Publicada en la prestigiosa colección “Nuevos textos sagrados” de Tusquets Editores y con un dibujo de portada de José Saborit, Piedras al agua es un poemario pleno de madurez expresiva. Antonio Cabrera nos ofrece un conjunto de poemas de ritmo imparisílabo que a modo de piedras arrojadas al agua generan ondas expansivas en su superficie como reflejo de lo que hay en el fondo.
El poemario se estructura en tres apartados sin epígrafe, así en la primera parte, Cabrera comienza cantando “El alrededor”, el aire que contiene la esencia de las cosas que suceden a nuestro lado, como una forma sana para huir del “yo” que las cubre de cotidianidad. La naturaleza tiene un peso superior en estos versos, es el espacio donde aún es posible el milagro, donde el sol y la sombra se disputan las fachadas, donde el paisaje es tiempo, secanos, pinares, riscos y peñascos bordean nuestro paso liminar por el mundo. Pero hay dos poemas que por su fondo y forma se erigen en verdadero epicentro de esta primera parte: “Suite de la CV202”, un largo poema estructurado en cinco movimientos donde describe el paisaje que se divisa desde la carretera en el trayecto de Matet a Villamalur: una fuente, las higueras, las curvas cerradas, las cumbres y una nostálgica panorámica del punto de llegada; y el que da título al libro, donde el poeta quiebra la quietud del estanque para remover la capa de invisibilidad que vela las cosas. Para Cabrera el paisaje es fuente de conocimiento, la naturaleza se erige en verdadera protagonista al captar la mirada contemplativa del poeta, que sabe esperar a que suceda su apacible espectáculo.
En el segundo apartado el espacio se hace íntimo, doméstico (“El espíritu de la casa”) y aflora el sentimiento a través de las figuras familiares, así Cabrera evoca a la madre ingrávida como aquella rama que aún se mece en la memoria; reflexiona sobre la música, la tristeza y la lentitud al hilo de un pasaje para oboe que estudia el hijo; recuerda un eclipse en la infancia; y escribe un emotivo “Poema de cumpleaños” dedicado a su hija Adelina al cumplir la mayoría de edad: la sombra es mucha. Mira a su través. En “Serenidad” el eco de la lluvia nocturna le revela que somos pura contradicción, mínima certeza destinada a la mayor de las incertidumbres.
En el tercer apartado, Cabrera nos ofrece “una poética” que bien podría ser tomada por tesis del libro, donde aflora un discurso filosófico de alto vuelo, y es que toda la poesía de Cabrera está impregnada de la filosofía luminosa que destila lo sencillo. Aquí los lugares se hacen concretos: la visita al templo de Poseidón en Sunion, a la casa natal de Georg Trakl en Salzburgo, a Roma o al cementerio de Peliciera son fuente inagotable de discernimiento, de reflexión tamizada de melancolía. En definitiva, Cabrera demuestra que lo complejo parte de lo sencillo, y ello con un lenguaje elegante y sugerente en extremo. El poemario concluye con un “Vivac” donde el protagonista poemático yace tendido a la intemperie, transido de nocturnidad y con el pulso tomado por el sueño.
En sus manos el paisaje se convierte en materia poética, es motivo de una honda reflexión como trasunto del paisaje interior del poeta, cuya mirada pensativa descifra significados ocultos y enfoca lejanías. Sin duda nos hallamos ante un poemario que viene a confirmar una voz propia y madura, que parte de lo inmanente para alcanzar la trascendencia, poniendo el acento en todo aquello que nos rodea.
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