EL RINCÓN DE LA POESÍA

Pedro Salinas: El poeta del amor y sus inspiraciones en "La voz a ti debida"

El poeta y su musa: Pedro Salinas y Katherine Whitmore

Nuestro poema de cada día

Fernando Carratalá | Viernes 07 de noviembre de 2025
Dentro de la Generación poética del 27, a Pedro Salinas se le conoce, fundamentalmente, por ser “el poeta del amor”, afirmación que respaldan dos títulos: La voz a ti debida (1933) y Razón de amor (1936), de los que fue musa inspiradora la norteamericana Katherine Prue Reding (1891-1982), con posterioridad, Whitmore, por su matrimonio.


La forma de querer tú

es dejarme que te quiera.

El sí con que te me rindes

es el silencio. Tus besos

son ofrecerme los labios

para que los bese yo.

Jamás palabras, abrazos,

me dirán que tú existías,

que me quisiste: jamás.

Me lo dicen hojas blancas,

mapas, augurios, teléfonos;

tú, no.

Y estoy abrazado a ti

sin preguntarte, de miedo

a que no sea verdad

que tú vives y me quieres.

Y estoy abrazado a ti

sin mirar y sin tocarte.

No vaya a ser que descubra

con preguntas, con caricias,

esa soledad inmensa

de quererte sólo yo.

Pedro Salinas: La voz a ti debida. Razón de amor.
Madrid, editorial Castalia, 2010. Joaquín González Muela, editor literario.

Pedro Salinas es también un poeta angustiado por las explosiones atómicas que asolaron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, y que le inspiran el poema “Cero”, dividido en cinco partes, y con 389 versos; un poema que corona el libro Todo más claro, publicado en 1949. Y es, asimismo, un gran ensayista, que nos proporciona cinco luminosos ensayos escritos en Puerto Rico -donde está enterrado-, recogidos en El defensor (1948). Y por si todo lo anterior fuera poco, nos encontramos además con un Salinas que, como profesor universitario, es capaz de ejercer la interpretación crítica de nuestro grandes escritores em monografías que siguen siendo punto de referencias para cualquier docente estudioso de la literatura; y nos basta con citar dos que seguimos manejando: Jorge Manrique o tradición y originalidad (Seix Barral, 1973) y La poesía de Rubén Darío (Serix Barral, 1975. En este artículo nos vamos a dedicar a comentar algumos poemas de La voz a ti debida; y en cuyo frontispicio podríamos recoger estos dos versos dirigidos a la amada: “Es que quiero sacar / de ti tu mejor tú”. Y empezaremos por esbozar la poética de Pedro Salinas.

En la célebre antología Poesía española contemporánea (Madrid, Signo, 1934), Gerardo Diego recoge las palabras de Salinas en las que expone la concepción que tiene de la poesía; palabras que reproducimos a continuación en su totalidad.

La poesía existe o no existe; eso es todo. Si es, es con tal evidencia, con tan imperial y desafectada seguridad, que se me pone por encima de toda posible defensa, innecesaria. Su delicadeza, su delgadez suma, es su grande invencible corporeidad, su resistencia y su victoria. Por eso considero la poesía como algo esencialmente indefendible. Y, claro es, en justa correlación, esencialmente inatacable. La poesía se explica sola; si no, no se explica. Todo comentario a una poesía se refiere a elementos circundantes de ella, estilo, lenguaje, sentimientos, aspiración, pero no a la poesía misma. La poesía es una aventura hacia lo absoluto. Se llega más o menos cerca, se recorre más o menos camino; eso es todo. Hay que dejar que corra la aventura, con toda esa belleza de riesgo, de probabilidad, de jugada. “Un coup de dés jamais n'abolira le hasard.” No quiere decir eso que la poesía no sepa lo que quiere; toda poesía sabe, más o menos, lo que se quiere; pero no sabe tanto lo que se hace. Hay que contar, en poesía más que en nada, con esa fueza latente y misteriosa, acumulada en la palabra debajo, disfrazada de palabra, contenida, pero explosiva. Hay que contar, sobre todo, con esa forma superior de interpretación que es le malentendu. Cuando una poesía está escrita se termina, pero no acaba; empieza, busca otra en sí misma, en el autor, en el lector, en el silencio. Muchas veces una poesía se revela a sí misma, se descubre de pronto dentro de sí una intención no sospechada. Iluminación, todo iluminaciones. Que no es lo mismo que claridad, esa claridad que desean tantos honrados lectores de poesías. Estimo en la poesía, sobre todo, la autenticidad. Luego, la belleza. Después, el ingenio. Llamo poeta ingenioso, por ejemplo, a Walter Savage Landor. Llamo poeta bello, por ejemplo, a Góngora, a Mallarmé. Llamo poeta auténtico, por ejemplo, a San Juan de la Cruz, a Goethe, a Juan Ramón Jiménez. Considero totalmente inútiles todas las discusiones sobre el valor relativo de la poesía y de los poetas. Toda poesía es incomparable, única, como el rayo o el grano de arena.

