Si se busca el nombre Dalmally en Google Maps (o en cualquier otro mapa), se comprobará que se trata de una pequeña población enclavada en la región de Argyll, antiguo ducado del noroeste de Escocia, una zona tranquila y apartada donde parece que nada singular puede suceder. Sin embargo es allí, en Dalmally, donde comienza esta historia excepcional.
Magnus, el autor de este testimonio, nos habla de un viejo cobertizo centenario que ha habido siempre en su casa. Primero fue garaje y taller del coche familiar; más tarde, cuarto de juegos; luego, “fábrica de rosarios” del centro católico de retiro Craig Lodge que montaron sus padres –él pertenece a una familia de firmes convicciones religiosas-; con posterioridad, almacén de donativos de ayuda a Bosnia Herzegovina; y, finalmente, su oficina de la organización benéfica que terminó fundando. Cuando esta creció, hubo que construir un pabellón anexo, al que se trasladaron las cinco personas del equipo. Todos menos él. Magnus eligió permanecer en ese pabellón desvencijado que le ayuda a no perder de vista sus orígenes.
En una de las paredes hay una foto de 2002 que significa mucho para él. Es de una familia de Malawi. Su encuentro con ellos cambió su vida y la de millones de personas. En el transcurso de un viaje a ese país, un cura amigo le llevó a conocer la familia de la foto. La madre estaba muriendo de SIDA y dejaba solos a sus seis pequeños hijos. Magnus preguntó al mayor, Edward, de catorce años, qué esperaba de la vida. Esta fue su respuesta: “Quiero tener suficiente comida y algún día ir al colegio”. Estas sencillas palabras se grabaron en el corazón de Magnus y fue la chispa que terminó alumbrando el proyecto de Mary’s Meals.
Este tiene un propósito muy básico: que todos los niños reciban una comida diaria en la escuela, y que los que tienen más de lo que necesitan, lo compartan con los que no tienen acceso ni a las cosas más básicas. Hoy más de un millón de niños de los países más pobres de la Tierra reciben comida diaria de Mary’s Meals todos los días lectivos.
Pero llegar a Mary’s Meals supuso para Magnus un largo camino que había empezado mucho tiempo atrás.
El cobertizo que alimentó a un millón de niños es un testimonio que se lee tan gratamente como una novela. El lenguaje sencillo y honesto del autor nos sumerge en el mundo de la ayuda, pero de una ayuda muy especial: no de superior a inferior, sino de una ayuda entre semejantes, entre hermanos, llena de respeto a su dignidad y llevada a cabo a fuerza de amor y buena voluntad.
En él se cuentan numerosas anécdotas que llenan de colorido el relato y contribuyen a su cercanía. Hay pasajes llenos de humor, episodios que parten el corazón o llevan a la reflexión, cifras sobre el hambre y la pobreza… y así, de una manera llena de sencillez, Magnus nos va llevando de la mano para recorrer todos los caminos que él recorrió y hacernos sentir algo muy parecido a lo que él mismo sintió y le movió a la acción.
El cobertizo que alimentó a un millón de niños es una luz, una llamada a contribuir, desde nuestro pequeño rincón, a un mundo más justo mediante pequeñísimos y muy sencillos actos de amor.
Magnus MacFarlane-Barrow (Aberdeen, 1968) comenzó su carrera como piscicultor, criando salmones en una explotación familiar. En 1992, cuando empezó el conflicto de los Balcanes, él y su hermano Fergus decidieron hacer una campaña de recogida de alimentos en su pueblo y viajar en un convoy a Medjugorje (Bosnia). Al volver a Escocia, Magnus descubrió que la gente se había volcado de tal modo que había llenado de alimentos el cobertizo de sus padres. En ese momento, decidió renunciar a su puesto de trabajo y fundar la organización Mary’s Meals, que hoy ofrece comida a más de un millón de niños a través de cuatro continentes. En 2010, Magnus fue nombrado por la cadena CNN como uno de los diez héroes del momento.
Puedes comprar el libro en: