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"El proceso de Núremberg", de Annette Wieviorka

Ed. Rialp. 2023
viernes 05 de diciembre de 2025, 22:21h
El proceso de Núremberg
El proceso de Núremberg
Estamos ante un libro muy importante y necesario sobre un momento paradigmático de la Historia del siglo XX. La editorial Rialp ha hecho un esfuerzo más que loable para aproximarse, con el mayor rigor posible, al Juicio del siglo XX por antonomasia, y que no sirvió casi para nada, de todo lo que se pretendía, pero sí sacar a la luz todo el aparato doctrinal y criminal del IIIº Reich.

El gran Juicio de Núremberg fue un evento capital en la historia del siglo XX. Por primera vez (…) se llevó ante un tribunal internacional de justicia a los cargos más altos de un Estado y se los juzgó. Desde entonces el Juicio pasó a la historia como un acontecimiento en sí mismo, dando lugar inmediatamjente a una abundante literatura (…) de juristas que cuestionaron su legitimidad y no cesaron de debatir sobre sus posibles consecuencias, Núremberg es el origen de un nuevo derecho internacional”.

Con el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), se produjo una gran cantidad de juicios, necesariamente condenatorios, sobre lo que habían realizado los nacionalsocialistas, y el merecido castigo que deberían recibir por sus numerosos y contrastados crímenes. Muchas de las acciones de las Waffen-SS y los grupos represivos de dicha organización, se dirigieron hacia el exterminio de los judíos y de la indefensa población civil, que recibieron el acendrado odio de esas fuerzas alemanas del NSADP.

Muy pronto llegó información sobre tales actos criminales, fragmentaria y a menudo imposible de verificar, traída por agentes clandestinos o viajeros de países neutrales. Primero convergieron en Londres, donde la recopilaron los polacos agrupados en torno a Wladyslaw Sikorski. El 30 de septiembre, el presidente de la República Polaca, Rackiewicz, nombró a Sikorski primer ministro del gobierno en el exilio en París, después de que Alemania y la Unión Soviética, a la vez, invadieran y se anexionaran su país”.

Se indica que existía una ignorancia sobre el comportamiento de los nacionalsocialistas con los judíos y otros grupos masacrados, como los gitanos y los católicos comprometidos. Desde este momento histórico, los nombres de algunos jerarcas nazis ya estaban escritos con un claro subrayado en el mundo de la opinión pública occidental, y sobre todo de los países no ocupados. Ya era público y notorio que, el conocimiento de ciertos nombres de los nacionalsocialistas producían repugnancia a la opinión pública de Europa, tales como Rudolf Hess, Hermann Göring, Joseph Göbbels, Julius Streicher, Albert Speer, Heinrich Himmler, y Hans Franck, además, obviamente, de Adolf Hitler, entre otros muchos de mayor o menor enjundia dentro de la maldad sociopolítica absoluta.

El 13 de enero de 1942, los representantes de ocho gobiernos en el exilio y del Comité de la Francia Libre se reunieron en el palacio de St. James, en Londres, con el fin de celebrar ‘una conferencia de los Aliados para castigar los crímenes de guerra’. Exigen ‘que el objetivo principal de la guerra sea el grado de responsabilidad de los autores’. Afirman ‘su determinación de perseguir, investigar, juzgar y condenar a los criminales, sin distinción de origen, y de garantizar la ejecución de las penas en el marco de una jurisdicción internacional”.

Pero, como siempre, el genocidio de la URSS y del marxismo-leninismo internacional fue mirado de soslayo e ignorado, y no se permitiría, a posteriori, ningún tipo de reclamación ni por polacos o finlandeses, entre otros de mayor o menor enjundia como pueblos sufrientes del genocidio comunista soviético. El hecho, necesario y riguroso, de criminalizar únicamente a uno de los contendientes, del que se niega, en ninguna circunstancia, su total y absoluta responsabilidad, no exime a los soviéticos de haber realizado hechos similares. El análisis de condenar, más que merecidamente, a los alemanes todavía no nacionalsocialistas ya se había contemplado y se intentó, sin efecto, cuando se condenó después de la finalización de la Gran Guerra, entre 1914 y 1918, y se pretendió juzgar al Kaiser Guillermo/Wilhelm II Hohenzollern, pero el intento fue fallido, ya que el gobierno de los Países Bajos se negó a su entrega, y el juicio quedó sin efecto. Es paradójico, a la par que inaceptable, que siempre suelen ser los británicos los moralizadores de la Historia y culpabilizan al resto.

