Nacimiento en el hogar
Señor, en este rincón donde mi casa era más oscura,
un poco de sed, un poco de hambre de Ti,
han dispuesto que las manos se hicieran artesanas y niñas,
y vencieran al tiempo,
y condujeran los ojos a la más encendida de las alegorías. [5]
Y hemos creído,
y hemos orado componiendo la madera,
y en la arena hemos hundido los dedos suavemente,
y no hemos escondido la cabeza,
sino que el pie se ha posado, andariego hacia Ti, [10]
y la nieve, pequeña y tiernamente embustera,
nos ha enfriado con su simbólica verdad,
y el musgo, Señor, como en aquella primera semana
/de la Creación, ha cubierto de esplendor la tierra.
Y estamos ya viendo, [15]
ya contemplando la obra,
nuestra y tuya,
para que tú seas adorado,
para que Tú seas acercado a nuestra manos,
para que tú seas nacido [20]
en el cuévano donde el corcho mitiga su aspereza,
junto al río de cristal con las asombradas lavanderas,
como la Verónica un día con el lienzo que tocaría tu rostro,
como el sudario de Arimatea envolviendo
la dulcedumbre de tu cuerpo muerto. [25]
Somos vividores por Ti, y ángeles tuyos;
somos niños por Ti, y hermosa herencia tuya,
y temblamos al recrear tu primer día como si en el labio se nos
/hubiera posado la abeja de la primera miel,
como si en nuestros ojos hubiera descansado el destello del
/primer diamante de la tierra;
temblamos y levantamos el misterio, [30]
y las paredes de nuestro hogar se acercan y hacen cálidas
/las luminosas hogueras,
y las cobijadoras chozas,
y la estrella de escarcha de la paz.
Temblamos y acompañamos el discurrir de la caravana,
y te invitamos a ser nuestro, [35]
a Ti que nos has hecho tuyos, y vecinos, y familiares eternos,
desde esas pajas tejidas que han humedecido el aliento de
/las bestias propicias;
a Ti, que de tan nuestro, te manejamos y tomamos,
te acunamos y te encendemos, [40]
y te recibimos como alimento;
a Ti que ahora entras en nuestra habitación como un juego,
a Ti que eres el cenit de nuestra esperanza,
la enorme e irrepetida salva que dijo
que era llegada la paz en la tierra para todos los [45]
/hombres.
Dios mío, Cristo mío, Niño nuestro,
vencido y abatido,
y enaltecido y vencedor por amante sin tacha;
sangre o fuente parada, dispuesta desde esta Santa Noche,
mínimo y musical Dios, [50]
tremante Dios del templo contra los mercaderes entre
/las sobresaltadas palomas,
roto Dios del Gólgota,
agónico Dios de Getsemaní,
un puñadito de barro vuelve,
lo tomamos como Tú un día lo tomaste para hacernos, [55]
y entra en nuestra casa y aroma la suerte del hombre,
y recuerda la pella nativa del lodo
que con tu soplo creó toda nuestra gratuita majestad.
Ámanos desde ahí,
perdónanos desde ahí; [60]
sé desde ahí espejo de nuestro mejor ademán,
arroyo donde nuestros puentes amparen
la fiel evidencia de tu reino,
cerro de oro crecido sobre la más sobrecogedora humildad,
cáliz abierto de rosa esperada,
hondón de ternura donde una crisálida amanece, [65]
botón y ascua,
y palabra prometida que roza el oído del mundo,
y luz que entra de puntillas en la catacumba olvidada,
y estandarte que se alza brillando con el santo y seña
/de tu nombre.
Deja que se alegren los hombres, y hasta que celebren [70]
/ciegos y mudos tu Nacimiento,
como una lluvia que les alivia sin saber de qué nube descienden
/sus labios reparadores,
como una caricia que dobla la esquina donde no esperábamos
/la amistad;
deja que te reciban en la habitación después abandonada,
dejada después de la mano del hombre,
probando el frío de otros hombres que prueban el frío [75]
/de invierno,
haciéndote víctima del ruido, y del miedo, y de la sinrazón.
Deja que ellos te guarden, un poco más tarde, en un cajón
/silencioso,
y que puedas salir un día,
un día al año, tan solo, Señor,
a poner un poco de peso, o todo el peso del mundo, [80]
en algunas casas, o en muchas casas,
en las infinitas casas de todos los hombres,
en los infinitos desamparos donde deberían tener casa todos
/los hombres.
