La vocación poética de Miguel Hernández (nacido en Orihuela -Alicante-, en 1910) es muy temprana: sus primeros versos se publican en 1930 y 1931 en distintos diarios; su primer libro de versos -Perito en lunas- se edita en 1933; y, también se publican sus poemas en la revista vanguardista “El gallo crisis”, fundada en su ciudad natal y dirigida por su “compañero del alma” José Marín -que utilizó como seudónimo el anagrama de su nombre, Ramón Sijé-. En 1934 se traslada a Madrid, donde será entusiásticamente acogido por los mejores poetas de la época. Ese mismo año formaliza su noviazgo con Josefina Manresa, con la que se casará en 1937.
Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada
como el toro, burlado, como el toro.
[El poeta Miguel Hernández, en esa extraordinaria obra que es “Cancionero y romancero de ausencias” autodefinía su tragedia personal en estos sentidos versos: “Llegó con tres heridas: / La del amor, / la de la muerte, / la de la vida. // Con tres heridas viene: / la de la vida, / la del amor, / la de la muerte. // Con tres heridas yo: / la de la vida, / la de la muerte, / la del amor”].
Su amistad con el poeta chileno Pablo Neruda es decisiva en su evolución ideológica, que determinó su participación en la guerra del lado republicano. En 1939, cuando intentaba pasar de Huelva a Portugal, es detenido y encarcelado, primero en Sevilla y luego en Madrid. Condenado en consejo de guerra (1940) a la pena de muerte, se le conmuta por la de treinta años. Tras pasar por las cárceles de Palencia y Ocaña, es trasladado al Reformatorio de Adultos de Alicante (1941), en cuya enfermería morirá, como consecuencia del agravamiento de una tuberculosis pulmonar aguda, en marzo de 1942.
En 1933 se publica en Murcia Perito en lunas: el barroquismo aprendido en Góngora canaliza en 42 octavas reales que describen, en complejísimas metáforas, objetos de la vida cotidiana. Y en 1936 aparece la obra maestra de Hernández, El rayo que no cesa, conjunto de poemas, en su mayor parte sonetos -un total de 27, de rigurosa factura clásica-, cuyo tema central es la frustración amorosa del poeta. El extraordinario equilibrio entre desbordamiento emocional y densidad conceptual confiere a los poemas de este libro una fuerza expresiva raras veces alcanzada en la lírica castellana. La obra incluye la emocionada “Elegía” -en tercetos encadenados- a la muerte de Ramón Sijé, su gran amigo de infancia y juventud, que tanto influyó en su formación intelectual y literaria. Y de esta obra hemos elegido el soneto (pág. 615 de la edición de referencia).
La poesía intimista de El rayo que no cesa da paso a una poesía de tono social en las obras Viento del pueblo (1937), El hombre acecha (escrita entre 1937 y 1939) y Cancionero y romancero de ausencias (escrita en la cárcel, entre 1939 y 1941). Y si en Viento del pueblo y en El hombre acecha los motivos bélicos y patrióticos se expresan en un lenguaje tan directo como vigoroso, los versos de Cancionero y romancero de ausencias reflejan la amargura de la última etapa de su vida: su situación de prisionero, la angustia por la suerte de su mujer e hijo (su primer hijo, nacido en diciembre de 1937, murió a los diez meses, víctima de una infección intestinal), las consecuencias de la Guerra Civil, en definitiva, originan sencillos poemas inspirados en las más sobrias formas de la lírica popular y desnudos, por tanto, de todo artificio retórico. Algunos de estos poemas, de desolada emoción -como, por ejemplo, las famosas “Nanas de la cebolla”, compuestas en septiembre de 1939- siguen conmoviendo a los más variados lectores, impresionados por su tono humanísimo; poemas de una simplicidad e intimismo lírico sobrecogedor, muy distantes del barroquismo de los poemas adolescentes.
