FIRMA INVITADA

EL ARTE DE LA GUERRA

Guerra en Ucrania

Ucrania y el Guernica de Picasso

Joaquín Ferry | Lunes 14 de marzo de 2022

El bombardeo de Mariupol (Ucrania) por las fuerzas armadas de Rusia nos ha recordado en su crueldad la masacre de la villa vasca de Guernica durante la Guerra Civil española, perpetrada por aviones alemanes de la Legión Cóndor bajo mando del ejército nacional. Y este “crimen de guerra” ruso, como lo calificó días atrás la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, me trae a la memoria la gestación y el simbolismo del Guernica de Pablo Picasso, considerado el mayor alegato artístico antibelicista del siglo XX.



El ataque ruso contra la población civil de Mariupol (400.000 habitantes) ocurrido el 9 de marzo arrasó escuelas y hospitales de maternidad, ocasionando ya más de 1.580 muertos, aparte de los heridos, en el momento de redactar estas líneas, de acuerdo con las cifras difundidas por Gobierno ucraniano. Mariupol, situada en la costa del Mar de Azov, se ha convertido así en la última Guernica, víctima de un violento ataque aéreo utilizando bombas termobáricas para vencer la moral de la población civil y obligar a la capitulación de Kiev sin condiciones, añadiendo a ello la constante amenaza del armamento nuclear, porque la penúltima Guernica fue Hiroshima y Nagasaki, cuando un artefacto atómico lanzado en 1945 por los Estados Unidos destruyó ambas ciudades japonesas junto a su población indefensa.

El 27 de abril de 1937, a las 4,30 de la tarde, tres bombardeos Heinkel de la Luftwaffe, apoyados por tres escuadrillas de Junker y algunos cazas Messerschidt, lanzaron más de 30 toneladas de bombas contra el pueblo vizcaíno de Guernica (5.000 habitantes), la villa donde se alza el roble símbolo de los fueros vascos, causando 1.700 muertos y 900 heridos, todos ellos civiles. Más del 90 por ciento de los edificios de Guernica fue derruido en la operación, que duraría tres horas. Los aviones (alrededor de 40) despegaron desde un aeródromo de Burgos, cuartel general del ejército nacional y al mando del general Franco. Aunque por aquel entonces el máximo responsable de la sublevación en las provincias del Norte fuera el general Emilio Mola, partidario de la “guerra total” y de sembrar el terror frente al enemigo.

Los historiadores coinciden en afirmar que la brutalidad del bombardeo contra la población inadvertida fue un experimento militar para comprobar los efectos del terror civil sobre las fuerzas armadas opuestas como elemento disuasorio y para lograr la rendición mediante un ataque descomunal. Exactamente lo mismo que ocurriría ocho años después cuando los Estados Unidos lanzó sendas bombas nucleares contra las ciudades de Nagasaki e Hiroshima, con el propósito de alcanzar la capitulación incondicional e inmediata de Japón.

La destrucción de Guernica estremeció al Gobierno de la República española en plena guerra y al mundo, de modo que pocos días después del bombardeo, las autoridades republicanas, a través del director general de Bellas Artes, Josep Renau, proponían al pintor malagueño Pablo Picasso (1881-1973), establecido en la capital de Francia, la realización de un gigantesco mural que denunciara el sanguinario ataque aéreo y advirtiese sobre los peligros de la opresión fascista. Picasso comenzó a pintar el cuadro el 10 de mayo en un extenso ático adquirido por la República en el número 7 de la rue des Grands-Agustins de París, pues en el pequeño estudio que por aquel entonces poseía el pintor, una obra de aquellas proporciones (3,50 por 8 metros) no cabía.

El mural fue pintado en tiempo récord, porque habría de servir para inaugurar el pabellón español de la Exposición Internacional de Artes y Técnicas de París, cumpliendo así su finalidad propagandística. El resultado de aquel esfuerzo creativo sería el Guernica, una obra contra la Guerra Civil que acabó convertida en el mayor alegato antibelicista del arte universal, y uno de los cuadros más emblemáticos del siglo XX, que con el paso de los años convirtió a Picasso en uno de los artistas más aclamados y cotizados de todos los tiempos.

El pintor español nunca quiso explicar el simbolismo de las figuras plasmadas mediante una sobria escala de grises y estilo expresionista que habitan la desmesurada superficie, pues como él mismo afirmaba, frente a una obra de arte no hemos de preguntarnos lo que significa, sino lo que representa, y “un cuadro es la suma de todas sus destrucciones”. El escritor británico John Berger indica en su libro Fama y soledad de Picasso, que según el artista su cuadro era “una alegoría”. Pues en el Guernica “no hay referencia a las bombas, a las calles destruidas ni a la ciudad vasca arrasada. La única referencia al suceso concreto se hace a través del dolor representado”.