Dadme, hijos míos, dadme pronto el martillo y los clavos;
preparemos los troncos del árbol donde la cuna será [85]
/remedo de la Cruz;
acerquémonos todos y cantemos:
«La vida está aquí y por ella vivimos»…
Porque si no os hacéis como niños,
si no sois como esas figuritas que llevan su cántaro al hombro,
su cordero a la espalda, [90]
su orza de almíbar colgado de las toscas correas que hieren
/la mano oferente,
si no os hacéis como esos pastorcillos
que cuidan mudos el rebaño y creen que el serrín es la arena
/del suelo baldío,
que es pasto esa tierna cuadrícula de inventados verdores,
si no sois esta Noche, y un poco todas las noches, [95]
los mismos que ahora se acercan a cantar al Nacido,
no entraréis en el reino del Padre.
Y Él quiere,
lo quiere,
desde el soliviantado dulzor de la casa, [100]
de la mía y de la tuya,
enriquecidas de pronto
con la pobreza de un pesebre
donde es pan de los hombres el Hijo de María.
Este largo poema está tomado de El arrabal; y no hay la menor duda de que, en esta obra, García Nieto ha alcanzado una envidiable madurez poética. Porque en el poema «Nacimiento en el hogar» recoge una amplia gama de recursos retóricos, empleados con notable sencillez, que le sirven de cauce para la expresión de una intensa espiritualidad, suscitada ante la contemplación del belén familiar, ante el que el poeta –y su familia– se acercan a cantar al Nacido como unos pastorcillos más, «desde el soliviantado dulzor de la casa» (versículo 100), que se enriquece «con la pobreza de un pesebre / donde es pan de los hombres el Hijo de María» (versículos 103-104).
El poema «Nacimiento en el hogar» es, obviamente, un salmo, entendido como cántico de alabanza o invocación a Dios –al modo de los salmos de David–; y para lograr la cadencia propia de los salmos, el poeta encuentra en el versículo el cauce de expresión poética más idóneo. Componen el poema 104 versículos, agrupados en seis conjuntos temáticos perfectamente interrelacionados; versículos que, por momentos, «se adelgazan» al mínimo (como, por ejemplo, los versículos 6, 15-18, 47, 50, 98-99…); por momentos, fluyen con una amplitud solemne y majestuosa (como, por ejemplo, los versículos 28-29, 51, 70-72, 91, 93…): y, por momentos, se entremezclan unos con otros, siempre en busca del «efecto» que el poeta quiere imprimirles (como, por ejemplo, los versículos 59-69). Estos son los aludidos agrupamientos de versículos, que no constituyen, propiamente hablando, estrofas convencionales, y que se separan, unos de otros, por blancos (espacios que se dejan sin llenar):
Agrupamiento 1: versículos 1-25.
Agrupamiento 2: versículos 26-45 (20 versículos).
Agrupamiento 3: versículos 46-58 (13 versículos).
Agrupamiento 4: versículos 59-69 (11 versículos).
Agrupamiento 5: versículos 70-83 (15 versículos).
Agrupamiento 6: versículos 84-104 (21 versículos).
La construcción del «belén» familiar le da ocasión al poeta para rememorar algunos pasajes de la vida de Cristo, desde su nacimiento hasta su Pasión y muerte en la Cruz, pasando por la institución de la Eucaristía –por medio de la cual, el pan y el vino, en el ámbito de una celebración litúrgica de la Iglesia Católica, se transustancian en la sangre y el cuerpo de Cristo–. Pero esta rememoración que el belén doméstico suscita es la catapulta que el permite al poeta efectuar una declaración de fe en el amor de Dios, plenamente correspondido por él, así como en una exhortación a su familia y a todas las gentes –y de ahí el empleo del plural sociativo como forma comunicativa básica– para que reconozcan en el Niño de Belén al Dios de la Salvación, y para que hagan suyas sus enseñanzas. De ahí que el poeta nos recuerde que «si no os hacéis como esos pastorcillos» (versículo 92), «si no sois esta Noche, y un poco todas las noches / los mismos que ahora se acercan a cantar al Nacido, / no entraréis en el reino del Padre» (versículos 95-97). [Estas palabras recuerdan a Mateo (18:2-4): «Y él, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así pues, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos»].