No obstante, el malhadado Tratado de Versalles ya iba a crear la semilla para que la humillación de la derrotada Alemania produjera una nueva guerra entre 1939 y 1945, ya que el mencionado Tratado crearía las condiciones obvias para que los extremismos germánicos tuviesen una coartada que, según ellos, los eximiera de cualquier responsabilidad entre los susodichos años 1939 y 1945. No obstante, sí hubo un juicio penal en Leipzig, que en realidad sería una auténtica farsa, ya que se absolvió a unos 888 acusados y solo se condenó a trece. Este fue el preámbulo del resquemor que les quedó a los Aliados cuando decidieron juzgar a los nacionalsocialistas en Núremberg, y no dejar que lo hiciesen los tribunales alemanes. Aunque ello conllevó que se cometiese la injusticia flagrante de condenar a personas, que años después serían declaradas inocentes, pero con su vida irrecuperable, por haber sido ya ahorcados en esa ciudad de Alemania. Y me estoy refiriendo al Coronel-General Alfred Jodl y al Mariscal-General de Campo Wilhelm Keitel. Con todos estos antecedentes, la recién creada jurisdicción internacional dejó bien claro que los juicios contra los nacionalsocialistas culpables se llevarían a efecto, sensu stricto.

«Alemania, octubre de 1945. Los Aliados, vencedores de la Segunda Guerra Mundial, se preparan para juzgar los crímenes cometidos por el Tercer Reich. Durante un año bajo la atenta mirada de la prensa de todo el mundo, una veintena de altos dignatarios del régimen nazi tendrán que responder de sus actos ante los magistrados del Tribunal Militar Internacional. A partir de las actas del juicio y los testimonios, Annette Wieviorka relata Núremberg, este gran acontecimiento del siglo XX, desde su génesis, al inicio de la guerra, hasta sus lejanas repercusiones en la creación de la justicia internacional».

La profesora Annette Wieviorka, es la directora del CNRS o Centro Nacional de Investigación Científica de Francia, y fue miembro del comité de investigación sobre el expolio de las propiedades de los judíos franceses. Sus abuelos paternos y maternos serían asesinados, por ser judíos, en el Campo de Exterminio de Auswichtz, dirigido por un gran criminal y psicópata llamado Rudolf Höss. En abril de 1945, el Presidente de los Estados Unidos de América, Franklin Delano Roosevelt nombrará al Juez Samuel Rosenbaum para que se encargue del desarrollo del hecho gravísimo de los crímenes de guerra. No obstante, el magistrado, que era judío, y que estaba a favor de las ejecuciones sumarias no encontró apoyo para dicho aserto por parte del general Charles De Gaulle, quizás por ser este un católico notorio. Uno de los radicales enemigos de los nacionalsocialistas sería el Secretario del Tesoro, llamado Henry Morgenthau, quien no tiene el más mínimo empacho en defender la desintegración total de Alemania, dejándola reducida, como mucho, a un país pura y simplemente dedicado a la agricultura, además de ejecutar por la vía rápida a los jerarcas nazis y a todos aquellos responsables del genocidio perpetrado contra los judíos. Postura que obviamente defienden, sin ambages, los soviéticos del criminal dictador comunista Josip Stalin. “El Gabinete de Guerra británico mantiene su posición original. Tras la muerte de Roosevelt, la decisión recae en Truman. Su posición personal es inequívoca. Rechaza las ejecuciones sumarias. El 3 de mayo, el Gabinete de Guerra británico capitula. A Mussolini lo ejecutan; Hitler y Goebbels se suicidan. El deseo expresado por los británicos el año anterior se cumple en parte.

‘Seguimos teniendo objeciones a un juicio en forma y condiciones adecuadas para los criminales de guerra más importantes cuyos crímenes no tienen localización geográfica, pero si los dos principales aliados siguen convencidos de la necesidad de un juicio, aceptamos su postura’, señala Truman”.

Los norteamericanos nombrarán como su representante jurídico a un prestigioso Juez del Tribunal Supremo, que se llama Robert H. Jackson, quien será, con toda certidumbre, el más inteligente del grupo de acusadores e indicará que el juicio debería ser sobre el plan global nacionalsocialista de dominación, y no sobre hechos individuales de crueldad, realizados al margen del plan concertado de genocidio o de agresión bélica. Los estadounidenses pretenden juzgar, asimismo, a diversas organizaciones que sostenían todo el edificio del NSADP, incluyendo hasta la OKW o Alto Mando de la Wehrmacht, y, por supuesto, a los diez nombres más conspicuos para la maldad. Adolf Hitler, Joseph Goebbels y Heinrich Himmler se escaparon, cobardemente, de sus responsabilidades, con el suicidio vil. Pero, quedaron suficientes para ser juzgados, desde Goering, el todopoderoso Mariscal del Reich hasta Hess, pasando por Robert cvLey o von Ribbentrop, Streicher, Kaltenbrunner, Rosenberg, Hans Frank, Seyss-Inquart, Baldur von Schirach, Sauckel y Frick, etc, y tres militares de poder y autoridad, como Keitel, un despersonalizado Lakeitel/Lacayo como se burlaban de él los militares, Jodl y Doenitz, el Gran Almirante sobre el que no existía nada que lo pudiese incriminar. El resto de este libro define, pormenorizadamente, todo lo que ocurrió en ese Juicio tan pretendidamente esclarecedor, y que no solucionó los problemas de los genocidios, que continuaron alumbrando al Planeta Tierra. Estamos, por lo tanto, ante un denso y estupendo volumen, que es necesario conocer, y que recomiendo sin circunloquios. ¡Esclarecedor e Interesante! «Vanitas vanitatum et Omnia vanitas».

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