Hace algo más de 20 años (el 29 de junio de 2005) fallecía en Madrid el poeta talaverano Rafael Morales. Transcurrido ya cierto tiempo desde su fallecimiento, quisiéramos manifestar, desde estas páginas, el nuestro admiración hacia a un poeta que supo proyectar sus sentimientos artísticos sobre las realidades más vulgares y humildes, convertidas en objetos poéticos gracias a su indiscutible talento y sensibilidad.
Cántico doloroso al cubo de la basura
Tu curva humilde, forma silenciosa,
le pone un triste anillo a la basura.
En ti se hizo redonda la ternura,
se hizo redonda, suave y dolorosa.
Cada cosa que encierras, cada cosa
tuvo esplendor, acaso hasta hermosura.
Aquí de una naranja se aventura
su delicada cinta leve y rosa.
Aquí de una manzana verde y fría
un resto llora zumo delicado
entre un polvo que nubla su agonía.
Oh, viejo cubo sucio y resignado,
desde tu corazón la pena envía
el llanto de lo humilde y lo olvidado.
Y es precisamente en esta obra -Por aquí pasó un hombre- en donde Rafael Morales nos ofrece las claves de su "discurso poético": "La poesía que yo he escrito -afirma Morales- siempre ha tenido una doble vertiente. Por un lado, y más por idiosincrasia que por calculado propósito, un afán de reconocerme, de vivir en ella, de proyectarme en sus versos tal como soy y tal como veo el mundo en el momento en que escribo. Por otro lado, y aquí sí que ya cabe el calculado propósito, siempre he tenido viva intención de lograr que la emoción humana se funda hondamente con la emoción artística, sin la que el poema no puede existir. Aspiro a que las dos vertientes, vida y arte, se unan en la única cumbre". Y, vista en su conjunto la trayectoria literaria de Morales, el escritor ha cumplido con creces los objetivos poéticos que se había trazado, ya que su voz lírica se ha ido haciendo profundamente humana, confiriendo a su poesía un hondo valor emocional y artístico.
Morales ha ensanchado el universo poético rescatando para la poesía lo cotidiano, lo humilde y hasta lo vulgar, comunicándonos la emoción que siente ante las realidades más simples; "porque un poeta -afirma- puede cantar todo lo que le venga en gana, y yo así lo he hecho, cantando desde del humildísimo cubo de la basura hasta la infinita gloria de Dios". De aquí que no resulten sorprendentes algunos de los poemas pertenecientes a Canción sobre el asfalto (1954) -con títulos tales como "Los traperos", "Los barrenderos, "Soneto triste para mi última chaqueta", "A la rueda de un carro", "Cancioncilla de amor a mis zapatos"...- o a obras posteriores como La máscara y los dientes (1962) y La rueda y el viento (1971). [Esa extraña poesía que las cosas vulgares encierran fue percibida, entre otros grandes escritores, por Pío Baroja -baste leer su "Elogio sentimental del acordeón", incluido en la novela Paradox, rey-, que le impulsó a cantar objetos misarables y vidas humildes; o por José Martínez Ruiz -Azorín-, el filósofo de "los primores de lo vulgar" -en feliz expresión de Ortega y Gasset-, que muestra cierta predilección por los insignificantes objetos de la vida cotidiana, delicadamente ennoblecidos en las páginas de su sencilla prosa].
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Para Rafael Morales, lo esencial poético se encuentra en todas partes, "aun en los lodazales y en las hierbas de la primavera que se pudrieron". Y así, un tema tan aparentemente antipoético como un cubo de basura le inspira uno de sus poemas más difundidos -"Cántico doloroso al cubo de la basura"-; soneto en el que el cubo y las cosas en él contenidas -la basura- se transforman en motivo poético y son objeto de un proceso de humanización que rezuma emotividad.
Empecemos por afirmar la maestría técnica que exhibe Morales en el empleo del soneto, del que ya dio buen testimonio en su primer libro (Poemas del toro, 1943) y que, desde entonces, es la forma métrica predilecta del autor, reconocido como uno de nuestros grandes sonetistas. "Cántico doloroso al cubo de la basura", como todo soneto de corte tradicional, consta de dos cuartetos y dos tercetos en versos endecasílabos. Los cuartetos presentan rimas consonantes ABBA (/-ósa/-úra/); y los tercetos, rimas consonantes CDC / DCD (/-ía-/-ádo).
Cabe resaltar la riqueza acentual de tres de los endecasíilabos:
Verso 5: "Cáda cósa que enciérras, cáda cósa"
(endecasílabo con acentos en las sílabas 1.ª, 3.ª, 6.ª, 8.ª y 10.ª).
Verso 9: "Aquí de úna manzána vérde y fría"
(endecasílabo con acentos en las sílabas 2.ª, 3.ª -acento antirrítmico-, 6.ª, 8.ª y 10.ª).
Verso 12: "Óh, viejo cúbo súcio y resignádo"
(endecasílabo con acentos en las sílabas 1.ª -acento antirrítmico-, 2.ª, 4.ª, 6.ª y 10.ª).
Extraordinario, pues, este poema de Rafael Morales: por lo insólito de su temática; por la estructura poemática elegida -el poeta se dirige, en emocionado apóstrofe lírico, al cubo de basura, sometiéndolo a un proceso de humanización que arranca en el primer verso y culmina en el terceto final-; por la rica y subjetiva adjetivación -con empleo de adjetivos situados, en ocasiones, a ambos lados del nombre; tal y como sucede, por ejemplo, en el verso 8: "su delicada cinta leve y rosa."-; por las reiteraciones léxicas y sintácticas que subrayan la coherencia interna de la composición; en definitiva, por la perfección técnica exhibida en la forma métrica elegida, un soneto de sorprendente riqueza acentual -los 14 endecasílabos se reparten 56 acentos.
Este es el Rafael Morales que tendremos en el recuerdo: el poeta de técnica impecable que sabe extraer de una forma métrica tan perfecta como es el soneto todas sus posibilidades expresivas; el poeta capaz de ofrecer una visión personal, profundamente humanizadora, de cualquier objeto cotidiano de escaso valor, ennoblecido, así, por la calidez emocional de su palabra poética.