El poeta se sitúa ante el belén como gran metáfora de la Navidad; y por eso habla de que el Nacimiento es «la más encendida de las alegorías» (versículo 5); y de que la nieve, «tiernamente embustera, / nos ha enfriado con su simbólica verdad» (versículos 11-12). Y a lo largo del poema asistimos a la construcción de ese belén familiar, hecho con manos «artesanas y niñas» (versículo 3), que se va a instalar precisamente «en este rincón donde mi casa era más oscura» (versículo 1, en el que el pasado imperfectivo era aporta una connotación de cambio no solo físico, sino también espiritual); un belén ante el que «hemos creído, / y hemos orado […] / y no hemos escondido la cabeza, / sino que el pie se ha posado, andariego hacia Ti» (versículos 6-7, 9-10). Y en ese belén están presentes todos los elementos y figuras tradicionales: madera (versículo 7), arena (versículo 8), nieve (versículo 11), musgo (versículo 13), corcho (versículo 21), río de cristal (versículo 22), lavanderas (versículo 22), «luminosas hogueras» (versículo 31), «cobijadoras chozas» (versículo 32), «estrella de escarcha de la paz» (versículo 33), «pajas tejidas que han humedecido el aliento de las bestias propicias» (versículo 38), «cuna […] remedo de la Cruz» (versículo 86), «figuritas que llevan su cántaro al hombro, / su cordero a la espalda, / su orza de almíbar (versículos 89-91), «pastorcillos que cuidan mudos el rebaño» (versículos 92-93), «la pobreza de un pesebre» (versículo 103)… Y, por supuesto, el Niño Dios, que es el mismo de la Vía Dolorosa (versículo 23), el del cuerpo muerto envuelto en un sudario por José de Arimatea (versículos 24-25), el «roto Dios del Gólgota» (versículo 52), el «agónico Dios de Getsemaní» (versículo 53); pero también el Dios que desde ese humilde pesebre en el que nace nos da la vida («La vida está aquí y por ella vivimos»… –versículo 87–, el que «recibimos como alimiento» en la Eucaristía (versículo 41), el Hijo de María que es «pan de los hombres» (versículo 104).
En los versículos 1-25 queda ya fijada la línea temática del poema, que es la invocación del poeta al Señor con motivo de la construcción de un belén en el ámbito familiar: madera, arena, nieve, musgo, corcho para la elaboración de la gruta del Nacimiento (significado metafórico que adopta el vocablo «cuévano» en el versículo 21), río de cristal, lavanderas… Y por dos veces el interlocutor del poeta figura expresamente aludido con el vocativo «Señor» (versículos 1 y 13); y de ahí la abundancia de pronombres personales de segunda persona del singular en diferentes formas que corresponden a sus distintas funciones sintácticas («de Ti» –versículo 2–, «hacia Ti» –versículo 10–, «Tú» –versículos 18, 19 y 20–), así como de determinantes posesivos de segunda persona del singular («ya contemplando la obra, / nuestra y tuya» –versículos 16 y 17–, «tu rostro» –versículo 23–, «tu cuerpo muerto» –versículo 25–). Por otro lado, el poeta recurre al plural sociativo, no solo porque su invocación al Señor incluye también la de su familia ante el belén, sino también porque al implicar al oyente –en este caso el Señor mismo– el clima de afectividad aumenta («hemos creído», «hemos orado», «hemos hundido», «no hemos escondido» –versículos 6 al 9–, «nos ha enfriado» –versículo 12–, «estamos ya viendo, / ya contemplando la obra, nuestra y tuya» –versículos 15 a 17–, «para que Tú seas acercado a nuestras manos» –versículo 19–).
Desde el punto de vista puramente lingüístico, García Nieto emplea con enorme eficacia el polisíndeton, reiterando la conjunción y al comienzo de muchos de los versículos (del 4 al 9, especialmente, de forma consecutiva); y, de esta manera, los elementos coordinados que la conjunción “y” va sumando aparecen con mayor fuerza en la imaginación, a la vez que producen una sensación de lentitud –lo que Dámaso Alonso llamaba «detención meditativa»– que traslada, en este caso a las acciones, una cierta solemnidad, cuando no gravedad: «y vencieran…», «y condujeran…», «Y hemos creído, / y hemos orado…», «y hemos hundido…», «y no hemos escondido…». Y el poeta prosigue más adelante manteniendo el polisíndeton: «y la nieve… / nos ha enfriado…» (versículos 11-12), «y el musgo… / ha cubierto (versículos 13-14), «Y estamos ya viendo» (versículo 15). Por otra parte, un cierto ritmo binario le van imprimiendo al avance del poma construcciones del tipo «un poco de sed, un poco de hambre de Ti» (versículo 2), «manos […] artesanas y niñas» (versículo 3), «nieve pequeña y […] embustera» (versículo 11), «Y estamos ya viendo, / ya contemplando la obra» (versículo 15-16). Y son los versículos 18 a 25 los de mayor perfección técnica, en los que el poeta, además de sus conocimientos bíblicos, exhibe toda una gama de recursos lingüísticos y estilísticos que elevan su calidad estética. Por un lado, hay tres versículos (18-20) en los que se reitera la construcción paralelística formada por «conjunción final (A)+pronombre personal tónico de segunda persona en función de sujeto, empleado con carácter enfático (B)+construcción pasiva de verbo en presente de subjuntivo (C):
«para que (A1) / Tú (B1) / seas adorado (C1),
«para que (A2) / Tú (B2) / seas acercado (C2) […],
«para que (A3) / Tú (B3) / seas nacido (C3) […]».