En la obra de Miguel Hernández se aglutinan las tres actitudes de la poesía contemporánea española: la poesía de corte neogongorino y ultraísta -en la línea de las primeras obras de los poetas del 27-, representada por Perito en lunas; la poesía subjetiva de tipo amoroso de El rayo que no cesa; y la poesía de carácter social -que dará sus frutos en la década de los 50- en la que se inscriben los libros Viento del pueblo, El hombre acecha y Cancionero y romancero de ausencias. Pero ya sea el joven poeta gongorino, ya sea el poeta maduro que siente el amor como un destino trágico, ya sea el poeta social ideológicamente comprometido con el pueblo que sufre la falta de libertad, en la poesía del siglo XX la voz de Miguel Hernández representa el arrebato pasional marcado con el sello imborrable de la sinceridad, que halla adecuada expresión en un lenguaje muy plástico y sensorial, rico en audaces y originales metáforas.
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El rayo que no cesa es, fundamentalmente, una manifestación de poesía intimista de tipo amoroso. Y de esta obra elegimos el soneto 23, porque es un claro ejemplo de perfecta imbricación de los diferentes planos lingüísticos. Comencemos por el fonético-fonológico. Los cuartetos presentan una rima tradicional (ABBA/ABBA), si bien la de los versos 1, 4, 5 y 8 tiene su dificultad, pues son escasas las palabras que terminan en /-úto/, y además, que “encajen” en los contextos (“luto/fruto”, “diminuto/disputo”; el poeta ha recurrido a dos nombres, un adjetivo y un verbo). En el primer cuarteto, son melódicos los endecasílabos 1, 2 y 3; mientras que el 4 acentúa en las sílabas 4.ª, 6.ª y 10ª (pero, en cualquier caso, los cuatro endecasílabos llevan acento en la 6.ª sílaba). El encabalgamiento de los versos 1 y 2 es fuertemente expresivo, porque al haber desaparecido la pausa versal, deja frente a frente las palabras “luto/dolor”, de forma tal que su significado se realza. Además se trata de un encabalgamiento abrupto, con pausa después de la tercera sílaba del verso 2, lo que constituye un braquistiquio. En el verso 2 hay una aliteración continuada del fonema vocálico /o/, presente hasta en ocho ocasiones (“y el dolor, como el toro estoy marcado”; un fonema de localización posterior y abertura media; y de las 32 palabras de las que se compone el cuarteto, 16 llevan dicho fonema: es decir, el 50 %); y en el verso 3, la combinación sintagmática “hierro infernal”, con aliteración de vibrantes y adjetivo agudo, origina una dura sonoridad acorde al contenido semántico del contexto. Por otra parte los versos 3 y 4 están montados sobre estructuras paralelísticas:
“Estoy marcado:
por / un hierro infernal / en el costado
por varón / en la ingle (con un fruto)”.
Y a todo lo anterior hay que añadir la reiteración de la locución “como el toro” en los versos 1 y 2, que sirven para establecer una cierta identidad entre la suerte del toro y la del poeta, predestinados ambos al sufrimiento (físico el del toro bravo, marcado “por un hierro infernal” en el costado, que indica la ganadería de procedencia y su condición de “toro de lidia”; emocional el del poeta, marcado “por varón” en la ingle con el atributo de su masculinidad (“un fruto”).
De mayor complejidad es el segundo cuarteto, montado sobre dos fuertes hipérbatos (versos 5-6 y 7-8): “Todo lo encuentra diminuto mi corazón desmesurado” (versos 6-7); y “[d]el beso del rostro enamorado se lo disputo a tu amor” (versos 7-8). Adviértase la eficacia expresiva de la adjetivación: es el “corazón desmesurado” (fuera de toda medida, exagerado) disputando un beso de amor al “rostro enamorado” (seducido, prendado), para el que todo lo demás es insignificante (lo encuentra “diminuto”). Y por dos veces, la locución “como el toro”, encabezando los versos 5 y 8 del cuarteto, vuelve a servir de elemento de comparación: el toro bravo arremete contra el engaño que le exhibe el torero, y en el que, a modo de beso, deja su huella en sus embestidas; y esa disputa entre ambos tiene la fuerza -metafóricamente considerada- de una atracción amorosa. Y nuevamente el fonema /o/, en repetida aliteración, alcanza a todo el cuarteto, pues está presente en 15 de las 25 palabras que lo componen -es decir, el 60 %- y, en algunas de ellas, por partida doble (“como/toro/corazón/rostro”); de esta manera se aumenta la expresividad del contenido.
