El texto de Rosales tuvo una segunda edición en el año 1964, corregida y aumentada, que corrió a cargo de la Editorial Universitaria Europea (63 páginas, con ilustraciones de José R. Escassi). La nueva edición del texto de Luis Rosales alcanza ahora los 30 poemas. Las correcciones son mínimas -afectan fundamentalmente a los títulos-, pero el original se enriquece con otros quince poemas, en los que se combinan formas métricas tradicionales -décimas, coplas, romancillos y romances agrupados en cuartetas...-, junto a formas cultas -cuartetos en versos endecasílabos, serventesios en versos dodecasílabos, sonetos-, sin renunciar en algún caso concreto al versículo majestuoso. Pero es, sin duda, en la colección de sonetos -10 de los 31 poemas- donde junto a la hondura lírica brilla la perfección técnica de quien puede ser considerado como uno de los mejores sonetistas del siglo XX. (El Diario ABC, del 27 de diciembre de 1964 -página 23, sección Libros y revistas- publicó una excelente reseña del académico Melchor Fernández Almagro). Y en 1981, en la edición de Seix Barral (Poesía reunida 1935-1974. Barcelona, 1981. Colección Mayor), el texto se incrementó con algunos poemas más. La edición definitiva del poemario de Rosales está incluido en el volumen 1 de sus Poesías completas -que consta de 6-, publicado por la editorial Trotta (Madrid, 1996).
Seguidamente reproducimos y comentamos algunos de los poemas más breves.
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Poema formado por dos serventesios de versos dodecasílabos con rimas cruzadas consonantes, según el esquema ABAB / CDCD. Y si en el primer serventesio el poeta se permite acuñar un gracioso adjetivo -orballado- (formado a partir de orvallo y, por tanto, con el significado de “lluvioso”), que hace más expresivo el desplazamiento calificativo (“¡ay, mirar orballado, cielo sincero!”) -pues los sintagmas apropiados serían “mirar sincero” y “cielo orballado”-; en el segundo incluye una feliz paradoja: “La Virgen, sin pedirlo, lo demandaba”.
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El almoradux -o almoraduj- del que habla Rosales en el segundo verso es la mejorana. Sus flores blancas despiden un excelente olor. Los cuatro versos -el primero y el segundo, hexasílabos; el tercero y el cuarto, dodecasílabos con cesura central- conforman un tipo de seguidilla con rima asonante en los pares (y aguda, en -u), lo que unido al esdrújulo “luciérnaga” proporcionan cierta sonoridad al conjunto. Las blancura del cuerpo del niño es, pues, el fundamento que permite la imagen “flor de almoradux” (verso 2); y su brillo es similar al de la luciérnaga, que despide una luz fosforescente (verso 3). La reiteración anafórica de los versos 3 y 4 “brillaba en la sombra” hace más expresiva la luminosidad que irradia. (Recordemos el evangelio de San Juan, 8:12: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Son palabras de Jesús, al inicio de su ministerio público).
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Poema compuesto por dos cuartetas asonantadas en los versos pares, con rima /ú-a/. La aliteración de nasales y el predominio del fonema vocálico /u/ contribuye a crear el clima apropiado para evocar una oscura noche sin luna en la que, no obstante, se terminará llegando a Belén, a la fuente de salvación que impide el extravío del hombre; y de ahí los versos con los que concluye el poema: “que para encontrar la fuente / sólo la sed nos alumbra” (versos 7 y 8). La contraposición del nombre “sed” y del verbo “alumbra” confiere a estos versos unos matices sinestésicos altamente expresivos.
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Simplicísimo poema en forma y contenido: una agrupación estrófica de seis versos, los impares heptasílabos y, los pares, pentasílabos, a excepción del sexto, que es tetrasílabo; y con rima asonantada ía en los pares. La sonrisa viene a la cara de la negrita en cuanto contempla al niño, como si la boca quedara “zurcida” (verso 4) mientras dura esa contemplación. La locución adverbial “de repente” (súbitamente) aporta el matiz de “inmediatez” entre la vista del Niño y el gesto sonriente de la negrita; lo cual es semánticamente coherente con el hecho de que “venía loca corriendo” (verso 1), y así, a la inmediatez se suma la “precipitación”. El uso del lenguaje coloquial de los versos 1 (“Venía loca corriendo”) y 2 (“¡Quién lo diría!”, expresión usada para indicar incredulidad), no le esta emotividad a este poema, tan sencillo como breve.
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Emplea Rosales en este poema una décima de corte tradicional (rimas consonantes según el esquema abba/ac/cddc). Dios, convertido en tierra de promisión, es capaz de cercenar el mortal desconsuelo del hombre. Rosales siente en lo más profundo de su alma la certeza de Dios; y de ahí que su corazón esté henchido de gozo.
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Retomemos parte del comentario de Miguel de Santiago y Juan Polo Laso, publicado en Porque esta noche el Amor. Poesía navideña del siglo XX. (Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1997), bajo el título “Un maravilloso retablo de formas y contenidos”. Esta obra de Luis Rosales es:
El retablo, que alberga una sucesión de escenas en torno a la Navidad, tiene variedad de perspectivas y se presenta casi como un muestrario de metros y ritmos poéticos: sonetos, décimas, romances, seguidillas... La filigrana y la gracia andaluza se mezclan con la hondura de sentimientos y la ternura delicada; el gozo y alborozo corren parejos con asomos de tristeza ante el misterio del Hijo de Dios hecho hombre; andan juntas también tradición y modernidad en la construcción de los poemas, componiendo un maravilloso retablo donde nada desentona y todo —formas y contenidos — está enriquecido. [...]
Como pocos libros de poesía, éste de Luis Rosales tiene hondura religiosa y mística y al mismo tiempo gracia y ternura. Y, por ello, un altísimo vuelo poético. ¡Con qué unción, maestría y belleza va retratando las diversas escenas y los diversos personajes que lo pueblan! Gerardo Diego cuando comentó la aparición del libro de Luis Rosales en 1940 destacó el pensamiento hondo y recogido de teologal amor, la enternecida y enternecedora sensibilidad, la suavidad y el prodigio de variación y destreza técnica. Remataba Gerardo Diego con un juicio que se convertiría con el paso del tiempo en casi un axioma; porque el Retablo de Luis Rosales puede colocarse sin desdoro ninguno junto a los más logrados en leño, alabastro, lienzo o estrofa de nuestros maestros del siglo XVI (cf. Gerardo Diego: Los poetas españoles ante la Navidad. En Ecclesia, n. 1 [1 d e enero de 1941].