«Vivo sola en un garaje, con un ordenador portátil y una vieja granada de mano. Es comodísimo.» Así comienza La mujer a 1000°. No es un mal arranque, desde luego, y sin embargo, se queda muy corto para lo que esta novela encierra y para lo que este personaje cínico, complejo e inteligente dará de sí. Una mujer que reserva hora para su incineración, ante la perplejidad de la encargada, al otro lado del teléfono. Al final, decide que un lunes catorce de diciembre porque "es estupendo empezar la semana incinerándose". No se desvela nada. La reserva la hace en la página 71, aún quedan 500 más para darse cuenta de que, en realidad, ese horno a 1000° no es más que una enorme metáfora de la Segunda Guerra Mundial. Un verdadero alegato contra la guerra a la que Hallgrímur Helgason no le reserva ningún horror.
¿Puede un libro (aunque tenga casi 600 páginas) encerrar toda la historia europea del siglo XX? Probablemente no, pero La mujer a 1000° se acerca bastante. Sin embargo no es un libro de historia ni mucho menos, es una novela cargada de historias alrededor de una mujer de la que llegaremos a saberlo todo -salvo quizá, cómo se llama realmente-. Una novela que comienza en unos tiempos en los que nadie hablaba inglés en Europa y concluye durante los días de un mundo hiperconectado en los que nadie hablaba nada que no fuese de crisis en Europa.
Herra, la mujer a 1000°, es una descreída del amor, de la política y los políticos, de la historia, de los "grandes personajes", de los hombres... En realidad, es una descreída de la vida y también de la muerte -"no sé qué es mejor, si derrumbarse de verdad o en secreto"-. Es una mirada a ratos crítica, a ratos sarcástica de todo ello: "Me ofrecieron una mascarilla de oxígeno con su correspondiente sonda nasal; me facilitaría la respiración, pero para que me dieran una bombona tenía que comprometerme a dejar de fumar, 'por el peligro de incendio'. De modo que tuve que elegir entre las dos grandes señoras, la rusa Nicotina y la británica lady Oxygen. Fue una elección fácil".
Hallgrímur Helgason puede escribir cientos de páginas, pero también describir a dos personajes en línea y media: "La de por la mañana es un cielo, pero la de la tarde tiene las manos frías, le huele el aliento y vacía los ceniceros con gesto despectivo". O de explicar medio continente con un brochazo, como cuando se refiere a Sudamérica: "aquí no solo era verano en invierno, sino que la salita de estar se encontraba en la acera". Y su Herra, cínica y mordaz hace lo mismo. Se despacha a los indolentes en una frase: "A mí nunca me ha gustado tratar con personas que jamás han tenido que caminar sobre cadáveres". Igual que destroza a los ingleses en un párrafo: "Los ingleses, ninguna otra nación ha conseguido tener cien colonias sin sufrir la más mínima influencia de todas ellas. Lo único que consiguió regalar ese mundo maravilloso a Su Majestad fue una taza de té. Los ingleses se dedican tranquilamente, además, a muchas cosas de las que otros se avergonzarían. Violaron las colonias, cometieron crímenes de guerra y siguen organizado campañas militares en tierras lejanas. Pero todo se les perdona porque ellos mismos lo cuentan, en términos propios del mejor 'gentleman', en la BBC". Y no necesita más de cinco líneas para explicar su postura ante la alianza entre la economía, el patriarcado y la geopolítica y sobre las ideologías o más bien, sobre quienes las representan: "El sistema alcanza su culminación en los lugares del mundo que están prohibidos a los niños, los campus universitarios y los barrios financieros de Estados Unidos (...) Los de izquierdas son, por naturaleza, unos revoltosos exhibicionistas, lo digo por activa y por pasiva, a diferencia de los de derechas, que solo quieren forrarse sin mucho revuelo".
Nada es lineal, nada es sencillo, nada es vulgar, nada es como parece en La mujer a 1000°. Solo el alegato contra la guerra -"La guerra, el agujero negro de la humanidad"-, continuo, en todo el libro - "el póquer de los verdugos del mundo"-, y sobre todo, contra la falta de inteligencia, el fanatismo y la cobardía. Pocas veces se puede leer a un hombre tan crítico con el universo masculino: "Para los hombres la guerra había terminado pero para nosotras, las mujeres, estaba empezando (...) Al final de mi vida he llegado a la conclusión de que para salir adelante en este mundo había que convertirse en un hombre". Lo suficiente como para dar zarpazos mortales al amor romántico y advertir a las mujeres que se pongan a refugio en cuanto escuchen a un hombre decir que "vivimos tiempos históricos". La guerra como metáfora del mundo, el mundo como metáfora de la guerra.
"Así que no me quedan más que unas semanas, dos cartones de Pall Mall, un ordenador y una granada de mano, y jamás lo he pasado mejor". Así termina el primer capítulo, quien se atreva, que siga leyendo. Dice la crítica alemana de La mujer a 1000° que allí, en la Alemania de Merkel, esta novela ha sido considerada una bomba... Lo es. Una vieja granada de mano bien tirada al corazón de Europa.
Hallgrímur Helgason nació en 1959 en Reikiavik, la capital de Islandia. Empezó su carrera profesional como pintor y tiene cuadros expuestos en más de treinta países. Su novela más conocida, 101 Reykjavik, fue llevada al cine con mucho éxito y una notable repercusión internacional. Otra novela suya, titulada The Author of Iceland, fue galardonada con el Icelandic Literary Prize en 2001. Además de dedicarse a la narrativa, Helgason es autor de teatro, poesía y de una gran cantidad de artículos periodísticos que analizan la situación política y social de su país.
La mujer a 1000º es su novela más reciente y polémica, tanto que la crítica islandesa la ha descrito como una bomba en la línea de flotación de nuestra sociedad. Los derechos de traducción de esta obra ya se han vendido a distintos países europeos.
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