En efecto, la única certeza en la que puede apoyarse este narrador es la de estar aquí. Con cuatro años, con doce, con quince años...su mirada y su pensamiento construyen paso a paso su relación con la vida. Que a menudo se parece a una de esas maratones que le gusta correr. Una carrera que acelera o interrumpe, y que emprende otra vez, porque es lo único cierto e inequívoco en la ciudad, el país y el tiempo que le toca vivir. Lo demás es la polvareda de la historia, la miserable herencia y el impulso hacia adelante.
Aquellos jóvenes que querían cambiar el mundo hoy son sus padres o son como sus padres. Los represores que se ensañaron con ellos se convertirán en unos tipos viejos como ese viejo tronado, sentado en el banquillo de los acusados e intentando dar lástima. El presente tiene allí, en la provincia del Chaco, un permanente punto de fuga.
Una masacre -una de las innumerables perpetradas durante la dictadura del general genocida Videla-, la de la pequeña localidad de esa provincia del norte, Margarita Belén. Allí, un día de diciembre de 1976, bajo la mentira que siempre utilizaban el ejército y la policía -la de un supuesto intento de fuga de unos presos durante un traslado-, se torturó y se asesinó salvajemente a un grupo de militantes peronistas.
Este es el valiente testimonio de quien en verdad no quería ser cronista, ni testigo. La crónica de quien no fue un militante, no fue un joven de izquierdas en tiempos prohibidos, no conoció la clandestinidad ni la cárcel. Pero que creció en medio de todo eso. Es hijo de todo eso.
Entre los grandes aciertos de Tanto correr está la caracterización que este joven escritor hace de sus padres. Seres que ya no se repetirán, soñadores pertinaces que él no es capaz de emular y a duras penas entiende. Porque los sueños de sus padres fueron pesadilla en su niñez.
El narrador de Mariano Quirós (un tipo sincero y hasta divertido, desconcertado y atento a la vez) construye su propio puente entre los años de plomo y él mismo. Años que prefiguraron un destino que hoy le suena raro. Entre el deber histórico y -si se compara con su terca madre- su propio vacío de ideales. Entre el compromiso del testimonio -acaba siendo cronista de los juicios a los genocidas, aunque el día en que su madre se siente a narrar las atrocidades que tuvo que soportar en la cárcel él preferirá salir a correr- y la perplejidad ante una vida en donde lo que se suponía pasado y sepultado -la violencia, la impunidad- no acaba de morir. Al contrario.
La fuerza de esta historia emana desde distintos lugares. De la ferocidad pasada y de sus ecos actuales. De personajes tan singulares como los miembros de ese taller literario de ciudad de provincia que miran la realidad de distinta manera. Cora, la escritora que acierta y noquea al lector con un relato feroz y certero, el escritor ya viejo al que Quirós rinde homenaje, con sus historias salidas del paisaje del Chaco. Y el paisaje mismo, del que Quirós afirma:
"Resistencia, y toda la provincia del Chaco, es un territorio de una belleza, diría, no convencional. Es un lugar horrible. Pero tiene la ventaja de que su fealdad le otorga algo cercano a la urgencia".
Y de ese territorio emerge el joven que crece, que interroga la realidad y sobrevive al estupor que a menudo ésta le provoca. No deja de buscarle un sentido, más allá del sentido que los suyos -incluidos los miembros de su generación, los jóvenes de la agrupación H.I.J.O.S (por la identidad y la justicia, en contra del olvido y el silencio) quieran darle. Allí están los ex presos que le piden que les escriba sus testimonios ("en un tono como el de García Márquez"), o las chicas que le gustan pero no sabe cómo tratar. O los incesantes cigarrillos que enciende su madre.
Una mirada que evoluciona y se engrandece, desde aquella primera línea -"Tengo cuatro años y escucho hablar de la masacre de Margarita Belén"-. Un narrador potente, veloz y profundo a la vez.
Mariano Quirós nació en Resistencia (Chaco, Argentina) en 1979. Es autor de las novelas Robles (Premio Bienal Federal), Torrente (Premio Iberoamericano de Nueva Narrativa), Río Negro (Premio Laura Palmer no ha muerto, otorgado por la editorial Gárgola), No llores, hombre duro (Premio Festival Azabache). Su cuento «Cazador de tapires» recibió el premio Gabriel Aresti, convocado por el Ayuntamiento de Bilbao. Junto a los escritores Pablo Black y Germán Parmetler publicó el volumen de cuentos Cuatro perras noches, con ilustraciones de Luciano Acosta. Actualmente dirige junto a Pablo Black la colección literaria Mulita.
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