La Navidad poética de García Nieto, IJosé García Nieto se mueve con la misma habilidad técnica tanto en la métrica de tipo tradicional como en el terreno del versículo, donde ya no existe rima alguna, ni regularidad silábica, ni agrupamientos estróficos tradicionales –si bien las combinaciones de versículos se separan unas de otras en el ámbito del poema por espacios en blanco, originando agrupamientos similares a los de las estrofas–; y el ritmo interno se obtiene mediante otros procedimientos morfosintácticos y léxico-semánticos, basados, fundamentalmente, en el «principio de recurrencia»: paralelismos de distintos tipos, reiteración de palabras e ideas, peculiar organización estructural de los poemas... Y los versículos de García Nieto en modo alguno implican prosaísmo, defecto poético este jamás rastreado en ninguno de sus poemas, sean de la temática que fueren.
Buena muestra de ello es la obra titulada El arrabal, con la que García Nieto obtuvo el Premio Internacional de Poesía Religiosa «San Lesmes Abad», 1979, y en la que figuran dos poemas escritos en versículos de majestuosa amplitud: nos referimos a los «Dos salmos de Navidad». En realidad, en 1997 ya se había publicado esta obra, junto con Memorias y compromisos y Galiana (Madrid, Fondo de Cultura Económica/Alcalá de Henares, Ediciones de la Universidad; Biblioteca Premios Cervantes; ambos salmos abarcan las páginas 141-149, en edición que corre a cargo de Francisco Javier Díez de Revenga; y se publica, de nuevo, en 1980, en la editorial burgalesa Monte Carmelo). El primero de los salmos llevó originariamente el sugestivo título de «Nacimiento en el hogar» (104 versículos); y el segundo, con el título de «Salmo de Navidad» (64 versículos), se publicó en Blanco y Negro [ABC] el 21 de diciembre de 1969. Y este segundo poema es el que reproducimos y analizamos a continuación. Hemos numerado de cinco en cinco los versículos pare facilitar su lectura, dada la extensión de algunos de ellos.
Salmo de Navidad
Más que como el viento. Como un vendaval. Como una palabra huracanada que todo lo llena resonando. Nace Dios y todo se cumple en el Nacimiento. Un Niño ha venido en la Noche y ya nada será igual. [5] Y si los ríos no vuelven cauce arriba es porque Él ha dictado /los caminos del agua y ha dicho «está bien hecho». Y si las estrellas en el firmamento justifican sus distancias /y la luna se deja pisar por el hombre es porque Él ha dicho /que todo es belleza en la verdad y puede estar bien hecho. Y aunque los hombres busquen la muerte del hombre, Él vendrá /a decir que solo los justos son los elegidos y que son suyos /los mansos porque persiguen las paz a golpes de trascendido /corazón.
Nace la tempestad. La calma nace. [10] Nace el turbión irrefrenable que puede convertir en divina /materia a la más desamparada criatura. Nace la ola poderosa que puede salvar al pecador de sus /propios naufragios. Y podrá el hundido aferrarse a los tres clavos ardiendo que /la sangre redentora conocen, a los dos leños desiguales,
porque la sombra total no llegará nunca a la cima donde /una muerte se ofrece a cambio de todas las muertes. [15] Y desde esta Noche sabemos que solo en nosotros está la /gran habitación del Arca, que, codo con codo y tronco contra tronco, daremos nombre a su Nombre y llamaremos eternidad a la /madera de la Cruz. Desde esta Noche sabemos que el heno del pesebre /se convertirá en arboleda donde acogerán los nidos /el primer vuelo de la esperanza.
Antes del nuevo día nace la tempestad. [20] La calma nace. Y es hambre la calma. Hambre y sed eternas. Hambre que se alimenta de más hambre, y sed que se sacia /con más sed de Él, que apasionadamente nos llama /a su armonía. Y es dentro de nosotros donde suena esa Música. [25] Y en cada pecho es diferente. Y en muchas músicas se convierte la Música única. Y cada música espera otra Música. Y recoge otra Música también. Y todas ellas conciertan la gran Música del Salvador. [30] Todas nos hacen como niños en el gran Niño que no tiene /hermano posible, porque de pronto todos somos Él mismo en la cuajada rama /florida de su hermanada semejanza. Él mismo somos en su familiar amor que no se detendrá hasta /la barrera de la muerte. Hasta el otro lado de la barrera de la muerte pasará /por nuestras vidas.