Mi poesía está explicada por mis poesías. Nunca he sabido explicármela de otra manera, ni lo he intentado. Si me agrada el pensar que aún escribiré más poesías, es justamente por ese gusto de seguir explicándome mi Poesía. Pero siempre seguro de no escribir jamás la poesía que lo explicará todo, la poesía total y final de todo. Es decir, con la esperanza ciertísima de ir operando siempre sobre lo inexplicable. Esa es mi modestia.”

Afirma Pedro Salinas que “La poesía es una aventura hacia lo absoluto. Se llega más o menos cerca, se recorre más o menos camino; eso es todo.” Quiere esto decir que la poesía es para él una forma de conocimiento de realidades profundas -y por eso pide “iluminación, todo iluminaciones”-, una manera de acceder al verdadero significado de las cosas, más allá de sus simples apariencias. Y añade Salinas: “Estimo en la poesía, sobre todo, la autenticidad. Luego, la belleza. Después, el ingenio”. Y esos son, en efecto, los tres elementos básicos de su creación poética. Con respecto al estilo conceptista de Salinas, se refleja en la continua presencia en sus versos -por lo demás, rigurosamente “trabajados” y, por lo general, carentes de rima- de paradojas, afortunados juegos de ideas, condensación de conceptos...; recursos con los que el poeta pretende adentrarse en el sentido último y esencial de la realidad. Pero esa capa intelectual que, en cierto modo, todo conceptismo implica, lejos de anularlo -insistimos-, potencia el valor emotivo de su palabra poética.

**********

Y entremos ya en el comentario del primero de los poemas seleccionados.

Evoca Salinas en este poema la realidad cotidiana de la amada: su cuerpo, sus besos...; todo un mundo de detalles reales por detrás de los cuales trata de descifrar su ser esencial. El poeta pretende trascender el cuerpo de la amada, sus caricias y abrazos (“Jamás palabras, abrazos, / me dirán que tú existías, / que me quisiete: jamás.”; versos 7, 8 y 9). Y en esta búsqueda de algo mucho más profundo, el cuerpo de la amada no pasa de ser un simple indicio de su existencia; de ahí que “mapas, augurios [lo misterioso], teléfonos [sólo la voz, sin cuerpo]” (verso 11) sean símbolos de ese mundo espiritual y verdadero que busca el poeta en la amada. Y por eso puede exclamar: “Y estoy abrazado a ti / sin mirar y sin tocarte” (versos 17-18); abrazado no tanto a su cuerpo, cuanto a su ser y existir; y abrazado porque tiene miedo a perderla, “a que no sea verdad / que tú vives y me quieres.” (versos 15-16); un miedo que dejará paso a “esa inmensa soledad” (verso 21) que sobreviene cuando falta la comunicación espiritual que desborda palabras -“preguntas”- y “caricias” (verso 20); pero que queda definitivamente erradicada cuando amada y amante se relacionan amorosamente desde lo más profundo de su ser, una vez descubierta su autenticidad.

Y, como es habitual en Salinas, la sencillez formal ayuda a penetrar en el contenido poemático -ese juego casi metafísico de sentirse solo, por no tener la seguridad absoluta de la verdadera existencia de la amada tal cual es por debajo de las apariencias-: lenguaje común -con presencia de palabras tenidas por poco poéticas, así como de expresiones coloquiales-; ausencia de complejidad sintáctica -con predominio de frase simples y cortas-; verso libre -octosílabos no sujetos a combinación estrófica determinada-; en definitiva, una desnudez formal que hace más intenso el sentimiento amoroso.