A fin de cuentas, todo el mundo sabe que la obra nos remite a la barbarie belicista frente a las personas inocentes. Una intención que sigue todavía vigente, y cobra sentido cada vez que un gobernante de la ideología o el signo político que sea usa la fuerza de las armas contra la población civil, como ahora está ocurriendo en Ucrania en el momento de redactar estas líneas.

El arte siempre ha denunciado la opresión del poderoso contra el pueblo llano, tal como hiciera Francisco de Goya cuando el emperador Napoleón Bonaparte quiso invadir y someter a la capital española con su poderoso ejército, al pintar Los fusilamientos del 3 de mayo. Así debió de verlo Pablo Picasso cuando se planteó el mural que habría de sintetizar la sanguinaria masacre de Guernica, sepultada por toneladas de bombas. Porque una de las teorías que a lo largo de todos estos años han intentado dilucidar el simbólico cuadro desvela que Picasso logró la inspiración combinando en su memoria dicha obra de Goya y otra de Rubens, en concreto Los desastres de la guerra, un lienzo colgado en el palacio Pitti de Florencia, ciudad que Picasso visitó en los años veinte. Los desastres de la guerra constituye una semblanza creada por el pintor flamenco Pedro Pablo Rubens en 1637 como alegoría contra la violencia.

En el simbolismo casi arcano del Guernica podemos entrever figuras parecidas al óleo de Rubens, como la madre sosteniendo a su hijo muerto en pleno ataque y el personaje portando una tea o antorcha encendida, como alegoría de la libertad que alumbra en medio de las tinieblas ocasionadas por la tiranía, símbolo que recuerda la Estatua de la Libertad de Nueva York, un regalo para los Estados Unidos de América brindado por Francia en el aniversario de su Revolución. La Libertad iluminando al mundo, se titulaba la colosal escultura.

En el cuadro de Rubens contemplamos a los invasores armados con espadas matando a la población indefensa, mujeres y niños desnudos, mientras un soldado pisotea un libro, símbolo de la cultura y el conocimiento, lo cual nos recuerda la quema de libros protagonizada por el nazismo contra las grandes obras de la literatura universal que consideraba nocivas para el Tercer Reich.

Los gritos de miedo y el dolor son apreciables y coincidentes en la obra de Rubens y el Guernica de Picasso, la madre horrorizada sosteniendo a su hijo muerto en Los desastres de la guerra; la mujer que sujeta una criatura yerta clamando al cielo con un grito desgarrador en el Guernica; el brazo con un elemento luminoso alumbrando la escena en ambas obras. El hombre de rodillas que levanta los brazos indefenso y con el pavor en el rostro, como figura en la parte derecha del Guernica, semejante a los fusilados de Goya.

Quizá por todo eso a los nazis no les gustó nada el cuadro de Pablo Picasso. Cuando el 14 de junio de 1940 el ejército alemán invadía París, la Gestapo se presentó en el estudio del pintor acusándole de difundir propaganda contra el Reich. Picasso se había negado a huir de la ciudad, como hicieron otros artistas galos temerosos de la invasión. Por aquellas fechas el Guernica figuraba expuesto en el Museo de Arte Moderno Nueva York. Pero el artista poseía varias fotos y bocetos en su estudio. Y cuando uno de aquellos energúmenos uniformados le preguntó señalando las fotos del Guernica: “¿Usted ha hecho eso?”. Picasso le respondió: “No, eso lo han hecho ustedes”.

Ochenta y cinco años después del bombardeo de Guernica, Europa debate si tiene que apoyar o no a Ucrania frente a la invasión rusa, todavía en la duda de cómo ha de reaccionar ante la impiedad de un déspota, que no dudó en ordenar el ataque contra la ciudad de Mariupol sepultando a las madres y sus hijos entre los escombros. Eso nos trae a la memoria el cruento final de Guernica, pues el fantasma de la guerra siempre vuelve mientras no impere la luz de la libertad y la razón frente a las tiranías, como sucedió después en Dresde, Hiroshima, Vietnam, Gaza o Irak. Aunque quizá sea siempre la misma, porque como dejara dicho Viet Thanh Nguyen, “todas las guerras se libran dos veces, la primera en el campo de batalla y la segunda en el recuerdo”.

Joaquín Ferry (Albacete) ha ejercido durante más de veinte años como periodista para distintos medios informativos y tiene publicadas diversas obras de narrativa y divulgación, entre otras Coaching con Picasso, un ensayo sobre la filosofía creadora de Pablo Picasso.

facebook.com/JoaquinFerryEscritor

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