Guiándose por el mismo camino, Chevalier ha delineado una historia que fluye entre la Inglaterra y los Estados Unidos del siglo XIX y que sirven de escenario para contar la historia de la familia Goodenough que abandona la Nueva Inglaterra para instalarse en un pantano de Ohio donde intentarán prosperar plantando manzanos. Los frutos de la desavenencia entre el matrimonio serán los únicos que crecerán en abundancia en estas tierras pantanosas. Estos frutos de la discordia serán el alimento amargo con que crecerán los pocos hijos que han sobrevivido al pantano y que desearán abandonarlo juntamente con su vida. Robert será el primero en dejar atrás esta desdichada vida para emprender un largo viaje para buscar su lugar en el mundo, tarea que le llevará largos años.
La novela fluye alrededor de la pasión por los árboles de Robert, infundada por su padre James y alimentada, posteriormente, por un comerciante de semillas. En su búsqueda de ventura, Robert conocerá el amor y deberá enfrentarse de nuevo a la familia de la que ha tratado de huir durante tantos años.
Bajo mi parecer, el inicio parece muy prometedor, la desgastada relación del matrimonio Goodenough y la precaria situación de sus hijos catapulta los pensamientos del lector a imaginar una historia desgarradora y con mucha fuerza, pero llegados a la partida de Robert en busca de una vida mejor, el relato pierde intensidad, los sucesos empiezan a acelerarse y los detalles son más superficiales. La historia trascurre sin acentuar el dramatismo de la situación, hecho que se había logrado con mucho acierto en la primera parte y que resulta ser el hilo argumental. A pesar de este detalle, a favor hay que decir que los personajes están muy elaborados y son los responsables de dar fuerza a las relaciones de amor y a los sentimientos tormentosos que guían cada decisión que toman, ya que muestran sus debilidades, sus pasiones y su lado más humano de la mano de todos los fantasmas de su pasado.
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