**********

¡Qué paseo de noche
con tu ausencia a mi lado!
Me acompaña el sentir
que no vienes conmigo.
Los espejos, el agua
se creen que voy solo;
se lo creen los ojos.
Sirenas de los cielos
aún chorreando estrellas,
tiernas muchachas lánguidas,
que salen de automóviles,
me llaman. No las oigo.
Aún tengo en el oído
tu voz, cuando me dijo:
“No te vayas.” Y ellas,
tus tres palabras últimas,
van hablando conmigo
sin cesar, me contestan
a lo que preguntó
mi vida el primer día.
Espectros, sombras, sueños,
amores de otra vez,
de mi compadecidos,
quieren venir conmigo,
van a darme la mano.
Pero notan de pronto
que yo llevo estrechada,
cálida, viva, tierna,
la forma de una mano
palpitando en la mía.
La que tú me tendiste
al decir: “No te vayas.”
Se van, se marchan ellos,
los espectros, las sombras,
atónitos de ver
que no me dejan solo.
Y entonces la alta noche,
la oscuridad, el frío,
engañados también,
me vienen a besar.
No pueden; otro beso
se interpone en mis labios.
No se marcha de allí,
no se irá. El que me diste,
mirándome a los ojos
cuando yo me marché
diciendo: “No te vayas.”

Pedro Salinas: La voz a ti debida. Razón de amor. Madrid, editorial Castalia, 2010.
Joaquín González Muela, editor literario.

Desde su ausencia, Salinas recuerda a la amada, que le acompaña siempre. Toda la composición gira en torno a las palabras de la amada “No te vayas.”, verso repetido hasta tres veces -15, 32, 47-, y situado estratégicamente en aquellos lugares del poema que coinciden con otros tantos momentos en que el sentimiento amoroso fluye en toda su riqueza emocional.

Hay en el poema algunos versos en los que Salinas emplea procedimientos expresivos de gran valor estético:

Versos 1-4, donde se contraponen la ausencia material de la amada y su compañía espiritual: “¡Qué paseo de noche / con tu ausencia a mi lado! / Me acompaña el sentir / que no vienes conmigo.

Versos 8-9, en los que Salinas supone que las sirenas son habitantes de los cielos que se mojan de estrellas: “Sirenas de los cielos / aún chorreando estrellas, / tiernas muchachas lánguidas, / que salen de automóviles, / me llaman. No las oigo.”. (La mitología griega concebía a las sirenas como seres compuestos de busto de mujer y cuerpo de ave, que extraviaban a los navegantes atrayéndolos con la dulzura de su canto).

Y el poeta no está solo. Una presencia interior le acompaña: lleva en sí mismo, incorporado, el verdadero ser de la amada, que está ausente sólo físicamente. Y, por ello, rechaza la compañía de diferentes seres de la creación: “llamadas externas” de la naturaleza, humanizada y conmovida; o “llamadas internas” de la fantasía y de la memoria. [Los seres de la creación -los espejos, el agua, los ojos- quieren acompañar al poeta, porque creen que se encuentra solo, al no existir una presencia material que le acompañe (versos 5-7). Pero -insistimos- el poeta siente una compañía espiritual que no se puede ver; y, embriagado de felicidad amorosa, rechaza la compañía de mujeres fantásticas -esas “sirenas de los cielos”, del verso 8-; de mujeres reales -las “tiernas muchachas lánguidas, / que salen de automóviles,” de los versos 10-11-; de fantasmas de amores pasados -esos “amores de otra vez,” del verso 22-;...

Y hemos de reparar, de nuevo, en la sencillez de la forma métrica elegida por Salinas (agrupación caprichosa de cuarenta y siete versos heptasílabos, sin rima), compatible con la rigurosa organización interna de un contenido poemático reflexivamente “trabajado”, en el que resplandece la emoción incontenible del más desbordado sentimiento amoroso.

**********

La noche es la gran duda
del mundo y de tu amor.
Necesito que el día
cada día me diga
que es el día, que es él,
que es la luz: y allí tú.
Ese enorme hundimiento
de mármoles y cañas,
ese gran despintarse
del ala y de la flor:
la noche; la amenaza
ya de una abolición
del color y de ti,
me hace temblar: ¿la nada?
¿Me quisiste una vez?
Y mientras tú te callas
y es de noche, no sé
si luz, amor existen.
Necesito el milagro
insólito: otro día
y tu voz, confirmándome
el prodigio de siempre.
Y aunque te calles tú,
en la enorme distancia,
la aurora, por lo menos,
la aurora, sí. La luz
que ella me traiga hoy
será el gran sí del mundo
al amor que te tengo.

