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"1512. El año de la guerra", de Aitor Pescador Medrano

Ed. Pamiela Etxea. 2012
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
jueves 26 de enero de 2023, 00:00h
1512. El año de la guerra
1512. El año de la guerra
Este libro-monografía, muy cuidado, y como son todas las obras que la editora pamplonesa-Navarra realiza, trata sobre un hecho histórico, incuestionable, que produjo un cambio y, en ocasiones, un desbarajuste, sobre uno de los Reinos hispánicos más eximios; sufriente como otro de ellos, y me refiero a los Reinos de Navarra y de León, este último que ya había sido borrado de la identidad de la Historia, por la dinastía de los Trastámara.

A lo largo de todo el medioevo hispánico ambos a dos, aliados muchas veces, serían orillados por sus fundaciones, sensu stricto, como habían sido Aragón y Castilla, ésta mucho más voraz, si cabe. Pero escribir sobre el calificativo de España, me parece, cuanto menos, apresurado; ya que Fernando “el Católico”, con grandes derechos al trono de los bascones de Navarra, lo que es indubitable; nunca se atrevió a denominarse como Rey de las Españas, ya que no lo era de Portugal, deseo incoercible del Sumo Pontífice Alejandro VI, el cardenal Rodrigo Borgia; por consiguiente, España no conquistó nada; y esto lo afirmo como riguroso historiador medievalista leonesista que soy. Existen cronistas, que son observadores del hecho bélico, como el florentino Francesco Guicciardini, o el propio fraile Nicolás Maquiavelo, y que realizan un análisis más o menos ecuánime. También aportan datos otros, más proclives al soberano vencedor de la guerra, pero esclarecedores, siendo estos Pedro Mártir de Anglería, y Elio Antonio de Nébrija, amén de las confidencias realizadas por el propio monarca a su confesor fray Diego de Deza. Yo estimo, modestamente, que Navarra estaba mejor en la geografía política hispana, que no en la de los franceses, aunque quizás de otra forma.

«Pese al buen número de trabajos que han tratado lo sucedido durante el periodo que va de julio a diciembre de 1512, son muchas las cuestiones que el lector de a pie sigue desconociendo: la actitud del duque de Alba tras el control de Pamplona, la situación de la Baja Navarra, la lucha alrededor de Pamplona, las negociaciones entre Juan III y Alba en agosto, el desconocimiento por parte de los navarros de las bulas de excomunión, la confusa actitud de muchos navarros tras la conquista, etc. Este libro pretende, de manera somera y comprensible explicarle al lector cuáles fueron los acontecimientos que se fueron sucediendo en los meses posteriores a la conquista».

Asimismo, se están realizando acercamientos, muy necesarios, para tener una consciencia fidedigna, sobre lo que era lo que deseaban los navarros enemigos del Rey Fernando II de Aragón Trastámara “el Católico”, y que es obvio que se referían a mantener sus libertades. Este libro nos presenta un texto, esclarecedor en grado sumo, sobre lo que pensaban algunos pensadores e intelectuales de la época sobre lo que se debería realizar con el Viejo Reino de Navarra, verbigracia Nicolás Maquiavelo. “… dejar que viva con sus leyes, obteniendo de él tributos y creando en su interior una oligarquía que haga perdurar su fidelidad. Pues siendo tal gobierno una creación del príncipe, saben que no se puede sostener sin su amistad y poderío, con lo que harán todo lo posible por mantener su dominación; porque una ciudad habituada a vivir libre se conserva más fácilmente con el apoyo de sus ciudadanos que de ningún otro modo si se quiere evitar su destrucción”.

Sea como sea, estamos ante una época complicada, que se rige por los deseos papales de CUIUS REGIO, EIUS RELIGIO; y así la uniformización puede crear un estado político y social fuerte y cohesionado, a imagen y semejanza del deseo de sus gobernantes de turno. El rey Fernando, intelectualmente muy complejo, no podía dejar pasar la oportunidad de controlar un territorio, regio indudablemente, y que le faltaba para completar el concepto, ineluctable, de HISPANIA; lo que le restaba, que era el antiguo territorio portucalense, ahora Reino de Portugal, se intentaría por medio de matrimonios, y del desdichado infante don Miguel. Se menciona en la obra, lo que siempre es preciso, sobre como el maquiavélico cerebro del monarca crearía un grupo o ‘casta’ de nativos navarros, quienes se encargasen de controlar la nueva situación; pero ese grupo, que se descalifica tan a la ligera, ya existía, y en igualdad de condiciones con los que defendían a la dinastía de los Albret.

Deseo corregir, a priori, lo que se menciona en la página-15, donde se cita la existencia de un buen número de milicias provenientes de los territorios castellanos de la corona, el autor debe documentarse más, ya qué si venían de Salamanca, ‘estas tropas eran leonesas y no castellanas, ¡YA QUE SALAMANCA ES REINO DE LEÓN!’; aunque estos legionenses fuesen alistados obligatoriamente. Lo más granado de las tropas era las que se denominaban como coronelías, con una gran experiencia adquirida en las campañas de 1492 de la Reconquista del Reino nazarí de Granada. Se cita el nombre de dos coroneles, quienes comandaban esas tropas mucho más preparadas y profesionales, cuyos nombres son Rengifo y Cristóbal Villalva; y siendo el jefe absoluto, el segundo duque de Alba, Fadrique Álvarez de Toledo; también estaba un futuro comunero legionense, el obispo de la leonesa Zamora Antonio de Acuña; todos ellos apoyados por los beamonteses, asimismo navarros. El Vaticano, nunca proclive a León o a Navarra, ya había publicado, por medio de su papa Julio II, la bula que excomulgaba, sensu stricto, a los soberanos navarros de la dinastía Albret, ‘EXIGIT CONTUMACIUM’. El Reino de los bascones sería adscrito al de Castilla, que ya se autoequiparaba con España, ya que los aragoneses consideraban una importante rémora social y económica incorporar ese nuevo territorio a sus, ya tan disímiles reinos (Aragón, Valencia, Cataluña, Nápoles, Sicilia, etc.)

En la página-89: “Curiosamente, desde hace años se reconoce en la Castilla del siglo X una actividad diferenciada respecto del reino de León motivada por un claro sentimiento común (casi independentista) de las clases dirigentes castellanas”. ¡Craso error!; la titulación condal de Fernán González, García Fernández, Sancho García y García Sánchez es la de ‘Condes de Burgos’, y Castilla no aparece por ningún sitio. En toda su diplomatura se refieren, de continuo, al nombre de ‘Su Señor imperando en León’, es decir al soberano-emperador del Regnum Imperium Legionensis: Ordoño II; Alfonso IV; Ramiro II el Grande; Ordoño III; Sancho el Craso; Vermudo II; Ramiro III; Alfonso V, etc. Y, es obvio, cuál es el ‘grito’ de proclamación de los monarcas en el Reino de León: “¡Por León, por León, por León, y por todo su Reino!”. Recomiendo, pues, sin ambages, la lectura de esta obra, con alguna corrección ya reseñada, como la titulación anhistórica de Corona de Castilla (pág-118), ya que así se puede tener una conciencia clara de lo ocurrido, porque la estupenda lectura nos llega como una Crónica de la misma época histórica narrada. ¡Estupenda monografía! «Ut ab ómnibus eum iniuriis dignitas concessa defendat».

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