Obsérvese que el empleo de las construcciones pasivas con el verbo ser, por su inusualidad, resultan altamente poéticas, sobre todo si las comparamos con estas otras, que son más habituales en el lenguaje de la comunicación ordinaria: «para que a Ti te adoremos, / para que a Ti te acerquemos a nuestras manos, / para que Tú nazcas / en el cuévano […]. Por otro lado, los versículos 23 y 24 contienen dos símiles en los que figuran la Santa Mujer Verónica y José de Arimatea: aquella impregnando en un lienzo el rostro de Cristo en plena Vía Dolorosa, camino del Calvario (versículo 23; y este amortajando su cuerpo (versículo 24). [El Viernes Santo de 1991, el papa Juan Pablo II reformó el Viacrucis, y suprimió la «estación» en la que la Santa Mujer Verónica le enjuga el rostro a Jesús, por no tener fundamento bíblico. En España se conservan dos reliquias: una, desde el siglo XV, en el Monasterio de la Santa Faz –de religiosas de clarisas de clausura–, a pocos kilómetros de Alicante, llamada la «Santa Faz»; y otra, desde el siglo XIV, en la catedral de Jaén, conocida como el «Santo Rostro». La Sábana Santa de Turín –o Síndone–, ubicada en la Capilla Real de la catedral de San Juan Bautista, está considerada por muchos creyentes como el sudario que envolvió el cuerpo de Jesús; y aunque la Iglesia Católica no se ha pronunciado oficialmente acerca de su autenticidad, las investigaciones científicas más modernas realizadas sobre esta reliquia la ponen en duda. Cf. https://es.m.wikipedia.org/wiki/Sudario_de_Tur%C3%Adn]. Y este primer agrupamiento concluye con un versículo de extraordinaria musicalidad: «la dulcedumbre de tu cuerpo muerto»; versículo en el que la palabra “dulcedumbre” posee un valor estético muy superior a sinónimos más usuales –del tipo dulzura/suavidad–, gracias a la distribución vocálica (u-e/u-e) y a la aliteración de /d/; y en el que su complemento nominal («de tu cuerpo muerto») presenta una asonancia interna /é-o/, con una expresividad similar a la de la rima en eco.
En los versículos 26 a 45 –que constituyen el segundo agrupamiento–, el poeta sigue fijando su atención en elementos imprescindibles en todo belén: las luminosas hogueras y las cobijadoras chozas que dan calor y sirven de refugio a los pastores; la estrella anunciadora de la paz universal para todo el género humano; las pajas del pesebre; los animales que con su aliento caldean el establo –la mula y el buey, a los que el poeta alude con la metáfora «bestias propicias»–. Y el poeta continúa invocando al Señor empleando las formas átona y tónica del pronombre personal de segunda persona del singular («por Ti» –versículos 26, 27–, «a Ti» –versículos 36, 39, 41, 42, 43–; «te» –versículos 35, 39, 40, 41–); y, también, determinantes posesivos de segunda persona del singular («ángeles tuyos» –versículo 26–, «herencia tuya» –versículo 27–, «tu primer día» –versículo 28–, «nos has hecho tuyos» –versículo 36, en el que el posesivo desempeña una función pronominal–). Y la insistencia en el empleo del plural sociativo –con toda la fuerza intemporal que el presente de indicativo, en primera persona del plural, añade al valor puramente semántico de los verbos– hace mucho más intensa la relación comunicativa del poeta –y de los suyos– con el Creador: «Somos vividores por Ti» –versículo 26–, «somos niños por Ti» –versículo 27–, «y temblamos al recrear el primer día […]» –versículo 28–, «temblamos y levantamos el misterio» –versículo 30–, «Temblamos y acompañamos el discurrir […]» –versículo 34–, «te invitamos a ser nuestro» –versículo 35–, «te manejamos y tomamos, / te acunamos y te encendemos, / y te recibimos como alimento» –versículos 39 a 41.
