- En todas tus novelas hay siempre secretos, un pasado que pesa en los personajes y que se va desvelando (o no), durante la narración. Pero en Es un decir este aspecto se hace más patente, toma más fuerza.
Sí, a diferencia de las anteriores, en ésta esos secretos y esos pasados que se van desvelando son la trama en sí. Me parecía que no había mucho en común entre las novelas, pero me doy cuenta de que hay elementos que uso de unos personajes a otros, desde una perspectiva u otra. En este caso, lo que en otras novelas era anecdótico, pasa al plano principal.
- Después de cuatro novelas, parece que el ámbito rural es un contexto en el que te sientes cómoda, ¿a qué se debe?
Se debe sobre todo a mis primeras lecturas. Si te sumerges como lector en un mundo particular, es muy difícil que de ahí no nazcan tus primeras novelas. Es un decir lo escribí después de Belfondo, era inevitable que todavía tuviera un poco de resaca de la ruralidad. Aun así, me interesa. Alguien dijo: «un pueblo es un monstruo», porque en un pueblo pequeño la envidia y el odio, la falta ajena, se hacen claros y patentes, como escritos en la frente o en el cielo que a todos cobija. Pero esta cruel realidad asienta los pies sobre la tierra, y la vida es más simple, más verdadera. Esta cita de la Matute, que usé para Belfondo, podría servir para justificar por qué un pueblo y no una ciudad a la hora de escribir.
- Desde temprano te han marcado con influencias literarias más o menos claras, ¿no crees que es demasiado peso que te comparen/equiparen con ciertas novelistas? Por otro lado, siempre suelen ser mujeres pero, ¿qué autores crees que están de manera más o menos clara en tu obra?
No me impresiona porque sé que es una necesidad que hay en el circuito literario y periodístico. Para que un posible lector se acerque a mi libro, antes hay que darle una guía, y la comparación da pistas. Es una responsabilidad, pero no me lo tomo demasiado en serio porque conozco la razón y el objetivo de las comparaciones. Y además, por qué no, estoy encantada de estar siempre tan bien acompañada. Mientras sean siempre comparaciones tan positivas, no me voy a quejar.
En cuanto a hombres... al empezar a leer y escribir, me fijaba mucho en Miguel Delibes, en García Márquez, en José Donoso, William Faulkner, Juan Rulfo... No sé si están muy claros en mi obra, pero sí los he leído con devoción.
- Es un decir, desde su título, juega con la convención, contra lo que se dice a veces sin saber, con los lugares comunes. De alguna manera, Mariela se revela o lo intenta, contra ello.
Sí, Mariela intenta cambiarlo todo: lo que no le gusta de su familia, lo que hay en ella de su familia, la mala suerte, el secretismo. Otra cosa es que lo consigue, porque en cuanto tiene oportunidad, se comporta repitiendo lo que ha visto. Por eso Tico, aunque no parece que ha despertado mucho interés como personaje, es importante: es con él cuando vemos que Mariela está ya contaminada.
- En Mujer sin hijo creas una distopía urbana/rural en la que el contexto es tan reconocible como modificado, en cambio, en Es un decir te trasladas al franquismo, a una realidad más tangible. Pero ambas novelas de alguna manera muestran una idea de la familia similar y un intento de cuestionar las formas constitutivas de la misma.
En Mujer sin hijo la distopía es secundaria y en Es un decir la posguerra también lo es. Por eso hay cosas en común entre las dos novelas, aunque al principio me costaba ver qué era. Va de la familia, de los conflictos familiares, de lo que cuesta deshacerse de ciertos lazos.
- El personaje de la abuela en Es un decir asume un papel relevante en la narración, acaba siendo la cabeza de la familia.
Aunque ella no lo entienda así. La abuela es una mujer acomplejada por la sociedad, o por la educación que le han dado. Pero cuando se pone a hablar, se da cuenta de lo profunda que puede llegar a ser, de lo mucho que puede sacar de sí misma, y entonces habla y habla y se enreda en reflexiones y pensamientos. Hasta ese momento era una mujer más, corriente, que no se cuestiona qué está bien o mal, si debería rebelarse, si está bien conformarse con lo que tiene y con cómo lo tiene.
- Otro personaje interesante es el pueblo… su presencia asfixiante.
A veces el pueblo es irrelevante, como me pasó en El duelo y la fiesta, y otras veces es un personaje más, como en Belfondo o Es un decir. Es irremediable que la comunidad tome protagonismo, porque en los pueblos, el pueblo en sí es protagonista. Es una voz única, como si hablaran por la misma boca, y de ahí va saliendo todo: a veces verdad, a veces deformado, a veces exagerado. Pero ése es el juego en la novela: a todos los secretos de la familia hay que añadirles la poca fiabilidad del pueblo.
- Hablas de una época con menciones leves pero contundentes, es una novela de alguna manera política pero sin querer enfatizar ese aspecto.
Sí, porque no me interesa. No busco hacer un retrato de la sociedad de entonces: me interesa la vida doméstica. Está contextualizada pero tampoco entro en política y época, el franquismo está desdibujado porque no es el tema. Luis Pousa dijo muy acertadamente: no es otra novela sobre la Guerra Civil, es la historia de Mariela. Y así es: Mariela y su drama a los once años.
- Es un decir es un relato casi iniciático hacia la juventud. Mariela debe aprender prácticamente sola, contra todos, sin saber muchas cosas y sabedora de que hay muchos secretos a su alrededor. ¿De dónde viene este personaje?
Lo tenemos a medias entre la Matute y yo. Viene un poco de los cuentos de Algunos muchachos, que leí con entusiasmo, y de recuerdos y memorias personales. No es ni mucho menos autobiográfica, pero las sensaciones de querer aprender todo, ese momento en que te parece que el mundo entero es una injusticia y todavía eres pequeña y no puedes remediar nada. Es la pre adolescencia de cualquiera, pero adaptada a la lucidez y las ganas de Mariela.
- Llama la atención el tono que emplea Mariela, un tono triste, melancólico, casi de derrota…
Para ser una adolescente tiene un discurso maduro, pero tampoco creo que sea tan triste o tan derrotista. Si lo es, no se aleja demasiado del que tienen todos los adolescentes. Además, hay que añadirle que se ha quedado sin padre y prácticamente sin madre. Un adolescente es de por sí quejica, si encima tiene motivos para regodearse, con más motivos. Pero creo que de vez en cuando (cuando habla del río, cuando está con las monjas) se vuelve esperanzadora... aunque a su manera.
- La segunda parte del libro lo conforma el relato de la abuela que da sentido a gran parte de la novela.
Sí, era necesaria una voz que hiciera de balanza a la de Mariela. Si sólo conocíamos la realidad a través de ella, tampoco sabríamos cómo era la niña ni cómo era la madre, porque Mariela tiene demasiado resentimiento. Con una segunda voz hay más equilibrio.
- ¿En qué estás trabajando ahora?
En cuentos. Tenía muchas ganas de escribir relatos y este momento, después de dos novelas tan seguidas, era perfecto.
Entrevistas
Puede comprar el libro en: