Adiós, Moix. Así te llamaba y así te seguiré llamando. Te escribí el martes 25 de febrero, no me contestaste y me inquieté. Nunca tardabas más de un día en responder. El 1 de marzo, de madrugada, maldurmiendo, entre sueños negros, la radio dio la noticia: acababas de fallecer.
Hasta media mañana del sábado no fui consciente. Me quedo con ganas de decirte que siento haberte conocido tan tarde, en 2007; haberte visto tan poco; haber trabajado contigo solamente tres años; no haber disfrutado más de tu manera de hablar, de las cosas que decías y contabas y de cómo las decías y las contabas; de tu humor inesperado y sorprendente.
Nunca imaginé que pudieras ser tan humilde. Me costará olvidar las conversaciones entre el humo de tus cigarrillos en el patio-fumadero de Ediciones B, en Bailen, 84, y cómo me sorprendías contándome cosas de mi vida editorial que yo había olvidado y que nunca supe cómo podías saber.
Disfruté de las travesuras madrileñas de Esther Tusquets y tuyas. Me gustaba que hablarais tan bien de Madrid y que os movierais con la soltura de unas madrileñas de toda la vida, y me alegraba que Madrid os correspondiera.
Me descubriste a uno de mis novelistas preferidos, Carlos Peramo (Me refiero a los Játac y Media vuelta de vida, ambas en Bruguera), y me presentaste a lo más ilustre de la edición en Barcelona como si yo fuera alguien.
Pero sobre todo siento que con lo fácil que nos lo ponías a los que te rodeábamos, a ti, sin embargo, te lo pusieran tan absurdamente difícil.
Un abrazo, Moix. Debería seguir escribiéndote.