serpentín. Una serpiente piloto que más parece un calcetín a rayas, pese a ser el Jasón de una fastuosa nave anfibia, la Ouroboros 45. En clave iniciática, serpiente y Ouroboros sin sinónimos, pues éste se define como un animal serpentiforme que se muerde la cola formando un círculo con su cuerpo. ¿Qué simboliza? Ni más ni menos que el ciclo eterno de la vida, igual que la serpiente –en todas las culturas-, es emblema del conocimiento secreto.

Tras una navegación bien accidentada, nuestros héroes consiguen atravesar la corteza terrestre. El primero en avistarlos es otro niño, aunque no se trata de un niño cualquiera. Cele es un soñador de la misma edad que Mateo, un niño solitario que prefiere los cuentos a las videoconsolas.... Y que ve materializarse el más fantasioso de todos al encontrarse ante esos dos intraterrestres que, naturalmente, confunde con extraterrestres. La ironía no puede ser más lúcida. ¿A qué remite, sin desertar del más divertido de los juegos? A un tema tan actual como el de la identidad –tanto da nacional que planetaria-, unido al del miedo al otro –más que patente en este tiempo de migraciones y pateras-. ¿Son los inmigrantes subsaharianos nuestros verdaderos “intraterrestres”?

Dejemos la pregunta colgada de la mente del niño lector, a la espera de que cumpla diez años más. La carga de profundidad en su psique ha sido insertada con la delicadeza de una caricia. Que siga leyendo. Descubrirá el mundo maravilloso de Cele, y el tirando a opresivo que representa su padre, el señor Celemín. Si éste se nos presenta poco menos que como un arquetipo jungiano del Padre Sombra –naturalmente, en su versión hilarante-, ávido de dinero y productividad, no falta su inversión, representada por un Abuelo Fantasma. Más allá de su retrato físico, veamos cómo presenta Tony a ese progenitor emblemático de nuestra fastuosa hig-class: “La energía que desprendía su aura era tan fétida que Mateo casi tuvo que taparse la nariz. Porque en Cidonia la vibración de las personas era algo que casi se podía oler”.

Qué divertido, qué original… y qué profundo el mundo de Cidonia: no sólo se alimentan de historias, también huelen el aura de las personas, y su vibración. Podría seguir y seguir, describiendo la siembra de personajes inolvidables que habitan este relato excepcional. Miss Coliflor, las cobayas Galletón, Benito y Agapito, el perverso Trolo, la maestra Rosalinda, el sabio Zósimo… Que sea el lector quien vaya descubriéndolos. Contengo mi balance de spoilers en dos momentos cruciales. Aquél en que Mateo descubre su primera biblioteca y, finalmente, la consumación de su destino. Vayamos con ellos.

En la casa del señor Celemín –Villa Alcaparra-, hay justo eso que ha desaparecido de Cidonia. Un espacio mágico, un lugar precioso, un atanor de historias. Es decir, una biblioteca. Tras el pasmo inicial, Mateo aplica su “navegatón” al primer libro que llama su atención. Y de pronto, a medida que el artilugio escanea el relato, se corporeizan ante él un caballero andante y un escudero barrigón. ¿No es maravilloso? Seguirán el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas, El Principito de Saint-Exupèry... ¿Y cuántos más? Tanto da. Cidonia ya está salvada y Mateo no puede evitar llorar de emoción.

Hablando de libros e historias, Cele le facilita su segunda lección: “un escritor te puede dar lecciones de cómo escribir, pero no conozco a nadie que le enseñe a uno a imaginar”. Y Mateo responde:”lo vuestro es algo sobrenatural. Una cualidad que en los cidones roza lo divino”. Divino o humano, le tocará experimentarlo al poco de atreverse a visitar la escuela de Mateo. ¿Qué sucede? La maestra, Rosalinda, le invita a algo tan sencillo como contar una historia. El bueno de Mateo, sobrepasado, no sabe ni por dónde empezar. Él ha venido a la superficie de la Tierra para aprovisionarse de historias, pero no sabe cómo inventarlas. Entonces lo recuerda todo. Los consejos de Cele, y aún más los de su maestro, Zósimo: “lo único que se necesita para contar una buena historia lo encontrarás en tu interior”.

Es el momento abracadabra del relato. Un momento de fe –pero fe en uno mismo-, un momento de visión, un momento definitivamente iniciático. Mateo cierra los ojos, abre la boca… Y comienza a manar de su interior la historia que lleva dentro. La de Cidonia. “En Cidonia tenemos montañas y ríos, pero también grandes lagos que flotan entre las nubes de las grandes cuevas. Y en vez de cielo hay un sol central que lo ilumina todo”. Hasta la maestra queda obnubilada, igual que todos los niños de la clase, igual que yo. Un sol dentro de la Tierra, una raza que se alimenta de historias, un mundo por descubrir dentro de los niños que lean este libro. ¿A qué continuar? Me había prometido un comentario breve, de no más de un folio, y ya llevo tres.

Escribo “Pasaporte a Cidonia”, pensando en un encabezado para este artículo, pero no. Es para mí. Y para ti. Y para cuantos necesiten dar de comer el pan de la vida y la sal de la tierra al niño fantasioso que llevan dentro –o al que tienen ahora mismo pegado al televisor-. Un bocado, un destello, un atrévete a más, y sentirán la magia de la buena literatura fluyendo por sus venas. Haceos un favor, amigos: no os lo perdáis.

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