El socialista de hogaño está en la postura del médico que procura tratar un totalmente descorazonador caso. Cual doctor, debe mantener vivo al paciente, por lo que admite que el paciente, al menos, tiene oportunidad de sanar. Cual científico, debe arrostrar los hechos, por lo que admite que el paciente podría fenecer.
Nuestros quehaceres socialistas sólo ostentan significado aceptando que el socialismo puede establecerse. Mas deteniéndonos a considerar cuán probable es que eso acaezca, debemos admitir, pienso, que las posibilidades nos contradicen. Si fuera apostador, si sólo calculara probabilidades y apartara los deseos, me parecería riesgosa la sobrevivencia de la civilización dentro de algunos cientos de años. Según veo, hay tres posibilidades delante:
1) Que los norteamericanos esgriman la bomba atómica en tanto no la poseen los rusos. Tal nada resolvería, y sólo escamotearía el singular peligro que hoy representa la Unión Soviética, y causaría imperios nuevos, renovados enconos, más guerras y bombas. Comoquiera que sea, esto es, creo, el menos probable de los tres escenarios, pues la preventiva guerra no es fácilmente acometida por los países que ostentan dejos democráticos.
2) Que la actual “guerra fría” prosiga hasta que la Unión Soviética u otras naciones también posean bombas atómicas. Entonces devendrá momentáneo sosiego predecesor del silbido mortuorio. ¡Serán los misiles, los raudos bombardeos! Y los centros industriales del planeta serán, tal vez, acabados irremediablemente. Con todo, si algún estado o grupo de estados se enarbola en la guerra como vencedor científico, será imposible reurdir la maquinaria civilizatoria. El mundo, por consiguiente, será poblado por pocos millones de gentes, o pocos millones apenas subsistirán al modo agropecuario. Tal vez, luego de dos generaciones, se sabrá de la pretérita cultura sólo el fraguar metales. Es posible que eso sea deseable, pero obviamente nada tiene que ver con el socialismo.
3) Que el miedo inoculado por las bombas atómicas y otras panoplias venideras sea ingente, tanto, que sofrene el usarlas. Esto paréceme la peor posibilidad, pues acarrearía la división del mundo entre dos o tres descomunales estados incapaces de conquistarse entre ellos, incapaces de ser derruidos por rebeliones intestinas. Harto probable es que tal estructura sea, además de jerárquica, cuasi divina en lo superior y cínicamente esclavista en lo inferior, y derrocadora de la libertad de modo nunca visto en el planeta. En cada estado la necesaria atmósfera psíquica se logrará mediante la escisión total del exterior mundo, mediante ilusorias guerras contra naciones enemigas. Civilizaciones de tal tipo podrían permanecer durante miles de años.
Variados peligros delineados existían y eran inferidos mucho antes de la invención de la bomba atómica. El único modo de soslayarlos que imaginar puedo es mostrar aquende y allende, masivamente, el espectáculo que es una comunidad de gente más o menos libre, feliz, donde el afán general no es el dinero o el poder. Dígase en otros términos: el democrático socialismo debe trabajar en ingentes áreas. Mas el sitio donde con más probabilidad influenciaría en poco tiempo es la Europa occidental. Quitando Australia y Nueva Zelanda, la tradición de la democracia socialista, podemos decir, sólo existe -incluso paupérrimamente- en Escandinavia, Alemania, Austria, Checoslovaquia, Suiza, Países bajos, Francia, Bretaña, España e Italia. Sólo en tales países aún hay gran número de personas para las que el término “socialismo” es persuasivo y denota libertad, igualdad, internacionalismo. En otros lugares carece de sostén o significa cosas diferentes. En los Estados Unidos las masas andan satisfechas con el capitalismo, mas no se puede decir qué giro acaecerá cuando el capitalismo colapse. En la Unión Soviética enseñorea un como oligárquico colectivismo que sólo puede volverse democracia socialista arrostrando la voluntad de las minorías legisladoras. Y en Asia la palabra “socialismo” poco se ha inoculado. Los patrióticos movimientos asiáticos son o de carácter fascista o imitadores de Moscú, o adunan ambas posturas. Y hoy todo movimiento entre la gente de color es imbuido de misticismo racial. Sudamérica, en gran parte, ostenta esencialmente la misma postura, tanto como África y el Oriente Medio. El socialismo no está por doquier, y como idea hoy vale sólo en Europa. No es correcto decir que el socialismo sólo operará siendo mundial, mas el proceso debe iniciar en algún sitio. No puedo imaginar sino que comienza siendo federación de occidentales estados europeos hechos socialistas y sin dependencias coloniales. Tales estados europeos me parecen la única meta política de valía de hoy. Tal federación contendría, más o menos, doscientos cincuenta millones de personas, y tal vez incluiría la mitad de los cualificados obreros industriales del mundo. Sobra que me digan que las dificultades para lograr tal cosa son ingentes, terribles. Enunciaré algunas de ellas en lo siguiente. Y no debemos creer que eso, por naturaleza, es imposible, ni que países harto distintos no podrían voluntariamente unirse. La occidental unión europea, en sí, es concatenación menos improbable que la Unión soviética, que el imperio británico.
Enunciemos las dificultades. La mayor dificultad de todo es la apatía, el conservadurismo popular por doquier, el ignorar el peligro, la torpeza para imaginar cualquier novedad -en general, según apuntó recientemente Bertrand Russell, la abulia de la humanidad al querer sobrevivir. Pero hay también fácticas, malignas fuerzas operando contra la unidad europea. Hay relaciones pecuniarias que los pueblos europeos necesitan para bienvivir y que no concuerdan con el socialismo verdadero. Enlistaré los que parécenme son los cuatro obstáculos principales, y los explanaré, según pueda, con presteza:
1) Hostilidad rusa. Los rusos sólo pueden ser hostiles ante cualquier sinergia europea incontrolable. Las razones, ora supuestas o reales, son obvias. Se debe considerar, por tanto, el peligro de la preventiva guerra, el sistemático aterrorizar a las nimias naciones, y el estorbar por doquier a los partidos comunistas. Sobre todo esto hay la peligrosa credibilidad de las europeas masas ante los mitos rusos. En tanto se crea en ello, el ideal de la Europa socialista carecerá de bastante magnetismo para causar el tesón necesario.
2) Hostilidad estadounidense. Los Estados Unidos, siendo capitalistas, necesitando mercados de exportación, con ojeriza considerarán el socialismo europeo. Sin duda eso es menos probable que la rusa intervención con brutal fuerza. Pero la estadounidense influencia es importante factor porque se ejerce con facilidad sobre Bretaña, único país europeo allende las órbitas rusas. Desde 1940 Bretaña arremete contra las europeas dictaduras a costa de depender de los Estados Unidos. Es claro que Bretaña sólo puede liberarse de los Estados Unidos dejando de intentar ser un poder ajeno a Europa. Los angloparlantes dominios, las colonias, tal vez sin África, y hasta los dispensadores de petróleo británicos, son reos en manos estadounidenses. Luego, permanece el peligro de que los Estados Unidos, aislando a Bretaña, quebranten cualquier coalición europea.
3) Imperialismo. Las europeas gentes, y sobre todo las británicas, durante largo tiempo han debido el bienvivir directa o indirectamente a la explotación de la gente de color. Tal deuda jamás ha sido explanada por la oficial propaganda socialista, y al obrero británico no se le dice que parangonado con los estándares mundiales él vive bien en demasía, y se tiene por sobre-explotado, por dominado esclavo. Las masas, por doquier, creen que “socialismo” significa salarios altos, nimias jornadas, casas mejoradas, seguridad social, etc., etc. Pero eso no significa que se puedan pagar esas cosas desdeñando las ventajas extractadas de la explotación colonial. Con todo, claro es que las ganancias nacionales se dividen, y que al declinar, el bienvivir de las clases obreras declina. En buena lógica, es probable un largo, incómodo período de reconstrucción que la opinión pública no preveía. Pero al mismo tiempo, las europeas naciones deben cesar de ser explotadoras extranjeras para enarbolar el socialismo verdadero en casa. El paso primigenio hacia el europeo socialismo federado es que los británicos abandonen la India. Mas eso acarrea algo más. Los europeos estados, para ser autónomos y capaces de mantenerse firmes contra Rusia y los Estados Unidos, deben conglobar a África y al Oriente Medio, lo que significa que la postura de la gente indígena de tales naciones debe ser respetada -Marruecos, Nigeria y Abisinia cesarán de ser colonias o semicolonias y serán repúblicas autónomas equiparables con las europeas. Esto acarrea grave mudanza de perspectiva y un amargo, complejo bregar que no será apaciguado sin ensangrentamientos. El toque de las fuerzas capitalistas será fortísimo, y los obreros británicos, acostumbrados a meditar materialmente el socialismo, en radical situación podrían resolver que es mejor ser aún poder imperial a costa de ser instrumento segundón de los Estados Unidos. En grados diversos todo europeo, hasta el que fomenta la sugerida unificación, arrostrará la misma disyuntiva.
