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Ameneh Bahramí nos relata su impactante testimonio de fortaleza, valentía y perdón en "Ojo por Ojo"

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Ameneh Bahramí perdió la vista y sufrió graves heridas tras un ataque con ácido que sufrió en 2004 por parte de un pretendiente frustrado. Tras pedir aplicar la ley del Talión, Bahramí acabó por perdonar a su agresor.

Fue hace ocho años. Una desgracia cambió la vida de la joven iraní Ameneh Bahramí. Un hombre le arrojó ácido sulfúrico a la cara por negarse a contraer matrimonio con él. Tras la agresión Ameneh perdió la vista de los dos ojos. Ella fue sometida a diferentes intervenciones quirúrgicas en el Instituto de Microcirujía Ocular de Barcelona para recuperar la visión, pero sin éxito. A su regreso a Teherán decidió aplicar la ley del Talión, aún vigente en su país, que exige un castigo igual al crimen cometido. Cuando todo estaba listo para ejecutar la sentencia, cegarle ambos ojos a su agresor, Ameneh lo perdonó.

Tras varios años de lucha contra los efectos del ácido sulfúrico en su cuerpo, Ameneh ha dado un paso adelante y ha querido contar su historia en este libro, la de una lucha contra un destino que se interpuso en su brillante camino como futura ingeniera, que no ha podido con ella y que tampoco la vencerá en el futuro. "Este libro debe servir para que nunca se vuelva a repetir un "caso Ameneh Bahramí". Para que jamás ninguna otra mujer o niña vuelva a ser víctima de un ataque con ácido. Para que nadie vuelva a escaldar ni abrasar a una mujer por el mero hecho de tener voluntad propia (...). Mi mayor deseo es que nuestra sociedad se esfuerce por superar su egoísmo y deje atrás la envidia y el orgullo".

Este relato, escrito en primera persona, es una narración sincera, trufada de dolor, de desesperanza, de ira, pero también llena de preguntas -muchas de ellas sin respuesta-, en la que trasciende el deseo de luchar, para que ninguna mujer vuelva a pasar el calvario al que la condenó un hombre que no supo respetarla. Un relato del que, al final, se puede extraer una conclusión: "La lucha por la humanidad la gana quien perdona, no quien quita o destruye".

Ameneh no quiere que su sufrimiento se olvide. Por eso, vertió en cintas magnetofónicas todo lo vivido en los últimos diez años. "Mi experiencia debe servir de ayuda a todas aquellas personas que se enfrenten a un duro golpe del destino, para mostrarles que, incluso cuando uno se encuentra en la oscuridad más profunda, puede recuperar la esperanza. Los malos momentos nos convierten en lo que somos. Quien pasa por circunstancias difíciles aprende a apreciar mejor el lado bonito de la vida. Perder algo resulta duro, pero también desata fuerzas insospechadas".

Según se va adentrando en la narración, el lector comprende que, aunque decidida a no callar y a esperar que la justicia trabaje para que su horror no vuelva a repetirse, enfrentarse al momento de la agresión no ha sido fácil para Ameneh. Al contrario, al evocar y mirar atrás han sido muchas las lágrimas que ha derramado. Lágrimas de dolor, a causa de las gravísimas heridas de ese brutal ataque, pero también de rabia, amargura e impotencia. Sin embargo, ante tanta maldad injustificada, hay un rayo de esperanza. "He perdido parte del rostro, pero, después de todo lo que me ha ocurrido, no he perdido la dignidad (...). Lo que no me pudo robar es mi vista interior, mis principios, mi imaginación".

Ameneh Bahramí (Teherán, 1978) es la segunda de cinco hijos de un funcionario del Ministerio de Defensa y una ama de casa. En 2004 fue desfigurada por un hombre que le arrojó ácido sulfúrico a la cara por negarse a contraer matrimonio con él. Tras la agresión, Ameneh perdió la vista de los dos ojos. Fue sometida a diferentes intervenciones quirúrgicas en el Instituto de Microcirugía Ocular de Barcelona para intentar recuperar la visión, sin éxito. A su regreso a Teherán, decidió aplicar la ley del Talión, vigente aún en Irán, y que exige un castigo igual al del crimen cometido: que su agresor viviera lo que ella había vivido y que lo cegasen de ambos ojos. Finalmente, en el último juicio, celebrado en Teherán en 2012, y cuando todo estaba listo para ejecutar la sentencia, Ameneh lo perdonó.

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