Estilísticamente hablando, llama la atención el aliento poético de las comparaciones que figuran en los versículos 27 y 28, y que se cierran con sendas construcciones paralelísticas: «y temblamos al recrear tu primer día como si en el labio se nos hubiera posado la abeja de la primera miel, / como si en nuestros ojos hubiera descansado el destello del primer diamante de la tierra». Ese aliento poético se percibe, igualmente, en la delicada sinestesia del versículo 31 –en el que el poeta confiesa la afectividad que el Belén, manifestación alegórica de la Navidad, aporta a su casa–: «las paredes de nuestro hogar se acercan y hacen cálidas las luminosas hogueras». Por otra parte, la construcción anafórica «a Ti que» –de los versículos 35 a 37 y 39 a 43– introduce, de manera pleonástica, la forma pronominal tónica del pronombre personal de segunda persona del singular, que se repite bajo la forma átona «te» delante de los verbos –en primera persona del plural del presente de indicativo– de dichos versículos, demorados en su serie enumerativa por los efectos de un nuevo polisíndeton: «y te invitamos a ser nuestro, / a Ti que nos has hecho tuyos, / y vecinos, y familiares eternos, […]; / a Ti que, de tan nuestro, te manejamos y tomamos, / te acunamos y te encendemos, / y te recibimos como alimento; […] / a Ti que ahora entras en nuestra habitación […], / a Ti que eres el cenit de nuestra esperanza»; serie que concluye con el reconocimiento de que con el Niño de Belén «era llegada la paz en la tierra para todos los hombres» (versículo 45, que mantiene la construcción pasiva verbal, de claro uso literario). Y aunque el poeta sea muy moderado en la adjetivación, queremos subrayar la originalidad –en sus respectivos contextos– de algunas de las combinaciones adjetivo-nombre («hermosa herencia» –versículo 27–, «luminosas hogueras» –versículo 31–, «cobijadoras chozas» –versículo 32–, «enorme e irrepetida salva» –versículo 44, con dos adjetivos antepuestos al nombre–) y nombre-adjetivo («familiares eternos» –versículo 37–, pajas tejidas –versículo 38–, «bestias propicias» –versículo 38–). [En noviembre de 2012, el entonces Papa Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) publicó el libro titulado Jesús de Nazaret (I, II y III). Su afirmación –en la parte III, y en el capítulo dedicado a «La infancia de Jesús»– de que ningún Evangelio habla de que la mula y el buey estuvieron al lado de Jesús recién nacido, levantó una fuerte polémica en el mundo cristiano; si bien, el propio Ratzinger concluía diciendo: «Ninguna representación del nacimiento renunciará al buey y al asno». Obra completa en edición digital: http://www.cruzgloriosa.org/jesus-de-nazaret-i-joseph-ratzinger-benedictoxvi
Cf. III, págs. 45-46 del capítulo III: «Nacimiento de Jesús en Belén»].
El conjunto tercero de versículos comprende del 46 al 58; y se recogen en él elementos fundamentales del Antiguo y del Nuevo Testamento: la creación del hombre a partir del barro, y con un soplo divino (Antiguo Testamento) [Cf. Génesis, 2-7: «Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un alma viviente»]; la expulsión de los mercaderes del templo [Cf. Juan, 2:13-25: Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado...»; el lugar en el que los cuatro evangelistas señalan el episodio de la crucifixión de Jesús (Gólgota) [Cf. Mateo, 27:33-44; Marcos, 15:22-32; Lucas 23: 33-43; Juan, 19:17-24. Gólgota es palabra aramea que significa «calavera», y cuya forma latina es calvario]; y su oración última en el Huerto de los Olivos antes de ser detenido por los sayones del Sanedrín, guiados por Judas Iscariote [significa «calavera», y cuya forma latina es calvario. 45 Lucas, por ejemplo, refiere este episodio en 22:39-46. El Huerto de los Olivos era el lugar al que solía dirigirse Jesús para orar con sus discípulos. La palabra Getsemaní significa en arameo «prensa de aceite» [de oliva], en alusión a la gran cantidad de olivos que, en aquella época, poblaban la zona]; episodios todos ellos relatados en el Nuevo Testamento por los evangelistas. Pero estas referencias bíblicas, en los versículos de García Nieto, alcanzan cotas de enorme espiritualidad, con la que el poeta le expresa al «Dios mío, Cristo mío, Niño nuestro» –versículo 46– todo el agradecimiento colectivo, porque «Tú un día lo tomaste [un puñadito de barro, la pella nativa del lodo] para hacernos» –versículos 55, 