¡Ha nacido! [35] ¡Cantemos! Besemos la tierra donde respira nuestro aire Aquel que ha sido /el arrebatado creador de los vientos. Abracémonos al vendaval. Al torbellino del amor abracémonos porque todo lo arrastra y lo /transforma conformándolo. Ofrezcámosle la buena nueva de que somos nuevos y [40] /buenos bajo su primera mirada. Porque ya todo suena distinto. Todo escucha distinto. Todo arranca de cuajo la potestad antigua de la falsedad /y la tibieza. Y en Él está la nueva hora del sol, la distinta esperanza /de la inesperada madrugada. Tendido está en la luz el que nació «en la Noche [45] /muy más clara que el mediodía», el que será ya para siempre la juventud de la juventud, la hermosa y revelada alquimia, el oro del oro en el crisol del oro, el oro del libre cambio del libre, el oro que conduce al pierdegana del pobre, [50] Aquel que se alimenta y crece en la desolación del triste.
Pasto del Cordero somos. Y lobos del Cordero. Pero vamos a cubrimos esta Noche con la piel del hombre. Vamos a tendernos humillados y trascendidos, [55] adoradores y quietos, para que podamos llegar desde el sueño hasta el Sueño, para que podamos recibir la mañana con las palabras /de Isaías: «Tu Nombre era el deseo de mi alma», para que no ocurra que, siendo suyos, no le reconozcamos,
para que no nos asomemos al hueco oscuro de la [60] /oscura ventana diciendo «no hay posada», para que no cerremos la mísera puerta, temerosos de que nos /arrastre el vendaval, y el Amor, y la Música, y la Palabra. José García Nieto: El arrabal. Burgos, Monte Carmelo, 1980Francisco Javier Díez de Revenga, editor literario.
Este «Salmo de Navidad» impresiona tanto por su contenido cargado de religiosidad, como por la forma en que se expresa. Y los 64 versículos pueden resumirse en estos dos: «¡Ha nacido! / ¡Cantemos!» (versículos 35 y 36, breves en su expresión –simplemente, dos formas verbales entre las que se establece una relación de causa/efecto–, como densos conceptualmente). El resto del poema gira en torno a las palabras del profeta Isaías, que el poeta hace suyas, y que desea difundir y compartir para que abramos las puertas de nuestra alma al Cristo de la Redención: «Tu Nombre era el deseo de mi alma». [El poeta está recordando a Isaías (26:8): «Siguiendo el camino de tus juicios, oh Señor, te hemos esperado; tu nombre y su memoria son el deseo de nuestra alma»]. Pero todo el conjunto del poema es un salmo, entendiendo por tal el canto de veneración a Dios –propio del judaísmo y heredado por el cristianismo– mostrándole devoción, gratitud, voluntad de seguir sus enseñanzas… Porque «Nace Dios y todo se cumple en el Nacimiento» (versículo 4), y «Tendido está en la luz el que nació en la Noche más clara que el medio día» (versículo 45). [La referencia está tomada, ahora, de fray Luis de Granada, y la ampliamos porque encaja perfectamente en el contexto del poema de García Nieto: «Era la media noche muy más clara que el mediodía, cuando todas las cosas estaban en silencio, y gozaban del sosiego, y reposo de la noche quieta, y en esa hora tan dichosa sale de las entrañas virginales a este nuevo mundo el Unigénito Hijo de Dios, como Esposo que sale del tálamo virginal de su purísima Madre: pues en esta tan dichosa hora, aquella omnipotente palabra de Dios, habiendo descendido de las sillas Reales del cielo a este lugar de nuestras miserias, apareció vestido de nuestra carne, y acompañado de todas aquellas riquezas, y bajezas, (excepto las de ignorancia, y malicia) con que nacen los otros hombres». (Cf. Adiciones al memorial de la vida cristiana. Meditaciones muy devotas. «De cómo la Virgen reclinó