El primero de los tercetos alcanza altísimas cotas estéticas: “la lengua en corazón tengo bañada / y llevo al cuello un vendaval sonoro” (versos 10-11) -afirma el poeta-, por la esquivez de la amada, ante la que, como el toro -que se crece en el castigo-, no se conforma y expresa su rebeldía y sufrimiento (verso 9); como el toro con sus bramidos, que se asemejan al “vendaval sonoro” con el que el poeta grita su amargura. No muy lejanos, si eliminamos la presencia del toro, están estos versos de aquellos otros del soneto XXXIII de Garcilaso de la Vega: “Estoy contigo en lágrimas bañado, / rompiendo el aire siempre con suspiros”. Y de nuevo el fonema /o/ es el dominante, ya que está presente en 9 de las 21 palabras (es decir, un 43 % del total), y hay casos que repetido hasta tres veces en la misma palabra (“sonoro”). El verso 11, además, tiene una especial sonoridad, obtenida por la combinación de vatios factores de tipo fonéticos: a la aliteración del fonema /o/ (“llevo/cuello/sonoro”) se suma la asonancia interna /é-o/ (“llevo/cuello”), así como las leves aliteraciones de los fonemas /ll/ (“llevo/cuello”) y /b/ (grafía v: “llevo/vendaval”).
El soneto concluye con un extraordinario verso, en el que la locución como el toro se reitera al principio y al final, enmarcando la palabra burlado; y, de esta forma, se condensa la combinación de amor y muerte que recorre todo el poema: el “engaño” de que es objeto el toro, destinado a una lidia que le conducirá a la muerte, y los anhelos amorosos del poeta condenados a la frustración. Y de ahí que la reiteración léxica del verso 12 (“te sigo y te persigo”) anticipe el clímax trágico logrado, al que de nuevo contribuye la repetición del fonema vocálico /o/, que figura en 10 de las 22 palabras del terceto (el 45 %).
Si ahora consideramos el poema en su conjunto, observamos que, por medio de la reiteración, la palabra poética de Hernández gana en condensación expresiva y en fuerza dramática. Porque, en efecto, el recurso constructivo que vertebra todo el soneto es la reiteración de la locución como el toro, que marca el comienzo de cuartetos y tercetos; una manera de simbolizar que poeta y toro comparten un funesto destino común, señalado desde su nacimiento.
Interpretación del soneto a cargo de Inés Fonseca:
Recitación de José Luis Rico, con música de Txus Amat:
Recitación de Francisco Rabal (1989).
Palabras de Pablo Neruda sobre Miguel Hernández.
«Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!».
La obra completa de Miguel Hernández. Madrid, EDAF, 2017). Jesucristo Riquelme, editor literario; con la colaboración de Carlos R. Talamás. “Y la poesía se hizo ética” es, sin duda, el mejor lema para referirse a esta monumental edición.
[Edaf presenta la antología definitiva hasta la fecha de Miguel Hernández. En conmemoración del 75 aniversario de su muerte, la editorial publica su obra completa ampliada, revisada y corregida. Perteneciente a la generación del 36, Miguel Hernández fue un joven poeta que emociona a jóvenes y mayores, un escritor de fuste que humanizó y dignificó la palabra literaria comprometida con la vida y con las letras. Esta edición incorpora por primera vez en una obra completa fragmentos de obras dramáticas, imágenes inéditas o de escasa difusión, una corrección de su biografía, un manuscrito inédito (Las Fallas de Orihuela), biografías de celebres toreros y, en definitiva, una nueva perspectiva del poeta en cuanto a su su papel como narrador de cuentos infantiles, dramaturgo y precursor de las técnicas del Nuevo Periodismo].