Pedro Salinas: La voz a ti debida. Razón de amor. Madrid, editorial Castalia, 2010.
Joaquín González Muela, editor literario.

El eje temático sobre el que Salinas organiza este poema lo constituye la duda que la noche suscita en el poeta acerca de la realidad de su amor, identificado con la luz, cuya presencia y efectos reclama reiteradamente. Y, a lo largo del poema, hay algunos rasgos del “estilo conceptista” característico de Pedro Salinas. Obsérvese, a este respecto, la simétrica organización del poema, escrito en heptasílabos blancos: dos bloques con igual número de versos (versos 1-14 y versos 16-29), separados por el verso 15: “¿Me quisiste una vez?”].

No es necesario profundizar más en el comentario, a la vista de los dos anteriores. Pero sí quisiéramos rastrear en Salinas el manejo, con gran eficacia, de lo que Leo Spitzer ha denominado “enumeración caótica”: los elementos de la enumeración no guardan relación lógica entre sí; antes por el contrario, parecen estar generados tal y como se van presentando en la mente del poeta, siguiendo impulsos primarios, y sin pasar por el tamiz de la razón. (Cf. “El conceptismo interior de Pedro Salinas”. En Lingúística e historia literaria; Madrid, editorial Gredos, 1989, 2.ª edición. Biblioteca Románica Hispánica. II. Estudios y ensayos, 19. Todo el epígrafe dos -“El mundo exterior como caos”- está dedicado al análisis del valor estilístico de la enumeración caótica en versos de La voz a ti debida). Y el propio Spitzer nos advierte: “Sin embargo, y a propósito de la enumeración caótica de los objetos, de las cosas del mundo, en la poesía de Salinas-, este desorden ciclópeo y primitivo está visto con los ojos de un poeta que 'no es desorden': las tricotomías cuidadosas acusan, a pasar de todo, 'un desorden claro', y Salinas no se lanza a un apocalíptico tartamudeo, con la refundición de palabras y las cacofonías grotescas, a lo Víctor Hugo. Respeta la paz del diccionario y también la paz de la sintaxis”.

Y nos basta -para terminar- con advertir la expresividad de las enumeraciones caóticas que están en la base de la construcción del poema de Salinas del que reproducimos a continuación un fragmento: el mundo está poblado por la nada, en un estado previo al nacimiento del poeta al amor y a la presencia de la imagen ideal de la amada; una nada presidida por el desorden (minas, continentes, motores, -estrella, colibrí, teorema-, materia, números, astros, siglo), que se expresa con palabras que se han despojado de su sentido original; poema que pertenece, también, a La voz a ti debida.

¡Qué gran víspera el mundo!
No había nada hecho.
Ni materia, ni números,
ni astros, ni siglo, nada.
El carbón no era negro
ni la rosa era tierna.
Nada era nada, aún.
¡Qué inocencia creer
que fue el pasado de otros
y en otro tiempo, ya
irrevocable, siempre!
No, el pasado era nuestro:
no tenía ni nombre.
Podíamos llamarlo
a nuestro gusto: estrella,
colibrí, teorema,
en vez de así, "pasado...";
quitarle su veneno.
Un gran viento soplaba
hacia nosotros minas,
continentes, motores. [...]

El 3 de octubre de 2025, en esta misma revista digital, comentamos el poema de Pedro Salinas que comienza con el verso “No te veo. Bien sé…”, y que está incluido en su primer libro, Presagios. Puede accederse a dicho comentasio en este enlace:

https://www.todoliteratura.es/noticia/61602/el-rincon-de-la-poesia/pedro-salinas-el-gran-poeta-del-amor-de-la-generacion-del-27.html

[La obra de Pedro Salinas aparece hoy como uno de los momentos culminantes de la lírica del siglo XX. Este volumen, al cuidado de su hija, se publicó por primera vez en 1981 y es, hasta la fecha, la edición que, a falta de una definitiva, puede considerarse canónica de la obra completa del poeta del 27. «Cuando una poesía está escrita se termina, pero no acaba; empieza, busca otra en sí misma, en el autor, en el lector, en el silencio.» (Pedro Salinas)].

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