su Hijo en el pesebre»]. Y nada mejor para lograr contagiar a la forma expresiva ese tono de salmodia litúrgica que el tipo de versificación empleada por García Nieto, en una perfecta interacción entre el plano de la expresión y el plano del contenido. Conforman el poema cinco agrupamientos de versículos: 1-8, 9-19, 20-34, 35-51 y 52-64. Y en todos ellos, el Nacimiento de Cristo es percibido como una alegoría, equiparable al «viento» (versículo 1), al «vendaval» (versículo 2), al huracán («palabra huracanada», versículo 3), a la «tempestad» (versículos 9 y 20), al «turbión» (calificado de «irrefrenable», versículo 11), al «vendaval» (versículos 38 y 61), al «torbellino» (calificado con una construcción nominal de valor adjetival: «del amor», versículo 39); vocablos, todos ellos, que trasladan connotaciones de brío (vendaval = viento potente), impetuosidad (huracán = viento de fuerza extraordinaria), enormidad (tempestad = grandes vientos que acompañan a tormentas marinas), intensidad (turbión = aguacero con vientos repentinos y bruscos), vorágine (torbellino = viento arremolinado)…; aunque todas estas connotaciones se cargan de valores positivos, porque «Un niño ha venido en la Noche y ya nada será igual» (versículo 5); y porque con la fuerza arrolladora de su Nacimiento, «La calma nace» (versículos 10 y 21; versículos que contienen una aparente paradoja hábil y estratégicamente situada en el poema); y nace un Niño –el Cordero de Dios– en una Noche que transforma el mundo, «para que podamos recibir la mañana con las palabras de Isaías: Tu nombre era el deseo de mi alma» (versículo 58). Los versículos 1 a 8 van creciendo en amplitud, desde la brevedad del 1 y el 2 –con cuatro y tres palabras, respectivamente–, hasta la extensión desmesurada de los versículos 7 y 8 –que cuentan, respectivamente, con 36 y 35 palabras–; y hablamos de palabras, y no de sílabas, porque precisamente si algo caracteriza al versículo, liberado de la rima y del agrupamiento estrófico convencional, es la libertad que implica no tener que ajustarse a un cómputo silábico establecido. La vehemente progresión, por vía de comparación, de los vocablos «viento» –versículo 1–, «vendaval» –versículo 2– y «palabra huracanada» –versículo 3– le sirve al poeta para presentar a Dios encarnado en un Niño, en la noche de su nacimiento como Hombre, a partir de la cual «ya nada será igual» –versículo 5–. Y mientras que en los versículos 6 y 7 nos remite al Antiguo Testamento –y, en concreto, al segundo día de la creación, que es cuando Dios hizo el firmamento, la tierra y las aguas, «y consideró que esto era bueno» (Cf. Génesis, 6-10. El poeta alude a la creación de los caminos del agua de los ríos, cauce abajo, y a las palabras de Dios al respecto: «está bien hecho»), y también al cuarto día, que es cuando hizo las estrellas, «y consideró que esto era bueno» (Cf. Génesis, 14-18. En cuanto a la creación de las estrellas en el firmamento, el poeta insiste en que «Él (Dios) ha dicho que todo es belleza en la verdad y puede estar bien hecho»); en el versículo 8 nos traslada –ya en el Nuevo Testamento–, al llamado «Sermón de la Montaña», que es donde Jesús expone las bienaventuranzas, y de ellas selecciona tres: las referidas a los justos («solo los justos son los elegidos») [Mateo (5:6) «Bienaventurados los que padecen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados»], y a los mansos y pacíficos («porque persiguen la paz a golpes de trascendido corazón» [Mateo (5:4) «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra» -como heredad-, es decir, la Tierra Prometida o, lo que es lo mismo, el Reino de los Cielos], bellísima imagen esta para expresar con toda la fuerza metafórica –lograr a golpes la paz– el auténtico concepto de cordialidad. De esta forma, García Nieto vincula la mansedumbre, entendida como benignidad, con el pacifismo, entendido como la actitud de quien ama la paz [Mateo (5:4) «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra» -como heredad-, es decir, la Tierra Prometida o, lo que es lo mismo, el Reino de los Cielos. Mateo (5:9): «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios»]. Y, con esta manera de proceder, García Nieto identifica al Dios del Génesis (el Padre) con el Dios Hijo del Evangelio de san Mateo, cuyo nacimiento canta (en el ámbito del Misterio de la Santísima Trinidad: Dios Uno y Trino [Padre, Hijo y Espíritu Santo, al que, por cierto, el poeta no alude directamente en su poema]). En el segundo agrupamiento de versículos también hay contrastes en su extensión: desde la brevedad de los versículos 9-10 (que conforman un quiasmo «verbo-nombre/nombre-verbo» («Nace la tempestad. / La calma nace») y, a la vez, contienen una anadiplosis (con la repetición de la forma verbal «nace» al principio y al final de cortos versículos consecutivos, de solo tres palabras), hasta la mayor amplitud de otros (como, por ejemplo, la del versículo 19, que contiene 23 palabras y en el que, con bellísimas imágenes, el poeta presenta al Niño nacido en pesebre como la gran esperanza para la Humanidad: «Desde esta Noche sabemos que el heno del pesebre se convertirá en la arboleda donde acogerán los nidos el primer vuelo de la esperanza»). Y en estos versículos aparece el Cristo de la Redención con referencias explícitas a su misión salvadora: es el que tiene la potestad de «convertir en divina materia a la más desamparada criatura» (versículo 11, con los adjetivos epítetos –por redundantes– antepuestos a sus correspondientes nombres); el que es capaz de perdonar a los pecadores (versículo 12, en el que existe una clara correspondencia entre «la ola poderosa»/Dios y los «propios naufragios»/pecador); el que prestará auxilio espiritual a todos los hombres muriendo en la Cruz (versículos 13-14, en los que se alude a «los dos leños desiguales» –que forman la Cruz–, a «los tres clavos» –con los que fue clavado ella– y a la «sangre redentora» –es decir, que redime–). Todo lo cual se condensa en los versículos 15 y 18: [en el sacrificio de la Cruz], «una muerte se ofrece a cambio de todas las muertes» (versículo 15); y «llamaremos eternidad a la madera de la Cruz» (versículo 18). Queda, por tanto, perfectamente justificado, desde la óptica de la progresión temática, el versículo 19, con el que se cierra este segundo agrupamiento de versículos: la Nochebuena –con el nacimiento del Niño Dios–, abre a la Humanidad el camino de la salvación (metafóricamente expresado: «el primer vuelo de la esperanza»). Y el poeta se ha apoyado en diferentes reiteraciones anafóricas para dar trabazón interna a este conjunto de versículos. De entrada, en los versículos 9 a 12 se repite tres veces la forma verbal, en presente de indicativo– «nace». Y más concretamente, en los versículos 11 y 12, se reitera la construcción «verbo (A) + determinante artículo (B) + nombre (C) + adjetivo (D) + proposición adjetiva introducida por el relativo «que» (E):
Nace (A1) / el (B1) / turbión (C1) / irrefrenable (D1) / que… (E1). Nace (A2) / la (B2) / ola (C2) / poderosa (D2) / que… (E2).
E incluso en las proporciones adjetivas se repiten idénticas estructuras sintácticas:
[…] que puede convertir a la más desamparada criatura (versículo 11); […] que puede salvar al pecador (versículo 12).
