Muchos fueron los amigos que no quisieron perderse esta cita como Juan Cruz, Félix Grande o el escritor y cineasta Emilio Ruiz Barrachina. La ex ministra Carmen Alborch también apareció por allí como muchos otros amigos literatos o actores o directores como José Luis Gómez o productores como Enrique González Macho. Carmelo Gómez fue el encargado de leer un curioso pasaje de la novela de Suárez que sorprendió al auditorio por el lirismo ditirámbico e inusual.
Quien haya visto sus películas Ditirambo o Epílogo sabrán de qué hablamos o su libro Trece veces trece. Obras todas ellas inclasificables y con planteamientos novedosos y sorprendentes. Juan José Millás no se muerde la lengua al calificar su obra como “una sorpresa absoluta de una escritura inaudita”, y abunda en la originalidad de su obra calificándola como “la lógica del mundo subatómico que nada tiene que ver con el mundo que vemos”, y tiene razón porque el mundo que vemos no es el mundo que ve Gonzalo Suárez, nosotros nos quedamos en una superficialidad que Suárez disecciona con su pluma o con su cámara para mostrarnos un mundo ignoto como si penetrásemos en la selva más inhóspita.
“Eso nos hace que sea muy difícil verbalizar la escritura de sus libros”, añade Millás, ferviente admirador devoto de Suárez al que describe “como uno de esos creadores que nunca están donde le buscas”, quizá sea bueno no buscar al escritor y esperar a que él nos encuentre, a que su literatura nos encuentre y rompa los convencionalismos literarios a los que estamos acostumbrados.
Por eso, abunda Millás en el tema y afirma con seguridad que en las últimas obras de Gonzalo Suárez se “hayan radicalizado todas sus apuestas anteriores, siendo todo mucho más paradójico”. Intenta explicar su forma de escribir y la compara con “una baraja que en función de cómo la barajes sale un relato o sale otro, igual que según barajes los genes sale un gusano o un hombre”.
Escritura convencional o de vanguardia, juego de contrarios que va atravesando la novela y es al mismo tiempo un viaje que empieza un niño a través de un pasillo. Porque como señala Suárez, “yo soy un niño de pasillos”. De aquellos largos pasillos de las casas de la posguerra donde se vivía casi de paso, con la maleta preparada para moverse de una habitación a otra en un viaje interior donde los espejos reflejaban una realidad oscura y triste.
“Gonzalo siempre ha estado obsesionado con los espejos”, señala el escritor valenciano y concluye definiendo su escritura como “un autor que ha trabajado en la frontera, que ha escrito esta novela fronteriza donde todo es azar y nada es error”. Después se ha sumido en una conversación con el escritor asturiano donde ha ido sacando la esencia, no sólo de la escritura de Gonzalo Suárez, sino que ha sacado sus recuerdos más profundos, sus sensaciones más íntimas y sus ilusiones más irrenunciables.
“Recuerdo con cuatro años cómo oímos las bombas que caían cercanas a nuestra casa, por eso siempre he tenido la sensación de que me han perseguido”. Recuerda el cineasta aquellos momentos de su infancia donde quedan grabados a fuego los recuerdos más nimios y que visualizamos a lo largo de nuestras vidas y ese recuerdo de las bombas y del pasillo le acompañan cada día, un pasillo poblado de monstruos, arquetípico, pasillo que tiene que ver con toda una vida y con una sensación de vacío que le acompaña siempre.
Los detectives son su mundo: “el detective es el personaje que me hubiera gustado ser, como un Cary Grant en La muerte en los talones”, un personaje que encuentra algo, lo que es hoy en día muy importante para levantarse por las mañanas todos los días, un móvil por el que vivir, “aunque hoy en día todo el mundo los tiene”, señala irónico en referencia a esos teléfonos móviles que nos acompañan toda la vida como si unas esposas de detective fueran.
Eso es para él su vida y para él, “la literatura es el último recurso de la libertad”, dice lacónico y ensimismado, el libro es la realidad que le gusta y la vida es la realidad que le disgusta por eso recrea y crea su mundo a su antojo, como le gustaría que fuese y no como es. Para no ser está el mundo del fútbol del que tanto ha escrito, “el fútbol se sublima en el gol, el gol realza el instante, lo magnifica de tal forma que los propios jugadores que meten los goles, a veces no se lo creen”. Con estos dos libros suyos ha metido un gol, un gran gol literario. Ni él mismo parece creerse la hazaña que ha realizado. Así es el fútbol, así es la literatura, la hazaña del instante.
Las fuentes del Nilo reúne todos los relatos breves de un escritor que se expresa con imágenes y palabras, sorprendiendo siempre y abriendo vías para la creatividad del lector. Textos, hoy inencontrables en su mayoría, que en su momento alborotaron el panorama literario español. El libro recupera la imaginación y vitalidad de los relatos de Gonzalo Suárez, que supusieron un revulsivo en los años sesenta y constituyen la génesis de su obra literaria. La lectura como aventura y la creación como juego alcanzan las más altas cotas de humor, emoción y sorpresa.
Gonzalo Súarez estudió Filosofía y Letras en Madrid, pero abandonó sus estudios y se marchó a París durante un tiempo. En 1958 se instaló con su mujer en Barcelona, donde practicó el periodismo bajo el seudónimo de Martin Girard. Escribió algunas obras de teatro y protagonizó otras, se dedicó durante un tiempo a la pintura, tuvo un creciente éxito como periodista, pero se concentró en la escritura y, en 1966 inició su carrera cinematográfica. A partir de ese momento ha alternado ininterrumpidamente libros y películas, obteniendo numerosas distinciones. Es sus libros destacan Trece veces trece (1964), Gorila en Hollywood (1980), El asesino triste (1994), Ciudadano Sade (1999), Yo, ellas y el otro (2000) y El hombre que soñaba demasiado (2005), y entre sus películas: Ditirambo (1967), Fausto (1969), Aoom (1970), Epílogo (1984) y Remando al viento (1987).
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El regreso de Gonzalo Suárez a la novela después de seis años.