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Rosa Regás
Rosa Regás

Entrevista a Rosa Regás, autora de “Entre el sentido común y el desvarío”

“Lo que hace mejorar a un país no es la economía, es la cultura”

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

La escritora Rosa Regás acaba de publicar en la editorial Now Book unas memorias de infancia tituladas Entre el sentido común y el desvarío donde recuerda los momentos amargos que vivió en su infancia con su salida de España por culpa de la Guerra Civil y los crudos y sórdidos años de la posguerra. “Fue una época muy dura”, recalca en la conversación que mantuvimos con ella en un céntrico hotel madrileño.

Rosa Regás
Rosa Regás
(Fotos: Javier Velasco)
(Fotos: Javier Velasco)

“Me gusta recordar mi infancia pero no me obsesiona y no soy partidaria de esconder el pasado y menos el de los desaparecidos en la Guerra Civil”, dice la escritora catalana firme partidaria de la memoria histórica. “Doy la razón a todos aquellos que buscan a sus muertos”, puntualiza. Quizá por ello, le indigna que se quiera ocultar el pasado. “A mí, la guerra me dejó sin familia, sin presente y sin futuro”, repite. De ahí que haya querido plasmar sus recuerdos, aunque sea en un libro de encargo. Le pareció buena idea escribir. Y lo ha hecho con un tono coloquial, desenfadado y nada rebuscado.

El título rememora a todos sentimientos muy catalanes que se dieron en su familia. La parte paterna era una familia “más partidaria de las creencias que de las ideas, sensatos y enemigos de las aventuras”, es el conocido seny catalán, traducido por ella como del sentido común. La parte materna era la rama culta de la familia, progresista y con un acerado sentido crítico, es la rauxa, o lo que es lo mismo la rama del desvarío. Esas dos ramas eran como el día y la noche, de ahí que su infancia se moviese entre tinieblas y diese como resultado una persona mitad sensata y mitad tocada por un halo de locura.

Recuerda que sus años en Francia, pese haber sido muy duros, en la escuela pedagógica a la que asistió, creció en un ámbito lleno de calidez y bienestar, donde aprendió a leer. Sin embargo, a su regreso a Cataluña fue tutelada por el Tribunal de Menores, donde la sordidez y la educación católica le daban miedo. A los curas encargados de ese estamento los recuerda como “personajes siniestros, como de la Inquisición, que te decían qué era lo que tenías que pensar”, evoca con un rictus de dolor en su cara.

La educación es un tema que le preocupa. “Está fatal”, afirma sin ambages y añade, “somos un país de nuevos ricos donde no se aprecia la educación”. Por eso, cree que habría que recuperar el gran prestigio que tuvieron los maestros durante la República. A los alumnos habría que dotarles de herramientas para luchar en la vida. De ahí que proclame que “lo que hace mejorar a un país no es la economía, es la cultura”. Sabias palabras que nuestros dirigentes no tienen en cuenta.

“Adolfo Suárez hizo lo que pudo”
Algunos males de nuestra democracia radican en la Transición, “Adolfo Suárez hizo lo que pudo, y creo que lo que él hizo en cuatro años, no lo ha hecho nadie. Yo nunca le voté, pero siento un gran respeto por él, lo que no le tuvieron muchos que ahora le alaban y reclaman, ahora que son sus sucesores. Se portaron con él de forma irrespetuosa”, señala acertadamente la escritora gerundense.

“Con Suárez se fue el consenso y el diálogo y esto que está ocurriendo en Cataluña no hubiese sucedido. Él se hubiese sentado a hablar, que es como se solucionan las cosas”, opina. “Yo no soy independentista, pero sí estoy a favor del referéndum. Además, Cataluña nunca lo ha sido, todo surgió a partir de la campaña de Rajoy en contra del Estatut. El presidente ha hecho más independentista a Mas, que tampoco lo había sido hasta hace dos años”, desgrana con lucidez.

Cree que no hace falta hablar de culpas, que es tan fácil como hablar con razones. A ella no le vale que le digan que “España nos roba, porque no es verdad”, puntualiza y tampoco se deja engatusar por partidos como Esquerra Republicana o Convergencia i Unió, porque a su modo de ver no se han tomado las molestias de decir nada sobre el modelo de estado. “Están imbuidos en el sentimiento y no piensan. Están dejándose llevar más por las pasiones y los deseos que por los pensamientos”, opina razonadamente.

Quizá por ello no la dejen hablar en ningún sitio en Cataluña. “No me dejan escribir en ninguna publicación de Cataluña; puedo escribir en Galicia, en Navarra, en Madrid o en cualquier sitio de España con plena libertad, pero no en mi tierra”, expone Rosa Regás. Y no es la única, el politólogo y amigo de ella, Vicenç Navarro está vetado en muchos medios de comunicación.

Cuando hablamos de sus años como editora, la tristeza se vuelve a reflejar en su rostro. “A las mujeres no nos piden nuestra opinión por la literatura y los escritores. En un reciente documental sobre Gabriel Ferraté sólo opinaban varones y cuando aparecía alguna mujer era para preguntar sobre sus amoríos. La inteligencia, como la sociedad, es profundamente machista y a una mujer le cuesta el doble que a un hombre triunfar en estos temas”, expresa.

“A mí nadie me ha preguntado por mi relación con Juan Benet, Carlos Barral o Jaime Gil de Biedma pese a todo lo que he podido compartir con ellos en temas editoriales. Y es una cosa que me gustaría tremendamente, poder escribir sobre ellos”, nos revela. Cuando la pregunto por los escritores que más le interesan últimamente, lo hace rápidamente, José Antonio Garriga Vela, último ganador del Premio Café Gijón, le entusiasma y, también, el ganador del Premio de Novela Alfaguara Jorge Franco, “lo conocí en Colombia y me regaló su novela Paraíso Travel. Cuando la leí, una vez llegada a casa, no pude por menos que escribirle para decírselo y me pidió que escribiese algo para la portada”, revela.

De las escritoras españolas que más le gustan, cita a Ana María Matutes, Ana María Moix, recientemente fallecida y cuya editorial se portó con ella de manera deplorable y Carmen Martín Gaite. Un ramillete de escritoras fabulosas, que unidas a Rosa Regás, forman un póker de autoras de las que cualquier país se sentiría orgulloso. Al nuestro, la cultura le importa muy poco.

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