La acción se desarrolla en el sur de Japón
El puerto de Mitsuse, en el sur de Japón, había estado siempre envuelto en historias de fantasmas. En 2002, una mañana de invierno, aparece estrangulada Yoshino Ishibashi. En un principio, el caso parece fácilmente resuelto, pero el avance de la investigación sacará a la luz una perturbadora red de personajes en la que no es fácil distinguir entre víctimas y culpables.
El sospechoso, un trabajador de la construcción al cuidado de los abuelos que lo criaron, vive obsesionado por los coches y por la empleada de un centro de masajes eróticos que frecuenta. La víctima, una joven agente comercial, mantiene una doble vida a través de páginas de contactos por internet. Y Mitsuyo, una mujer desesperada, prefiere cerrar los ojos ante la certeza de que el amor de su vida puede convertirse en su propio asesino.
El hombre que quiso matarme no es una novela negra al uso, ni tampoco en desuso. En este caso, la investigación policial queda relegada al último plano posible en esta trama y sólo aparece en momentos muy contados y específicos como si se tratase de una mera comparsa que aparece y desaparece según avanzamos en esta historia. Esto se debe a que el autor centra toda la trama en las acciones y los sentimientos de los personajes que la protagonizan (y ninguno de estos es un investigador), lo que constituye un original punto de vista en el mundo de la novela negra.
De este modo, nos centramos en un argumento totalmente abarcado por las víctimas y los verdugos en el que la mayor parte de la narración se encuentra escrita en tercera persona, con el ocasional uso de la primera persona en las declaraciones de los personajes cuando hablan de sus emociones y de sus experiencias ante los crímenes. Todos los personajes son extremadamente complejos y están muy bien construidos y caracterizados, y éstos son una de las grandes razones por las que merece la pena leer la novela.
Por otro lado, como es característico de los escritores japoneses, las descripciones son extremadamente detalladas y concisas, por lo que nos podemos hacer a la idea de los escenarios en los que transcurren los hechos casi a la perfección y sin tener que darle demasiado trabajo a nuestra imaginación pese a la gran diferencia entre la cultura nipona y la nuestra. Lo más complicado en este aspecto son los nombres propios, algo liosos ya que en muchas ocasiones no sabemos si se refieren a hombres o mujeres, pero las descripciones de la historia con su abundante adjetivación nos suelen sacar de dudas a las pocas líneas.
Finalmente, hay que destacar el espléndido retrato que Shuichi Yoshida realiza de la sociedad japonesa, fundamentalmente de aquéllos más desfavorecidos y que lo tienen más complicado para salir adelante.
En definitiva, con el trasfondo de un espectral Japón de nuestros días, Yoshida construye una novela negra de altura que agarra por el cuello al lector y le hace asomarse a algunas de las zonas más oscuras de la sociedad contemporánea.
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