Su nuevo trabajo, más breve de lo que en él es usual, es una obra sobre la cobardía y la indiferencia. Román es un profesor universitario de filosofía jubilado, una persona que vive en el mundo agobiante de su piso. Allí se aburre, ya no tiene a nadie a quien asombrar en sus clases. Su mundo cada vez se va haciendo más pequeño. "Tras la jubilación, no queda nada, ese es el panorama desolador de Román", así comienza Álvaro Pombo su galardonada novela.
Pombo regresa una y otra vez a su mundo literario, a las relaciones personales al límite, al tema de la responsabilidad con nuestros prójimos, en el contexto de la sociedad española actual, aún más en el contexto de la sociedad madrileña actual, que él tan bien conoce y con la que su interacción es constante. Hay que recordar que en las pasadas elecciones se presentó candidato al senado por Madrid por el partido político de su amigo Fernando Savater.
Son ya dos las veces que se ha presentado a unas elecciones. Parece que le ha tomado el gusto a querer ser senador. Su patricia barba blanca, que bien pudiera ser de lobo de amor cazador de ballenas o de circunspecto senador romano, le confiere una imagen paternal que explota por las calles de Madrid, repartiendo propaganda seguido de una pléyade de jóvenes voluntarios aprendices de politicastros. Por esas calles y plazas nos lo hemos encontrado mientras que señoras, lectoras de sus obras, le preguntaban por qué se metía en esos jaleos, ¿es que no están ya suficientemente denostados los políticos? ¿Es que no están ya suficientemente denostados los novelistas?
Evidentemente, Pombo no piensa lo mismo. A los escritores todavía les queda mucho que contar y escribir y a él, aunque escriba y reescriba hasta el infinito su propia novela, todavía le quedan sentimientos que contar, situaciones que narrar. La crisis económica, por ejemplo, pero también los valores que se van perdiendo en una sociedad saturada de comodidades. Todos estos temas los aborda en la narración y la insensibilidad ante el dolor ajeno y las trágicas consecuencias de pasar por el mundo resbalando por su superficie, sin sentirse nunca concernido en nada.
Él no es así. Su protagonista Román sí, por eso lo cuenta, por eso lo denuncia, "el protagonista es un cobarde, un ser anodino, que añora el entusiasmo que fogocitaba a sus alumnos", explica y abunda aún más cuando señala que "no hay nada tan terrible como la cobardía". Porque para él es cobarde el que no se atreve a comprometerse, a implicarse, a ayudar a los que están a su alrededor. Por eso quizá su paso a la política, por eso quizá su paso a la literatura, desde hace ya muchos años.
En la presentación del libro lo aclaró meridianamente: "Las tentaciones de San Antonio, de el Bosco, resumirían la situación en la que se encuentra. Cuando uno se jubila ya no quiere obrar bien, tampoco quiere obrar mal, pero tiene la pereza del bien hacer", un bonito juego de palabras que acogen el significado de una vida insulsa y rutinaria que ya no conduce a ninguna parte ni ha conducido.
Por eso, Román deja que las cosas pasen, que se le agarren a él, aquí entran en juego dos de sus alumnos, Elena y Eugenio, que han mantenido una larga relación con el protagonista. Ambos son poco lúcidos cuando deben navegar por los mismos meandros que Román, que "vuelven a representar el yo saturado, líquido, poroso y falto de sustancia que a mí me preocupa", describe el autor, son los mismos conceptos recurrentes que una y otra vez aparecen en su obra.
Ante esta situación aparece en la vida del protagonista el joven Héctor, un patinador, que resbala por la vida sin comprometerse a nada y que vampiriza a quien se preste a su anodino juego. Es el representante de una sociedad que no está acostumbrada a luchar, el representante de una sociedad facilitona y fácil que se aburre y que nos aburre, pero que valdrá de aldabonazo para que el protagonista se plantee situaciones ya olvidadas.
La novela es rica en matices de los personajes y las referencias filosóficas a lo largo de la novela son continuas. Peter Sloterdijk, Roland Barthes, Soren Kierkegaard están presentes en los textos, que a su vez puntúan los argumentos de los protagonistas y sin los cuales esta novela no sería claramente una obra de Álvaro Pombo. Escritor que ha variado su forma de escribir, haciéndola, como hemos dicho antes, más breve, más condensada, "para evitar una reflexión desparramada, por eso, estoy abreviando mi manera de escribir, y en ese sentido la novela es deliberadamente abreviada", reconoce el novelista cántabro.
Estamos pues ante una novela claramente de Pombo, pero más reconcentrada, más sustancial, que va dejando los circunloquios habituales para centrarse en el meollo de las cuestiones y de las personas y en las denuncias a los políticos, por ejemplo, que son los verdaderos culpables de la paralización intelectual de España por culpa de sus discursos monótonos y aburridos. Sus libros no son ni monótonos ni aburridos, son un aldabonzazo a la mediocridad cultural y política que nos inunda.
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