54 y 57–, y «tu soplo creó toda nuestra gratuita majestad» –versículo 58–; y porque ese soplo divino «entra en nuestra casa y aroma la suerte del hombre» –versículo 56–. Pero tal vez lo más sorprendente –y poético– de este conjunto de versículos sea la adjetivación elegida por el poeta: al Niño Dios lo adjetiva como «vencido y 212 JOSÉ GARCÍA NIETO 41 En noviembre de 2012, el entonces Papa Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) publicó el libro titulado Jesús de Nazaret (I, II y III). Su afirmación –en la parte III, y en el capítulo dedicado a «La infancia de Jesús»– de que ningún Evangelio habla de que la mula y el buey estuvieron al lado de Jesús recién nacido, levantó una fuerte polémica en el mundo cristiano; si bien, el propio Ratzinger concluía diciendo: «Ninguna representación del nacimiento renunciará al buey y al asno». Obra completa en edición digital: http://www.cruzgloriosa.org/jesus-de-nazaret-i-joseph-ratzingerbenedictoxvi
Pero tal vez lo más sorprendente –y poético– de este conjunto de versículos sea la adjetivación elegida por el poeta: al Niño Dios lo adjetiva como «vencido y abatido» –versículo 47–, pero, a su vez, «enaltecido y vencedor (por amante sin tacha)» –versículo 48–; y el Dios que expulsa a los mercaderes del templo es «tremante» –versículo 51; es decir, «que hace temblar», voz poco usual–; y el Dios del Gólgota es un Dios «roto» –versículo 52; porque allí el Hombre muere en la Cruz–; y el Dios del Getsemaní es «agónico» –versículo 53; porque sufre toda la angustia de quien sabe que a las pocas horas de su detención va a morir crucificado, aceptando la voluntad del Padre–; un Dios Niño al que en un bellísimo versículo –el 50– adjetiva como «mínimo y musical». El resto de los adjetivos tiene también su interés estético e incluso su justificación bíblica: «sobresaltadas palomas» –versículo 51–, «pella [masa que se une y aprieta] nativa del lodo» –versículo 57–, «gratuita majestad» –versículo 58–. Además, el polisíndeton dominante en todos estos versículos contribuye a la cohesión estructural de este breve agrupamiento de versículos.
El conjunto de versículos 59-69 conforman el agrupamiento más breve del poema –el cuarto–, y en él García Nieto exhibe su capacidad para el versolibrismo. En primer lugar, observamos el empleo de construcciones paralelísicas (versículos 59-60), formadas por imperativo con pronombre personal átono de primera persona del plural y en posición enclítica (A) + preposición (B) + adverbio de lugar (C), paralelismo que por la naturaleza semántica de los verbos (amar y perdonar) convierten la súplica del poeta en una vehemente oración:
«Ámanos (A1) / desde (B1) / ahí (C1),
perdónanos (A2) / desde (B2) / ahí (C2)».
Y, en segundo lugar, hay todo un entramado oracional que, dependiendo de la forma verbal «sé» (imperativo de ser, en segunda persona del singular), va creciendo a base de atributos nominales –convertidos en bellísimas imágenes–, ya simples, ya complejos, algunos de los cuales funcionan como antecedentes de proposiciones adjetivas introducidas por el adverbio relativo «donde» o por el pronombre relativo «que», de manera tal que se obtiene el ritmo propio del salmo, perseguido por el poeta; y así es la estructura resultante:
«sé [desde ahí]
espejo [de…] (versículo 61),
arroyo donde […] (versículo 62),
cerro [de…] (versículo 63),
cáliz [abierto…] (versículo 64),
hondón [de…] donde […] (versículo 65),
botón y ascua (versículo 66),
palabra […] que […] (versículo 67),
luz que […] (versículo 68),
estandarte que […]» (versículo 69, en el que el poeta le pide a Dios que se convierta en el estandarte con la contraseña –el santo y seña– de su nombre refulgiendo en lo alto).
Y, tras la serie asindética de los versículos 61-65, es otra vez el polisíndeton de la conjunción “y” el encargado de mantener la cohesión del texto y el ascenso climático, desde el versículo 66 hasta llegar al versículo 69. Y nuevamente, y por contexto, el poeta acierta con una adjetivación de ricos matices connotativos, en un lenguaje buscadamente hiperbólico: «espejo de nuestro mejor ademán» (versículo 61), «fiel evidencia de tu reino» (versículo 62), «cerro de oro crecido sobre la más sobrecogedora humildad» (versículo 63, con una expresiva combinación de vocablos), «cáliz abierto de rosa esperada» (versículo 64), «palabra prometida» (versículo 67), «catacumba olvidada» (versículo 68).
