Y un año más llegó la Navidad. La gente abarrota las calles engalanadas para disfrutar de las luces, de la decoración que adorna los escaparates, de los colores, de los sonidos. Los restaurantes, los bares y las tascas, no dan abasto. ¡Todo reservado! Hacen el agosto en diciembre a pesar de la lluvia, de la nieve, del viento gélido, de la noche que despliega de golpe, muy temprano, su manto negro y frío en las ciudades y los pueblos perdidos de nuestra amplia geografía. Aunque caigan chuzos de punta. Aunque los precios se eleven de manera astronómica, asaltamos los supermercados en busca de algo especial para obsequiar a los nuestros; recorremos las tiendas en manada como si sufriéramos una epidemia descontrolada que deja nuestro bolsillo tiritando. Porque ¡es Navidad!
Hay ganas de pasarlo bien. De vivir esa vida que bulle más allá de las paredes de los pequeños hogares. El tiempo del silencio quedó atrás después de la muerte que trajo la maldita pandemia, que arrasó tantas esperanzas, tantas ilusiones, tantos sueños, tanto… Pero la rueda volvió a girar y nos echamos a la calle como si tuviéramos que conquistarla de nuevo, no paso a paso, sino con premura. Seguimos arreglando nuestras casas porque tomamos conciencia de lo que significa estar encarcelados; viajamos como si no hubiera un mañana, como si se fuera a terminar el mundo y nos perdiéramos esas ciudades, que admiramos, si no las visitamos pronto; volvimos a quedar con los amigos, con la familia, con… ¡Vivir! ¡Disfrutar! ¡Soñar! Deprisa, deprisa, deprisa… Y mientras tanto, llegó, otra vez, la Navidad.
Navidades religiosas, laicas, viajeras, disfrutonas, ociosas, cansadas, corta, largas, alegres, nostálgicas… Unos dicen ¡Feliz Navidad!, otros ¡Felices Fiestas!, otros… nada, pero nadie renuncia a pasar estos días con la familia a la que ve poco durante todo el año; o mucho; a reunirse con los que quiere, o con los que no soporta, o con que son afines a sus ideas, o con los que no puede hablar de política ni casi de nada… Nos juntamos a pesar de todo, porque ¡Es Navidad!
Y nos felicitaremos con gente a la que no hemos vuelto a ver y que ya no forma parte de nuestro círculo, y mandaremos WhatsApp ocupando horas y horas del tiempo que no tenemos, y enviaremos el mismo video que nos han mandado una y otra vez hasta petar el móvil con lo mismo, otra vez, otra vez, otra vez… Porque ¡es Navidad!
Y hablaremos por teléfono, con voz festiva, para decir las mismas frases de otros años, y escuchar lo que ya nos dijeron el pasado esas personas a las que no vemos nunca, y a las que apenas recordamos, porque hace años que salieron de nuestra vida… porque ¡es Navidad!
Y compartiremos nuestros sentimientos con los más cercanos, con los más íntimos… con esos que nos dicen ¡Tengo ganas de que pasen estos días! ¡Son las fiestas más tristes del año, porque siempre falta alguien…! Cierto, lo escuchamos tanto que llegamos a interiorizarlo, a sentirlo muy dentro, aunque solo sea por empatía. Porque ¿a quién no le falta un ser querido? Todos lloramos pérdidas cercanas, así es la vida, así es la evolución de la especie. Ahora estamos llegando también nosotros al punto de no retorno y, seguro que, en un tiempo no muy lejano, también alguien nos llorará, nos echará de menos. Y se seguirá celebrando la Navidad.
Esto es así desde que tengo recuerdos, entonces ¿por qué no disfrutar de los que todavía están a nuestro lado? Los que nos sostienen con su cariño y su fuerza, los que recogen nuestras lágrimas cuando nos derrumbamos, los que nos dan la mano y nos dicen ¡adelante! Los que creen que la vida merece la pena porque nos tienen. Los que nos miran con ternura, con ojos que quieren decir ¡eres importante para mí! Todos tenemos cerca personas así de especiales.
Tendemos a poner el foco en la parte que nos falta obviando lo que ahora nos produce felicidad. Bendita memoria que nos permite atesorar recuerdos hermosos de otros tiempos, de un pasado que aún acaricia el presente, de esa gente maravillosa que estuvo a nuestro lado y nos ayudó a ser quienes somos, que nos dio aliento y que fue. Ahora el tiempo es otro. Ahora es.
¡Feliz Navidad!