Y nuevas construcciones anafóricas –y paralelísticas– se reiteran en los versículos 16 y 19: «Desde esta Noche sabemos que […]»; versículos en los que, otra vez, el poeta emplea el plural sociativo, en presente de indicativo, que es el tiempo y modo dominante en los versículos 9-19; si bien, las proposiciones sustantivas de complemento director dependientes de un verbo de entendimiento («sabemos») poseen diferentes tiempos verbales: el presente de indicativo en el versículo 16 («que solo en nosotros está la gran habitación del Arca»); y el futuro de indicativo en los versículos 18 ([sabemos que] «daremos nombre a su Nombre») y 19 («que el heno del pesebre se convertirá en arboleda»). En un nuevo conjunto de versículos –del 21 al 34– el poeta reconoce que el «hambre y sed eternas» (versículo 23) del hombre –entendidas como algo no fisiológico, sino puramente espiritual– solo se sacian en compenetración perfecta con Dios: es el «hambre que se alimenta de más hambre, y sed que se sacia con más sed de Él» (versículo 24, en el que las reiteraciones léxico-semánticas conducen al apasionado llamamiento de Dios –en un clímax ascensional– a fundirse con Él armónicamente: «Él, que apasionadamente nos llama a su armonía»). Y los versículos 25 a 30 entroncan con los versos del poeta agustino fray Luis de León que, en su Oda a Francisco Salinas, transportada su alma por la música terrena de Salinas hasta la música celeste, y entremezcladas ambas en perfecta conjunción armónica, alcanza un cierto grado de misticismo. [Fray Luis de León, en la citada Oda III, a Francisco Salinas –Catedrático de Música de la Universidad de Salamanca y compañero de claustro del poeta–, se expresa así: «Salinas, cuando suena, la música estremada, / por vuestra sabia mano gobernada […] // [el alma] traspasa el aire todo / hasta llegar a la más alta esfera, / y oye allí otro modo / de no perecedera / música, que es la fuente y la primera. // Ve cómo el gran maestro, / aquesta inmensa cítara aplicado, / con movimiento diestro / produce el son sagrado / con que este eterno templo es sustentado. // Y como está compuesta / de números concordes luego envía / consonante respuesta; / y entrambas a porfía / se mezclan en dulcísima armonía» (versos 3-5 y 16-30)]. Para García Nieto –expresado de forma metafórica–, la Música humana, «que en cada pecho es diferente» (versículo 26), termina por convertirse en una única Música universal (versículo 27), que sintoniza con «otra Música» –la celeste– (versículos 28-29), de forma tal que «todas ellas conciertan la gran Música del Salvador» (versículo 30). Y es, otra vez, el polisíndeton la forma de unión que ha adoptado el poeta en estos seis versículos para trasladar a la expresión la lentitud y solemnidad que requiere: «Y es dentro de nosotros… / Y en cada pecho es… / Y en muchas músicas se convierte… / Y cada música espera… / Y recoge otra Música… / Y todas ellas conciertan…». Y en los versículos 31-32, el poeta alude al acto divino de la creación del hombre –y de la mujer–, recogido en el Génesis [en donde leemos «Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (1:26). Y Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (1:27)], por lo que al formar al hombre del polvo y darle su mismo aliento, los convierte en los únicos seres de la creación que tienen una parte material y otra espiritual: cuerpo y alma, respectivamente; y, asimismo alude a que el Niño-Dios es Hijo Unigénito del Padre. [En el Credo –oración en que se hace profesión de fe de las principales creencias del Cristianismo– se incluyen las siguientes referencia al carácter unigénito de Jesucristo: «Creo en Jesucristo, su único Hijo [de Dios Padre], nuestro Señor» (en versión corta del llamado «Credo de los Apóstoles»). «Creo en un único Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos» (en versión larga del llamado «Credo bizantino o de Nicea»)]. Estos son los mencionados versículos, llenos de aliento poético, con imágenes de insuperable belleza, que realzamos: «Todas [las Músicas] nos hacen como niños en el gran Niño que no tiene hermano posible, / porque de pronto todos somos Él mismo en la cuajada rama florida de su hermanada semejanza». Y otra vez combina García Nieto en sus versículos referencias al Antiguo Testamento y al Nuevo Testamento, al compaginar el Génesis con dogmas de la Iglesia Católica que tienen su origen en el «gran Niño» nacido en Belén, y cuyo amor nos acompañará hasta nuestra muerte e incluso más allá de ella (versículos 33-34, en los cuales con las palabras «hasta la barrera de la muerte. / Hasta el otro lado de la barrera de la muerte» se perpetúa el amor de Dios más allá de todo tiempo y espacio). El cuarto agrupamiento comprende los versículos 35-51, y se inicia con el leitmotiv del poema: «¡Ha nacido. / ¡Cantemos!» (versículos 35-36 en los que las dos únicas formas verbales –la segunda, con valor exhortativo, en plural sociativo–, entre las que existe una relación de causalidad, adquieren tintes admirativos que los correspondientes signos ortográficos de exclamación subrayan). Y a partir de ese nacimiento del Niño Dios (metafóricamente aludido como «vendaval» y «torbellino del amor» en los versículos 38 y 39), una vez que ya «respira nuestro aire Aquel que ha sido el arrebatado creador de los vientos» (versículo 37, en el que el adjetivo «arrebatado» se inscribe en la misma línea intensiva de significación de los nombres «vendaval» y «torbellino), «ya todo suena distinto. / Todo escucha distinto» (versículos 41-42, en clara relación con la teoría pitagórica de la armonía de las esferas desarrollada desde una óptica cristiana en los versículos 25-30). Y el poeta convierte el plural sociativo en la fórmula comunicativo-afectiva más intensa: «¡Cantemos!» (versículo 36), «Besemos la tierra…» (versículo 37), «Abracémonos al vendaval» (versículo 38), «Al torbellino del amor abracémonos… (versículo 39), «Ofrezcámosle la buena nueva…» (versículo 40). Porque el nacimiento del Señor «todo lo arrastra y transforma» (versículo 39), y cambia nuestra percepción de la realidad (versículo 40, donde esta idea se expresa de forma realmente original: «la buena nueva de que somos nuevos y buenos bajo su primera mirada»); y termina bruscamente con «la potestad antigua de la falsedad» (versículo 43); «Y en Él está […] la distinta esperanza de la inesperada madrugada» (versículo 44, en el que los adjetivos epítetos desempeñan un papel fundamental, gracias al contraste que percibimos entre «el antes y el después» del nacimiento del Señor); un nacimiento que se produce «en la Noche muy más clara que el medio día» (versículo 45, en el que el poeta demuestra su habilidad para la intertextualidad, ya que convierte en materia poética un texto en prosa de fray Luis de Granada, insertándolo de forma nada forzada en su versículo para recalcar la luminosidad de la Noche del Nacimiento). Y en los versículos 46 al 49, el poeta presenta al recién nacido (ya «para siempre la juventud de la juventud», versículo 46), con una extraordinaria metáfora –«el oro del oro en el crisol del oro» (versículo 48)–, que le sirve para apuntalar tres conductas que reflejan la naturaleza misericordiosa del Señor, y que le sirven a García Nieto para exhibir la fuerza expresiva de su lenguaje metafórico: dar libertad al oprimido (versículo 49: «el oro del libre cambio del libre»), proteger a los menesterosos (versículo 50: «el oro que conduce al pierdegana del pobre») y consolar a los afligidos (versículo 51: «Aquel que se alimenta y crece en la desolación del triste)»; porque el Señor «será ya para siempre (versículo 46») esa «hermosa y revelada alquimia» (versículo 47, en el que los adjetivos aportan una sugestiva carga connotativa): Jesús es el «alquimista» profetizado, destinado a cambiar a la Humanidad, de acuerdo con sus enseñanzas del «Sermón de la Montaña». Los trece versículos del agrupamiento final (52 a 64) arrancan con la contradicción de que somos a las vez «Pasto del Cordero» [la denominación de Jesús como «Cordero de Dios», está recogida en Juan (1:29): «Al día siguiente vio Juan -el Bautista- a Jesús que venía hacia Él y dijo: He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo»; palabras que hay que interpretar como un «sacrificio inocente», en la línea de lo ya apuntado en varios de los libros del