4) La iglesia católica. En tanto la batalla entre el Este y el Oeste recrudece, acrece el peligro de que el democrático socialismo y los meros reaccionarios sean movidos a entreverarse y ser una suerte de frente popular. La iglesia católica es el más verosímil puente entre ellos. La iglesia, en todo caso, podría esforzarse para capturar y esterilizar cualquier quehacer de significaciones eurounitaristas. Lo peligroso de la iglesia es que, en sentido lato, no es reaccionaria. No es atada por el capitalismo liberalista ni por el existente sistema social, y no perecería necesariamente con ellos. Harto capaz es de asociarse con el socialismo, o de aparentarlo, mientras sea protegida la propia postura. Mas permitiéndole sobrevivir cual organización poderosa, puede imposibilitar el establecimiento del verdadero socialismo, pues influye e influirá siempre contra el librepensamiento, contra la libertad de expresión, contra la humana igualdad, contra toda sociedad que fomente la terrena felicidad.
Pensando esos y otros óbices, o meditando la enorme mudanza mental que es imperioso ensayar, el cariz de los socialistas estados unidos europeos paréceme algo harto improbable. No digo que las masas de gente no estén pasivamente dispuestas para ello, pero sí que no hallo persona alguna o grupo de personas con la menor oportunidad de allegar el poder, ni con el magín imaginativo para captar los menesteres o para exigir los necesarios sacrificios de los prosélitos. Y tampoco noto hoy algún objetivo esperanzador. Hubo tiempo en que creí que era factible la conformación del Imperio Británico dentro de las socialistas repúblicas federadas, y si fue posible tal acaecimiento, pereció merced al no liberar a la India y a nuestra genérica postura para con la gente de color. Posible es que Europa esté acabada y que luego de largo espacio surjan mejores formas sociales en la India, en China. Mas creo que sólo en Europa, si sucede, el democrático socialismo puede realizarse en el tiempo necesario para prevenir la caída de las bombas atómicas.
Claro es que no hay razones optimistas, pero sí para moderar nuestros juicios sobre algunos asuntos. Algo que nos favorece es que la gran guerra probablemente no acaecerá de inmediato. Padeceríamos, supongo, el tipo de guerra consistente en lanzar misiles, mas no la guerra que acarrearía la movilización de diez millones de hombres. Actualmente cualquier ingente ejército se disuelve en las lejanías, y esto podría ser cierto por diez, por veinte años. En tal tiempo algo inesperado podría suceder. Por ejemplo, que algún poderoso hecho socialista, por vez primera, emergiera cual “capitalismo”, sugiriendo que es algo inalterable, una como racial característica, como el color de los ojos o de la piel. Efectivamente, eso no es inalterable, pues el capitalismo, en sí, no ostenta futuro. Y no se puede prever que el próximo cambio en los Estados Unidos nos mejore.
Nuevamente ignoramos qué mudanzas acaecerán en la Unión Soviética al evitarse la guerra durante las venideras generaciones. En sociedades de tal tipo los radicales cambios de perspectiva son harto improbables porque carecen de diáfanas oposiciones, y porque el régimen, domeñando completamente la educación, la prensa, etc., con deliberación ataja el oscilamiento del péndulo de las generaciones, que notan lo ocurrido con naturalidad en las liberales sociedades. Se sabe que la tendencia de las nuevas generaciones hacia el rechazo de las pretéritas ideas es humana característica permanente que ni el NKVD erradicaría. Y es el caso que hacia 1960 habrá millones de jóvenes rusos hastiados por la dictadura, por las pompas de lealtad, y afanosos de mayor libertad y de amable actitud para con lo occidental.
Insistamos en que lo dicho, incluso, es posible aunque el mundo se vierta en tres indomeñables superestados. La liberal tradición, que será bastante fuerte dentro de la sección angloparlante, haría tolerable el vivir y ofrecería alguna progresista esperanza. Mas lo mentado es mera especulación. La perspectiva actual, según se puede conjeturar, es harto oscura, y cualquier meditación grave deberá partir de tales hechos.
Partisan Review, julio y agosto de 1947