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Nuestro poema de cada día
Ignacio Sánchez-Mejías junto al cuerpo de Joselito
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Ignacio Sánchez-Mejías junto al cuerpo de Joselito (Foto: ABC)

La tragedia del toreo: "Llanto por Ignacio Sánchez Mejías" de García Lorca

A mi querida amiga
Encarnación López Júlvez
El proyecto de escribir una serie de romances sobre el mundo gitano y andaluz debió de madurar definitivamente en Federico García Lorca durante el verano de 1924. Lo gitano es el punto de partida. Lo gitano en su asociación con el cante jondo. No cabe descartar tampoco el influjo que haya podido tener el gitano como transmisor del romancero tradicional. Ignacio Sánchez Mejías murió en Madrid el día 13 de agosto. Había resultado cogido el día 11, en Manzanares (Ciudad Real). Lorca se encontraba aún en Madrid y pudo vivir de cerca las últimas horas de la largísima agonía. Ignacio Sánchez Mejías no era un simple torero. Fue una figura de la tauromaquia.
Federico García Lorca: Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Madrid, Ediciones del Árbol, Revista Cruz y raya, 1935
Federico García Lorca: Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Madrid, Ediciones del Árbol, Revista Cruz y raya, 1935

La cogida y la muerte

A las cinco de la tarde.

Eran las cinco en punto de la tarde.

Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.

Una espuerta de cal ya prevenida 5
a las cinco de la tarde.

Lo demás era muerte y solo muerte
a las cinco de la tarde.

El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde. 10

Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.

Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.

Y un muslo con un asta desolada 15
a las cinco de la tarde.

Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.

Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde. 20

En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.

¡Y el toro, solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.

Cuando el sudor de nieve fue llegando 25
a las cinco de la tarde,

cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,

la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde. 30

A las cinco de la tarde.

A las cinco en punto de la tarde.

Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.

Huesos y flautas suenan en su oído 35
a las cinco de la tarde.

El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.

El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde. 40

A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.

Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.

Las heridas quemaban como soles 45
a las cinco de la tarde,

y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.

¡Ay qué terribles cinco de la tarde! 50
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

Federico García Lorca: Llanto por Ignacio Sánchez
Mejías. Madrid, Ediciones del Árbol, Revista Cruz y raya, 1935.

Poema completo en edición digital:

https://poemas.uned.es/poema/llanto-por-ignacio-sanchez-mejias-federico-garcia-lorca/

Película virtual de Federico García Lorca leyendo su hermoso “Llanto” de 1935 a su amigo torero Ignacio Sánchez Mejías:

https://www.youtube.com/watch?v=kqa2kUs-cTo

El “Llanto”: génesis y estructura.

La literatura española en lengua castellana, desde los “plantos” medievales (recordemos el “Planto por la muerte de Trotaconventos”, del Arcipreste de Hita; o las “Coplas a la muerte de su padre”, de Jorge Manrique), cuenta con una larga tradición elegíaca. Si saltamos al siglo XX, todos tenemos en mente la “Elegía” que Miguel Hernández compuso cuando la muerte le arrebató a su “compañero del alma” Ramón Sijé, y que incorporó al final de El rayo que no cesa. Y en esa línea de obras literarias excepcionales hay que citar, ineludiblemente, el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, un osado torero de polifacética personalidad y estrecha vinculación emocional con los miembros de la Generación del 27 (él fue quien los reunió en Sevilla para conmemorar el 300 aniversario de Góngora), al que hirió de muerte -clavándole el cuerno en el muslo derecho- el toro “Granadino”, el 11 de agosto de 1934, en la plaza de Manzanares (Ciudad Real). El torero fallecía dos días después, en Madrid, a causa de una gangrena gaseosa, a los 43 años. Se da la circunstancia de que Sánchez Mejías sustituía al matador Domingo Ortega, que había sufrido un accidente de tráfico. Fue enterrado en Sevilla, en el mismo mausoleo de Joselito el Gallo, su cuñado, esculpido por Mariano Benlliure y en el que, curiosamente, era Ignacio Sánchez Mejías quien transportaba el ataúd de Joselito.