Los versículos 70-83 constituyen el quinto agrupamiento, en el que el contraste entre el versículo majestuoso, fruto de la introducción de comparaciones (así, los versículos 71 y 72) y el versículo breve (como los versículos 78 y 79) se acentúa. Y esta vez, la petición al Señor del poeta –la palabra «Señor» cierra el versículo 79– va más allá de lo puramente personal y familiar: es una súplica hacia el género humano («todos los hombres» –versículos 82 y 83–); y de ahí que la palabra «hombre(s)» –o su referente pronominal acompañando a las formas verbales– sea la más repetida (versículos 70, 74, 75, 82 y 83). El poeta desea impetuosamente –y las reiteraciones léxicas ayudan a lograr el efecto buscado– que, al menos un día al año (versículo 79), en todas las casas haya un Nacimiento (versículo 70), aunque sus figuras –y con ellas la del Niño Dios– «se guarden, un poco más tarde, en un cajón silencioso» (versículo 77); porque ese Nacimiento vendrá a mitigar el desamparo en que viven sumidos muchos hombres (versículos 81 a 83). Y es ahora el lenguaje metafórico el recurso literario con el que el poeta suplica al Señor que sus deseos se cumplan: el Nacimiento traerá la alegría a quienes viven «ciegos y mudos» –ajenos a las enseñanzas evangélicas– (versículo 70); y Dios se hace Hombre, ante la indiferencia de muchos (versículo 75: «probando el frío de otros hombres»), que le dan la espalda (versículo 75: «hombres que prueban el frío del invierno») y que lo convierten en la víctima (destinada al sacrificio en la Cruz) de sus propias discordias («ruido»), angustias («miedo») e injusticias («sinrazón») –versículo 76–. No obstante, el Señor viene –al menos en cada Navidad– para poner amor entre los hombres (versículo 80: «un poco de peso»), entrando en sus casas –y no solo materiales– para impregnarlos con la fuerza de su espíritu (versículo 80: «todo el peso del mundo») y remediar su indigencia y desvalimiento (versículos 82 y 34). La delicadeza de imágenes de las comparaciones de los versículos 71 y 72, frente a la reiteración semántica de la idea de abandono del Señor tras la Navidad –versículos 73, 74 y 77–, ofrecen un contraste de gran fuerza dramática y expresiva, y justifican sobradamente la posición religiosa del poeta: la petición al Señor de que ayude a los hombres a que en Él vean al Redentor de la Humanidad; aunque solo sea una vez al año, con motivo de la Navidad, y ante ese belén que no puede faltar en ninguna casa. Y este mensaje se ve con mayor claridad gracias a la estructura sintáctica elegida: por una parte, la reiteración del mismo verbo, en la forma de la segunda persona del singular del presente de imperativo: «deja que [se alegren y celebren]» (versículo 70); «deja que [te reciban]» (versículo 73); «deja que [ellos te guarden]» (versículo 77); y, por otra parte, la estructura sintáctica «que puedas salir […], Señor, a poner […] peso» (versículos 78, 79 y 80); «peso en […]» (versículos 81 a 83, que actúan como complementos circunstanciales). Como efecto secundario, rastreamos la aliteración de /p/ en el versículo 80, así como una leve aliteración de /s/ en los versículos 81, 82 y 83.
Pero todo el poema se encamina hacia el último grupo de versículos –del 84 al 104–, en los que el clímax poético se va acrecentando en la medida en que lo va requiriendo la propia progresión temática. En los versículos 84 y 85, y dirigiéndose a sus hijos, el poeta les invita a que, uniendo cuna y Cruz –es decir, Nacimiento en Belén y muerte como Hombre en el Gólgota– reconozcan en Jesús al Cristo de la Redención; y acudiendo al plural sociativo para abarcar con él a todos los hombres, les exhorta –con verbos en primera persona del plural del presente de subjuntivo– a que acepten al Niño Dios como principio de vida generador de la de los demás (versículos 86 y 87: «acerquémonos todos y cantemos: / «La vida está aquí y por ella vivimos»…). A partir de aquí –desde el versículo 89–, el poeta vuelve a fijarse en la inocencia de las figuritas de los pastorcillos del belén –cántaro al hombro, cordero a la espalda, orza de almíbar en las manos…–; unos pastorcillos «que cuidan mudos el rebaño, y creen que el serrín es la arena del suelo baldío, / que es pasto esa tierra cuadrícula de inventados verdores» (versículos 94-95, en los que queda patente el carácter alegórico de cuanto representa un belén); y lo hace para recordarnos –con esos pastorcillos como pretexto– que hay que ser como niños (versículo 93) –y no solo en Nochebuena, sino «un poco todas las noches» (versículo 97)– para entrar en el reino de los cielos, junto al Padre (versículo 95). Porque así lo quiere el Hijo de María, que «es pan de los hombres» (versículo 104), y que, desde la pobreza del pesebre donde nace, enriquece todas las casas en las que se canta su nacimiento. Y para expresar todo este entramado conceptual, el poeta arranca en el versículo 89 con una serie de proposiciones condicionales de sentido negativo y matiz causal («Porque si no…» –versículos 89, 92, 95–), retrasando «lo condicionado» hasta el versículo 97: «Porque si no os hacéis como niños, (versículo 89); [porque] si no sois como esas figuritas […] (versículo 90); [porque] si no os hacéis como esos pastorcillos (versículo 92); [porque] si no sois esta Noche […] (versículo 95); no entraréis en el reino del Padre» (versículo 97). Y en cuanto al empleo de la adjetivación, el poeta maneja con soltura su combinación con el nombre: «las toscas correas [que hieren] la mano oferente» (versículo 91, sugestivo quiasmo «adjetivo-nombre/nombre-adjetivo»); «tierna cuadrícula de inventados verdores» (versículo 94, con adjetivos epítetos antepuestos al nombre).
A PROPÓSITO DE El ARRABAL.
[Recuperamos el artículo de Leopoldo de Luis “El arrabal de José García Nieto, publicado en Pueblo, núm. 12.804. Suplemento “Sábado literario” (08-11-1980, pág. 4)].
La vida es una habitación preparada durante los años para estar un día a solas con Dios. Esta puede ser la síntesis de la larga meditación lírica que da origen a un nuevo libro, conmovedor por su actitud y admirable por su poética, de José García Nieto. El arrabal (premio San Lesmes de poesía religiosa, en Burgos) nace desde una cita de Manrique: “Todo se torna graveza / cuando llega el arrabal / de senectud.” Es. pues, una recapitulación del sentimiento religioso del poeta, sentido y ordenado desde una edad resumidora. García Nieto no es un poeta místico, aunque su comprensión de lo religioso parta de una idea individualista de la Divinidad. Dios y yo es el conflicto existencial, pero no llevado por el ansia unitiva, sino por la exigencia explicativa de lo trascendente. Los poemas monologan ante un Dios mudo, le pide explicaciones, aunque se someten; se quejan de incertidumbre, pero se abaten con humildad. Nos encontramos, a veces, de nuevo con el gran poeta de La red, trenzando y destrenzando juegos sutiles, donde la metafísica tiene el don de hacerse imágenes poéticas excelentes, en versos que si parecen juegos de palabras, son en realidad jugos de parábolas, esto es: zumo esencial de esa linea sinuosa que es la vida. La meditación, que se adentra a veces en la memoria para alimentarse de remotos posos infantiles como huellas condicionantes, contempla la vida en doble aspecto: la vida humana en general, como zarabanda que pasa ante nuestros ojos con “vendedores de ensalmos” y “oferentes de lo prohibido”, con “frutas maduras” y “galeras varadas”, y la vida individual, la intransferible vida del hombre concreto que es, en paradoja tremenda, “eternidad de un tiempo breve”, y está abocada al “arrabal de la piel” y al “desván de la memoria”. Ese ser individual —el poeta— se siente permanentemente esperanzando y desolado. Espera en Dios, porque no sólo está creado a su imagen, sino porque ha creado también a su imagen (“qué hermoso fue crear cuando creía”) a sus hijos. Vuelve la cabeza y se impacienta: “Dime que estás”, porque “no te veo aún”. Una simbología propia discurre a lo largo de los poemas: el sol del alba, la casa, el perro guardián, el invierno, la ruina, la madera, la nieve... Y el arrabal, que, con la habitación, es el elemento renovador de esta poesía de fe y apaciguada duda, de esperanza levemente desesperanzada, de caridad que empieza por la propia pena. La religiosidad de García Nieto se hace aquí más segura de que se puede llegar “desde el sueño hasta el sueño”. Y el verso le acompaña como le acompañó siempre. Un verso fluido, de clásica elegancia que recoge las imágenes con sorprendente naturalidad, donde la metáfora entra sin violencia. La música del verso, aun en los poemas libres, es siempre su gran triunfo. No sería fácil encontrar un poeta que logre mayor perfección en el escondido del verso. Algunos sonetos (hay cuatro sonetos en este formalmente variado libro) corroboran la maestría bien sabida. El soneto en este poeta no es sólo una composición de catorce versos aconsonantados, sino un organismo de desarrollo armónico y exacto, que responde a una estructura coherente y a una exigencia expresiva. Ni un solo verso es caprichoso, sino que obra en función de sus antecedentes y sus consecuentes. Este libro, hermoso y profundo, es una habitación desde la cual el poeta contempla su existencia a la luz una personal actitud de hombre creyente. ¿Es una habitación en el arrabal? La poesía, a fin de cuentas, siempre es nuestro propio arrabal, nuestro extrarradio.