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​¿Puede la literatura ser parte del método sociológico?

lunes 16 de octubre de 2017, 14:13h
​¿Puede la literatura ser parte del método sociológico?

¿La literatura copia, imita el mundo, o crea mundos nuevos? Si copia, es instrumento científico con el que podemos llegar a la verdad, y si crea mundos nuevos, también es instrumento científico, pero no metodológico, sino heurístico. La verdad, para serlo, debe contener cosas, objetos, y no paralogismos. Los objetos, para ser tratados, pensados, conocidos, deben signarse, poseer signos. Los signos, se sabe, pueden proceder del lenguaje común y corriente y de las ciencias.

¿Por qué es necesario copiar el mundo para profesar la ciencia? ¿Copiar no es ser engañados por lo visible? No respondamos directamente, pues toda respuesta inmediata padece prejuicios, es decir, esas imágenes que se interponen naturalmente entre el pensamiento y lo que nos interesa.

La ciencia necesita del lenguaje para captar testimonios, para contar hechos. Es imperioso, por ejemplo, saber cómo fueron España e Inglaterra en siglos pasados para entender lo americano. España e Inglaterra, puestas en narraciones verídicas, son objetos, o mejor dicho, no son ficciones.

El lenguaje que pretende copiar la realidad, lo externo, creo que es rico en adjetivos y en señalamientos de causas. Adjetivos y causas son, por cierto, datos compuestos, elementos de objetos. El lenguaje común es acontecimiento axiológico, matemático, porque testimonios, adjetivos, causas y objetos están hechos de datos perceptibles, son cosas matemáticas, simples puntos de partida.

Hablemos ahora de las "cosas". ¿Qué es una cosa? Es algo en una enumeración. Algo que estando o no estando no trastoca una enumeración, un orden espacial, no es algo. Las cosas, cuando son, son ocupaciones. Las cosas no son construcciones subjetivas porque están en las enumeraciones de todas las personas. Las casas, el amor, la muerte, Dios o la naturaleza, sean o no matemáticas, son cosas que a todos ocupan.

Las cosas, para ser tratadas, pensadas, conocidas, se signan con palabras que después se adaptan a la gramática, a las leyes del lenguaje que usamos cotidianamente. Por eso se dice que la palabra es la “casa del ser”. Lo que puede ser enumerado, contabilizado porque nos ocupa, representa una "continuidad", "causas" y "efectos", es decir, representa eso que Kant llamó vía "físico-teológica", también llamada "inducción".

Lo que no es construcción subjetiva, mera imaginería, es homogéneo, lo común, y simultáneo, y representa eso que Kant llamó "ontología", estudio del "ser" (“ser”, pues es para todos y no sólo para unos). Tal ontología, puesta en la gramática, hace que el lenguaje sea la casa de todos los seres que hasta hoy hemos captado. Las cosas, entonces, representan con conceptos la idea de continuidad, idea asequible gracias al lenguaje.

¿Pero son las palabras significados o conceptos fieles, unívocos, de las cosas que representan? A las palabras les conviene más la palabra "signo" que la palabra "significados". Los signos, aquí, son datos desde los que podemos inferir algo. "Ontología" es un signo que nos lleva a conocer las cosas y la tos es un signo de enfermedad.

Merced a los signos podemos soslayar las sorpresas. El marinero que sabe leer los marítimos signos puede evitar muertes, tragedias, y el médico que sabe leer los humanos padecimientos puede evitar dolores. Los signos, para ser útiles, se contextualizan, se entreveran en otros signos. La tos, entre lo agudo, lo doloroso y lo constante, es signo que ya "significa" algo, por ejemplo. Los signos, finalmente, son "vórtices", centros provisionales de las cosas.

Los signos son teóricos porque sólo nos permiten ​especular​. Son teóricos, además, porque representan un contexto, un "todo". Pero son pragmáticos porque generalmente sirven para evitar sorpresas y para empezar interpretaciones. Lo que mezcla teoría y praxis es cuestión moral, enseña Kant. Luego, los signos, entidades sobre todo morales, representan a las cosas, las moralizan, y moralizando urden conceptos que representan la idea de continuidad.

¿Pero podemos entender desde la nada el lenguaje científico, que es copia, cosa y signo? No. Para abordar el lenguaje científico debemos ocupar el lenguaje común y corriente, que caracterizaremos someramente. El lenguaje común es, recuérdese, fundamento, grupo de creencias desde las que recorremos el mundo. Además sirve para transmitir conocimientos.

El lenguaje común vadea el hermetismo y el soliloquio. Lo que no puede decirse con elocuencia, en jerga llana, pasa por mentiroso, por ejemplo. Una cosa es necesitar educación científica para leer formulismos y otra que nos digan que es necesario poseer un espíritu superior para leer libros de ciencia.

El lenguaje común, al usar metáforas y analogías, termina usando semejanzas reduccionistas, y tales semejanzas hacen creer al que las usa en la existencia de una totalidad perfectamente conectada. El lenguaje común, por ser fundamento, grupo de creencias, y metafórico, o histórico, y creedor de la "totalidad" mundana, que no se ve, es dogmático, pero crítico porque fomenta la conversación.

Concluyamos nuestro palique filosófico así: el dogmatismo, barrera entre las cosas y nosotros, es el inicio de los signos, que son morales y que representan a las cosas reales moralizándolas y haciendo conceptos que siempre portan la idea de continuidad. La literatura, que comúnmente es hecha con lengua popular, es decir, moral, dogmática, no es parte del método científico, como desearían los sociólogos, sino simple heurística útil para no caer en las trampas del racionalismo, donde imperan las definiciones, los conceptos y los axiomas.

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