Y a Federico García Lorca debe Sánchez Mejías haber pasado de figura del toreo a mito literario, al haberle dedicado su extenso poema “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, dividido en cuatro partes: “I. La cogida y la muerte” (la cornada fatal del 11 de agosto); “II. La sangre derramada” (la agonía del torero, devorado por una gangrena gaseosa, que se produce a lo largo del día 12 de agosto); “III. Cuerpo presente” (el trágico desenlace: el cadáver sobre la losa, 13 de agosto); y “IV. “Alma ausente” (el olvido póstumo: muerto para siempre; pero vivo tanto en el recuerdo del amigo como para el mundo del arte).

En octubre de 1934, la elegía estaba ya compuesta al menos en sus dos primeros poemas (con un total de 146 versos); y terminada en noviembre: el día 4 la leyó a sus amigos en casa de Carlos Morla Lynch. Y fue en marzo de 1935 cuando el poema lo publica Ediciones del Árbol, de la revista “Cruz y raya”.

No debe perderse en ningún momento la “visión de conjunto del poema” -pese a su división en cuarto partes y que aquí solo comentamos la primera-, en el que aparecen armónicamente “lo popular, lo culto, lo autobiográfico y lo lírico, el romance, el alejandrino, el ritmo de la soleá, la fatalidad, el presagio posible de su propia muerte…” (cf. “Universo Lorca”).

La cogida y la muerte.

52 versos conforman la primera parte del “Llanto”, en la que destacan la estructura métrica elegida, la reiteración léxica múltiple “a las cinco de la tarde” que, a modo de estribillo, ayuda a crear el clima fúnebre acorde al contenido y, además, un caudal de metáforas de corte surrealistas que se van acumulando y resultan muy apropiadas para envolver en una atmósfera onírica de desolación la tragedia de una agonía que conducirá de manera inexorable a la muerte de un torero al que el arte literario de García Lorca eleva a la inmortalidad.

Desde el punto de vista métrico, el poeta ha elegido una combinación de versos nada frecuente: endecasílabos y octosílabos, lo que implica una mezcla alternativa de los versos culto y popular por excelencia; versos que, por otra parte, coinciden con los grupos fónicos medios máximo y mínimo, respectivamente. Lo habitual, en determinados momentos de nuestra historia literaria, ha sido combinar endecasílabos con heptasílabos (originando estrofas como la lira, la silva, la estancia; incluso la silva arromanzada, tan del gusto de Antonio Machado). En cualquier caso, García Lorca se las ha ingeniado para que todos los versos pares rimen en consonante /-árde/, al terminar con la palabra “tarde”. Y no ha recurrido en ningún caso al encabalgamiento, para que el torrente metafórico solo se viera interrumpido por esa machacona referencia horaria: “a las cinco de la tarde”.

Los versos 1 -octosílabo- y 2 -endecasílabo- fijan la hora exacta -“en punto”- en que tiene lugar la cogida (Sánchez Mejías fue corneado por el toro “Granadino”, de la ganadería de los hermanos Demetrio y Ricardo Ayala; toro que le sorprendió nada más empezar la faena de muleta, prendiéndolo por la ingle derecha, volteándolo con violencia y propiciándole una cornada de 12 centímetros de profundidad). Y desde el verso 3 al 48 se van alternando el octosílabo con el endecasílabo; un nuevo octosílabo -el verso 49- repite la hora fatídica (“a las cinco de la tarde”). Y la primera parte concluye con tres versos endecasílabos que insisten de manera obsesiva en ese instante preciso en el que el toro se lleva por delante al torero, con todas sus trágicas consecuencias: “¡Ay qué terribles cinco de la tarde! / ¡Eran las cinco en todos los relojes!/ ¡Eran las cinco en sombra de la tarde! (versos 50-52). La entonación exclamativa de los tres versos; la contundencia expresiva del verso 50, que se inicia con la interjección adolorida “ay”, a la que sigue el determinante exclamativo “qué”, que pondera negativamente lo designado por el nombre al que modifica: -“cinco de la tarde”-, y que va precedido del adjetivo “terribles” -cuyo significado se aproxima más al de “nefastas” que al de “horribles”-; el hecho de que la hora de la tragedia quedara fijada en “todos los relojes” -clara sinécdoque en la que se alude al impacto que la cogida provocó en todos los espectadores de la corrida- (verso 51); y también el hecho de que esa hora cubriera de oscuridad -“en sombra”- la plaza (verso 52) llevan el texto a un nivel extremo de paroxismo que ha ido in crescendo desde los primeros versos. Adviértase, en este sentido, el paralelismo constructivo -rítmico y sintáctico- que muestran los versos 2 (“Eran las cinco en punto de la tarde”) y 52 (“¡Eran las cinco en sombra de la tarde”); dos endecasílabos enfáticos en los que los complementos “en punto” y “en sombra” rompen el grupo nominal “cinco de la tarde”, de forma tal que el acento rítmico de la sexta sílaba realza el significado de las palabras sobre las que recae: es la hora exacta en que se vive una tragedia que cubre de luto el coso y sus espectadores.