Antiguo Testamento]: pero también «lobos del Cordero», aludiendo así a la cercanía de Dios al hombre y al rechazo por parte de este. Y de ahí que el poeta quiera, en la Noche de Navidad, dignificar al hombre (versículo 54: «vamos a cubrirnos esta Noche con la piel del hombre») para postrarnos todos –la invitación del poeta le incluye a él mismo, gracias al empleo del plural sociativo– ante el recién nacido («humillados y trascendidos» / adoradores y quietos» –versículos 55 y 56–, en los que las parejas de adjetivos, al funcionar como complementos predicativos, aportan una mayor implicación del sujeto en la acción significada: «[Todos nosotros] vamos a tendernos humillados y trascendidos, / adoradores y quietos»). Por otra parte, el empleo de formas perifrásticas con valor incoativo indican la resolución del poeta en lanzarse de forma imperiosa a la realización de las acciones a las que nos exhorta a que participemos: «vamos a cubrirnos…» (versículo 54), «vamos a tendernos…» (versículo 55). Y los versículos 57 al 64 justifican sobradamente las razones de la actitud del poeta; y para ello reitera, anafóricamente, la conjunción «para que», introduciendo proposiciones finales que dependen de «vamos a tendernos», y que cohesionan el avance del poema: «para que podamos llegar…» (versículo 57); «para que podamos recibir…» (versículo 58); «para que no ocurra que…» (versículo 59); «para que no nos asomemos…» (versículo 60); «para que no cerremos la mísera puerta…» (versículos 61-64).
La primera de las proposiciones finales (versículo 57) dota a la palabra sueño de una distinta significación alegórica, según que esté escrita con letra inicial minúscula o mayúscula, lo que justifica el empleo de la correlación sintáctica «llegar desde… hasta»: «para que podamos llegar desde el sueño hasta el Sueño»). En la segunda de las proposiciones (versículo 58), el poeta vuelve a echar mano de la intertextualidad, citando ahora al profeta Isaías («para que podamos recibir la mañana con las palabras de Isaías: Tu nombre era el deseo de mi alma», verdadero núcleo germinal del poema). Y las tres proposiciones que restan (versículos 59-64) entroncan conceptualmente con algunos de los sonetos de las Rimas sacras (1614) de Lope de Vega y, por supuesto, tienen en cuenta la tradición evangélica: «para que no ocurra que, siendo suyos, ni le reconozcamos» (versículo 59, con el que el poeta quiere evitar que se repitan situaciones en las que la dureza del corazón humano rechace al Dios eterno que se hizo Hombre para darnos la salvación) (Cf. Juan (1:10-12): «En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de Él, y el mundo no le reconoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios…»); «para que no nos asomemos al hueco oscuro de la oscura ventana diciendo no hay posada» (versículo 60, que contiene un expresivo quiasmo «nombre-adjetivo/adjetivo-nombre», con el mismo adjetivo en diferente forma; hay, además, en este versículo, una prolongada aliteración de /o/, que le aporta un tono sombrío, que subraya el rechazo a la figura del Señor, que el poeta pretende impedir); «para que no cerremos la mísera puerta, temerosos de que nos arrastre el vendaval» (versículo 61, en el que el adjetivo «mísera» condena metafóricamente esa actitud de rechazo al Señor que el poeta quiere eludir). Y concluye definitivamente García Nieto su poema con tres construcciones paralelísticas –de tres elementos vinculados entre sí por el polisíndeton– en los que, por la vía de la negación («no cerremos la mísera puerta a…»), desea que todos reconozcamos y aceptemos a las tres personas de la Santísima Trinidad: el Espíritu Santo (versículo 62: «y el Amor»; pues representa el amor del Padre y el Hijo), Dios (versículo 63: «y la Música», es decir, la armonía infundida por la divinidad a la Creación), y Jesucristo (versículo 64: «y la Palabra», es decir la Palabra de Dios) [Cf. Juan (1:14): «Y la palabra se hizo carne y acampó entre nosotros». García Nieto ha traído con su poema la luz desde Belén, con el deseo de que la Palabra de Dios vuelva a acampar en él y en todos nosotros].
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