Los enfrentamientos entre indios y blancos serían sumamente sangrientos. A partir de los años-70 del siglo XX los indígenas fueron considerados la bondad infinita, el tópico del Indio bueno; cuando los indios tenían, asimismo, como enemigos absolutos a otros indios, Iroqueses contra Otawas, Lakotas contra Crows, Comanches contra Apaches, Semínolas contra Miamis, etc. Hoy, los estudios, como en este estupendo volumen, tienden a la historiografía más rigurosa. Los nativos norteamericanos se encuentran atrapados entre su modus operandi et uiuendi basado en lo ancestral puro y duro, y aquellos hombres blancos que no les permitían modernizarse, y los empujaban hacia los peores territorios a los que, cínicamente, llamaban RESERVAS. Los jefes militares y políticos estaban luchando por defender a sus familias del exterminio, sabiendo como sabían que tenían la batalla perdida.
El libro narra las relaciones entre indios y blancos, desde el año 1863. Jefes como Pohawtan o Pontiac ya son historia; y el volumen se acerca, en plena guerra civil entre la Unión y la Confederación, 1861-1865, a los indígenas de las películas: Nube Roja; Toro Sentado o Totanka Yotanka; Caballo Loco o Tashunka Witko; o Gerónimo o Goyaalé; o el gran jefe José de los Nez-Percé, entre otros de mayor o menor enjundia. Les impusieron la técnica y los adelantos de la civilización europea anglosajona. El prólogo, en el que me voy a centrar porque define el resto del volumen, presenta a otro personaje enaltecido por la historia hasta límites insospechados y que, desde mi modesto punto de vista, tenía el cinismo como habitual arma política, y que sigue siendo el honesto Abraham Lincoln. El libro con gran éxito va ya por su 5ª edición. Todo sufrirá una necesaria mutación, cuando en el año 1970 Dee Brown publique su obra Bury My Heart at Wounded Knee, “conformaron una nueva saga que dio voz a los sentimientos de culpa del país”. Es pura paradoja, que algunos indígenas contemplaron a los blancos como los garantes, por ejemplo el jefe shoshone Washakie, de su identidad frente a tribus más poderosas. Los indios no fueron capaces, casi nunca, de unirse en el objetivo común de autodefensa frente a los blancos. En una ocasión genial, Little Big Horn, se coaligaron bajo el poder de convicción del sachem de los lakota-hunkpappas, Toro Sentado, y la estrategia militar de Caballo Loco; y el éxito fue inmediato. A partir de este momento, de nuevo la dispersión.
No obstante, todavía, Toro Sentado trató, por todos los medios a su alcance, de concienciar a los indios para que no se encuadraran como exploradores en el ejército de la Unión, que comenzaba una campaña de agresión feroz contra los Nariz Horadada del Jefe José, pero no lo pudo conseguir. Comanches, Apaches, Lakotas, Crows, Cheyennes, Arapahoes, Paiutes o Modoc, trataron de sostener una guerra feroz de autosubsistencia contra los guerreras azules de la Unión. Algunas tribus más providencialistas, como los Pawnees se rindieron enseguida, considerando el hecho como un mal necesario, inevitable y definitivo. La obra está salpicada de nombres de generales norteamericanos, que nos son fílmicamente conocidos, tales como: Grant, Sheridan, Sherman, Tres Estrellas Crook, Chaqueta de oso Miles, Terry, y Cabellos Largos Custer. Las reservas-indias eran muy mal administradas, siendo una fosa de corrupción por parte de los agentes que se enriquecían a sabiendas. Trataron de matarlos de hambre eliminando millones de bisontes, que eran la alimentación crucial para esas tribus de las praderas, lo que provocaría grandes levantamientos, que serían sofocados con sangre, sudor y lágrimas y, sobre todo, con miles de vidas humanas de los indios.
El libro aborda los primeros contactos entre nativos y blancos, desde el siglo XVIII y principios del XIX, los tratos son de intercambio de mercaderías, pieles de castor o de búfalo, etc. A partir de 1851, se comienzan a firmar los primeros tratados, que lo único que pretenden, con sus constantes, incumplimientos, es arrinconar a los indígenas y quitarles sus tierras: matanzas, correrías, éxodos, y batallas o escaramuzas, el final de todo ello es el declive definitivo de los nativos, todo ello en el espacio trágico de cuarenta años. “Una década después del asesinato de Oso Flaco, un oficial del ejército preguntó a un jefe cheyene por qué su tribu robaba a los vecinos crows. Respondió: ‘Robamos las tierras de caza de los crows porque eran las mejores. Queríamos más espacio’. Este era un sentimiento que los habitantes de Colorado dispuestos a expulsar de aquel territorio a los cheyenes podían comprender a la perfección”. Numerosas fotos de los protagonistas de la historia, una bibliografía amplísima y documentadamente esclarecedora, orlan este volumen extraordinario. Nunca hubo un sentido de indianidad, y cuando se dieron cuenta ya era demasiado tarde, solo fundamentado en una fe milenaria en su Gran Espíritu; “…que solo provocó derramamiento de sangre, horror y esperanzas rotas”. Invito a la lectura de esta obra cum laude. “Arma virumque cano, ET, Fidem erga Populum Punicum”.
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