En realidad, el poema podría leerse suprimiendo el verso “a las cinco de la tarde”, reiterado hasta 25 veces. Para señalar la referencia horaria de la cogida habrían sido suficientes los endecasílabos 2 y 52. Pero el poema habría perdido su grandeza trágica que esa repetición le confiere. Porque con ella se logra lo que Lázaro Carreter llama, con toda propiedad, “un ámbito de campaneo fúnebre” (op. cit., pág. 8). Es una forma de obtener una tonalidad de réquiem en el que unas fantasmagóricas campanas tocaran a muerto. Jorge Manrique, en sus “Coplas” utilizó un procedimiento distinto, pero logró resultados parecidos: en su original sextina combinó versos octosílabos con tetrasílabos -por lo general agudos- y, de esta forma, la copla de pie quebrado sirvió para aportar un ritmo fúnebre a su célebre elegía.

Es, no obstante, en el terreno de las metáforas donde García Lorca obtiene sus mayores aciertos: el ángel de la muerte aporta el sudario (verso 3: “un niño trajo la blanca sábana”; adviértase la aliteración del fonema /a/ y la fuerza del esdrújulo final); ya está lista la cal que emplean los enterradores (verso 5: “Una espuerta de cal ya prevenida”; convendría recordar que los enterradores arrojaban, desde una esportilla que llevaban en sus manos, cal viva sobre los cadáveres porque, al ser corrosiva, ayudaba a la rápida corrupción de las partes orgánicas); la inutilidad de los algodones para empapar la sangre que brota de la tremenda herida (verso 9: “El viento se llevó los algodones); el óxido que correo el cristal y el níquel que recubre la superficie del quirófano de la enfermería de la plaza (verso 11: “Y el óxido sembró cristal y níquel”); la indefensión del torero -plácida paloma- ante la muerte, que se presenta como un leopardo, el peligrosísimo félido carnicero por excelencia (verso 13: “Ya luchan la paloma y el leopardo”; recordemos que en uno de los sonetos de El rayo que no cesa, Miguel Hernández compara la fuerza destructiva del amor frustrado con el leopardo: “cardos, penas, llevo por corona; / cardos, penas, me azuzan sus leopardos / y no me dejan bueno hueso, alguno”); la lucha del muslo con el asta del toro que en él ha penetrado con profundidad (“15: “Y un muslo con un asta desolada”; habría que sobrentender “Ya luchan” -del verso 13-; y en este verso se ha producido un desplazamiento calificativo, porque la desolación a la que el poeta alude es la del muslo, no la del asta: “muslo desolado/devastado, destruido por la cornada”); y suena la cuerda que hace el bajo de la guitarra (verso 17: “Comenzaron los sones del bordón”, verso que contiene una metonimia de la parte -el bordón- por el todo -la guitarra-, instrumento que en el Poema del cante jondo, García Lorca asocia con la expresión de la pena más profunda); y también las campanas tienen un tañido venenoso, y una humareda asfixiante se esparce por doquier (verso 19: “Las campanas de arsénico y el humo”); y el gentío se agolpa con sobrecogedor silencio (verso 21: “En las esquinas grupos de silencio”;, en referencia a personas atónitas ante lo que acaban de presenciar).

Y prosiguen las metáforas. Y es el toro en esta ocasión el que sale victorioso en su lucha con el torero, ya que su cornada penetra en lo más íntimo de su ser (verso 23: “¡Y el toro solo corazón arriba!”; el poeta ha añadido patetismo al construir una frase nominal exclamativa, que no necesita verbo). Los versos 25, 27 y 29 forman una única oración, con dos proposiciones temporales introducidas por el adverbio “cuando” que se reitera en posición anafórica: “Cuando el sudor de nieve fue llegando, / cuando la plaza se cubrió de yodo, / la muerte puso huevos en la herida”. Es la plástica descripción del “sudor helado” de la muerte que se aproxima poco a poco (y de ahí la perífrasis verbal durativa del verso 25: “fue llegando”); y el olor a yodo, tan característico de los hospitales, y usado como desinfectante, se apodera de la plaza (verso 27); y la muerte anida, finalmente, en el cuerpo del torero, hecho que el poeta condensa con una expresiva metáfora en el verso 29: “la muerte puso huevos en la herida”.

Y continúa García Lorca la descripción del estado en que se encuentra el torero moribundo acumulando las metáforas macabras: la cama en que yace es un ataúd rodante (verso 33: “Un ataúd con ruedas es la cama”); y en su oído resuenan y rechinan huesos y flautas, que aluden -en nuestra tradición literaria- a la danza macabra que personifica alegóricamente a la muerte, la cual se presenta en forma de esqueleto (verso 35: “Huesos y flautas suenan en su oído”); y el toro se ha adueñado completamente del cuerpo, pues ya ha llegado a su cabeza (verso 37: “El toro ya mugía por su frente”; verso que nos trae a la memoria otros de un nuevo soneto de El rayo que no cesa, en el que Miguel Hernández -que compara su destino con el del toro de lidia- expresa con intensas imágenes la frustración ante sus deseos amorosos truncados: “la lengua en corazón tengo bañada / y llevo al cuello un vendaval sonoro”); y la agonía se apodera de la habitación coloreándola con reflejos de luz semejantes a los del arco iris (verso 39: “El cuarto se irisaba de agonía”; adviértase el acierto en la elección del verbo “irisar”, acompañado del complemento preposicional regido “de agonía”, lo que da una idea de la fuerza con la que la agonía se difunde por las cuatro paredes); y los tejidos comienzan a quedarse sin riego sanguíneo, porque la herida se ha infectado, y sobreviene la gangrena (verso 41: “A lo lejos ya viene la gangrena”), una gangrena que se extiende por las ingles mortecinas, que adquieren el cromatismo morado de los pétalos de un lirio cárdeno (verso 43: “Trompa de lirio por las verdes ingles”); y las heridas son cada vez más ardientes, con la potencia calórica del sol (verso 45: “Las heridas quemaban como soles”); “y el gentío rompe las ventanas” (verso 47), porque quiere saber qué es lo que está ocurriendo (el verbo “romper” recoge en su significado esa mezcla de angustia e impaciencia que se ha adueñado del público). Los versos 48-52 insisten en esa hora “terrible” y sombría (“en sombra”), principio de una tragedia (“a las cinco de la tarde”) que llegará a su fin cuarenta y ocho horas después de la cogida, el 13 de agosto de 1934, en Madrid. Y desde allí fue trasladado a su lugar de residencias, Sevilla, para ser enterrado en el panteón de su familia política, junto a su cuñado Joselito “El Gallo”, en el Cementerio de San Fernando. Nunca en la literatura española, ni antes ni después de García Lorca, una determinada hora -“a las cinco de la tarde”- ha servido para recoger, en toda su dramática extensión, el resultado de una brutal cogida por parte de un toro que forma ya parte de la historia de la tauromaquia, de nombre “Granadino”. La combinación de un arriesgado torero y de un genial poeta han hecho posible un “Llanto” que es incapaz de dejar indiferente a cualquier lector, incluso a aquellos que permanecen ajenos al mundo de los toros. Y García Lorca se ha limitado a exhibir sus particulares recursos literarios: sentido del rimo, fuerza en las descripciones a las que confiere una gran plasticidad, sugestivas metáforas surrealistas teñidas de ribetes sinestésicos, concepción arquitectónica del poema que se presenta como una unidad estructural dotada de una sorprendente coherencia interna...


**********

Recitaciones.

Francisco Rabal. Acompañamiento musical de Antonio Arenas.

https://www.youtube.com/watch?v=k6dLQExtwgk

Francisco Rabal. Grabación de los años 60. Imágenes de los ballets “Carmen” y “Don Quijote”.

https://www.youtube.com/watch?v=SZ0iCrRnprM

Enrique Morente. (Acapella). 2010.

La cogida y la muerte.

https://www.youtube.com/watch?v=PqThG7d6_Ms

Versiones teatralizadas.

Ballet Flamenco de Andalucía. Dirección Artística y coreografía: Rubén Olmo. Grabación y montaje: Antonio Diestro.

https://www.youtube.com/watch?v=9hozVoBAFqA

Festival de Compiegne, 1996. Representación en el Palacio de la Música de Atenas.

https://www.youtube.com/watch?v=kI0E5BLTvtc

Escuchando y leyendo a Andrés Amorós.

Conferencia.

https://www.youtube.com/watch?v=ouWs_qdZl0A

Artículo (en El Debate, 17-04-2025):

“José Caballero, primer ilustrador del Llanto por Ignacio Sanchez Mejías”.

https://www.eldebate.com/cultura/20250417/jose-caballero-primer-ilustrador-llanto-ignacio-sanchez-mejias_287926.html

Libro.

El «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías» de Federico García Lorca. Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, Colección «La Piel de Toro».

“Los domingos de ABC” (Semanal, 12 de agosto de 1984) traía en su portada una foto de Sánchez Mejías ante el cadáver de su cuñado, Joselito (muerto en la plaza de toros de Talavera de la Reina el 15 de mayo de 1920). Y con el título de “Cincuentenario de la muerte de un torero de leyenda”, además de publicar el poema con una ilustración de Salvador Dalí (6-XI-1966) y un retrato de José Caballero), incluyó artículos de Fernando Lázaro Carreter), Gerardo Diego), Gregorio Corrochano (escrito el 18-8-1934), Juan Ignacio Luca de Tena, José López Rubio, Matías Prats, Antonio Garrigues, Félix Moreno de la Cova, Vicente Zabala, Luis Fernández Salcedo, Joaquín Carlos López-Lozano, Antonio García-Ramos Vázquez y Rafael Gómez. Un excelente conjunto de artículos que contribuyen a forjar una visión de “una leyenda que forma ya parte de la mística y de la lírica del arte de torear y en el que las lágrimas del poeta han corrido como un reguero de versos por todos los confines del mundo, marcando para la eternidad las más famosas cinco de la tarde que el tiempo haya señalado nunca”.

Ignacio Sánchez-Mejías junto al cuerpo de Joselito

Una de las fotografías más comentadas de José de María Vázquez “Campúa” es este retrato del torero Ignacio Sánchez-Mejías llorando junto al cádaver de Joselito en la enfermería de la plaza de toros de Talavera de la Reina (Toledo) el 16 de mayo de 1920. «Campúa» era el único fotógrafo que estaba aquel día cubriendo la corrida.

Como homenaje de admiración hacia Fernando Lázaro Carreter, reproducimos aquí su comentario de la primera parte, publicada en la citada edición de ABC (pág. 8).

“El primer tiempo del réquiem crea un ámbito de campaneo fúnebre, con el redoble obsesivo de la hora de la tragedia. Eran las cinco…; un eran que se opone al éranse intemporal y utópico de las consejas. En ese instante tan preciso, muchas cosas reales conviven como coaguladas por un milagro onírico. Todo concurre en ese minuto: el niño-ángel de la muerte con el sudario; la cal de los enterradores; los algodones ya inútiles; el óxido, la destrucción del mundo mineral, corroyendo el cristal y el níquel del quirófano; la tenue, la desfalleciente vida de Ignacio, paloma indefensa ante el leopardo asesino; el muslo en lucha desigual con el asta obstinada, triste ejecutora de su oficio; el son de la cuerda agónica de la guitarra, las campanas que esparcen un resonido venenoso, y el humo turbio y asfixiante, y la gente, atónita, sobrecogida, por las esquinas… Mientras, el toro ganándole la batalla al torero, entrando victorioso en su corazón, y el torero con el sudor helado, y el yodo -su olor a hospital, su oscura viscosidad inquietante- invadiendo la plaza. Por fin, la muerte instalando nido de gangrena en aquel cuerpo.

El poeta, en esa confusión de destrucciones congregadas en la hora fatal, cobra aliento para seguir describiéndolas. La cama se torna ataúd, los huesos y las flautas de las danzas macabras suenan en el oído del moribundo, a quien el toro ha ocupado por completo: ya está en su cabeza. El torero irradia agonía, que colorea la habitación; la gangrena asciende por las ingles exangües como un lirio morado. Las heridas arden y el gentío, impaciente y angustiado, rompe las ventanas, por donde quiere ver, saber qué pasa. Suena la última y sombría campanada”. (Comentario completo en las páginas 8-9).

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